18 agosto 1998

El presidenta mantendrá su matrimonio con la también política Hillary Clinton

El presidente de EEUU, Bill Clinton, admite ante el Gran Jurado haber mantenido una ‘relación física inapropiada’ con Mónica Lewinsky

Hechos

Fue noticia el 18 de agosto de 1998.

Lecturas

El 6 de octubre de 1998 el pleno de la Cámara de Representantes de Estados Unidos dio autorización al comité judicial para que iniciara una investigación ilimitada para determinar si había motivos suficientes para impugnar constitucionalmente a Bill Clinton, presidente de Estados Unidos.

La aprobación contó con el apoyo de los parlamentarios republicanos y de 31 diputados demócratas que votaron por la propuesta republicana que consistía en no limitar, ni en el tiempo ni en el contenido, la investigación de los supuestos delitos cometidos por Clinton. La investigación realizada por el fiscal Knneth Starr acusaba a Bill Clinton de mentir durante ocho meses y alargar injustamente un proceso judicial que costó 4,4 millones de dólares. Sus conclusiones fueron que Clinton había cometido perjurio, obstrucción a la justicia, abuso de poder y manipulación de testigos, delito con ‘base suficiente para la destitución’.

El origen de los problemas judiciales de Clinton fue la salida a la luz pública de diversas aventuras sexuales del presidente. Ya en la campaña electoral de 1992 diversas publicaciones sensacionalistas revelaron detalles acerca de los desvaneos amorosos del ex gobernador de Arkansas y candidato demócrata a la presidencia. Las conquistas del presidente continuaron en la Casa Blanca y en la primavera de 1998 una mujer aportó por primera vez a la justicia una narración detallada de las actividades del presidente.

El supuesto acoso sexual denunciado por Paula Jones se produjo cuando Clinton era gobernador de Arkansas y Jones una funcionaria de este estado. Aunque la justicia desestimó la demanda, este caso fue el que indirectamente dio lugar a la eclosión del escándalo Lewinsky. Durante 1997 Mónica Lewinsky, por aquel entonces becaria en la Casa Blanca, explicó a su amiga Linda Tripp por teléfono su relación con Bill Clinton. Las grabaciones, realizadas ilegalmente Starr para iniciar el proceso. Las declaraciones de Clinton negando cualquier relación con la becaria quedaron en entredicho ante la contundencia de las pruebas por lo que con posterioridad Clinton reconoció públicamente una ‘relación inapropiada’. Mientras tanto las actuaciones judiciales en el caso Jones permitieron al fiscal acusarle en su informe de una gran variedad de delitos.

La opinión pública estadounidense se mostró dividida ante el escándalo. La opinión más generalizada consideraba al presidente culpable de haber ocultado su relación Monica Lewinsky. Pero mientras los conservadores opinaban que esta culpabilidad era causa suficiente para destituirlo, los má sliberales creían que se trataba de un asunto entramarital y no de Estado.

El impeachment es un proceso eminentemente político y según la Constitución está justificado cuadno el presidente ha cometido ‘traición, cohecho, delitos graves o mala conducta». Una vez la Cámara de Representantes ha encargado al comité judicial que asuma el papel de fiscal y elabora un sumario sobre las acusaciones se inicia el proceso. Si hay indicios claros de culpabilidad, el Senado ha de celebrar un juicio político presidido por el juez jefe del Tribunal Supremo. El presidente es destituido si dos tercios de los senadores lo hubieran declarado culpable. Por suerte para el presidente, eso no pasó y pudo terminar su mandato.

18 Agosto 1998

Confusa explicación, confuso Clinton

EL MUNDO (Director: Pedro J. Ramírez)

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Decididamente, el presidente Clinton no ha sabido conducir el caso Lewinsky con la debida inteligencia. Se equivocó desde el principio, al tratar de orillarlo con cuatro vaguedades y alguna falsedad. Y se ha vuelto a equivocar al intentar quitárselo de encima con una argucia jurídica, bastante palabrería y una sobredosis de soberbia.

Admite que tuvo «una relación física inapropiada» con la ex becaria de la Casa Blanca, y se declara «arrepentido» por ello, pero niega, amparándose en una sentencia altamente discutible, que se tratara de una relación sexual en sentido estricto. El sabe muy bien qué es lo que entendieron sus conciudadanos cuando negó taxativamente, ante la Justicia y ante ellos, haber mantenido relaciones sexuales con Mónica Lewinsky. Sabe que mintió.

Pide ahora que se respete su vida privada, y dice que de ella sólo ha de responder ante Dios, su mujer y su hija. Pero, si así lo cree, ¿por qué se reconoce «avergonzado» y da detalles sobre lo que hizo o dejó de hacer? Al entrar públicamente en esas materias, autoriza a los demás a debatir sobre ellas. La cuestión central es el vivo contraste que hay entre lo que declaró en el juicio de Paula Jones y lo que afirma ahora. Si mintió entonces, ¿qué asegura que no lo hace ahora, cuando afirma que no obstaculizó la acción de la Justicia? Habrá que ver qué pruebas tiene el fiscal. Su palabra ya no vale.

Los sondeos de opinión realizados ayer en los EEUU revelan que las explicaciones del presidente han afectado notablemente su imagen pública, que ha bajado 20 puntos en la consideración popular. La prensa las ha acogido también, por lo general, con tonos críticos: le reprocha que trate de presentarse como víctima, convirtiendo al fiscal del caso, Kenneth Starr, en el culpable de lo ocurrido. Con todo, la mayoría de los norteamericanos -una mayoría que varía según de qué encuesta se trate, pero siempre cómoda- manifiesta que no desea que este asunto se transforme en un casus belli que conduzca a la destitución del titular de la Casa Blanca.

Quienes sí se muestran dispuestos a ir a por él sin reparo alguno -no podía esperarse otra cosa- son los miembros del Partido Republicano, algunos de cuyos líderes ya han exigido la inmediata dimisión del presidente. Habrá que esperar a que el fiscal Starr emita su informe, ya en septiembre, para saber si todo este penoso asunto se queda en lo que ya ha sido, que no es poco, o si continúa persiguiendo la errante estrella de William Jefferson Clinton.

Sea como sea, éste pasará a la Historia como el primer presidente de los EEUU que tuvo que declarar en calidad de imputado ante un Gran Jurado. La ya célebre mancha guardada por Lewinsky acabará emborronando para siempre la biografía de Clinton.

19 Agosto 1998

Clinton y la verdad

Javier Ortiz

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Y por qué les importaba tanto saber si Clinton había dicho o no la verdad sobre sus relaciones íntimas con Lewinsky? «Porque si mintió en eso, es que puede mentir en cualquier otra cosa», responden. Valiente memez. Habría que formularlo al revés: si miente tantas veces y sobre tantas otras cosas, ¿a cuento de qué iba a decir la verdad sobre eso?

Creer que alguien puede llegar a presidente de los Estados Unidos diciendo siempre la verdad sólo cabe en mentes deformadas por una sobredosis de películas de Frank Capra. Todo político miente. Está obligado a mentir. A diario. La mentira es consustancial a la política profesional. No ya a la Casa Blanca: diciendo siempre la verdad no se llega ni a la Concejalía de Cultura y Bienestar Social del Ayuntamiento de Villalobillos de Abajo. Y quien no reconozca eso o es de una ingenuidad patológica… o miente.

Pero es que hay más. En todo este asunto se está partiendo de la idea de que decir la verdad es lo correcto y bueno, siempre y en toda circunstancia, y que escamotearla es inevitablemente erróneo y malo. Otra memez.

-Caramba, Pepito: qué mal aspecto tienes. Estás más gordo y más feo que nunca. Por cierto, ¿es verdad eso que me han contado? ¡Dicen que tu mujer te la pega con el vecino de abajo!

Uno no puede andar así por la vida. Alguien que siempre dice la verdad constituye un auténtico peligro público. Como esas folclóricas que declaran: «Ej qué yo soy mú sinsera, y eso m’ha traío musho probrema». Pues claro.

Debemos acertar a dosificar las verdades y las mentiras -o los silencios: cuantas veces guardar silencio es sólo un modo especial de mentir- para que la realidad no haga demasiados estragos. Ni en los demás ni en nosotros mismos.

Lo cual vale tanto para la vida política y las relaciones sociales como para las más personales e íntimas. Qué estupidez, la de esas parejas que presumen de contárselo todo. No ha acabado bien ni una sola de las que he conocido.

Así que Clinton mintió y no dijo que algunas veces Lewinsky y él hacían sus cositas. La culpa no la tiene él, por contestar eso, sino el tipo que le preguntó por semejante asunto. A lo peor es que yo soy muy antiguo, pero para mí que de esas materias no hay que hablar en público. Y sin el consentimiento de la otra parte, aún menos.

En todo caso, a mí qué. Me molestan las mentiras de Clinton cuando sostiene, por ejemplo, que el bloqueo de Irak lo hace por el bien de la población iraquí. Me molesta, pero no me sorprende nada. Lo que me sorprendería es que dijera: «A mí el pueblo iraquí me importa tres pitos. Mantengo el bloqueo, a sabiendas de que es cruel e inhumano, porque me sirvo de Sadam Husein como títere de mi espectáculo politiquero».

¿Que Clinton miente? Vaya una noticia. Pues claro. Así es como funciona esa gente. Cómo, si no.