22 marzo 1946

Apodado 'el Lenin español'

Muere en el exilio Francisco Largo Caballero, ex Presidente del PSOE y ex Secretario General de la UGT, apartado de la política

Hechos

El 22 de marzo de 1946 falleció D. Francisco Largo Caballero.

Lecturas

Ha fallecido en su exilio en París (Francia) este 23 de marzo de 1946, donde residía desde el final de la Guerra Civil, D. Francisco Largo Caballero. Miembro de la UGT y del PSOE desde sus orígenes ocupó la secretaria general del sindicato socialista Unión General de Trabajadores (UGT) entre 1917 y 1937, y la Presidencia del partido marxista Partido Socialista Obrero Español (PSOE) entre 1932 y 1935.

Favoreció la colaboración socialista con la Dictadura, pero en la década de los 30 radicalizó sus posturas políticas, ganándose el apodo de ‘Lenin español’. Nombrado ministro de la Guerra y jefe de Gobierno en el Gobierno del Frente Popular en plena Guerra Civil en 1936, tuvo que dimitir de su cargo en mayo de 1937 por diferencias internas (dentro del PSOE estaba enfrentado al sector de D. Indalecio Prieto) y externas (acabó enfrentado a la URSS).

Se exilio en enero de 1939, cuando la Guerra Civil aún no había terminado pero ya estaba perdida.

Detenido por el régimen fascista francés de Vichy, estuvo encerrado en el campo de concentración de Oranienburg, pero nunca fue entregado a la España franquista donde presumiblemente hubiera sido fusilado. Había quedado en libertad tras ser derrocado el régimen de Vichy.

30 Marzo 1946

LARGO CABALLERO HA MUERTO

Pyresa

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Dios le haya perdonado

Francisco Largo Caballero falleció en esta ciudad esta noche a las 23.15. (22).

La noticia del fallecimiento del líder socialista no nos alegra, como por alguien podría suponerse. España ha superado los odios y los rencores, y una serenidad total nos permite asistir al espectáculo de la Justicia Divina, interpretándola como tal.

Largo Caballero ya no es de este mundo y no podemos ya referirnos a él como el gran responsable de sangre y de dolor que fue en vida.

Ante su muerte no cabe otra reacción ni otro comentario que el cristiano de ‘Dios le haya perdonado’, como le perdono España, España madre, ya que, al fin y al cabo, aunque réprobo, era su hijo.

04 Agosto 1946

“El comunismo español era un Estado dentro de un Estado al servicio de un país extranjero”

Luis Arasquistain

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Después de la insurrección militar de julio de 1936 el nombre de Francisco Largo Caballero era aclamado en reuniones obreras y en el frente como el ‘Lenin español’. La orden de designarle así procedía de Moscú. Los comunistas necesitaban una primer figura con prestigio en España. Su partido carecía de ella. El nivel metral o moral de sus dirigentes conocidos – José Díaz, Jesús Hernández, Vicente Uribe, La Pasionaria, Margarita Neken – era demasiado bajo. Los comunistas aspiraban a dirigir la tragedia española en el bando republicano, mientras otros hombres y partidos serían los sectores visibles.

El papel de actor principal se asignó a Largo Caballero, a quien dieron el gran título de Lenin español, el mayor honor que podía otorgar a un hombre que no pertenecía a su partido. Unos meses después a principios de 1937 los comunistas empezaron a desprestigiar al hombre que habían ensalzado hasta las nubes. El ídolo que habían fabricado era de barro. El hombre que habían elegido por su energía y popularidad se convirtió en lo contrario: viejo agotado, irresoluto, sin arraigo entre las masas obreras.

¿Por qué este cambio súbito? Nada más sencillo. El Lenin español resultaba en exceso leninista, demasiado personal. Quería gobernar, pero no al dictado de una política puesta al servicio de un país extranjero. Ese y no otro fue el significado de la crisis de mayo de 1937 en la que Negrín sustituyó a Largo Caballero al frente del Gobierno. Significó quizá el triunfo del comunismo en España y la pérdida de la guerra por la República. La guerra española se perdió por culpa de los comunistas. ¿Quisieron ellos realmente ganarla?

El primer conflicto entre Largo Caballero y los comunistas se produjo por el nombramiento de comisario político del Ejército. Un día supo él, Largo Caballero, que sin consultarle, aunque era también ministro de Guerra, el comisario general, J. A. del Vayo, que era también ministro del Exterior, había nombrado cientos de comisarios políticos en el Ejército de la República, la mayoría de ellos comunistas. Esta idea de los comisarios políticos también había sido importada de la Rusia soviética.

Los comunistas quería tener un monopolio de comisarios no para educar y animar a los soldados, sino para obligarles a ingresar en su partido, ofreciéndoles ventajas y ascensos si lo hacían; y persiguiéndoles por todos los medios, incluso la muerte, si se negaban. Desde el primer instante los comunistas fueron los primeros privilegiados, la aristocracia del ejército republicano. Para tal fin se establecieron comisarios políticos y a tal fin les nombró Del Vayo.

Largo Caballero anuló aquellos nombramientos hechos a su espalda en favor a casi exclusivamente del Partido Comunista, es decir, de la política soviética en España. Aquel día el jefe socialista firmó su sentencia de muerte como jefe del Gobierno. Los comunistas querían un Lenin español, pero no de carne y sangre, sino de paja.

Sorprenderá a algunos que Álvarez del Vayo, socialista, se haya prestado a esa política en favor del comunismo; peor para los que le conocíamos hacía tiempo no había nada sorprendente en ello. Desde mucho antes de la guerra permanecía en el socialismo al servicio del comunismo. Las brujas soviéticas tuvieron en él un Macbetch fácil.

Todos los que tuvimos algún contacto con los comunistas conocemos esta táctica de fomentar las ambiciones y adular a los que tratan de seducir. Cuando yo fui embajador en París cierto agente del Komintern venía a verme todos los días para ofrecerme no sé cuántos reinos políticos y sociales en España, hasta que, al fin, cansado un día de tanta adulación, terminé diciéndole: “No se canse; ni soy Macbeth, ni creo en brujas”.

Álvarez del Vayo escuchó las brujas del comunismo y se ofreció de Macbeth para sacrificar a su propio partido y al pueblo español, si era necesario, en servicio de la Rusia soviética. Él sería rey revolucionario de España y heredero político y social de Largo Caballero en un partido obrero español unido y controlado por los comunistas.

Esta labor de unificación, es decir, de absorción del socialismo por el comunismo empezó en los grupos juveniles. Había que unificar las juventudes socialistas y comunistas. La labor preparatoria se hizo en casa de Álvarez del Vayo. Yo viví en Madrid en un piso sobre el de Vayo y podía presenciar la entrada en su casa de los dirigentes jóvenes socialistas para entrevistarme con el agente del Komintern en España, un tal Cordovilla, que usaba el falso nombre de medina y hablaba español con marcado acento suramericano. Allí se organizó un viaje a la Meca moscovita, donde se acordó entregar la juventud socialista española al comunismo soviético. Esto ocurrió en los primeros meses de 1936. Siendo el comunismo la razón principal del desastre de la España republicana la responsabilidad de Álvarez del Vayo, instrumento del partido Comunista, es una de las mayores.

Hubo pronto otro conflicto, esta vez con la diplomacia soviética. Al estallar la insurrección armada, no había representación diplomática ni consular entre España y Rusia, ni política ni comercialmente tenían mucho interés un país en otro. Pero después de proclamarse la República española en 1931, un agente soviético llamado Ostrowsky vino a España a ofrecer gasolina rusa al nuevo gobierno. Meses después, en 1932, una Comisión de técnicos militares rusos vino a estudiar la calidad y condiciones de venta de material de guerra fabricado en España del que no compró nada.

El Gobierno soviético empezó a interesarse por España cuando Largo Caballero asumió la jefatura del Gobierno en 1936. El Lenin español necesita un consejero soviético y Stalin le envió a Rosenberg como embajador. Rosenberg tenía reputación de inteligente, pero fue incapaz de tratar con los españoles del tipo Largo Caballero. Más que como embajador actu´´o de virrey ruso. Visitaba al jefe del Gobierno diariamente procurando darle instrucciones sobre lo que debía hacer para llevar bien la guerra. Los consejos, casi órdenes de Rosenberg se referían principalmente al mando del Ejército e implicaban ascensos y destituciones, no de acuerdo con la capacidad persona, sino con la afiliación política e inflexibilidad a la propaganda comunista.

La gran batalla se libró por el general José Asensio al que los comunistas no querían porque no les dejaba hacer prosélitos. Le acusaban de infidelidad. Se pidieron pruebas pero no pudo ofrecerse ninguna y el Gobierno se negó a destituirle. Al fin consiguieron encarcelarle por la pérdida de Málaga y después de ponérsele en libertad no volvió a tener mando. Apunto de perderse Cataluña, Asensio estaba obligado a residir oficioso en Barcelona y pidió mando de fuerzas para defender la ciudad, en lugar de ir a la embajada en Washington como agregado militar. Se le negó. Había interés en alejarle del Ejército, como a cualquiera, sin que importase su capacidad, en desacuerdo con el autoritarismo comunista, se le alejaba de la administración y del Gobierno.

De este modo era inevitable perder la guerra. No sólo eso, parecía que a los comunistas no les importaba nada perderla si ellos y sus cómplices no eran los únicos en ganarla para sí.

Como Rosenberg no hablaba español iba casi siempre acompañado con Álvarez del Vayo como intérprete en sus visitas a Largo Caballero. Del Vayo era intérprete y consejero adjunto a favor de la política comunista. Un día Rosenberg fue expulsado de un despacho. En vista de ello, la Prensa comunista y los agentes del comunismo que inspiraban ciertos periódicos de París, Londres y Nueva York lanzaron el rumor de que Largo sufría incomprensión o terquedad senil. De ese modo se fue preparando su caída.

Stalin no consideraba suficiente tener un embajador y una legión de agentes en España más o menos conocidos. En varias ocasiones escribió directamente a Largo Caballero. Las cartas llevan las firmas de Stalin y otros dos personajes rusos. En una carta se daban consejos sobre la guerra y se recomendaba acelerar la unificación del proletariado, lo que significaba que el Partido Socialista debía dejarse absorbe y anular por los comunistas: en otra carta Stalin preguntaba a Largo si estaba contento con Rosenberg. Esta carta la trajo el mismo embajador a su vuelta de un viaje a Moscú. La respuesta fue que Rosenberg parecía algo delicado de salud y que un cambio le sentaría bien. Pronto Rosenberg fue reemplazado por Galikis.

Entiendo que Rosenberg fue encarcelado en Rusia. Si el motivo fue su fracaso en España es justo reconocer que no pecó por falta sino por exceso de celo. Pero creo que se le castigó por no perseguir con severidad suficiente a los llamados trotskistas y a los anarquistas en España. Por la misma razón parece que Galikis desapareció también de España unos meses después de haber sido nombrado embajador sin volver nunca a su puesto ni saberse más de él. Desde entonces no hubo embajador soviético en España.

Se supo que un tal Antonov Oschenko, que había sido cónsul general en Barcelona, había sido detenido en Rusia por el delito imperdonable de asistir a un banquete al que asistió también Andrés Nin, amigo de Trotsky.

Los españoles juzgamos la diplomacia soviética demasiado brutal e intolerable para una nación independiente. Pero en Moscú castigan a sus representantes por débiles y humanos. Estos elementos eran para nosotros duchas de agua fría cuando pensábamos lo que sería de España si al fin de una guerra victoriosa teníamos que enfrentarnos con la dictadura comunista.

En mí observatorio ventajoso de la embajada de París noté sorprendido que algunos diarios liberales de Londres, más o menos conscientemente inspirados por los comunistas o sus simpatizantes empezaron a publicar fotografías y elogios de Juan Negrín, ministro de Hacienda a la sazón sin motivo aparente. El motivo oculto era que en Moscú se había elegido a Negrín para suceder a Largo Caballero al frente del Gobierno español: Negrín era catedrático de Fisiología en Madrid y pertenecía al Partido Socialista, pero no era conocido más que en un círculo universitario muy limitado. Había que preparar pronto la opinión internacional y fabricarle una reputación de estadista. Los comunistas son maestros en el oficio de crear artificialmente hombres representativos. Una vez que tropezaban con dificultades. En Moscú pensaron en crear una crisis, con lo cual tomar posiciones.

Hubo otro motivo para echarle por la borda. Largo preparó durante meses una operación militar en Extremadura para cortar las comunicaciones al Ejército enemigo que recibía del Sur tropas marroquíes. El éxito de tal operación podía haber cambiado por completo el curso de la guerra. El norte se podía haber salvado y Andalucía, conquistarse. En cualquier caso la victoria del General Franco no podía haber sido tan decisiva ni tan rápida y había tiempo para negociar una paz diplomática en circunstancias propicias.

Todo estaba preparado para mediados de mayo; pero en el último momento el general Miaja se negó a enviar las tropas ordenadas desde Madrid. Su desobediencia fue inspirada por los comunistas que eran los verdaderos jefes de Miaja militar de muy limitada capacidad pero gran figura internacional de hechura comunista. Al fin Miaja tuvo que ceder ante la actitud del Gobierno: pero de súbito en un Consejo de ministros, los de Educación y Agricultura, ambos comunistas presentaron su dimisión sin fundamento. Largo Caballero fue a ver a Azaña y presentó la dimisión de todo el Gobierno a la que le informó de la operación en curso, lamentando la dimisión de los comunistas en momento tan oportuno. Azaña rogó a Largo Caballero continuase hasta terminar la operación: reorganizando el Gobierno si los comunistas insistían. Si el plan hubiera tenido éxito habría cambiado por completo la marcha de la guerra.

Azaña estaba en constante comunicación con Indalecio Prieto, ministro de Marina y Aire. Poco después, dos ministros socialistas, uno de ellos Negrín, se presentaron a Largo Caballero advirtiéndole que en aquella circunstancia no podía prescindirse de los comunistas, con lo que se irían los dos ministros citados y además Prieto y los tres socialistas. La maniobra estaba clara. Los tres ministros centristas se solidarizaban con los comunistas para expulsar a Largo Caballero. Era necesario detener la operación preparada para Extremadura. El estado de ánimo fue expresado por Simón Vidarte, prietista, en estas palabras cándidas y criminales: “Si Largo Caballero triunfa en la ofensiva, nadie podrá echarle del Gobierno”. De ese modo pensaban ganar la guerra.

Largo Caballero no tuvo más remedio que dimitir definitivamente. Antes se le había propuesto que dejase el ministerio de la Guerra, conservando sólo la Presidencia. Que esto fue un pretexto se demuestra al acumular Negrín la Presidencia y Defensa, en que se habían concentrado Guerra, Marina y Aire, y en la práctica Hacienda, que regentaba un viejo funcionario.

Las tres subsecretarías de Defensa eran desempeñadas por comunistas. Además de esta entrega a los comunistas, Negrín no toleraba a su lado más que a seres insignificantes. Una vez, al preguntarle Azaña que tenía una opinión muy baja de la inteligencia de Negrín, cómo había vuelto a nombrar a Álvarez del Vayo ministro de Exterior, Negrín replicó: “porque no encontré otro más tonto”. Así se llevaba la guerra en la España republicana, y así se rompió la especie de unión sagrada formada en septiembre de 1936. La guerra se había perdido. ¿Era eso lo que querían los comunistas al dividir las fuerzas republicanas en su ansia de dominación del Gobierno y del Ejército?

Puede asegurarse cómo el pueblo español, en especial la clase obrera toleró la penetración comunista.

La explicación es doble. Por una parte era imposible informar al pueblo de lo que pasaba y de la tragedia a la que le llevaban los comunistas. Largo habló en un teatro de Madrid en el verano de 1937. Su discurso fue el primero de una serie en toda España, pero fue también el último. Negrín le prohibió continuar y, al fin, le tuvo confinado en Valencia.

Toda la Prensa estaba en manos del Gobierno, o sea, de los comunistas. En Madrid teníamos un periódico, CLARIDAD, que fundé yo y otro en Valencia. El primero fue expropiado y el segundo incautado por el ministro socialista del Interior, Zugazagoitia. Los principales ministerios desde el punto de vista de la guerra estaban en manos de los comunistas. En el del Exterior, los comunistas llevaban las secciones principales. La subsecretaría de Propaganda tenía unos 500 empleados, los más, emboscados para no servir en el frente, y de ellos, más del 90% eran comunistas. El jefe de Cifra era comunista, y las comunicaciones recibidas del exterior iban antes a la embajada rusa que al Gobierno español. El comunismo era un Estado dentro del Estado y al servicio de un país extranjero.

Toda crítica o censura se silenciaba con el argumento de que había que ganar la guerra, a la vez que con la amenaza de suspender la ayuda rusa. Para asegurar ésta había que eliminar a todos los que tuvieran el veto comunista. De hecho al fin del periodo Largo Caballero los suministros de Rusia escasearon y empeoraron, reanudándose con Negrín. Este truco se empleó meses después para eliminar a Prieto del ministerio de Defensa. Una vez consideró, en la primera del 38, mediante los envíos rusos. Pero en realidad aquellos suministros bélicos rusos nunca fueron suficientes. La razón es una incógnita que sólo los futuros historiadores podrán acaso aclarar. La política rusa en España durante la guerra fue todo menos clara y sólo puede interpretarse por conjeturas.

Una hipótesis, si es exacta, confirmaría las sospechas que teníamos algunos españoles ya en 1937 de que Stalin no quería que ganásemos la guerra porque ello exasperaría a Hitler. Si no su ayuda habría sido más abundante y eficaz. Tampoco quería que la perdiésemos pronto, porque una vez liquidado el conflicto español Hitler tendría más libertad para desarrollar su política de agresión hacia el Este y quizá contra la misma Rusia. Stalin simplemente deseaba prolongar nuestra guerra indefinidamente para entretener a Mussolini y Hitler y obligar a éste a llegar a una inteligencia con la URSS por lo que en la guerra española sólo veía una diversión estratégica.

Luis Arasquistain