18 diciembre 1984

Nueva crisis en el PCE: El que fuera Vicesecretario Jaime Ballesteros y un grupo de 100 militantes abandonan el partido y se pasan al pro-soviético PCPE de Ignacio Gallego

Hechos

EL 17 de diciembre de 1984 cinco miembros del Comité Central del PCE anunciaban que ellos junto a 100 miembros del partido se pasan

Lecturas

El 17 de diciembre de 1984 D. Jaime Ballesteros Pulido, que fue vicesecretario del Partido Comunista de España (PCE) entre 1981 y 1983 anuncia su marcha del partido para pasarse al nuevo partido comunista fundado por D. Ignacio Gallego Bezárez [Partido Comunista de los Pueblos de España]. Junto con el Sr. Ballesteros Pulido se van al PCPE cuatro miembros del Comité Central: D. Pedro Boi D. Leopoldo Alcarat, D. José Antonio García Rubio (secretario general del PCE en Castilla La Mancha), D. Ignacio Mantecón (secretario general del PCE en Cantabria).

El Sr. Ballesteros Pulido asegura que el PCE, desde que D. Gerardo Iglesias Argüelles es su secretario general, ha perdido la mitad de su militancia. Desde el PCE, su secretario de Organización, D. Francisco Palero Gómez, responde considerando que esos datos lanzados desde el PCPE son falsos.

21 Diciembre 1984

El futuro de los comunistas españoles

EL PAÍS (Editorialista: Javier Pradera)

Leer

LA RECIENTE incorporación de un grupo de antiguos dirigentes y cuadros del Partido Comunista de España (PCE) a la fracción disidente encabezada por Ignacio Gallego -caracterizada por su fidelidad a la Unión Soviética y por el cultivo de la liturgia y los dogmas de la III Internacional- significa un nuevo paso en el camino de desintegración emprendido por los comunistas españoles casi desde su legalización. A la vez, los esfuerzos de Santiago Carrillo para recuperar el control del PCE, de cuya secretaría general se vio forzado a dimitir tras la catástrofe electoral del 28-O, siguen cargando de tensiones la vida de esa organización, que no logra recuperar la militancia perdida ni aprovechar las oportunidades brindadas por las duras medidas gubernamentales de ajuste económico y el viraje de los socialistas hacia la permanencia en la Alianza Atlántica. De esta forma, el grupo dirigente de Gerardo Iglesias se ve amenazado, simultáneamente, por el desgaste interno de la ofensiva de Carrillo y por la competencia externa de la fracción disidente de Ignacio Gallego.El trasvase de profesionales del aparato -como el ex vicesecretario Jaime Ballesteros- hacia el grupo paleocomunista bendecido por la Unión Soviética tiene, probablemente, menos importancia para el futuro del PCE que los disuasivos efectos de cansancio y desaliento producidos por una crisis interna de nunca acabar -más tediosa que el cuento de la buena pipa- sobre los militantes y los potenciales electores comunistas. La explosiva mezcla de ambiciones personales, derechos de primogenitura, fanatismos doctrinales y polémicas bizantinas han convertido a la familia comunista en un hogar desgarrado por peleas interminables, rencores eternos y venganzas sin cuento.

Las causas del hundimiento del PCE -caído en la confusión desde los elevados niveles de la clandestinidad y desde las modestas alturas de las dos primeras legislaturas democráticas-, atribuibles específicamente a sus responsables, no resultan fáciles de ponderar. Los errores tácticos de Santiago Carrillo, obsesionado por forzar un imposible Gobierno de concentración en el período constituyente y empeñado en desbordar a los socialistas por su derecha para pactar con Adolfo Suárez, han desempeñado probablemente un destacado papel en esa acelerada decadencia. La incapacidad de la vieja dirección para entender los cambios económicos, sociales y culturales producidos en España y para sintonizar con las generaciones que no habían luchado en la guerra civil caminó en el niÍsmo rumbo. El eurocomunismo trató de sustituir los oxidados mitos del marxismo-leninismo, pero fracasó en buena medida por culpa de su laxitud teórica y de su imprecisión conceptual. En esa Esta de concausas deben figurar también los hábitos autoritarios y de intolerancia del PCE, que rebrotaron espectacularmene con la expulsión de los renovadores en el otoño de 1981.

.El futuro de los comunistas españoles -sus expectativas electorales conjuntas, el resultado de la batalla entre el PCE y el grupo prosoviético de Ignacio Gallego, el desenlace del conflicto que enfrenta a Santiago Carrillo con la dirección de Gerardo Iglesias- no resulta fácil de pronosticar. La propensión de significativos sectores de su base electoral y militante hacia las formulaciones radicales y primitivas y hacia las recetas mágicas y simplistas es tan evidente como su resistencia a elaborar respuestas positivas para los complejos problemas que plantean la crisis económica y las transformaciones de la sociedad española. La interminable cadena de divisiones y escisiones tal vez haya producido, como si se tratase de una selección natural a la inversa, el reforzamiento de esos rasgos negativos. Si esa hipótesis se confirmara, sería diricil que el espacio dejado a su izquierda por los socialistas fuera aprovechado por los comunistas, máxime cuando la feroz lucha librada por la imagen de marca no hace sino agrandar el abismo que les separa de la confianza popular.

El grupo de Ignacio Gallego ha hecho una apuesta a favor del extremismo, del sectarismo y del doginatismo. Dentro del PCE, Santiago Carrillo y sus leales juegan una carta parecida, aunque con los ritmos que su táctica de desgaste interno impone. La convergencia de talante y de objetivos entre Carrillo y Gallego tropieza, sin embargo, con una muralla de desconfianzas políticas, agravios personales y rencores históricos mutuos. Pero la ofensiva combinada, desde dentro y desde fuera, contra el equipo de Gerardo Iglesias, que trata de abrir una vía a la italiana, no puede dejar de producir sus efectos. En cualquier caso, los pronósticos sobre el porvenir de los comunistas españoles deberán tomar necesariamente en consideración, como factor decisivo, la política de apoyos y de respaldos de la Unión Soviética, que viene últimamente apostando (como demuestran los casos de Holanda, el Reino Unido, Finlandia y Francia) por las opciones más sectarias dentro de los partidos comunistas occidentales.