14 febrero 1956

XX Congreso del PCUS

El dictador de la URSS, Nikita Kruschev, condena los crímenes Stalin y su ‘culto a la personalidad’ y anuncia el inicio de un proceso de «desestalinización»

Hechos

Entre el 14 y el 26 de febrero se celebró el XX Congreso del Partido Comunista de la Unión Soviética (PCUS).

Lecturas

En un discurso pronunciado en el transcurso del XX Congreso del Partido Comunista de la Unión Soviética (PCUS), el partido único de la dictadura de la URSS, el secretario general del PCUS – y como tal actual dictador de la URSS – Nikita Kruschev, así como uno de sus principales colaboradores, el Viceprimer ministro Anastas Mikoyan,  realizaron por primera vez una crítica rigurosa de la política de su antecesor, Josef V. Stalin.

En aquel congreso Kruschev leyó un ifnrome sobre Stalin basado en los trabajos de la comisión del partido. Dio lectura al testamento de Vladimir I. Lenin, en el cual se desaprobaba el caracter de Stalin. Luego Kruschev efectuó un análisis personal de la figura del dictador fallecido dos años atrás. Criticó con especial dureza el término «enemigo del pueblo» acuñado por Stalin y utilizado de forma arbitraria para justificar agravios cometidos contra personas o colectivos: «La expresión enemigo del pueblo se convirtió en pretexto para la aniquilación física de esas personas y provocó represiones y deportaciones de miles de individuos». Kruschev acusó a Stalin y al ejecutado líder del KGB [NKVD] de haber ordenado ejecuciones basándose en imputaciones falsas y que ello había supuesto una «violación de la legalidad revolucionaria».

Kruschev detalló que ninguna persona en su sano juicio podía entender, como se había responsabilizado a pueblos enteros, con mujeres, niños y ancianos de la actuación de opositores.

LA OPOSICIÓN DE ALBANIA

Hoxha_1 A pesar de que la mayoría de países comunistas parecían dispuestos a aceptar la política de destalinización propugnada por Krushev (que en muchos países se sumaba a un proceso de cambio generacional de los dirigentes comunistas de cada país), el dictador comunista de Albania, Enver Hoxha, se negó tajantemente a seguir aquella política reivindicando su lealtad a Stalin por delante incluso de la lealtad a la actual URSS.

24 Febrero 1956

Contradicción y peligro de Occidente

Luis de Galinsoga

Leer

Es demasiado importante para el mundo lo que ocurre en Moscú para que no intentemos deducir unas enseñanzas de las reuniones del XX Congreso del Partido Comunista, en el curso de las cuales los jerifaltes soviéticos del momento han anatematizado o poco menos al difunto José Stalin, declarando heréticas y erróneas todas las consignas y orientaciones que diera en vida el dictador rojo y por las cuales los turiferarios comunistas le estuvieron lanzando incienso y ovaciones, en términos de abyección, en tanto tuvo los ojos abiertos y la mano pronta el sanguinario preboste ucraniano de la revolución mundial.

Gente más suave y estamos por decir que más peligrosa, el actual equipo dominante en Moscú ha venido desarrollando y desarrolla toda una serie de cabriolas tácticas que no ocultan, precisamente sus afanes, abiertamente expuestos, de llegar al imperio proletario universal. Sólo la necedad del Occidente, su política de concesiones, la convivencia de los partidos con cuantos males lleva anejos esta realidad puede encontrar en los inventos rusos de cada día motivo para hacerle carantoñas al comunismo y deducir de ello la existencia de un ánimo pacífico donde sólo anida odio avieso contra todo lo occidental y cristiano. En lugar de defenderse a ultranza del horrendo peligro soviético, el Occidente hace el juego a todos los designios de Kruschef o Bulganin, de donde éstos deducen tácticas nuevas de penetración en la conciencia burguesa y, sobre todo, de asalto al poder de los Estados capitalistas mediante pactos electorales, contactos parlamentarios, supuestas condescendencias con los liberales.

Tácticas nuevas hemos dicho y es inexacto. Es la vieja fórmula de los Frentes Populares que quieren resucitar donde haya ocasión para ello, elecciones y debilidad orgánica del espíritu conservador. El ‘progresismo’ con un nombre tan trasnochado como neutro, ha nacido de la sonrisa y zalema del ‘espíritu de Ginebra’ que duró lo que dura un soplo, es decir, lo que les convino a los compadres del Kremlin una vez hubieran sembrado la confusión entre los occidentales y adormecido el espíritu de resistencia de los Estados Unidos, que se iba endureciendo peligrosamente para el comunismo. Cuanto se había tratado en Ginebra, cuantas esperanzas despertara la floración de sonrisas de Bulganin y Kruschef empezó a deshincharse en la siguiente conferencia de ministros de Asuntos Exteriores, donde el propósito de la unidad alemana fracasó rotundamente. Y todo quedó abrogado, despedazado y aventado cuando la pareja marxista realizó su sonado viaje a la India, en la que dijeron e hicieron tales cosas que al propio Pandit Nehru, tan condescendiente con toda suerte de progresismo, se vio obligado a hacer determinadas declaraciones sacudiéndose la responsabilidad política de la acción de los jefes soviéticos.

¿Guerra fría? ¿Guerra caliente? Esto lo pueden decidir Bulganin y Kruschef en cada momento, adaptarse de modo centelleante a cada circunstancia, decidir instantáneamente lo que al comunismo convenga y a los intereses imperialistas de Rusia, donde bien poco juega el porvenir y el bienestar de los proletarios. Los Estados occidentales, en cambio, deben contar con sus Parlamentos, con sus Gobiernos de coalición, con sus partidos y con los compromisos que éstos tengan con los comunistas, con la vileza o la bobería de los ‘compañeros de viaje’ que constituyen el núcleo de ese progresismo de nuevo cuño que va ganando terreno en las conciencias para coexistir con el oso soviético que, a la postre, se nos quiere comer comenzando como siempre, claro está, por los progresistas: “que el traidor no es menester – siendo la traición pasada”, como aseveró muy exactamente, el clásico castellano.

Sólo a simple vista puede parecernos que el comunismo se contradice. Sus purgas personales e ideológicas, su cambio constante de definiciones y de táctica son pura y simplemente, fruto de un Estado de un partido y de unos hombres que carecen de moral y de escrúpulos. No tienen que seguir otra línea que la que conduzca, por enrevesada que sea, a su objetivo final y confesado: la destrucción del cristianismo y la revolución roja mundial. Desde nuestro punto de vista ético no podemos pretender que se les oponga una política carente asimismo de principios o de escrúpulos; pero sí podemos exigir y predicar incansablemente que a los soviéticos, a los comunistas de Occidente y a los ‘progresistas’ que forman la quinta columna del Kremlin se les oponga una negativa cerrada al diálogo y una política de conjunto tan firme y defensiva que sepan los sátrapas de Moscú que para conquistar un nuevo bastión tienen que correr el peligro, con todas sus consecuencias (que bien poco les convienen, por cierto) de enfrentarse con la dialéctica del fuego y el acero que es la única que comprenden y respetan.