15 septiembre 1976

Continuación de 'Cobardía Moral' publicado en ABC

Nueva tribuna de Luis María Anson contra los franquistas que ocultan su pasado y los comunistas, esta vez en el diario YA

Hechos

El 15 de septiembre de 1976 D. Luis María Anson publicó en el YA su artículo ‘Carne de Gallina’.

Lecturas

CARNE DE GALLINA

Negociar desde la debilidad significa radicalizar al contrario en sus exigencias. El poder, incluso en los pueblos más civilizados se disputa siempre a dentelladas y a los hombres endebles se les termina desplazando de forma irremediable. Extraer vino generoso de las agrestes vides políticas de vana ilusión. En la conquista del poder se lucha siempre sin cuartel, disputando el terreno palmo a palmo.

El observador imparcial que contempla la blandenguería de una parte considerable de la actual clase dirigente española puede vaticinar si la reacción no se produce de forma inmediata su inevitable derrota. Hace un año denunciaba yo en un artículo titulado ‘Cobardía moral’ a los no pocos franquistas que temerosos y acollonados, corrían con las vergüenzas al aire, vivo todavía su jefe, hacia posiciones que consideraban triunfadoras de futuro. A pesar de la torpeza de mi pluma, se anticipaba en aquel escrito el radiante espectáculo del miedo y del entreguismo que hemos contemplado en los últimos meses con la alocada huida de las ratas que saltan a la desbandada de la nave del viejo régimen.

Hostil a todas las dictaduras de izquierda o de derecha, yo he militado modestísimamente, desde mis iniciales balbuceos políticos, a los diecisiete años, en la oposición de verdad al franquismo, en aquella de los años duros, cuando a la persecución acompañaba el silencio y en la de los últimos tiempos, cuando muchos de los antiguos perseguidores se aupaban con prisa y sin vergüenza en el carro del futuro. Tengo sobre mis espaldas una abultada biografía de multas, expedientes, procesos y exilios. Pues, bien: eso me permite recordar sin pelos en la pluma, porque la verdad nos hace libres que aquí n ose ha producido el 25 de abril: que Franco no murió como Petain en la derrota, sino en el poder; que no fue colgado de las piernas como Mussollini sino que sufrió larga agonía en su lecho de Jefe de Estado; que los vencedores de 1939 no tienen que pedir perdón por haber ganado la guerra; que sólo los cobardes podrían avergonzarse de las banderas cubiertas de sangre y de gloria en lso campos de batalla; que entre los leales a Franco hay muchos hombres honestos y ejemplares de los que el país no puede permitirse el lujo de prescindir; que organizar el futuro deshuesando a los franquistas y excluyéndoles como propugna un sector de la oposición, constituiría un erro de fondo porque la Monarquía es de todos (idea esta, por cierto, no muy nueva para mí, ya que su defensa pública en 1966 me proporcionó la primera sanción de la ley de Prensa y un largo año de residencia en el Lejano Oriente).

La cobardía moral de la clase gobernante – no de toda, claro, pero sí de una parte considerable – contituye una de las dificultades máximas para conseguir el pacto nacional. Me atrevería a afirmar que se encuentra entre los grandes problemas con que el presidente del GObierno se encara. Adolfo Suárez en un hombre flexible y muy enérgico. Nadie que le conozca podrá negarle estas cualidades. Pues bien, el presidente debe transmitir cuanto antes su energía y su valor a los numerosos gobernantes que a muy diversos niveles están agallinados, claudican y se amorrongan sin luchar, han perdido la dignidad del poder, cuartean el principio de autoridad se avergüenzan de lo que fueron bagan sin cesar como tiernos corderos flagelándose con estolidez sus propias carnes y ofician la ceremonia de la confusión mientras se les baja la sangre a los zancajos y se les empinan los testes hasta la garganta.

Una buena parte de la clase gobernante, en fin, es carne de gallina y sólo carne de gallina. O se la hace reaccionar o se prescinde de ella. Porque de tanta y tanta collonería no se puede esperar una negociación seria, sino la rendición sin condiciones. El Gobierno necesita articular una urgente campaña que devuelva la fe y el valor a los que tienen la responsabilidad de defender al Estado. Es grotesco achicarse ante una oposición astillada en cuyos albañales desaguan también muchas corrientes corrompidas. El tema tiene una dimensión no sólo política, sino anchamente social. Porque los conservadores españoles que constituyen muy posiblemente la mayoría del país están como aturdidos ante la debilidad y el amilanamiento de muchos de sus dirigentes y permanecen encerrados en sus casas sin dar la réplica en la calle a las manifestaciones socialistas.

Que dos seres espectrales como Carrillo y la Pasionaria constituyan un problema nacional demuestra hasta qué punto fallan los mecanismos de resistencia en la sociedad española. No me importa desencadenar las iras de esas revistas izquierdosas que imparten a su capricho credenciales democráticas o bendiciones rojas. Carrillo y la Pasionaria son dos cadáveres históricos que se descomponen con incesante rumor en la cripta de los tiempos pasados. El Rey Juan Carlos, dando una lección soberana de madurez político y de sentido de la realidad ha llevado al Gobierno a la generación del silencio a hombres jóvenes que por razones de edad significan la superación de la guerra civil. El partido comunista, sin embargo, parece empeñado en recrear el clima de aquella contienda, instalando en la España de la reconciliación a dos símbolos del choque fraticida: Carrillo y la Pasionaria. En lugar de hablar de pasaportes se debiera plantear crudamente la verdadera cuestión: ante el gesto del Rey incorporando al poder a la generación que no hizo la guerra, la única alternativa patriótica para Carrillo y la Pasionaria es la dimisión. Si continuaran aferrados a sus puestos, el Rey debería ordenar que se desenterrasen los cadáveres de Calvo Sotelo y Pradera, sentándolos a una mesa con Carrillo  y la Pasionaria, para que las cuatro momias resuelvan el futuro de España. Traer a nuestro país a estos dos personajes sin recordarles que la dimisión prevía constituye un elemental deber de patriotismo, significa retormar a la política de mausoleo. Es como representar ante el pueblo español la escena del Comendador. Los comunistas de las nuevas generaciones se merecen dirigentes mejores que Carrillo y la Pasionaria. Con Tamames, con Sartorius y con tantos otros comunistas jóvenes tal vez se abriera una posibilidad constructiva de diálogo.

El Gobierno, pues, debe poner en su sitio con claridad y sin acoquinarse a la oposición. Y a la vez debe explicar a los franquistas que la legitimidad que suponía la guerra civil para ocupar los cargos públicos terminó con Franco. De cara al futuro no existe otra legitimidad que la de los votos. Los franquistas honestos saben que el pueblo español no está dispuesto a continuar pagando los salarios de la corrupción y que la guerra hay que ganarla ahora en las urnas. Para esa tarea se necesitan anchas bases organización moderna y fe en el triunfo electoral. En otro caso se harían ciertos los versos de Ercilla.

«Y habiendo ya contado la victoria de los contarios hados rebatidos quedaron vencedores los vercidos».

El futuro, en fin, es ya un viento huracanado. El temporal que nos sacude no podrá ser dominado por los débiles y pusilánimes. Se escucha ya el rumor sordo del revanchismo, la agitación de un mar oscuro y profundo a punto de embravecerse. La clase gobernante española está enferma de miedo en no pocos sectores. Si no se la resana a tiempo volveremos a contemplar quizá en este otoño tan próximo cómo caen otra vez ensangrentadas las hojas de la historia de España.

Luis María Anson