16 abril 2003

Muere Ignacio Aguirre Borrell, Secretario de Estado de Información durante el periodo más tenso de la Transición marcado por el 23-F

Hechos

El 15 de abril de 2003 fue noticia el fallecimiento de D. Ignacio Aguirre Borrell.

16 Abril 2003

Ignacio Aguirre Borrell, diplomático

Esperanza Aguirre Gil de Biedma

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Ignacio Aguirre, mi tío Ignacio, acaba de morir rodeado del cariño y de la admiración de todos los que le conocíamos. En esta hora de los recuerdos y de los homenajes he querido unir los míos a los de tantos amigos como él tuvo siempre.

Ignacio Aguirre era una fuente inagotable de anécdotas y de simpatía, y, al escribir estas líneas apresuradas, se me vienen a la memoria muchas de las conversaciones que tuve con él. Y casi todas estuvieron unidas a su pasión por la política y por los toros.

Siempre fue un hombre preocupado por la política española, de la que me habló mucho. En los últimos años del franquismo estuvo comprometido en los intentos para democratizar aquel régimen y, entre otras iniciativas, impulsó la creación de EL PAÍS, del que fue fundador. También formó parte del equipo de Pío Cabanillas que, en 1974, procuró una apertura informativa. La transición la vivió en primera línea y trabajó mucho y muy eficazmente en todas aquellas iniciativas que buscaban la recuperación de las libertades. En esta época ocupó puestos directamente relacionados con la libertad de expresión, en la que creía apasionadamente.

El 23-F, como secretario de Estado de Turismo que era y futuro secretario de Estado de Información que sabía iba a ser, se incorporó a aquel Gobierno de crisis que formaron los subsecretarios bajo la presidencia de Francisco Laína. Después le correspondió ser el portavoz del Gobierno hasta octubre de 1982 y le tocó lidiar los miuras del juicio del 23-F, la entrada en la OTAN con la oposición cerrada del PSOE y la descomposición de su partido, UCD. Me consta que los periodistas que vivieron de cerca aquellos momentos guardan de él un magnífico recuerdo por su talante siempre moderado, siempre liberal, y por su constante actitud de colaboración con todos los que hacen la información.

Mi tío Ignacio también ha sido un magnífico diplomático. Ingresó en la carrera en 1959, para alegría de su padre que, ya mayor, vio a su hijo pequeño convertido en secretario de Embajada. Entre otros destinos, fue embajador en Gabón (1973-1974) y en Costa Rica (1992-1997) y cónsul general en Perpiñán (1989-1992) y en Londres (1997-2002).

Creo que todos los Aguirre hemos heredado la afición a los toros de mi bisabuelo Félix Borrell, que a principios del pasado siglo hacía crítica taurina y la firmaba como Félix Bleu, pero ninguno ha llevado esa afición tan dentro como mi tío Ignacio. Creo que ha sido el mejor aficionado, el más profundo y el más puro que he conocido. Recuerdo que, siendo yo una niña, me contaba que, cuando eran todavía estudiantes, su padre se marchaba a los toros y les dejaba a él y a sus hermanos estudiando en casa, y sistemáticamente se escapaban para ir a la plaza a las localidades que buenamente podían encontrar, y cómo un día las entradas que encontraron estaban justo encima de los timbaleros, de manera que, cada vez que cambiaban el tercio, todas las miradas de la plaza se dirigían hacia allí, y se pasaron toda la corrida agachándose detrás de los timbaleros para que su padre, mi abuelo José Luis, no les pillara.

La afición a los toros en mi tío Ignacio no fue sólo una afición de tendido y de tertulia, siempre le gustó torear y no desperdició ninguna oportunidad de hacerlo en tentaderos, en privado, e, incluso, en algún festival. En la familia, a todos nos dejó admirados que el año pasado, en julio, cuando, a sus 70 años, ya tenía unas dificultades enormes para moverse, se pusiera delante de una vaca grande y astifina en casa de Antonio Pérez Tabernero y le diera 30 espléndidos muletazos ante la asombrada mirada de Víctor Puerto. Entonces dijo, recordando a Juan Belmonte, que para torear hay que olvidarse del cuerpo, y eso es lo que él había hecho: olvidarse de su cuerpo ya enfermo para gozar de la que había sido su máxima pasión, torear. Creo que la pasión por los toros la llevó tan dentro que, en más de un sentido, puede considerársele un torero de cuerpo entero.

Siempre guardaré de él un recuerdo lleno de cariño y de admiración. Porque me parece admirable haber sido capaz de torear como él lo ha hecho y porque también admiro la pasión con que se entregó a la política para ganar la libertad y la democracia en España. Terminaré por decir que Ignacio Aguirre era el tío que a cualquiera le hubiese gustado tener y que siempre estaré orgullosa de él.