26 septiembre 2002

Toma esta decisión al cumplirse a penas dos años de que fuera desalojado de la secretaría general del partido por la decisión de Pujol de promocionar a Artur Mas en ese puesto

Pere Esteve, ex secretario general de Convergencia, abandona el partido y se pasa a ERC con críticas a los pactos PP-CiU

Hechos

El 25.09.2002 Pere Esteve anunció que abandonaba su militancia en Convergencia Democrática de Catalunya y sus puestos en Convergencia i Unió.

Lecturas

ARTUR MAS CARGA CONTRA PERE ESTEVE

duran_artur_mas «Siempre hay quien no es capaz de asumir un proceso de renovación», comentó D. Artur Mas refiriéndose al Sr. Esteve, a quien había reemplazado en el año 2000 como secretario general de CDC precisamente usando como argumento la necesaria renovación.

26 Septiembre 2002

Les coses d´en Pere (y 2)

Felip Puig

Leer
Pere ha sido objeto de un fatal olvido: en política, más allá de los deseos personales, lo que importa, por encima de cualquier otro principio, es el proyecto común

En noviembre del año 2000 tuvo lugar el XI congreso de Convergencia Democrática de Catalunya. Fue un congreso muy importante y decisivo para CDC. No sólo ratificó la clara voluntad de renovación de un proyecto y de un liderazgo políticos, sino que asentó las bases sobre las que el partido que lleva gobernando Cataluña desde la recuperación de la democracia y de la autonomía debía definir un nuevo horizonte para el nacionalismo catalán del siglo XXI. En ese congreso, Pere Esteve, en un acto de extraordinaria talla personal y de lección política, renunció a su cargo y cedió la dirección del partido a Artur Mas. Fue algo más que un gesto de buena voluntad. Con ello, el hasta aquel momento secretario general de CDDC dejaba muy claro que la confianza en un proyecto colectivo debe estar por encima de los deseos y los proyectos personales. Precisamente en aquella ocasión tuve la oportunidad de escribir un artículo en estas mismas páginas – “Les coses d´en Pere” (LA VANGUARDIA, 11.11.2000) en el que escribía lo siguiente: “Pere Esteve encarna los avatares, las contradicciones y los deseos de la sociedad catalana actual. ¿La suma y definitiva lección? Demostrar que entre humildad y política no tiene por qué existir ese eterno divorcio. Renunciar a su reelección como secretario general de CDC para situar a Artur Mas como nuevo líder del partido y candidato de CiU en el 2003 indica la capacidad de dar prioridad al proyecto colectivo frente a legítimos intereses personales”.

La prematura y tajante decisión de Pere Esteve de dimitir de todas sus responsabilidades políticas y abandonar incluso el proyecto en el que ha militado durante años es un error absoluto, una equivocación que lamento políticamente y que causa una cierta tristeza personal. Hoy, desde el respeto, la complicidad y el afecto que sin duda continúa mereciéndome su figura después de varios años de trabajo compartido, creo que Pere ha sido objeto de un fatal olvido: en política, más allá de los deseos personales, lo que importa, por encima de cualquier otro principio, es el proyecto común. Frente a los desafíos y contradicciones que vive hoy el país, fruto de un contexto político poco favorable, existen también muchas oportunidades que no justifican para nada la fuga. CDC continuará representando en el futuro las esperanzas de mayores cuotas de libertad y progreso nacional que alberga una parte mayoritaria de la sociedad catalana. Es más: el único instrumento capaz de hacer frente al PP y al PSOE y alcanzar en un futuro la máxima soberanía para Cataluña es CDC. Ese es nuestro compromiso y la base irrenunciable de nuestro proyecto. La impaciencia y la desazón no sólo constituyen el máximo enemigo común sino que pueden llevar al erro personal.

Felip Puig

29 Septiembre 2002

Un auca para Esteve

Alex Salmon

Leer

La marcha de Pere Esteve de su partido es un golpe directo y sin objeciones a la línea de flotación de Convergència. El anuncio de la noticia, una llamada telefónica a Jordi Pujol a las nueve de la mañana sin vuelta atrás, es de una dureza pero de una discreción, a la que ya no estábamos acostumbrados. Los tiempos mediáticos obligan a pensar siempre con el sentido del espectáculo. Aunque no se quiera. Por ello, el estilo y el silencio con que el propio Esteve ha llevado su crisis, que ahora también es la de CDC, es digna de elogio.

Sólo el ex secretario general de Convergència sabe si durmió cómodamente aquella noche, o no. Lo que es evidente es que al president se le atragantó el desayuno. «No me hagas esto, Pere», dicen que decía. Y si eso decía Pujol, es porque tenía muy claro que iba a ser un golpe muy duro para su partido.

El temor de los nacionalistas ante las próximas elecciones autonómicas es evidente. Conocen sus limitaciones y saben cual es su colchón.Conocen también que Maragall no logrará más votos que los obtenidos en los comicios del 99. Así, lo único que tienen que controlar es que no exista una excesiva fuga de votos a partidos como el PP o ERC.

Que algunos votantes de CiU pueden votar al Partido Popular, es evidente. Tal vez, en este caso, la transfusión llegaría de la mano de Unió más que desde Convergència, pero existe un votante nacionalista de derechas que, cada vez, ve con más claridad la normalización del PP en Cataluña, y la llegada de Piqué consolida esta opción. Pero este votante es menor que el nacionalista convencido que vota a CDC desde siempre, excepto cuando su sentido del humor se bloquea y su balanza se inclina hacia ERC, cosa que ocurre con demasiada asiduidad últimamente. La marcha de Esteve le asusta a Pujol básicamente por este colectivo. Por ello, cuando el pasado 25 de septiembre Esteve llamó al president y le contó su decisión irrevocable de marchar del proyecto de un partido con el que ya no se sentía cercano, Pujol le contestó con el nervio que le caracteriza: «No hem facis això».

Los pactos con el PP molestan a los nacionalistas. A la mayoría.Molestan, además, si no existe una clara moneda de trueque. La primera legislatura del PP fue brillante, en estos términos.Unos sabían que necesitaban gobernar; los otros que, gracias a esas intenciones, podía sacar prestaciones. La primera legislatura del PP, que gobernó con los votos del CiU, fue entendida como una reflexión con el pasado y, sobre todo, como un acuerdo formal entre dos partidos que no se podían ver, por el bien puro y duro de los intereses de los dos. Los nacionalistas ya se molestaron en hacer llegar claro y fuerte el mensaje que el acuerdo era más beneficioso que el que se tuvo con el PSOE.

Los votantes nacionalistas trazaron un difícil paso por el desierto para entenderlo. De aquella época son acuerdos tan sonados como el despliegue de los mossos que ahora vivimos. Pero esta legislatura ha sido distinta. La mismísima ley de partidos ha molestado al electorado nacionalista. Por ello, el bocinazo, el grito de Esteve diciendo ahora que se va, con expresiones tan radicales como asegurar que CiU no es consciente del peligro que supone el PP para la democracia, obliga a ese electorado fiel a Pujol a reflexionar sobre algunas cosas. Demasiadas.

Puede que ahora sea el momento de plantearse si Pujol se equivocó no aceptando la propuesta de Aznar de entrar en el gobierno.Y muchos dirán, ¿porqué? Pues porque era la forma de demostrar que la colaboración tenía una contrapartida, y esa era catalanizar España. Y eso, no hay nacionalista que no lo encuentre seductor.

Decía Manel Manchón, en un artículo visionario publicado el pasado mes de junio y titulado, ¿Quién teme a Pere Esteve?, que en CiU no había discusión: «no es el momento de distraerse con las cosas del Pere, porque lo que debe primar es la figura de Mas». Pues parece que sí era el momento para distraerse. Esta auca del senyor Esteve puede provocar la tendencia del electorado más nacionalista a mirar de reojo a ERC. Y eso no ayuda a las aspiraciones de Mas. Claro que después ese mismo votante se puede encontrar con un gobierno PSC-ERC. ¿Porqué, sino, la visita de Esteve a Montilla dos semanas antes del anuncio de su marcha? Pero esa es otra auca.

29 Septiembre 2002

El portazo

Marçal Sintes

Leer

Con asombrosa previsibilidad, el estrepitoso portazo de Pere Esteve ha sido saludado por los diferentes partidos del arco parlamentario según sus propios y exclusivos intereses particulares. Para sus ya ex correligionarios convergentes, la decisión tiene que ver poco con la discrepancia política y mucho con el egocentrismo del personaje y con la traición. El PP, señalado acusadoramente por el dedo de Esteve, ha procurado sacudirse rápidamente las acusaciones de encima, mientras proclamaba que se trata de un problema interno en el cual no hay que interferir. Desde la izquierda todos han procurado arrimar el ascua a su sardina. Los socialistas y los ex comunistas han dado la razón a las denuncias de Esteve sobre la sumisión de CiU al Partido Popular para añadir a continuación que el episodio constituye poco menos que la prueba del nueve de que el pujolismo ha empezado a descomponerse, camino de un big-bang ucedista definitivo. Después del episodio de las reuniones entre Carod-Rovira y Otegi, a los de Esquerra Republicana les debe haber dado la sensación de que esta vez los astros les sonreían majestuosamente. Que les tocaba la lotería. Decididos también a pescar en río revuelto, se han apresurado a invitar a Esteve a formalizar su ingreso en el independentismo, algo que, según el propio afectado, no ocurrirá de momento. Si Esteve acabara fichando por los de Carod-Rovira antes de las elecciones catalanas, ciertamente a éstos el negocio les habría salido redondo.

Pero olvidémonos de los partidos e intentemos analizar los porqués del asunto. Esteve censuró el miércoles la alianza entre CiU y el PP como una grave equivocación para los catalanistas, y seguramente lleva razón. Mientras que en 1996 el pacto era comprensible porque el PP dependía de Convergència i Unió en las Cortes españolas, a partir de la mayoría absoluta de Aznar éste se convierte en difícilmente justificable. Más si tenemos en cuenta que Jordi Pujol pudo elegir entre asociarse con el PP y sus doce diputados o hacerlo con ERC, con exactamente el mismo número de representantes en el Parlament. Si el líder de CiU hubiera escogido a los republicanos, hoy muy probablemente la situación de Artur Mas y de la federación nacionalista sería mucho mejor. Entre otras cosas, porque Cataluña no es el País Vasco y no parece que los populares estuvieran dispuestos a servir en bandeja la Generalitat a Pasqual Maragall sólo por quitársela a los nacionalistas de CiU y ERC.

Además, los sondeos vienen apuntando desde hace tiempo que los republicanos pueden experimentar el año que viene un fuerte crecimiento electoral, crecimiento que se produciría, básicamente, a costa de CiU, que también perdería votos hacia la abstención. El argumento ideológico-estratégico esgrimido por Esteve resulta, pues, coherente y es plausible que muchos militantes y votantes nacionalistas lo compartan.

Sin embargo, no parece que en la ruptura del antiguo secretario general con su partido haya sólo motivos políticos. El momento y la forma elegida por Esteve para irse -provocando un gran daño a CiU- no se explica sólo atendiendo a diferencias de esa naturaleza.Quien ha militado en un partido durante 26 años y además lo ha dirigido durante cuatro no hace lo que él ha hecho sino es que se sienta amargamente dolido por cómo le han tratado sus compañeros.Solamente un profundo e insofocable resentimiento puede explicar -que no justificar- la actuación del artífice de la Declaración de Barcelona.

El portazo que ha dado Pere Esteve suscita, asimismo, algunos interrogantes.

Ahí van tres: ¿Es ético que alguien que ha sido responsable de una organización se revuelva contra ella con la saña empleada en este caso? La segunda: ¿No tienen en lo sucedido Artur Mas y su equipo una parte de responsabilidad, al no haber detectado lo que se avecinaba? Y la última: ¿En qué situación queda el sector soberanista de Convergència, es decir, aquellos dirigentes que, más o menos, comparten el análisis del antiguo secretario general pero que han optado por defender sus ideas desde el interior del partido?

.

SERA NOTICIA… El debate sobre política general que empieza pasado mañana en el Parlamento catalán, y que para Jordi Pujol será el último de esta naturaleza, se verá inevitablemente condicionado por la ruptura entre Esteve y su formación política. El ‘caso Pere Esteve’ será con toda seguridad utilizado por la oposición como arma arrojadiza contra CiU.

27 Septiembre 2002

Lo peor para Pujol

EL PAÍS (Director: Jesús Ceberio)

Leer

A Jordi Pujol acaba de ocurrirle una de las peores cosas que le podían suceder. Uno de sus colaboradores inmediatos ha venido a dar la razón a quienes sostenían que la alianza de Convergència i Unió (CiU) con el PP perjudica la concepción nacionalista de Cataluña. Éste es el mensaje que el ex secretario general de Convergència Democràtica, Pere Esteve, lanza con su abandono del partido. Ataca así el principio que unifica el mensaje poliédrico de Pujol: la tesis de que su nacionalismo consiste en colocar siempre por delante los intereses de Cataluña.

Esteve sostiene que Pujol ha vulnerado este principio primando su permanencia en el poder con una mayoría de centro-derecha en vez de decantarse por un Gobierno de mayoría nacionalista con Esquerra, la otra opción política y matemáticamente posible. CiU lleva tres años haciendo oídos sordos a esta crítica, lanzada desde la oposición y desde un sector nada desdeñable de sus filas. Esta vez la puya viene de alguien que goza de una notable credibilidad en los medios nacionalistas. Su salida rompe el cuidadoso equilibrio pujolista, capaz de atraer desde el soberanismo templado hasta el regionalismo burgués. El desafío llega además en un momento en que CiU parecía haber logrado pacificar sus huestes en torno al sucesor de Pujol, Artur Mas, y cuando apenas dispone de tiempo -queda un año de legislatura- para modificar su estrategia. La dirección de CiU, que se aprestaba a escenificar un lento distanciamiento del PP para hacer olvidar a sus electores nacionalistas una alianza que ya tiene seis años de duración, se queda sin margen de maniobra.

Exagera la oposición cuando cree ver en el abandono de Esteve una descomposición irreversible de CiU, pero es cierto que la federación nacionalista se debilita si deja de ser una amalgama de centrismo y nacionalismo moderado. Y sobre todo, plantea dudas sobre si tras la jubilación de Pujol seguirá siendo posible un nacionalismo de tan amplio espectro. Las expectativas electorales nada halagüeñas para CiU anuncian querellas ideológicas futuras. Todo ello beneficia al líder de la oposición, al socialista Pasqual Maragall. Los tropiezos de todo político favorecen a su adversario. Pero en este caso, además, avalan el mensaje de que Pujol y su formación han agotado su recorrido y Cataluña necesita un cambio. No sólo de líder, sino de mayoría. La espantada de Esteve da más pábulo a esa idea.