26 enero 2009
Nace el periódico digital EL MUNDO TODAY, dedicado a hacer informaciones falsas en tono satírico, fundado por Xavier Puig Ripoll y Kike García de la Riva

Hechos
El 26 de enero de 2009 ya estaba público en Internet la web digital www.elmundotoday.com.
Lecturas
El 26 de enero de 2009 comienza a estar disponible de cara a los internautas la web EL MUNDO TODAY, una página web que simula ser un periódico digital, aunque todo su contenido es ficticio y humorístico en tono de parodia y sátira. Sus fundadores son D. Xavier Puig Ripol y Enrique García de la Riva [Kike García].
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RESPONSABLES DE EL MUNDO TODAY
La web de EL MUNDO TODAY es propiedad de la entidad Milking Media. Su director es Xavi Puig, su Director Adjunto es Kike García. Sus responsables de programación son Cristina Paredes y Javier Carrasco.
Su corresponsal de la competencia es Adrián Crespo, su corresponsal en EEUU es Pablo Bujosa, su consultora de moda y tendencias es Ariadna Ferret, su consultor en política y sociedad es David Martoes y su consultar en deportes es Eduardo Román.
Los miembros de la redacción, junto a Xavi Puig y Kike García, son Adriaán Crepso, Amanda Lee, Ángel Cebrián, Casimiro Ramos, Daniel Fernández, David Marcos, Don Julito, Eunice Szpillman, Guillermo Alonso, Guillermo Tato, John Tones, Jorge Riera, José Viruete, Josep María Raventós, Kiku Montejo, Marcel Vilarós, Marcia Bettencout, María del Pilar Hinojosa y Toni Blanco.
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EL ANTECEDENTE: LA REVISTA ‘NOTICIAS DEL MUNDO’.
El único intento parecido a la web digital EL MUNDO TODAY es el de la revista publicada en 1994 por el grupo Hachette Filipacchi con el nombre de NOTICIAS DEL MUNDO.
EL MUNDO TODAY tomará una posición editorial progresista en 2025 cuando anunciará su ruptura con la red social Twitter por haber apoyado esta al presidente derechista de Estados Unidos, Donald Trump.

01 Febrero 2009
Con la primera burbuja vivíamos mejor
Señores, estoy harto de la web 2.0. Cuando compré mi primer módem (un Robotics 56kb conectado a Jumpy), internet era un sitio amable. Hoy en día se ha convertido en pasto de las corporaciones. No me malinterpreten, no soy uno de esos neocomunistas que reaprovechan su intimidad gástrica para cultivar yuca en macetas y que desconfían de cualquier empresa que no invierta parte de sus beneficios en incienso. No he leído No-logo. No creo que las grandes multinacionales nos espíen para acabar con nosotros por pura maldad ni nada de eso. En todo caso creo que las grandes multinacionales nos espían para robarnos con mayor eficiencia, pero por pura codicia, no hay nada personal en ello.
No digan que no es saludable. De hecho adoro las corporaciones. Cuando sea mayor quiero ser propietario de una, sin ir más lejos. Sin embargo, lo cierto es que el Capital se ha hecho con la red y la ha deshumanizado. Y, encima, parece que debiéramos estar contentos porque “el usuario ahora ostenta un poder impensable hasta hace bien poco”, como dicen los teóricos de la intenné. Y una leche. Aquí unos cardan la lana y otros se llevan la pasta, como diría mi abuela.
Cuando navegábamos antaño (a través de Retevisión u otros proveedores de acceso gratuito que se instalaban mediante CDs que se repartían por el campus o que se regalaban al comprar el pan y de los que hemos ido olvidando sus nombres) y buscábamos información de cualquier tipo -grupos de música, profetas religiosos o recetas de flan al microondas- era muy posible que llegáramos a la página personal de Marichurri (alojada en Geocities, por ejemplo) en la que colgaba sus recetas, fotos de sus gatos y un poema. ¿Qué ha sido de Marichurri tras la web 2.0? Pues Marichurri ahora mismo tiene un blog personal impecablemente bien diseñado. Vale, a lo mejor no tan impecablemente, pero ha usado una plantilla de Blogger y la cosa le da cierta elegancia. O si no cierta elegancia, está lejos de la disonancia cromática de las webs de hace unos años. ¿Dónde han ido a parar las webs con fondos de estrellas relampagueantes? Me imagino el cielo de los gifs animados: lleno de dancing babies, obreros constructores de webs y enormes pechos aflanados que botan incansablemente… Todos ellos tristes y abandonados, moviéndose estérilmente con silencioso afán. “Oh, pero lo de subir vídeos está muy bien, a la mierda los gifs”. Sí, claro, eso pasó con los vinilos y mírennos ahora, comprándolos a precio de oro. Muy listos es lo que somos. Suerte que desde hace años guardo todos los que encuentro. Tengo ya dos terabytes de gifs. En cuanto encuentre financiación montaré un museo. Pero a lo que iba, si hace años buscabas en Yahoo información sobre, pongamos por caso, Keith Richards, llegabas a la web de su club de fans chileno. Hoy en día es imposible encontrar cualquier cosa que no sea la famosa (y desmentida) noticia de que esnifó las cenizas de su padre reproducida en infinitos blogs y medios de comunicación. Intenten encontrar algo de información útil. Ah, sí, la Wikipedia, no lo recordaba.
rancamente, estoy un poco harto. Desde que se ha empezado a invertir en la red todo se ve muy bonito, con muchos anuncios, mucha navegabilidad, mucha actualización diaria, mucho feed, mucho Delicious y mucha leñe. Yo no sé qué hacer, quizá monto una web personal en Geocities con su libro de visitas y todo, me convierto en una especie de amish de internet y rechazo cualquier innovación posterior al Explorer 5. O quizá me subo al carro yo también y me pongo a reseñar gadgets para que me los envíen gratis a casa. No lo tengo nada claro. Eso sí, por ahora yo invierto en gifs animados. Eso nunca se devalúa.

01 Febrero 2009
El prejuicio de ausencia
Hay que tomarse en serio a los semáforos. Y no estoy hablando de seguridad vial. Hay que tomárselos en serio incluso a nivel teórico, porque un simple semáforo puede convertirse en motivo de discordia, en una verdadera amenaza para la convivencia pacífica de las ciudades y sus gentes. Lo he comprobado. Cuando se enciende la luz verde, se pasa. Cuando se enciende la roja, se espera. En eso estamos todos de acuerdo, al menos en lo que respecta a la teoría. De acuerdo, muy bien. ¿Pero qué ocurre con esos semáforos que, en principio, están siempre en verde para los automóviles a no ser que el peatón anuncie su presencia pulsando un botón? Ay, amigos, en este punto la cosa se complica. “¿Tanto se complica?”, preguntarán ustedes. Pues sí. Tanto se complica.
El mes pasado la asociación vecinal López de Hoyos de Madrid publicó en su boletín mensual un controvertido artículo titulado “El semáforo de la parada de metro de Alfonso XIII: ¿un placebo?”. El semáforo al que se refiere este texto es, en términos de su autor, “de prejuicio de ausencia”. Da por supuesto que no hay peatones a no ser que uno de ellos le comunique lo contrario. Muy bien, el semáforo con botón de toda la vida se llama ahora “de prejuicio de ausencia”. Tomen nota porque a partir de aquí la cosa se complica aún más, si cabe. La tesis del autor -y estoy resumiendo mucho- es la siguiente: el botón del semáforo de la parada de metro de Alfonso XIII, ubicado en la calle López de Hoyos, estuvo averiado durante una semana y tres días. Cuando el peatón anunciaba su presencia pulsándolo, nada ocurría. Lo que pasa es que “hay testigos que certifican que el semáforo seguía poniéndose en verde para los peatones, aun cuando en teoría el prejuicio de ausencia no se había puesto en entredicho, tal como ocurría antes de la citada avería”. La conclusión de muchos de sus usuarios, incluido el que firma dicho artículo, es que el botón no sirve para nada y que es un placebo. ¿Qué sentido tiene esto? Es una pregunta legítima, de sentido común, pues parece que no tiene ninguno. “Nos obligan a pulsar un botón porque quieren dar la sensación de que el ciudadano decide sobre los asuntos públicos, de que puede establecer cuándo el semáforo tiene que ponerse en verde y cuándo no. Estamos hablando, en definitiva, de manipulación en el contexto de una falaz democracia en la que creemos que nuestros votos sirven de algo”.
Detengámonos aquí, aunque sea para tomar aire. Imagino que se habrán dado cuenta de lo peligroso que puede llegar a ser un semáforo en manos de una comunidad tendente a la paranoia. El semáforo como arma de agitación social, incluso política. Y es tal el poder de seducción de las teorías conspirativas que el delirante artículo de la asociación López de Hoyos recibió una réplica que, lejos de mostrar la insensatez de la tesis conspirativa, partía de ella aunque para obtener conclusiones opuestas. Me refiero al texto titulado “Los beneficios del placebo: una defensa socialdemócrata del falso prejuicio de ausencia”, publicado también en el boletín de la citada asociación vecinal. Sintetizando de nuevo, este segundo texto arranca con una acérrima defensa del placebo como herramienta médica y farmacológica, nombrando casos concretos y recurriendo incluso a la historia del ejercicio de la medicina. Los argumentos científicos se emplean para defender la legitimidad del semáforo de la parada de metro de Alfonso XIII, asumiendo desde el principio que, efectivamente, el botón no sirve para nada. Esta teoría ha sido refutada por el autor del primer artículo y por varios de sus secuaces, totalmente contrarios al semáforo. De hecho, se ha pasado de la teoría a la práctica: muchos de los vecinos del barrio han empezado a cruzar la calle haciendo caso omiso de lo que indica el semáforo, y los más atrevidos deciden regular el tráfico ellos mismos para demostrar que el peatón -representante aguerrido de la clase obrera- puede decidir por sí mismo acerca de sus condiciones de existencia, incluyendo éstas el funcionamiento del dichoso semáforo-placebo. Por supuesto, afirmar en voz alta que el botón funciona y que no hay ningún placebo -defender, en definitiva, la versión oficial- implica situarse en el grupo de los negacionistas. Lo cual puede acarrear miradas de desprecio, burlas y discriminación por parte de toda la comunidad vecinal. Yo soy negacionista en cuanto al semáforo de la parada de Alfonso XIII, no me da miedo reconocerlo. Y mi compañera sentimental, mal que me pese, ha llegado a sospechar y empieza a observar el semáforo con recelo. Como el tema está empezando a afectar a mi vida personal, he creído conveniente compartirlo con ustedes, aunque sólo sea para desahogarme. Entiendan que no puedo hablar de esto con nadie. Absolutamente nadie. Y me siento acorralado.