7 junio 1998

La información de la revista Time ha causado dos despidos y una dimisión forzosa

Escándalo periodístico en Estados Unidos: La CNN acusó sin pruebas al ejército de haber usado gas sarin contra desertores

Hechos

El 7.06.1998 la cadena CNN emitió el reportaje ‘Operación Tailwind’ presentado por Peter Arnett.

Lecturas

La Cadena CNN y la revista Time, ambas del Grupo Time Warner, difunden una información firmada por Peter Arnett y April Oliver que acusa al ejército de Estados Unidos de haber usado gas sarín contra soldados desertores. La noticia es publicada en España el día 14 de junio de 1998. Una investigación interna relatará que la información no estaba suficientemente contrastada al basarse únicamente en el testimonio ‘off de récord’ de Thomas Moorer (que ante las cámaras no lo reconoció) y Robert Van Buskirk, soldado que padecía desórdenes nerviosos. April Oliver sería despedida y Arnett abandonaría la CNN un año después para pasar a trabajar para la NBC.

La productora ejecutiva Pam Hill tuvo que presentar su dimisión, los productores Abril Oliver y Jack Smith fueron despedidos. Y el presentador del espació, el mítico reportero Peter arnett, ganador del premio Pulitzer por su cobertura de la guerra de Vietnam fue llamado al orden y expedientado aunque salvó su puesto tras aclarar que su única responsabilidad fue presentar el vídeo.

La CNN hizo el reportaje a base de una información de la revista TIME (publicación que pertenece al mismo propietario que la CNN, el Grupo Time Warner). Ahora los responsables del grupo mediático reconoce que dieron aquella información sin suficientes pruebas como para sostenerlo.

04 Julio 1998

La vergüenza de la CNN

Víctor de la Serna Arenillas

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La cadena de televisión por cable y satélite Cable News Network (CNN), con sede en Atlanta (Estados Unidos), emite, desde la noche del jueves al viernes, espacios en los que pide excusas a los espectadores por un programa presentado a bombo y platillo hace menos de un mes, y realizado fundamentalmente por su reportero estrella, Peter Arnett, que ha resultado ser falso.

CNN se retracta totalmente de lo afirmado sobre el uso del mortífero gas sarín -el de los atentados del metro de Tokio hace unos años- por parte de las fuerzas norteamericanas durante la Guerra de Vietnam.

Arnett y el equipo de reporteros de la CNN afirmaron el 7 de junio, en un programa copiosamente trompeteado por los publicistas de la CNN, que durante una operación contra desertores norteamericanos en Laos se utilizó el gas nervioso. La revista Time, del mismo grupo editorial, amplió la información el 15 de junio.

El asesor en información militar de la cadena dimitió porque sus objeciones no habían sido tenidas en cuenta; el Departamento de Defensa aseguró que ellos no tenían constancia y no se lo creían. Ante el creciente escándalo, la CNN contrató al prestigioso abogado Floyd Abrams como asesor externo para investigar todo el asunto. Su informe de 54 páginas, entregado a última hora del jueves, es demoledor: Arnett y su equipo inflaron las declaraciones ambiguas de veteranos militares (un par de ellos, de edad avanzada; uno, sometido a tratamiento médico durante largo tiempo), y dejaron de emitir numerosas declaraciones contrarias a la versión por la que apostaron.

«Da la impresión de que decidieron que una versión era la verdadera e ignoraron la otra», decía ayer Abrams. Y señalaba que la propia historia era inverosímil, «como si el gas sarin soltado desde aviones hubiese podido distinguir entre amigos y enemigos», y que eso debería haber hecho recapacitar a los periodistas. No lo hicieron. Y Abrams llega a la conclusión de que no hay ninguna prueba sólida que avale la supuesta información.

El viejo y cínico dicho periodístico, «no dejes que la verdad te quite una buena historia», nuevamente ilustrado por un caso práctico.

En prensa escrita como en televisión, el problema de las noticias fabricadas se está convirtiendo recientemente en un escándalo, y además creciente, tanto en Gran Bretaña como en Estados Unidos. La invasión del mundo de la información por las necesidades de espectacularidad de una era dominada por el show business ha sido muchas veces denunciada. La oleada de fantásticas exclusivas que acaban siendo falsas parece una consecuencia de ello.

El presidente de la división informativa de la CNN, Tom Johnson, firmó la carta de excusas al público, pero se negó a ser entrevistado en pantalla en su propia cadena. La CNN no ha entrado públicamente en la cuestión de las responsabilidades individuales. Johnson y Arnett -la atrabiliaria superestrella que boicoteó al periodista de EL MUNDO Alfonso Rojo durante la Guerra del Golfo, en Bagdad- están en el ojo del huracán.

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Otras «exclusivas»

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Los expertos atribuyen esta plaga de invenciones periodísticas a la presión de la competencia y a unas audiencias ávidas de temas cada vez más espectaculares.

Hace dos años fue descubierta Janet Cooke, una periodista muy imaginativa que había recibido el premio Pulitzer (el «Oscar» del periodismo) por El mundo de Jimmy, un reportaje terrible sobre un pequeño heroinómano de sólo ocho años. Jimmy nunca existió, como no existía la licenciatura cum laude de Cooke ni su máster en la Universidad de Toledo.

Roger James y Marc de Beaufort, de la productora Carlton, engañaron a cerca de cuatro millones de británicos en el pase de su reportaje The Connection en el Reino Unido el pasado mes de mayo. Incluso esta historia de una nueva ruta del tráfico de cocaína entre Colombia y Londres fue vendida a 14 países, entre ellos España. TVE y TV-3 emitieron este documento que el diario The Guardian denunció más tarde como falso.

Al propio Beaufort le han acusado de fabricarse una entrevista exclusiva con Fidel Castro montando imágenes de la TV estatal cubana. Ambos trabajos habían sido premiados por su calidad.

12 Julio 1998

La estrella se apaga

Alfonso Rojo

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PETER ARNETT, estrella de la cadena estadounidense CNN; por haber presentado un reportaje que resultó ser falso.

Como reportero ha tenido siempre merecida fama de valiente, pero a la hora de la verdad, cuando los ejecutivos de la CNN le han apretado las clavijas, Peter Arnett ha reaccionado como un burócrata apocado, más preocupado por su fondo de pensiones que por la gloria o el honor.

El pasado miércoles le llamaron a capítulo en Atlanta para pedirle cuentas por los errores y falsedades de su controvertido documental sobre la Operación Tailwind y Arnett, en lugar de asumir caballerosamente su responsabilidad, argumentó que se había limitado a poner la cara. Adujo, sin ruborizarse, que la investigación periodística la habían realizado otros. El había leído y declamado ante la cámara lo que habían escrito los que nunca salen en pantalla. En otras palabras, que en televisión apareció acusando al Pentágono de haber utilizado gas mortal para acabar con sus desertores en Vietnam, pero que no había redactado ni investigado nada. En lugar de despedirle, que fue lo que hicieron con los productores del programa y con otros empleados, los mandamases de la cadena se conformaron con darle una severa reprimenda.

En cualquier caso, la carrera del hombre que se hizo célebre durante la Guerra del Golfo, y con quien tuve el privilegio de compartir la soledad de Bagdad durante el bombardeo aliado, ha llegado a su fin. Arnett no se recuperará de esto y es una pena. Aunque deja bastante que desear como ser humano, como corresponsal de acción ha sido uno de los mejores. Un síntoma de lo parroquiano que sigue siendo el periodismo español es lo poco que perseveran como reporteros los notables de la tribu. En cuanto llegan a cierta edad o a un nivel de prestigio conveniente, muchos renuncian a las excursiones por territorio comanche y se asientan en los despachos a lidiar con los cierres de edición, los días de libranza de los subalternos y los mal llamados almuerzos de trabajo.

Es raro encontrar en los campos de batalla un corresponsal español cuarentón. Arnett -calvo, enano, cincuentón y con un poco de panza- triunfó arrolladoramente con la CNN en Irak, 20 años después de impartir una lección profesional y ganar un Pulitzer en Vietnam. Fue precisamente en la Guerra de Indochina, que probablemente será su tumba profesional, donde Arnett comenzó a cimentar su leyenda. Llegó a Vietnam en 1962 con 27 años de edad y no se marchó hasta cumplir los 40, cuando concluyó el conflicto.

En Live from the Battlefield, sus memorias, Arnett describe cómo vio en una ocasión a un monje budista acuclillarse en el pavimento, rociarse de gasolina, sacar un mechero del bolsillo, prenderse fuego y perecer asado vivo. «Podría haber evitado la inmolación dando una patada al recipiente de gasolina y como ser humano deseaba hacerlo, pero como reportero no debía», explica Arnett. Enfocó cuidadosamente su cámara, tomó una buena serie de fotos, luchó a brazo partido con los policías sudvietnamitas para que no le arrebatasen el carrete, galopó hasta la oficina de AP y envió las imágenes para que las publicaran periódicos de medio mundo.

Tras el rifirrafe de 1991, cuando no sólo se negó a dejarme utilizar el teléfono por satélite de la CNN sino que intentó presentarse como «el único corresponsal occidental presente en Bagdad», no le tengo la menor simpatía, pero es necesario reconocer que le sobra intrepidez. Hasta su espantada, tenía la gallardía de sostener una tesis con la que otros comulgan en secreto. Según él, al reportero no le corresponde juzgar, sino relatar hechos, y el oficio y el sueldo no incluyen como obligación especular sobre la moralidad de un régimen o un conflicto.

Como poco, es discutible. Philip Jones Griffiths, cuyos retratos de los sufrientes vietnamitas son un documento estremecedor, solía decir: «Tu oficio consiste en registrar la historia; es imposible no sentirse implicado, pero debes endurecerte para hacer bien el trabajo; no tiene sentido llorar, porque no se puede enfocar con lágrimas en los ojos; si te vas a desmoronar, es mejor que lo hagas después, cuando estás en el laboratorio o en el hotel». En honor a la verdad, me gusta más Griffiths que Arnett.

Por ALFONSO ROJO