12 febrero 1939
Pío XI aceptó firmar un acuerdo con la Alemania nazi mediante la cuál se comprometía a no valorar las decisiones de su dictadura a cambio de que el nazismo se comprometiera a no perseguir al catolicismo
Muere el Papa de la Iglesia católica, Pío XI en medio de una tensión en Europa por el miedo a una inminente guerra

Hechos
El 10.02.1939 falleció el Papa Pío XI.
Lecturas
La vida del papa Pío XI cuyo nombre civil era Achile Ratti se pagó este 9 de febrero de 1939 en Roma a los 81 años. Nuncio en Polonia en 1919, arzobispo en Milán y cardenal en 1921, monseñor Ratti llegó al papado en febrero de 1922 con una amplia experiencia eclesiástica y pastoral. Uno de sus principales objetivos, desde el solio de San Pedro, consistió en regulariza las relaciones entre la Iglesia y los diversos estados; así firmó concordatos – tras difíciles negociaciones – con Austria y la dictadura alemana de Hitler en 1933 y los acuerdos de Letrán con la dictadura de Mussolini en Italia, del que discrepaba públicamente como el de Hitler en Alemania, por considerar que sus regímenes no seguían las doctrinas de la Iglesia católica.
En lo referido a la Guerra Civil española, se posicionó del lado del bando nacional, el bando franquista, por su defensa de la Iglesia, frente a los crímenes anticlericales del bando del Frente Popular.
El Análisis
La muerte del papa Pío XI marca el final de uno de los pontificados más tensos y convulsos de la historia moderna de la Iglesia. Achille Ratti, aquel sabio bibliotecario convertido en pontífice, deja tras de sí una figura compleja, difícil de encasillar, y un legado profundamente marcado por el auge de los totalitarismos europeos. Pío XI ha sabido mantener un delicado equilibrio entre el pragmatismo diplomático y la defensa doctrinal del catolicismo, llegando a acuerdos como el Concordato con Mussolini en 1929 y, más tarde, el de 1933 con la Alemania nazi de Hitler. Pactos que no deben interpretarse como simpatía hacia tales regímenes, sino como una apuesta al ‘mal menor’ del Vaticano de asegurar la supervivencia y libertad de acción de la Iglesia en territorios aceptando convivir con el fascismo.
Pero esa “convivencia” con Mussolini y Hitler no estuvo exenta de recelos. El propio Pío XI, ya en su última etapa, no ocultó su inquietud ante las derivas neopaganas del nazismo y el carácter autoritario del fascismo italiano. Su encíclica Mit brennender Sorge, leída en todos los templos en Alemania en 1937, fue una valiente advertencia sobre los peligros morales del Tercer Reich, pero que no puede evitar que el reproche de aquellos sectores que trataban de luchar contra los régimenes fascistas, mientras la Iglesia pactaba con ellos. Tampoco deja de sorprender la diferencia de actitud del Vaticano respecto a la guerra civil española: en ese caso, la simpatía por el bando nacional de Franco fue clara y temprana. La violencia anticlerical del Frente Popular, que dejó a su paso miles de mártires y templos arrasados, reforzó la visión vaticana de que, en España, la causa católica estaba indisolublemente ligada a la victoria del ejército sublevado. En la cruzada nacional española, el papado de Pío XI encontró un aliado confiable, habíando mucha más sintonía con el general Franco, que con Hitler o Mussolini, viendo en él una promesa de restauración religiosa en España.
La muerte de Pío XI llega, además, en un momento de máxima tensión internacional. Europa se tambalea al borde del abismo. La paz pende de un hilo tras la anexión de Austria, la crisis de los Sudetes y el pacto de Múnich, mientras Alemania, Italia y Japón parecen avanzar decididamente hacia un nuevo orden mundial de corte autoritario. En este contexto sombrío, se extingue la voz de un pontífice que, pese a sus contradicciones, intentó mantener encendida la luz de la Iglesia en un continente que se oscurece peligrosamente. Su sucesor heredará no sólo la cátedra de Pedro, sino también una tormenta en ciernes. Pío XI ha muerto, y el mundo parece haber olvidado el significado del “no matarás”.
J. F. Lamata