28 julio 1980

El político aspiraba a convertirse en presidente del Gobierno liderando a un sector crítico que desbancara a Suárez con el apoyo de un sector de los democristianos

Muere Joaquín Garrigues Walker, jefe del sector liberal de la UCD y líder de la rebelión interna contra el Presidente Suárez

Hechos

El 28.07.1980 falleció D. Joaquín Garrigues Walker, ministro con UCD y diputado de esta formación en el Congreso.

Lecturas

Tanto su compañero de corriente en UCD, D. Ignacio Camuñas Solis, como su amigo periodista D. Pedro J. Ramírez, recordaron en sendos artículos el célebre texto del Sr. Garrigues ‘Good Night, Mr. President’, escrito durante la dictadura deseando para España un sistema como el norteamericano.


29 Julio 1980

"Good-bye, Mr. president"

Ignacio Camuñas

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Acabo de volver de la Clínica de la Concepción de la primera misa que se acaba de celebrar por el descanso de Joaquín Garrigues. Me ha acompañado a la vuelta Paco Ordóñez; los dos hemos sentido la misma sensación de dolor y de vacío al abandonar la Concepción sin necesidad de que mediara palabra alguna entre nosotros. En el curso de estos últimos años, los tres, Joaquín, Paco y yo, hemos recorrido muchas veces juntos el camino hacia la Ciudad Universitaria para distintas reuniones en la Moncloa. Esta vez volvíamos los dos a Madrid sin Joaquín.Conozco a Joaquín Garrigues desde hace cerca de treinta años. El era de la promoción de mi hermano Jaime, amigo íntimo de Joaquín y también de Mercedes. Recuerdo a los Garrigues, como ya se les llamaba en el colegio, a Joaquín y a Antonio, como dos destacados deportistas, pioneros en aquellas épocas en la práctica del hockey sobre patines. Después, los años universitarios y sus primeras experiencias en el campo profesional y empresarial dejan ya entrever en Joaquín una profunda vocación por la vida pública. Eran los años de apogeo del régimen de Franco y él había escogido claramente el campo para participar en la vida. política española al lado de la oposición democrática, y vivía preparándose para cuando llegara el momento de la sucesión.

Creo recordar que fue en el otoño de 1975 cuando un día convinimos una reunión en la cafetería del hotel Castellana, lugar después de muchas reuniones nuestras y base de operaciones de numerosos encuentros para preparar la operación Centro Democrático, y en la que Joaquín me explicó detalladamente su propósito de abandonar todas las actividades empresariales para entrar de lleno en la organización de un grupo político que se configuraría al inicio como Sociedad de Estudios, de la que surgiría más tarde la plataforma de arranque del partido demócrata que entonces ya pretendía formar.

Desde aquel día hasta hoy han sido incontables las jornadas vividas en común, siempre unidos por un mismo afán: contribuir a hacer posible en España un régimen democrático que modernizase sustancialmente las estructuras tradicionales del pasado para los dos, sumamente intolerantes, dogmáticas e impregnadas de contenido nacional-sindicalista. Parece que lo estoy viendo despotricar con sonrisa burlona y con toda su ironía, al referirse a los que él llamaba «estos fascistas-leninistas que no tienen solución».

Juntas salieron nuestras fotos a la calle cuando los dos grupos políticos que encabezábamos organizamos la I Convención Liberal, en marzo de 1977. Las vallas publicitarias que se prepararon para este acontecimiento decían: «Los liberales caminan». Alguna vez, posteriormente, hemos vuelto a rememorar esta frase que, en forma de clave, ambos entendíamos lo que queríamos decir. Los dos pensábamos que una nueva formación democrática en España necesitaba del ingrediente liberal, pues los católicos, los tecnócratas, y no digamos nada los hombres del Movimiento, salían del régimen de Franco sumamente desgastados.

Después comenzamos juntos las primeras conversaciones y negociaciones con Suárez en la Moncloa para la formación de lo que luego seria UCD. A nosotros nos hubiese gustado ir solos a las elecciones, como a tantos otros, pero el más mínimo sentido del realismo y la responsabilidad política» nos impedía acometer tan arriesgada aventura.

Recuerdo centenares de kilómetros y numerosos mítines electorales al alimón durante la campaña de junio de 1977. Joaquín, en el más puro estilo anglosajón, empezaba siempre sus discursos con alguna anécdota, que servía frecuentemente para relajar el ambiente y provocar la sonrisa del auditorio, que le premiaba con el primer aplauso de los muchos que luego cosechaba al acabar, Ya por aquel entonces, entre mitin y mitin por las carreteras de España, solía referirse a menudo a su «mala salud de hierro».

Luego, de nuevo compañeros en el primer Gobierno surgido de las elecciones del 15 de junio, hacía célebres sus desapariciones después de comer, aun cuando continuasen las deliberaciones del Consejo de Ministros, para descansar un rato, porque aguantaba mal las largas sesiones con las que por aquel entonces nos obsequiaba el presidente del Gobierno. Joaquín, desde ya, nadie lo sospechábamos, comenzaba a sentir los zarpazos de su larga y cruel enfermedad.

Ha soñado siempre con ser algún día presidente del Gobierno, hasta constituir este tema a veces en él una auténtica obsesión. El descaro y la gracia con que tantas veces se lo ha dicho al propio Adolfo Suárez causaba la sorpresa y el regocijo de tantos que, pensando lo mismo, nunca se hubieran atrevido a reconocerlo. Después de la dura campaña electoral en Murcia con las elecciones de 1979, la salud de Joaquín se quebró definitivamente.

El ejemplo de entereza moral y física que ha dado en estos últimos meses de su vida nos descubren al verdadero hombre que hay detrás de su sonrisa, sus gruesas gafas y el mechón juvenil de cabello sobre la cabeza. Conocían mal, muy mal, a Joaquín quienes no sabían ver detrás de su buen humor y de su fina ironía una recia personalidad, una voluntad insobornable a la búsqueda de un objetivo, eso sí, deportivamente imaginado.

Sus últimas incursiones periodísticas y literarias al borde ya del final quedan como feliz apunte de lo que Joaquín Garrigues pudiera haber dado de si con la pluma en la mano en un futuro más despegado y sosegado.

Estoy seguro que serán muchos los que estos días se sumarán a hacernos recordar a todos mil y una anécdotas, experiencias y pensamientos de Joaquín, en las que se irán dibujando el perfil humano y político de este gran español que la providencia nos ha arrebatado tan de repente.

Joaquín nunca quiso morirse, a pesar del dolor y del sufrimiento, y al morirse, también todos nos hemos muerto un poco con él. «La situación es desesperada, pero no seria», solía repetir él con mucha frecuencia. Nos deja a sus amigos y compañeros un ejemplo probablemente irrepetible de capacidad de lucha frente a la adversidad hasta no rendirse nunca.

Te despido, Joaquín, con el título de un viejo artículo tuyo publicado hace unos años en Abc, y que estoy seguro que te gustará: «Good-bye, Mr. president».

Ignacio Camuñas es diputado de UCD por Madrid.

29 Julio 1980

En la muerte de Joaquín Garrigues

EL PAÍS (Editorialista: Javier Pradera)

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Fueron muchos los españoles que pudieron contemplar por televisión, durante el segundo Pleno del Congreso del mes de mayo, transmitido en diferido por el monopolio estatal, la sincera y emocionada acogida que tributaron los diputados, tanto del partido del Gobierno como de la oposición, a Joaquín Garrigues cuando hizo su entrada en el hemiciclo, inmediatamente después del discurso del presidente Suárez y antes de la réplica de Felipe González. Las conmovidas palabras del secretario general del PSOE, nada más subir a la tribuna, para saludar la reincorporación a su escaño de un diputado que lo hacía para votar en contra de la moción de censura socialista fueron un inequívoco homenaje a la calidad humana y a la singularidad personal de un hombre marcado ya por la inminencia de la muerte y que había aportado a la vida pública posfranquista cualidades infrecuentes en la clase políticá española.Joaquín Garrigues no era un intelectual, pero sí un hombre inteligente; no era un teórico de la economía, pero sí una persona familiarizada con la gestión empresarial; no era un creador de diseños originales, pero sí un político con el suficiente talento como para tratar de aplicar a la situación española fórmulas ya probadas en ótros países del mundo occidental. Su decisión de volcar su esfuerzo y su imaginación a la vida pública en las postrimerías de franquismo, después de una larga etapa dedicada a la empresa privada, potencióiesa vocación con el conocimiento de los problemas reales de la sociedad española y con el entusiasmo hacia una actividad que culminaba sus experiencias anteriores. Su completo alejamiento del aparato del Estado durante el régimen anterior, con el que colaboraron con pleno cinismo o con torturados sentimientos de culpa algunos de sus pares, le ahorró cualquier trauma de mala conciencia y le permitió demostrar que el compromiso con las libertades y con la democracia no es patrimonio de ninguna clase social y puede ser coherentemente asumído por persona s instaladas en los estratos superiores de la sociedad. La escasez de hombres y mujeres que le acompañaron en su esfuerzo -el propio Garrigues comentó con exagerado humorismo, tras la creación de UCD, que las bases de su partido liberal cabían en un taxi- es tal vez la melancólica prueba del escaso eco que encontró sú mensaje en algunos medios sociales que hoy, oportunista y tristemente, se aprestan a utilizar su honesto recuerdo para sus interesados fines.

Las notas necrológicas suelen pecar siempre de emocionalismo, comprensible por esa dolorosa sensacion que invade a los que siguen vivos mereciéndolo menos que quien ha fallecido, y por la oscura intuición de que los dioses siempre retiran de este mundo a los mejores. Sin embargo, cualquier glosa a la memoria de Joaquín Garrigues se convertiría en distorsionadora si no hiciera referencia a esos aspectos que los historiadores del manana seguramente no podrán recoger en sus análisis, y que se refieren a cosas tan difícilmente definibles como el talante, el encanto personal, la capacidad de diálogo y la disposición para comunicarse con amigos y adversarios. Cabe discutir si la muerte de Garrigues significa a la vez la desaparición de la única alternativa viable, deseable. y digna al liderazgo de UCD y del Gobierno del Estado. Pero, en cambio, resulta muy difícil poner en duda que su fallecimiento ha privado de frescura, ironía, distanciamiento, imaginación y calidad humana a la vida pública española, sórdidamente circunscrita por la pesada monotonía de ademanes, la falta de humor, la engolada convicción de la propia importancia, los méritos documentados en las oposiciones a la Administración pública y la canibalesca disposición a lanzarse a la yugular del colega o del adversario para ganar alguna cota en esa escalada homicida hacia el Everest del poder en el que se ha convertido la política española.

04 Agosto 1980

'Good night, Mr. President'

Pedro J. Ramírez

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El 10 de diciembre de 1963 el diario ABC publicó un importante artículo, de asombroso contenido si se tiene en cuenta que los periódicos aún seguían sometidos por aquellas fechas al sistema de censura previa. Se titulaba ‘Good Night, Mr. President’ y apoyándose en la sencilla frase de cortesía que el hijo pequeño de John Kennedy había dirigido antes de acostarse al ya nuevo presidente Lyndon Johnson, constituía un firme alegato en favor de la democracia: “Y siendo la vida humana temporal, la Constitución, que ha de velar por el bien de la comunidad, tiene que prever, olvidándose de circunstancias personales, la continuidad de la vida pública”. EL artículo lleno de connotaciones aplicables a España concluía haciendo votos para que estos mismos principios ‘iluminen algún día las leyes constitucionales de todos los pueblos de la tierra’.

Su autor, un hombre joven de poco más de treinta años llamado Joaquín Garrigues Walker, estaba muy lejos de sospechar que dos décadas después su propia desaparición trágica había de infundir un sentimiento trágica había de infundir un sentimiento de desolación similar a lo que conllevó la muerte de John Kennedy y que sólo en la fe en el entramado de valores que el defendió desde fecha tan temprana, sería posible encontrar consuelo ante su ausencia.

Suárez entró por otra puerta

Garrigues nunca dejó de concebir la UCD como un pacto entre dos sumandos diferentes – los antiguos franquistas, la antigua oposición moderada – que debía ser continuimaente renovado, a partir de un claro reparto de cuotas de poder y sobre la base del limpio juego democrático interno. Casi desde el mismo día de la constitución de UCD, advirtió el propósito de Adolfo Suárez de vulnerar ese pacto para trasnformar el colectivo en un instrumento al servicio de su propia proyección pública.

La breve y truncada historia política de Joaquín Garrigues es, de hecho, en buena parte la historia de sus desvelos por impedir el crecimiento y desarrollo de la ‘tentación totalitaria’ inoculada como un virus maligno dentro de su propio partido.

El era el primero en no hacerse excesivas ilusiones sobre el desenlace del ‘match’. Entendía como lógico y natural que Suárez terminara saliéndose siempre con la suya y que el servilismo, la mediocridad y la cobardía fueran impregnando progresivamente la atmósfera política centrista. Por eso nunca arrojó la toalla, porque el combate era para él, ante todo, una exhibición de deportividad. En cierta ocasión llegó poco menos que a juramentarse con Fernández Ordoñez para plantarle cara al presidente e imponerle condiciones antes de una reunión del Comité Ejecutivo. Al día siguiente, y con el estoicismo de quien está acostumbrado a leer el parte de una guerra en la que los malos demuestran ser siempre más listos que los buenos. ¡nos explicó a algunos amigos que la intentona había quedado frustrada, porque mientras ellos le esperaban ante una de las puertas, a Suárez se le había ocurrido entrar a la sala de reuniones por otra.

Las vacilaciones de Fernández Ordoñez formaban parte de la estética de la pelea. Joaquín solía decir que él era una persona que cuando llegaba a una habitación siempre se dejaba un pie en la puerta de salida. Tras bromas como estas se percibía sin embargo, siempre un poderoso flujo de simpatía, admiración y afecto. Recuerdo cómo una vez interrumpió a uno de sus colaboradores que desarrollaba una prolija argumentación sobre las razones que desaconsejaban la ‘alianza’ con Fernández Ordoñez: “Si no fuera un hombre importante, no dedicarías tanto tiempo a hablarme de sus defectos”.

A Joaquín le horrorizaba el propósito de convertir la UCD en una estructura funcional sin más ideología que la del culto a la personalidad del jefe. Había sido uno de los líderes de la ‘oposición moderada’ que más firmemente se había negado a aceptar la invitación a formar parte de Coordinación Democrática extendida por los partidos marxistas – “¡Bastante organismo unitario hemos tenido ya durante los últimos cuarenta años!” solía decir por entonces-  y no estaba dispuesto a terminar cayendo en la misma trampa que los nacional sindicalistas.

Garrigues había decidido agotar todas sus posibilidades de influir en UCD desde dentro, porque entendía la oportunidad histórica de la operación centrista, pero nunca descartó la alternativa última de romper su partido y formar mayoría parlamentaria con los socialistas – a imagen y semejanza de los liberales alemanes – sobre la base de acuerdo programático, claro.

Suárez sabía que tenía agallas suficientes para dar ese paso y de ahí su desasosiego y su zozobra cada vez que se producía el más nimio contacto humano entre Garrigues y alguno de sus muchos amigos del PSOE. Pese a gestos como el de expreso apoyo a Martín Villa, sentándose a su lado el día en que los socialistas pretendieron separar por su cuenta en el Congreso a las familias de UCD, ni Suárez ni la mayoría de sus colaboradores llegaron a entender nunca que Joaquín les sería leal hasta el día en que decidiera cambiar de bando y que si eso sucedía, ellos serían los primeros en saberlo.

Fue precisa su titánica exhibición de coraje del día de la moción de censura para que muchos personajillos de su propio partido advirtieran la verdadera talla de Joaquín Garrigues. A la vista del tropel de alabanzas que ha seguido a su fallecimiento, nadie diría que hasta hace unos meses se trataba de la persona más denostada, atacada e incomprendida por los sectores dominantes de UCD.

Antes de que trascendiera la gravedad de su enfermedad, la simpatía y el entusiasmo que tanto entre los intelectuales como entre la gente sencilla suscitaban  la persona y las ideas de Joaquín, sólo eran comparables con la envidia y la inquina que dicho fenómeno provocaba entre muchos de sus compañeros de partido. Incapaces de decir sino tonterías con cara de funeral, le habían colocado despectivamente la etiqueta de frívolo, cuando eran palabras muy serias e importantes las que transportaba su sonrisa.

Joaquín era consciente de que la burocracia panzista estaría siempre contra él y no utilizaba para defenderse sino las armas de la ironía y el humor. Muy pocos de los mandamases centristas se escaparon de sus chistes, bastante más piadosos de lo que algunos de ellos merecían.

“El actual Gobierno de Suárez está compuesto por un montón de ministros mediocres y un ministro enfermo’, me resumió un día tras la formación del Gabinete resultante de las elecciones del 1 de marzo. Garrigues era consciente de que había quedado relegado a la condición de florero ornamental y durante más de un año no deseó sino obtener una tregua de su cruel enfermedad para abandonar el poder y erigirse en portaestnadarte del sector crítico. “Si el país supiera a que nivel se están tomando las decisiones en los Consejos de Ministros – me dijo en otra ocasión – la gente se agolparía despavorida en los aeropuertos”.

Un hombre en radical desacuerdo

Quien ha muerto hace una semana, no es ni un ‘hombre de UCD’, ni un político del sistema’. Ambas etiquetas están ya lo suficientemente desprestigiadas por la conducta de muchos de quienes las detentan como para resultar antagónicas al significado de la personalidad de Joaquín Garrigues. El primer deber que nos corresponde a quienes tuvimos la inmensa suerte de conocerle bien, a quien nos cabe el infinito orgullo de creer que fuimos amigos suyos, es el de rescatar su memoria del laberinto de las pompas fúnebres oficiales, y recordar que era un hombre en radical desacuerdo con la forma y el sentido de la finalidad con que viene ejerciéndose el poder en España.

Hecha esta decisiva puntualización, ahí queda su doctrina plasmada en centenares y centenares de artículos, en docenas y docenas de discursos, en millares de declaraciones públicas. Quien asuma la necesaria tarea de ordenar y sistematizar todo ese material, percibirá pronto la asombrosa coherencia de una trayectoria ideológica de proyección siempre lineal. ¿Quién de entre los actuales gobernantes puede presumir de haberse expresado públicamente hace diecisiete años en la misma dirección que ahora?

La mano ciega del destino ha querido que el título de un artículo escrito por Joaquín Garrigues en un momento en que su vida era un acopio de esperanzas pueda ser su mejor epitafio ahora que todas han quedado brutal e injustamente cercenadas, ahora que él ya no será nunca ese gran ausente que este país se merecía. Si la muerte de Joaquín Garrigues es un negro presagio, un mal augurio revoloteando sobre nuestras cabezas, su testamento ideol´goico puede ser la mejor coraza para defender la vida en libertad. ‘Good night, Mr. President’. Buenas noches, Joaquín. Jamás de olvidaremos.

Pedro J. Ramírez

El Análisis

Cabecilla de la conspiración contra Suárez

JF Lamata

No era el único, pero quizá de los que más había dado la cara. El sector liberal de UCD que lideraban D. Joaquín Garrigues Walker y D. Ignacio Camuñas se había puesto manos a la obra para derribar al presidente Suárez. El Sr. Garrigues pertenecía a una poderosa familia (su padre, el embajador D. Antonio Garrigues Díaz Cañavate fue un destacado diplomático en el franquismo y ministro en el último Gobierno del Sr. Arias Navarro), que mantenía buenas relaciones con El Vaticano e incluso con las dictaduras comunistas de la Europa del Este. Además D. Joaquín Garrigues también contaba con importantes apoyos mediáticos, su familia era co-propietaria de la Cadena SER y él había logrado colocar una ficha suya, D. Pedro J. Ramírez, en la dirección de DIARIO16 para que liderara la ofensiva contra el Sr. Suárez.

Sin embargo su repentina muerte acabó con todas sus esperanzas. En el II Congreso de UCD de Palma de Mallorca, el sector liberal – ya sin su líder – se uniría a una parte del sector democristiano – el de D. Landelino Lavilla – para hacerse con el control del partido, pero serían derrotados por el ‘suarista’ Sr. Rodríguez Sahagún.

J. F. Lamata