6 diciembre 2009

Muere el ex senador y diplomático Manuel de Prado Colón de Carvajal, el ex administrador de la Casa del Rey implicado en el ‘caso Javier de la Rosa’

Hechos

El 5 de diciembre de 2009 se hizo público el fallecimiento de D. Manuel de Prado Colón de Carvajal.

07 Diciembre 2009

Al servicio de Su Majestad

Ignacio Camacho

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SI quieres un amigo cómprate un perro, dice el refrán escéptico de un tiempo de desafecciones y desengaños; empero, todo el mundo querría tener un amigo como el que fue para Don Juan Carlos Manuel Prado y Colón de Carvajal. Se decía a sí mismo «un perro del Rey»: de raza noble, de una fidelidad servicial, inmutable, de una confianza hermética, de una discreción a prueba de quebrantos. Hombre para todo, mina de secretos, agenda de contactos, depositario de confidencias; intendente privado, consejero económico, colaborador político, explorador de misiones delicadas y escolta en los complejos pasillos del dinero y del poder. Un servidor, un asistente, un embajador y, cuando hizo falta, un cortafuegos.

Con Sabino Fernández Campo, desaparecido con apenas un mes de diferencia, y Torcuato Fernández Miranda, Prado formó el breve cinturón pretoriano del que se rodeó el joven monarca en el frágil momento liminar de la restauración dinástica y el desmontaje del franquismo. Torcuato puso la ingeniería jurídica, Sabino la administrativa y él la diplomática. Aquellos tipos se enfrentaron al vértigo de un salto en el vacío cohesionados por un común sentido de lealtad a la Corona y al Rey, y encontraron en el arrojo y la audacia de Suárez -el único que sobrevive aunque perdido en el bosque de la desmemoria- el correlato político necesario para dar forma a un proceso histórico milagrosamente indemne de fracasos.

De todos ellos fue Manuel Prado el que se movió siempre en el plano más ambiguo y quizá más íntimo, difuso a veces entre las luces de sus servicios al Estado y las penumbras de su propia actividad de negocios. En los años noventa, en el tiempo convulso de los escándalos de De la Rosa, Conde y los Albertos, le alcanzaron esquirlas de la metralla del escándalo y conoció la soledad penitenciaria sin que se alterase su silencio, a expensas del manuscrito memorial que el ex ministro Pimentel guarda a la espera de que se desactive el potencial incómodo de su testimonio. Polémico siempre por la condición imprecisa de su papel delegado, por sus movimientos entre bambalinas, por sus gestiones secretas, asumió con un orgullo arrogante ese rol antipático de hombre en la sombra y se mantuvo firme en las horas amargas que propiciaban la tentación turbulenta del morbo, el cotilleo o la alharaca. Lo pasó mal sin mover un músculo, sin derrotarse, con una determinación pétrea, con una entereza correosa, con un estoicismo zen.

Figuras como la suya provocan la fascinación de lo oculto, el esoterismo del misterio, pero también la admiración de lo leal. Y en esta época de gratitudes efímeras, de compromisos volátiles, de observancias quebradizas y chismorreos superficiales, suscitan una inevitable sugestión de contraste por su impenetrable, estanco, veterano concepto de la caballerosidad a contraviento de inclemencias y hasta de tempestades.

07 Diciembre 2009

Dos muertos y un cadáver

Federico Jiménez Losantos

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EN POCOS DÍAS se han muerto las dos caras del Rey: Sabino Fernández Campo, la brillante y segundona cara de plata política, y Manuel Prado y Colón de Carvajal, el águila de blasón tocada del ala, el regio comisionista, la cruz de oro de los trapos sucios, del trinque en negro lignito o antracita. Y, aunque todavía sin piadosa sepultura, a los cuatro días de la muerte del único amigo del Rey se ha podido constatar la defunción de su gran obra política: el régimen constitucional de 1978, cadáver insepulto que, aunque guardado hace tres años y medio en la cámara frigorífica del Tribunal Constitucional, congregará mil moscas azules y un millón de gusanos en cuanto vea la luz. O sea, en cuanto la opinión pública pueda verla. De momento, no ve nada por dos razones sólidas: no quiere ver y nadie o casi nadie le quiere enseñar nada. Los rehenes de esos silencios que atruenan en privado son dos: la fortuna aireada por Forbes y la ruina de la nación española.

Hace pocos años, la revista Forbes colocó al Rey entre los hombres más ricos de España. Error de forastero, dijeron los cortesanos, aunque la mayoría optó por callar. Sin embargo, a la muerte de Prado, entre oblicuos obituarios con más gusanos que el muerto, alguno ha recordado la condena de Javier de la Rosa por el saqueo de los fondos de KIO, o sea, de Kuwait, en uno de los más obscenos latrocinios a espaldas de una guerra – la I de Irak o del Golfo- que se haya perpetrado nunca. Tras la condena de Al-Sahbah -de los Al-Sahbah de Kuwait de toda la vida- por robar y sobornar Cortes y repúblicas de Rikea, De la Rosa admitió haber dado 160 millones de dólares a Prado, de los que éste reconoció haber recibido 100, en entregas de 80 y 20 millones de dólares. Como recordaba ayer un incontrolado mediático, siete años le cayeron al dante y uno al tomante, dizque para pagar la escala española de los bombarderos USA, que era gratis. Gómez Bermúdez, pequeño es el mundo, remató la faena. Pero con negocios así y huellas en la justicia inglesa y española, entras a hombros en la ricachería de Forbes.

Es posible que la muerte del régimen del 78 se deba a la incapacidad de predicar el patriotismo español desde una revista norteamericana de negocios. Usar la política exterior española para forrarse no es ejemplar. Pero como España es la única nación sin republicanos ni monárquicos, la blanda tiranía de Statu Quo I durará algo más. Hasta el diluvio.

08 Diciembre 2009

Manolo Prado

Luis María Anson

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HIZO servicios relevantes a la causa de la Transición, como ha subrayado muy bien Joaquín Bardavío en este periódico, si bien es incierto que no participara en el nombramiento de Adolfo Suárez. Tuvo una intervención destacada. Durante los primeros meses de 1976, primero en su casa de la calle Almagro, después en la mía, nos reunimos un grupo de políticos y periodistas para urdir la operación y contribuir a ella. Varios historiadores recogen puntualmente aquellas reuniones.

A pesar de mi amistad con Manolo Prado, me negué sistemáticamente a encubrir sus andanzas financieras. Me ha alegrado comprobar que la mayor parte de los medios han silenciado aquellas desgraciadas aventuras. Cuando ingresó en prisión, periódicos impresos, hablados y audiovisuales la emprendieron contra él. Fue una desmesura. Reaccioné contra ella. El 27 de abril del año 2004 escribí en el diario que yo presidía el artículo Compadecer al delincuente que, sin alterar una coma, reproduzco a continuación:

«En aquel Colegio del Pilar de las añoranzas infantiles me enseñaron a odiar el delito y a compadecer al delincuente. La noticia que llega a mi mesa de trabajo sobre el ingreso de Manolo Prado en la cárcel me ha hecho recordar aquella enseñanza colegial. La realidad es que me preocuparon siempre las andanzas financieras del personaje. Su cercanía a la Corona, con posibles implicaciones indeseadas, producía alarma a cualquier persona con los pies sobre la realidad. Se trataba de un hombre leal a su modo pero la vanidad le nublaba la inteligencia.

«Durante una época muy larga era imposible hablar con él sin que alardeara de forma incesante sobre su amistad con el Rey. No se le caía el nombre regio de la boca. Le llamaba «patrón» en su cantinela constante: «Desayuné ayer con el patrón». «Hoy he almorzado con el patrón y cenaré esta noche con el patrón en casa de Pirúlez». «Fui a buscar al patrón al aeropuerto y me llevó en el helicóptero hasta Zarzuela». «Voy a liquidar a Sabino porque al patrón le conviene renovarse». «Este Almansa es un desastre. Me lo cargo. Voy a decirle al patrón que lo escabeche». Tanto patrón por aquí, tanto patrón por allá, no era sólo el desbordamiento de la vanidad personal. Era también una forma de facilitar los negocietes de este personaje singular que ayer ingresó en prisión.

«Aprendí con Don Juan lo que los ingleses llaman «tapar la Corona» o «cubrir la Corona»: es decir, no hacer la menor referencia a una audiencia privada, no revelar el contenido de las audiencias públicas, no poner en boca del Rey nada que expresamente no haya sido autorizado por el propio Monarca. Cuando Manolo Prado apeló a su relación con el patrón para dar su versión del contencioso con Javier de la Rosa, en noviembre del 95, corté por lo sano. Dirigía yo por entonces el ABC verdadero y titulé la portada: ‘Trifulca entre empresarios’.

«Dicho todo esto para que no haya dudas sobre mi posición con relación al personaje, creo un deber moral afirmar ahora que si hay que hacer justicia aunque se trate de Manolo Prado no hay que desbordar esa justicia porque se trate de Manolo Prado. Circunstancias de edad y salud aconsejan aplicar la ley con la máxima generosidad posible para que no se haga mayor la pena, incrementada ya por su condición social y personal. La justicia puede convertirse en injusticia si no se actúa con equidad. Cuanto antes se resuelva o se dulcifique, dentro de la ley, la situación ayer creada, mejor para todos los ciudadanos que, odiando el delito, saben compadecer al delincuente».

Hasta aquí lo que escribí hace cinco años. Si por los frutos le conoceréis Manolo Prado puede estar orgulloso porque sus hijos son ejemplares y Borja se ha convertido, por su capacidad y su honradez, en uno de los hombres de referencia de la economía española.

Luis María Anson es miembro de la Real Academia Española.

08 Diciembre 2009

Ahora, la biografía edulcorada

Víctor de la Serna Arenillas

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La semana pasada, a raíz del suceso de Tenerife -niña que muere y se culpa injustamente al novio de su madre- comentábamos aquí la presunción de culpabilidad, peligrosa pendiente por la que con creciente frecuencia nos deslizamos los medios. Pues bien, casi como antítesis nos encontramos hoy con lo que podríamos llamar disimulación de biografía cuando ya muy poco se puede presumir, porque la persona sobre la que se escribe ha muerto.

¿Hasta qué punto es lícito, no ya soslayar, sino colocar algo de sordina a los aspectos negativos de la carrera de una personalidad recién fallecida, incluso los que, en su momento, tuvieron gran relevancia social y periodística? Tras la muerte de Manuel Prado y Colón de Carvajal vemos algo de ello, como sucedió -en aquel caso, sin connotaciones penales- con la de Jesús Polanco, cuyo obituario en EL MUNDO fue calificado desde el grupo Prisa como «una declaración de guerra».

Ahora, y con toda la tinta que la guerra de Kuwait, el grupo KIO y tres condenas en los tribunales hicieron verter en torno a la figura de Prado, leemos a Carlos Dávila, en La Gaceta: «Mi juicio es más positivo que negativo; hizo mucho por la Monarquía y por tanto por España. Padeció la fiebre del oro y eso engolfó un poco su trayectoria». E Ignacio Camacho, en ABC, deja caer que «conoció la soledad penitenciaria», pero pronto puntualiza: «Lo pasó mal sin mover un músculo, sin derrotarse, con una determinación pétrea, con una entereza correosa».

Joaquín Bardavío, en su obituario en EL MUNDO, solamente coloca al final (duodécimo párrafo de un largo artículo de 13) una breve mención de sus tres últimos lustros: «Como empresario, que lo fue siempre, tuvo sombras, que incluso le llevaron unos meses a prisión por su implicación en el caso Wardbase. También fue condenado, ya en los años 90, por apropiación indebida en los casos Grand Tibidabo y Torras, que amargaron los 14 últimos años de su vida». Más completo y, por ende, más equilibrado parece el obituario de El País, que detalla cada una de sus condenas. Eso sí, a cambio está fatal redactado, con frases tan ininteligibles como la que habla del «grupo Torras, del que el financiero Javier de la Rosa y cuyo primer accionista era la sociedad kuwaití de inversiones KIO». Matías Vallés, como suele, le da mucho al sobreentendido en su columna sindicada, hablando de amigos «como el supuesto príncipe georgiano Zourab Tchokotoua o Manuel Prado y Colón de Carvajal. El primero se halla en paradero desconocido en Marruecos, lo cual obligó a la Audiencia Nacional a declararlo inencontrable. El segundo acaba de morir. Sus secretos abultan más que su figura». ¿Secretos o, sin más, hemeroteca?

27 Diciembre 2009

Manuel Prado y Colón de Carvajal

Jaime Peñafiel

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Diplomático y empresario, 78 años. Nació en Quito (Ecuador), pero vino a España siendo niño. Fue durante 20 años administrador del Rey. Murió de cáncer en su casa de Sevilla.

Con motivo de su fallecimiento, infinidad fueron los obituarios con los que se recordó, no sólo su apasionada y apasionante biografía sino, sobre todo, su leal y polémica amistad con el Rey Don Juan Carlos en momentos decisivos en la vida española como fue la Transición. Durante la misma, el diplomático desaparecido jugó un papel importante como amigo del Rey, a quien prestó grandes servicios que el soberano le pagó y que él se cobró.

No es mi intención, aquí y hoy, volver a repetir lo ya sabido y recordado estos días. Sólo quiero poner la atención de nuestros lectores sobre la amistad de Manolo Prado con el soberano español, una amistad que, como dijo en cierta ocasión Doña Sofía, le convertía casi en un miembro de la familia. En todo caso, en una persona de la casa. Un ejemplo lo tenemos la noche del 23-F en la que, según la Reina a Pilar Urbano: «Nos juntamos en La Zarzuela la familia, las personas de la casa, Mondéjar, Valenzuela, Sabino y Manolo Prado».

Dicen que el Rey no debiera tener amigos. Es una de las grandes servidumbres de la Corona. Entre otros motivos, porque la amistad es una igualdad armoniosa, una relación entre semejantes y, tratándose del Rey, esa igualdad no es posible. De existir, como la de Manolo Prado, debe ser tomada tan sólo como un honor que obliga y no como un salvaconducto que legitima. Cierto es que, posiblemente, sean peores los que no presumen de esa amistad pero se valen de ella para obtener sustanciosos beneficios utilizando, en vano, el nombre de Su Majestad. Nunca lo hizo Manolo Prado, quien siempre fue el amigo leal, el embajador volante del Rey, para solucionar problemas personales, problemas económicos, e incluso, problemas de Estado.

Según Joaquín Bardavío, uno de los periodistas que mejor le conoció, Manolo «por fidelidad» se definía a sí mismo como «un perro del Rey». Él mismo me lo demostró a propósito de la compra, por parte de La Zarzuela, de unas cartas que, una condesa italiana, Olghina de Robiland, un amor de juventud del entonces cadete Juan Carlos, me ofreció a cambio de 10 millones de las antiguas pesetas. La transacción se realizó a través del querido general Sabino, entonces Jefe de la Casa de Su Majestad, quien pagó el dinero, dinero del Rey. Al menos, eso pensaba yo.

Hasta que un día, el propio Manolo Prado, en un encuentro en su despacho del Paseo de la Castellana de Madrid, me reconoció que «el dinero para la compra de aquellas cartas lo puse yo». Pienso que con esto me demostraba lo que Bardavío escribió en el obituario de El Mundo: «Manolo Prado fue siempre su administrador o intendente durante 20 años». También «el amigo de infancia de Don Juan Carlos y el hombre con quien es posible contar para esas misiones que no se pueden confiar a nadie más», según José Luis de Vilallonga en el libro de conversaciones de título El Rey.

Manolo Prado también era la única persona que ha permanecido junto a don Juan Carlos, durante su reinado como «miembro adjunto de la Casa». Hasta que los problemas judiciales lo apartaron de La Zarzuela, al menos públicamente. A nivel privado, pienso que Don Juan Carlos le mantuvo la amistad aunque, dado el proverbial desagradecimiento de los Borbones, a lo peor… no.

{*Jaime Peñafiel es periodista especializado en Casas Reales}