23 agosto 1998

Tras intentar restituir en el cargo a Chernomyrdin, al final optó por nombrar nuevo premier a Yevgeni Primakov

Nueva crisis de Gobierno en Rusia: Boris Yelstin destituye al primer ministro Sergei Kirienko tras 5 meses en el cargo

Hechos

  • El 23.08.1998 el presidente de Rusia, Boris Yelstin comunicó la destitución de Sergei Kirienko como primer ministro del país.
  • El 10.09.1998 el presidente de Rusia, Boris Yelstin nombró a Yevgeni Primakov como nuevo primer ministro

Lecturas

CHERNOMYRDIN, RECHAZADO POR LA DUMA

Chernomyrdin Boris Yelstin propuso restituir a Viktor Chernomyrdin como primer ministro. Es decir, al mismo premier que él había destituido cinco meses atrás. Sin embargo la Duma rechazó su candidatura dejando a Yelstin sólo dos opciones: o disolver el parlamento ruso o cambiar de candidato. Optó por lo segundo.

EL NUEVO PRIMER MINISTRO POLÍTICO: PRIMAKOV

Primakov_ Evgeni Primakov, es el nuevo primer ministro de Rusia, nombrado por Boris Yelstin después de que fracasar su intento de restituir en el puesto a Viktor Chernomyrdin. Primakov es un político, justo lo que no eran ni Chernomyrdin, ni Gaidar, ni Kirienko, los anteriores primeros ministros.

25 Agosto 1998

Chernomirdin 2

Editorial (Director: Jesús Ceberio)

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La política rusa parece que vuelve indefectiblemente siempre al punto de partida. Y en ese estéril tejer y destejer se mueve el presidente ruso, Borís Yeltsin, que, a los cinco meses del nombramiento y cuatro de ejercicio del joven funcionario Serguéi Kiriyenko, con el rublo devaluado en un 50% y la reforma en ruinas, se sitúa de nuevo en la primera casilla del tablero y devuelve la jefatura del Gobierno al veterano funcionario Víktor Chernomirdin, despedido entonces casi en la ignominia. Aunque en la Rusia de Yeltsin las predicciones son un bingo de azar incalculable, Kiriyenko tenía que estar lógicamente liquidado desde que la semana pasada proclamó que sólo se devaluaría el rublo casi pasando por encima de su cadáver. Sus restos mortales ya los tenemos, pero ¿y el rublo?Pese a todos los pesares, la divisa rusa se había sostenido durante el último año, alrededor del 70% de la economía del país se halla privatizada y la devaluación no tendría por qué ser un desastre al favorecer las exportaciones y mejorar la liquidez del Gobierno. Y, sin embargo, Kiriyenko ha tenido en los últimos días que consolidar a largo plazo la deuda interior y establecer una moratoria de 90 días del pago de la deuda exterior. ¿A qué se debe semejante desastre?

Los casi 23.000 millones de dólares que Rusia recibió en préstamo hace sólo unas semanas ya han sido engullidos, repartidos o malgastados para ningún fin restaurador de la economía; la desconfianza generalizada hacia el rublo hace que las grandes compañías, que en su día fueron estatales y hoy están en manos de paniaguados del poder, prefieran una economía de trueque a una dineraria y abonen sus impuestos con servicios en lugar de efectivo; ello se presta, naturalmente, a una valoración arbitraria y desmesurada de esos servicios, amén de impedir que el Gobierno allegue recursos para atender sus necesidades, y, finalmente, los grandes inversionistas extranjeros han huido de Rusia ante la penalización de unas cargas desorbitadas, que ésas sí que se exigen en especie.

Chernomirdin, gato viejo, está tratando de recomponer una alianza en la Duma para que la ratificación parlamentaria de su nombramiento no se convierta en un calvario como la de Kiriyenko. Se está entrevistando para ello con casi todo el arco político y anuncia un Gobierno de gran coalición, lo que puede ser bueno porque será más representativo, o no tanto si su composición hace que se autocancelen los sacrificios que la reforma precisa y que los dirigentes occidentales, con Kohl a la cabeza, le han exigido. Al mismo tiempo, este Chernomirdin vuelve con fuerza, y más bien parece que es Yeltsin el que se le encomienda para que le reconcilie con los grandes lobbies económicos, a cambio de lo cual el apparatchik podría ser el candidato investido por Yeltsin en las próximas presidenciales.

Sacar a Rusia del pantano va a ser, en definitiva, mucho más dramático hoy que hace dos o tres años. Un presupuesto con una fuerte reducción del déficit, por demoledor que sea para las economías familiares, parece imperativo; como lo son unas cuentas claras e impuestos cobrados en efectivo que permitan el abono de 8.000 millones de dólares en atrasos a empleados del Estado, y, lo que es más problemático, una renovación a fondo de la clase político-industrial, para lo que el nuevo jefe de Gobierno no parece el más indicado.

Yeltsin no ha hecho hasta la fecha más que maniobrar para ser candidato en el año 2000, lo que hoy parece muy lejano; pero si quiere que la posteridad no abomine de él, bien haría en reemprender otra vez la reforma, ya que ha vuelto al punto de partida.

25 Agosto 1998

El 'zar' lucha por sobrevivir

Luis Matías López

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Borís Yeltsin se fue de vacaciones entre insistentes rumores de que alguien podría aprovechar la oportunidad para echarle de la poltrona, incluso por procedimientos más allá de lo que permite la Constitución. Ha esquivado el peligro huyendo hacia adelante, aunque con un coste que puede resultar muy alto en términos de poder. La salida del Gobierno de Serguéi Kiriyenko, tras apenas cinco meses en el cargo, y el retorno de Víktor Chernomirdin, prácticamente lanzado como candidato a la sucesión, muestran los límites a la capacidad de maniobra del presidente ruso.Yeltsin no es ya el mismo que se subió a un tanque en agosto de 1991 para hacer frente al golpe comunista, ni el que ordenó bombardear el Parlamento rebelde (pero legal) en octubre de 1993, ni siquiera el que se enfangó en la penosa aventura chechena 15 meses después. Hace tiempo que sólo habla palabra a palabra, con desesperante lentitud. Sus vacíos de memoria y confusiones traen de cabeza a sus más próximos colaboradores.

El líder del Kremlin no es ya un gobernante con un dominio de los temas (Ronald Reagan no lo tuvo nunca) como el que pueden exhibir sus amigos Helmut Kohl, Jacques Chirac, Bill Clinton o el recientemente dimitido Ryutaro Hashimoto. Pero eso no le ha impedido desarrollar con ellos, y con el relativamente nuevo socio del club de los grandes Tony Blair, una relación privilegiada que se sostiene en el convencimiento de Occidente, ya no tan firme, de que no hay alternativa clara para dirigir el país más extenso del planeta sin generar una inestabilidad que pone los pelos de punta si se piensa en las 10.000 cabezas nucleares que aún siguen operativas tras el desplome de la Unión Soviética.

Yeltsin está débil y enfermo. Su vigor físico y mental está muy mermado, pero eso no le convierte todavía en un muerto viviente. Lleva demasiado tiempo ejerciendo como la principal (casi única) vara de medir el poder en Rusia, hasta el punto de que muchos probables candidatos a sucederle en el año 2000 prefieren no asomar demasiado la cabeza por temor a que Yeltsin se la cercene.

El presidente ha dicho en numerosas ocasiones que no será candidato a la reelección y que no desafiará los límites de una Constitución, hecha a su medida, que limita a dos el número de mandatos. Pero nadie acaba de creérselo del todo.

Ayer mismo, en su mensaje televisado, Yeltsin habló de Chernomirdin en unos términos que, más lejos del Polo Norte, sólo se podrían entender como un lanzamiento del antiguo (y nuevo) primer ministro como su candidato a la presidencia. Su apuesta por la «continuidad del poder en el año 2000» y su elogio de la «honradez y sentido de la responsabilidad» de Chernomirdin como factores decisivos en las elecciones así parecen indicarlo. Pero también es cierto que evitó decir dos cosas con absoluta claridad: que él mismo no será candidato y que pondrá todo el peso de su poder al servicio del primer ministro.

Yeltsin es un auténtico genio en cargar sobre las espaldas ajenas el peso de cualquier error sin asumir ninguna responsabilidad. Ningún ministro puede estar tranquilo en su puesto ni contar con periodos de gracia o márgenes de confianza para desarrollar su labor con un mínimo de autonomía. Cuando algún peso pesado del Gobierno comienza a sentirse seguro en una parcela de poder, por pequeña que sea, Yeltsin puede sorprenderle con una destitución fulminante que deja claro quién es el que manda. Anatoli Chubáis, actual representante del presidente para negociar con el FMI, el Banco Mundial y otros organismos internacionales, sabe muy bien lo que es un ascensor: hoy arriba, mañana abajo, pasado otra vez arriba…

A Serguéi Kiriyenko, que bien podría pasar a la historia de la transición rusa con el calificativo de El Efímero, le ha tocado sufrir en sus propias carnes el efecto de esta dura medicina. Convertido en jefe del Gobierno para pasmo general, incluido el propio, pese a su juventud (35 años) y su escasa experiencia (sólo cuatro meses como ministro), ha actuado con una seguridad admirable, sin cometer errores de bulto y sin que, objetivamente, se le pueda culpar del deterioro de la situación económica que culminó con la devaluación del rublo y que aún amenaza con males mayores. Con los mimbres que se encontró tampoco podía hacer milagros, sobre todo sin tener una base de poder propia, ajeno a la jungla moscovita, sin buenas relaciones con el Parlamento, dominado por la oposición comunista y nacionalista. Chernomirdin le dejó una herencia envenenada y Yeltsin le obligó a hacer el trabajo sucio, con la adopción de medidas extremadamente impopulares, para, al final, como siempre, convertirle en chivo expiatorio. Hace bien Kiriyenko en irse con la cabeza bien alta.

Pero el hombre del día es Chernomirdin. Un veterano integrante de la nomenklatura comunista, expatrón de Gazprom (la principal empresa del país), viejo zorro capaz de navegar entre las aguas turbulentas de la política rusa, interlocutor válido tanto en Estados Unidos como en la Duma o el Fondo Monetario Internacional, orador detestable para cualquier amante de la sintaxis, pragmático sin ideología conocida, reformista en el que hasta los inmovilistas encuentran alguna convergencia, y rival, nunca declarado, de los capitanes de la reforma más radical, como Anatoli Chubáis y Borís Nemtsov. Con él al frente del Gobierno no parecen peligrar los pactos con el FMI, aunque aún no se sepa cómo logrará cuadrar el círculo de, simultáneamente, contentar a la oposición de izquierdas o formar algo parecido a un Gabinete de coalición.

Chernomirdin se tragó con dignidad y sin descomponer la figura el sapo de su destitución fulminante hace cinco meses. Desde entonces ha esperado su oportunidad al frente del reformista Nuestra Casa es Rusia (considerado durante años el partido del Gobierno), se ha proclamado candidato presidencial y ha consolidado sus buenas relaciones con otros líderes políticos. Los mal pensados creen que lo que Yeltsin intenta evitar con esta arriesgada operación es que Chernomirdin haga con él lo que él mismo hizo con Gorbachov en 1991: darle la puntilla. Hoy, el influyente periódico Izvestia sale a la calle con este titular en su primera página: «Yeltsin entrega el poder». La opinión predominante es que, cuando menos, el presidente ha renunciado definitivamente a la reelección. Pero ésa, en todo caso, es la noticia de ayer, pero no, con toda seguridad, la de mañana. Es pronto para vender la piel de oso. Y ello a pesar de muchos aunques: aunque la base de poder del presidente se haya debilitado en los últimos meses, aunque tenga a la Duma furiosa por las humillaciones que le ha infligido, aunque se haya abierto un proceso parlamentario para destituirle, aunque los grandes magnates teman que sus intereses no se defiendan bien en el Kremlin, aunque haya síntomas de que se resquebraja la confianza de Occidente, aunque haya millones de trabajadores que reciben con escandaloso retraso sus salarios de miseria, aunque el Ejército esté descompuesto, aunque la producción esté estancada, aunque la corrupción esté generalizada, aunque la mafia campe por sus respetos, aunque el país esté endeudado hasta las cejas, aunque la Bolsa se arrastre por los suelos y aunque el rublo luche para evitar su hundimiento.

Yeltsin todavía no está vencido. Ahora juega en su terreno: el de la lucha por la supervivencia. El único, tal vez, en el que no le fallan los reflejos. Pese a todo, al menos teóricamente, todavía puede deshacerse de quien le haga sombra, incluso del propio Chernomirdin, con una simple firma. Aunque no le sería tan fácil como en marzo. Hay sensación de fin de reinado, y algún indicio de que en su círculo más íntimo ya no se piensa tanto en ganar otros cuatro años en el Kremlin como en abandonar la vieja fortaleza moscovita de muros rojos sin temor a que los enemigos, que son legión, pasen factura, incluso en los tribunales.

11 Septiembre 1998

El espía convertido en salvador de Rusia

Rodrigo Fernández

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Yevgueni Primakov, que el próximo mes cumplirá 69 años, se ha convertido, contra su voluntad, en el salvador de Rusia, en la persona que es aceptable para todas las fuerzas políticas del país, desde el propio presidente Borís Yeltsin, hasta los comunistas, pasando por la oposición democrática encarnada en el partido de Grigori Yavlinski. Como jefe del Gobierno tendrá la dificilísima tarea de frenar la crisis, pero independientemente del resultado que tenga en su nuevo puesto, lo que sí es seguro es que tratará de aplicar su propia política, cosa en la que ha tenido éxito anteriormente, en especial como ministro de Exteriores.Primakov es un veterano de la política rusa, que en la época soviética formaba parte de la nomenklatura y que logró entrar en el selecto club de los intocables de la cúpula que dirigía la URSS: el Politburó del Comité Central del Partido Comunista de la Unión Soviética (PCUS), del que fue miembro suplente.

Nació Primakov el 29 de octubre de 1929 en Kiev (Ucrania), pero su niñez y juventud transcurrió en el Cáucaso del Norte, concretamente en Tbilisi, la capital de Georgia. Cuando terminó los estudios secundarios, se fue a Moscú, donde ingresó en el Instituto de Orientalismo. Éste era uno de los centros de enseñanza superior privilegiados de la URSS, a los que era muy difícil acceder, y sus diplomados generalmente eran contratados en importantes organizaciones y enviados después al extranjero, muchos como agentes del tenebroso y todopoderoso KGB, el Comité Estatal de Seguridad.

El arabista Primakov no fue una excepción a esta regla: comenzó su carrera en la Radiotelevisión de la URSS y más tarde la continuó en el diario Pravda, el influyente órgano del PCUS. Como corresponsal de este periódico -tarea que, según muchos, simultaneaba con la de espía-, fue enviado en 1966 a Oriente Próximo. Fue allí, en 1969, donde conoció al actual presidente de Irak, Sadam Husein. Sus buenas relaciones continuaron y, 20 años después, Primakov, según algunos observadores, sabía que Husein invadiría Irak. En vísperas de la guerra del Golfo, fue enviado por el entonces presidente soviético, Mijaíl Gorbachov, en un intento de evitar en el último minuto el conflicto armado.

Los últimos años de la perestroika de Gorbachov fueron especialmente exitosos para Primakov: en 1989 es reelegido diputado (por la cuota del PCUS) y se convierte en el presidente de una de las Cámaras del Parlamento: el Consejo de la Unión del Sóviet Supremo de la URSS. El mismo año, en abril, es elegido miembro pleno del Comité Central del PCUS y, en septiembre, miembro suplente del Politburó.

Durante los últimos meses de existencia de la URSS, Primakov encabezó el servicio de espionaje, puesto que conservó cuando el imperio comunista dejó de existir. Como espía ruso número uno prácticamente desapareció de la vida pública durante todo un lustro, para reaparecer en enero de 1996 al frente de la diplomacia rusa. Su llegada al Ministerio de Exteriores significó un cambio radical de la política que había estado aplicando el Kremlin en la arena internacional. Atrás quedó el prooccidentalismo extremo de Andréi Kózirev y paulatinamente Moscú comenzó a realizar una política más independiente, tratando de defender sus intereses en las zonas que tradicionalmente habían sido de influencia rusa.

La trayectoria de Primakov muestra que como primer ministro hará lo que realmente considera necesario y no será un peón ni del presidente Borís Yeltsin ni de ningún magnate de la clase de Borís Berezovski (el hombre que había organizado el retorno de Víktor Chernomirdin).

El personaje sombrío, con gafas oscuras, que en su época de jefe del espionaje se le veía detrás del presidente, no tiene nada que ver con el Primakov que conocen sus amigos. A pesar de pasar por un duro en política, en el plano personal Primakov tiene fama de ser encantador y de poseer un gran sentido del humor. Es una persona alegre y optimista, aunque las tragedias personales no le son ajenas: su padre, un militar, fue ejecutado; muchos años después, quedó viudo y perdió a su hijo. Casado en segundas nupcias, tiene una hija del primer matrimonio.