23 enero 1967

Vendió el periódico a la empresa FACES, vinculada, entre otros, al Banco Popular

Muere Juan Pujol Martínez, veterano periodista franquista fundador del DIARIO MADRID

Hechos

Fue noticia en el DIARIO MADRID el 23 de enero de 1967.

Lecturas

Los periodistas D. Juan Pujol Martínez y D. José Losada de la Torre durante la guerra civil española.

23 Enero 1967

Ha muerto don Juan Pujol

Miner Otamendi

(Director de Diario MADRID)

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Aquí está. Aún caliente. Su tremendo corazón de polemista hace diez minutos que dejó de batirse contra el pecho. Una circunstancia fortuita ha hecho que el último de sus discípulos – precisamente el que tiene a tan alto honor ocupar el puesto que él ocupara – fuera el primero en enterarse de la nueve años temida y ahora súbita muerte.

Cuando llegué hasta sus sábanas, que eran ya mortaja, quise recoger de aquel rostro, sereno y de marcadas ojeras, violáceas, la postrera y póstuma lección del maestro.

Era la misma lección de siempre. Su única lección. La que nos daba en su hábil didáctica cuando quería suavizar con ironías una situación difícil, la que nos daba, acerada y buida, en aquellos breves editoriales, zumo de sabiduría periodística, daga mortal de necesidad con que cuando era necesario ilustraba excelsamente las páginas de MADRID; la que nos daba su historia fundamentalmente recta, perfilada, sin ambigüedades, combativa, con esa independencia de criterio que tienen los genios y los capitanes.

Eso fue él en su vida: capitán de la crónica, genio del argumento y la dialéctica.

Pero cuando tuvo MADRID en sus manos y cuando Madrid se entregó periodísticamente en las suyas, don Juan Pujol amoldó su capitanía, su genio y su genialidad al nuevo menester. Y fue entonces cuando entre sus dedos de artista floreció la batuta de director que quería serlo como si aquella redacción fuera una orquesta y cada redactor un solista en la interpretación. Así organizó él su periódico; así dirigió él su MADRID alternado la suave indicación de una mano que requiere más levedad en el tono con el enérgico relámpago de la batuta que cruza el aire.

Maestro, tu lección de hoy es tu lección de siempre, la de un periodista de honor que antes tuvo el honor de estar siempre en periodista.

Miner Otamendi

23 Enero 1967

Un padre del periodismo

Juan Aparicio

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Si la vida es un tejemaneje de amnesias, más que de sueños, confundiéndose este desmemoramiento con la ingratitud, se debe reaccionar dinámica y equitativamente al reavivar la memoria, tanto más cuando en el caso y en el ocaso de don Juan Pujol, ante quien se presenta mi recuerdo agradecido.

Principiaba mi Bachillerato en la ciudad de Granada, hace cincuenta años, y después de los exámenes de alumno libre, en junio de 197, mi padre me dijo de repente, hojeando un diario madrileño titulado LA NACIÓN: “Este Pujol, subdirector adjunto a la Dirección del marqués de Polavieja, es el periodista actual que más leo y admiro”. Semejantes o parecidas palabras cuajaron en mi imaginación infantil la figura de un hombre del Sudeste, mitad poesía y mitad energía, sobre cuya biografía profesional y humana hemos conversado, en múltiples ocasiones confidenciales juntos.

Porque entre don Juan y mi disciplina se trabó un vínculo de relaciones personales iniciadas en otra primavera de hace treinta y cuatro años, cuando tuve conocimiento directo, durante una cena en honor de Eugenio Montes en el hotel Gran Vía, de un Pujol en su plenitud vital, que casi introducía los claveles de la mesa en sus narices mediterráneas para aspirar su fragancia: debajo de los ojos oscuros y expresivísimos, en una faz melancolía de almogávar. Entonces, el profesor Montes aludió en el discurso final a mi nombre incipiente, y don Juan, al despedirse en medio de la madrugada, con su gesto anunciante y anhelante me espetó de pronto: “Mándeme usted cosas”, pues don Juan Pujol dirigía INFORMACIONES, adonde le envíe un artículo patético sobre la conferencia que iba a pronuncia Ortega y Gasset debajo de la interrogación “¿Qué pasa en el mundo?” para recaudar fondos al periplo del alumnado de la Facultad de Filosofía y Letras hacia Jerusalén, y yo le rebatía, en aquella hora de los ‘burgos podridos’ y del desgaste del bienio azañista, concluyendo con la pregunta: “¿Qué queda en España?”

Como olfateaba las flores, don Juan barruntaba los acontecimientos y el porvenir de las personas dándome cabida en la primera página y en las columnas de entrada de su periódico de combate ya que siempre este sibarita con estro levantino y pirenaico, puesto que su progenitor era un comerciante de la provincia de Gerona establecido en la fabulosa y cartagenera Unión, tuvo que moverse en el interior de guerras y conflictos hasta que vino la paz octaviana de Franco, comparado a menudo por Pujol con Augusto, el personaje que cerró el templo de Jano en la historia de Roma. Don Juan Pujol, que había sido becario al lado de Azaña en el París de la ‘belle epoque’ – y allí se casó con la francesa y cordial doña Juanita – como corresponsal de EL MUNDO y ABC, hizo la guerra del catorce – la conflagración mundial, según se le ponderaba a la sazón – en Inglaterra, en la Holanda invadida por los alemanes, en la Turquía del Sultán, en los frentes mandados por los archiduques de Austria…

Las anécdotas y su valor en esa época le colocan en la línea de un D´Annuzio y de un Tardien, porque don Juan era aventurero y conservador y con ese penacho y ese freno actuó en la posguerra europea, desde el mirador parisiense y en la bardeada de Madrid, al proclamarse por abandono la República. En seguida don Juan dio la voz de alarma y empuñó las armas de su dialéctica periodística parapetado en la dirección de INFORMACIONES a la vez que redactaba el manifiesto con que se sublevó el general Sanjurjo contra la desmembración constituyente de la Patria. Aquellos tiempos eran miseros y osados y nos conducían a las cárceles y Villa Cisneros, antes de que funcionasen las checas.

Al dar con mis huesos juveniles en el penal de Ocaña junto a Ramiro Ledesma, al dominico padre Gafo, al intrépido Jiménez Millás y a numerosos adolescentes y veteranos de don Miguel Primo de Rivera, en un complot urdido por los servicios policiacos de Casares Quiroga, don Juan Pujol organizó una suscripción a mi favor en su periódico vespertino, dado que mis ingresos procedentes de la enseñanza del latín y del árabe se habían cercenado en el estío turbulento de 1933. Más tarde don Juan intervino en Burgos, Salamanca y San Sebastián, partiendo de Portugal en el Alzamiento del 18 de Julio y guerra de Liberación y el diputado por Madrid y Baleares se convirtió en un soporte lírico y confiada de la Cruzada.

A lo largo de una década he convivido con don Juan y don Pedro Pujol, con los Pujoles, porque luego se unieron a sus padres, a través de la escuela de periodismo, Carlos y Aurelio, todos los incidentes sublimes y anecdóticos de nuestra España y del desarrollo de su periodismo, mientras yo ejercía la Dirección General de Prensa y don Juan Pujol dirigía su MADRID en coyunturas de asedio internacional y de esperanza española. Supe antes que nadie sus proyectos para la nueva instalación del diario con edificio y máquinas propios y así propuse al difunto don Gabriel Arias Salgado la concesión a don Juan del título de periodista de honor, pronunciado su panegírico en el Círculo de Prensa, Jaime Balmes, como halma pergeñado otra alabanza anterior en PUEBLO y posteriormente en EL ESPAÑOL, dirigidas ambas publicaciones por mí en los difíciles años cuarenta y cincuenta. Ahora también escribo este último elogio, que no es un réquiem, sin una apología del vigor varonil y de la paternidad fecundante: porque nuestro don Juan Pujol, más que un maestro de periodismo, fue un padre del periodismo, según me había pronosticado mi mismo padre, bajo cuyo patrocinio se han desenvuelto periódicos y periodistas, puesto que la razón y la autoridad del padre, que tantísimo faltan en la existencia contemporánea, han de sobreponerse a las oscuras, sentimentales y placentarias debilidades femeninas.

Juan Aparicio