8 junio 2004

El diario dirigido por D. David Rojo lanza un 'cañonazo' contra el director del diario EL MUNDO

PERIODISTA DIGITAL publica una declaración completa de Exuperancia sobre sus relación con Pedro J. Ramírez

Hechos

  • El 8.6.2004 el diario PERIODISTA DIGITAL dirigido por D. David Rojo, publicó una amplia declaración de la Sra. Exuperancia Rapú.

Lecturas

Coincidiendo con la publicación de D. Pedro José Ramírez Codina de un fragmento de sus memorias en el libro ‘El Desquite’, que incluye su visión sobre el vídeo-trampa que se difundió con sus relaciones con Exuperancia Rapú, el periódico Periodista Digital publica a partir del 8 de junio de 2004 hasta el 11 de junio de 2004 una entrevista en fascículos a Exuperancia Rapú, que incluye descalificaciones hacia Ramírez Codina y hacia los periodistas Manuel Cerdán Alenda y Antonio Rubio Campaña.

En el año 1997 se produjo la difusión de un vídeo de D. Pedro J. Ramírez, director de EL MUNDO, manteniendo relaciones sexuales con Dña. Exuperancia Rapú, una mujer diferente a su entonces novia, Dña. Ágata Ruiz de la Prada. Los responsables de la difusión del vídeo fueron identificados a los pocos días por el propio diario EL MUNDO y en el año 2002 condenados a penas de prisión.

En 2004 el caso ha vuelto a la palestra con motivo de la publicación de D. Pedro J. Ramírez de sus memorias ‘El Desquite’ donde dedica todo un capítulo a contar como vivió aquel suceso.

La web PERIODISTA DIGITAL que dirige el abogado D. David Rojo López, enfrentado a D. Pedro J. Ramírez desde el año pasado (a raíz del ‘caso Tony King’) ha decidido usar como excusa la difusión del libro de ‘El Desquite’ para dar la versión de la otra parte implicada.

 

PEDRO J. RAMÍREZ EN TELECINCO SOBRE EL VÍDEO: «LA GENTE TENDRÍA QUE DECIR ‘¿Y QUÉ?’

zap_pedrojota_campos El director del diario EL MUNDO, D. Pedro J. Ramírez, había hablado de la difusión de su vídeo sexual en el que se le veía a él y a la Sra. Rapú un mes antes, el 11 de mayo, en el programa ‘Día a Día’ que Dña. María Teresa Campos presentaba en TELECINCO, donde aseguró que aunque lo que se veía en el video no fuera más que un aperitivo, los ciudadanos ante eso tendrían que decir ‘sí, ¿y qué?’.

08 Junio 2004

EL DESQUITE DE EXUPERANCIA

Exuperancia Rapú

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EXUPERANCIA RAPU (8-6-2004, PERIODISTA DIGITAL)

El 1 / El día que conocí al hombre que cambiaría mi vida para siempre

Esta es mi historia. Nací el 13 de julio de 1961 en Malabo, la capital de Guinea Ecuatorial. La cuarta de nueve hermanos (seis chicas, dos chicos y un tercero adoptado), mi padre murió cuando yo tenía seis años.  Era agricultor y mi madre apenas podía mantenernos, por lo que a los 15 años tuve que dejar el colegio y ponerme a trabajar como chacha. Estuve de asistenta interna hasta los 17 años, en que me fui a vivir por mi cuenta, aunque seguía trabajando como asistenta en varias casas. A lo 19 años decidí irme a vivir a España. Malabo es una ciudad pequeña, de menos de cuarenta mil habitantes (todo Guinea apenas llega al medio millón). Conocía a un alto cargo del gobierno porque frecuentaba el bar de una amiga mía. Le pedi que me ayudara con los papeles y él gestionó el visado. Así que cogí un avión y aterricé en Madrid. Me esperaba una tía mía, hermana de mi madre, que me matriculó en una academia de peluquería. Su situación económica no era buena así que me puse a trabajar de interna.  Primero en Madrid, pero luego, a través de una empresa de trabajo temporal, fui encontrando mejores oportunidades. En los años siguientes, tuve oportunidad de trabajar en Barcelona, en el Puerto de Santa María,  en Alicante, hasta regresar finalmente a Madrid.

Fue cuando conocí a Noah, también de Malabo. Disfrutaba de una beca gracias a la cual estudiaba música en el conservatorio. Yo tenía 22 años y él 27. «Noah» significa «serpiente» en Bubi, el dialecto de mi etnia. Y el nombre le iba bien, porque se relacionaba como un encantador de serpientes. No muy alto, era delgado y de pelo corto y resultaba muy atractivo a las mujeres. Empezamos una relación. Durante un viaje a Valencia, vimos un local fantástico y decidimos montar una pequeña cafetería. Nos gustó la experiencia, así que traspasamos el negocio y volvimos a Madrid. Cogimos un local para montar una discoteca de salsa en la calle San Felipe. Entre tanto, Noah seguía su carrera musical. Grabó varios discos con Kilimanjaro Producciones, una empresa que montado Noah y yo. Sólo para los discos de Noah. Yo hacía de representante artística. Nuestra situación económica mejoró mucho. La discoteca de salsa iba bien, la productora no tanto (apenas vendíamos discos de Noah).  Abrimos un pequeño restaurante de comida tropical en la calle Fuencarral. Poco después, también inauguramos un asador de pollos en Vicente Ferrer. Incluso una pequeña discoteca en Alicante. Noah se encargaba de todos los temas de empresa y yo de controlar el día a día de los negocios, aunque estaba más dedicada a la discoteca, donde hacía desde camarera a pinchadiscos. También, siempre que tenía ocasión, me encargaba de promocionar a Noah como músico a través de Kilimanjaro Producciones. Un día, en 1989, quedé en Antena 3 Radio con Emiliano Alaiz, el encargado del tema musical, para entregarle unos discos de promoción de Noah. Estaba en la sala de espera pendiente de que me recibiera, cuando entró en la habitación un hombre. A los pocos segundos se dirigió a mí.

–Hola, qué tal. ¿Cómo te llamas?

–Emma –respondí yo.

–¿Sabes quién soy?

–No… no sé quien eres

–¿No me has visto en la televisión?

–Pues…. no.

–Vengo a una entrevista….

–Ah… ¿Y cómo te llamas?

Me dijo su nombre.

Cap. II: Nuestro primer, e insatisfactorio, encuentro

Al bajar, le pedí a Noah que sintonizara la emisora para ver quién era. El locutor le presentó como a un conocido periodista que acaba de iniciar una nueva aventura mediática. Pensé que era una oportunidad única para promocionar a Noah. Esperé a que saliera. Estaba su chófer esperándole. Le paré y le entregué el disco y una tarjeta de Kilimanjaro Producciones en la que ponía Emma James y la dirección y teléfono de Castellana, 123.

–¿Quién es el que canta? –me preguntó

–Mi hermano.

Se subió al coche y ahí quedó la cosa. Una semana después, le llamé al trabajo. Se puso su secretaria.

–Soy Emma, de Kilimanjaro Producciones —tras unos segundos de espera, me pasa con él–. Hola, ¿cómo estás?

–Hola, ¿qué tal?

–Bien. ¿Has podido escuchar la música que te dí?

–No. Tengo todos los muebles embalados porque estoy cambiándome de domicilio. Pero si quieres, podemos quedar en tu casa para escucharla juntos.

Le dije que no podía porque me iba de viaje. No era verdad. No me interesaba que viniera a mi casa, sino que escuchara el disco.

–Procura escucharlo, porque me gustaría que publicaras algo, una crítica, comentario… algo.

Esto era a finales de noviembre de 1989. El sábado 9 de diciembre, salió publicada una amplia y elogiosa reseña sobre el disco Spanish Black Boy. «El chico negro español», titulaban. Enseguida, mis conocidos me llamaron para felicitarme por el artículo –Noah estaba encantado–. Fui a comprar el periódico y me sorprendió gratamente. «Seguro que ha escuchado el disco y le ha gustado»; pensé.. Ese mismo día, le llamé para darle las gracias. Su secretaria me pasó con su jefe.

–Gracias por el artículo que has sacado

–Pues dame las gracias invitándome un café en tu casa

–Vale, ya te invitaré

Yo estaba desbordada de alegría y no sabía qué decir. A partir de entonces, yo llamaba a menudo para hablar con él para intentar que hicieran algún reportaje sobre Noah. Grabamos otro disco, pero sobre éste, no publicó nada. Si no podía hablar con él, dejaba recado.

–¿A qué no sabes quién ha llamado? –me decía Noah a veces

De 1989 a 1993, intercambiamos llamadas. Su insistencia era cada vez mayor. Quería venir a mi casa. Yo lo evitaba, con excusas reales o no. Para mi se convirtió en un juego. Yo sabía, intuía que sus llamadas eran por interés y no por los discos o la productora. Y a mí me divertía mucho hablar con un hombre importante como él. Que el responsable de un periódico mostrara interés por mí… ¿a qué mujer no le gustaría eso? En julio de 1992 me operaron de un problema de corazón. En agosto decidí ir a ver a mi familia en Malabo y pasar el postoperatorio allí. Un día, llamé a Noah a casa y me cogió el teléfono una chica. Pensé que era la asistenta que venía tres veces a la semana, pero la voz me dijo que me había equivocado de número. Llamé enseguida de nuevo y esta vez descolgó Noah.

–Estás soñando –me dijo cuando le pregunté quién era esa chica–. Te habrás equivocado al marcar.

Yo me quedé preocupada. Y mis sospechas se confirmaron nada más volver a Madrid, transcurrido el postoperatorio, una tarde que descolgé el teléfono.

–¿Diga?

–Hola Leti, ¿se puede poner el jefe?

Reconocí la voz. Era Toni, un filipino que teníamos trabajando en el restaurante. Resulta que se llamaba Leticia la mujer con la que me engañaba Noah.

–Toni, cuéntame toda la verdad o ya puedes empezar a hacer las maletas…

Toni me contó que al poco de irme a Guinea ese verano, Noah había traído a nuestra casa a una de sus queridas. Más tarde me enteré que la había dejado preñada. ¡En nuestra propia cama! A Noah, siempre le había advertido que si le gustaba una chica hiciera lo que quisiera, pero que no tuviera una relación fija. Que yo le perdonaría un infidelidad de una noche, pero no una relación. Aquello supuso para mi una traición muy fuerte. Me traumatizó. Yo quería a Noah muchísimo. Llevaba casi diez años viviendo junto con él… por y para él. Un día, en marzo de 1993, estando Adriana, una amiga mía, la mandé llamar al periódico.

–Hola, soy la secretaria de Emma.

–Un momento

Se puso él y Adriana, después de hacer el paripé, me pasó el auricular

–¿Cómo estás? ¿Quién era esa chica?

–Es mi secretaria

–¿Cómo se llama?

–Adriana

–¿Qué estás haciendo?

–Aquí, en mi casa…

–¿Cuándo me vas a invitar a ese café que me debes?

–Pues si quieres, esta misma tarde

–Pues a las ocho y media.

Le di la dirección (Paseo de la Castellana, 123, piso 2D) y a las ocho y media en punto sonaba el timbre de mi puerta. Le abro la puerta. Llevaba traje y una corbata algo chillona. Le invité a pasar. Me dio dos besos. Fuimos al salón. Se quitó la chaqueta dejando los tirantes al descubierto y se sentó..

–¿Y tú amiga?

Adriana estaba en ese momento en la cocina.  Vino al salón y se la presenté. Rubia teñida, delgadita, de 1,60 de altura, normalita, Adirana era argentina. Más falsa que Judas, como luego comprobaría . Me habían advertido que las argentinas no eran de fiar, pero yo no lo había creído hasta que me la jugó años después vendiendo una fotografía mía a una revista. Adriana se despidió enseguida porque tenía que irse.

–¿Qué bebes? –le pregunté

–Un gintonic

Saqué ginebra Gordons del armario del salón, cogí una tónica de la nevera y llené un vaso con hielo. Yo me puse un zumo de naranja y saqué unos snacks. El salón era también recibidor. Había una mesa central con seis sillas, un mueble aparador, una vitrina con vajilla y un sofá de tres plazas y dos sillones con una mesa baja. En la esquina, un televisor enorme con vídeo y un equipo de música. Dejé las bebidas en la mesa, bajé el volumen de la televisión pero la dejé encendida y puse un CD de jazz. Estábamos sentados en el sofá, charlando. Para mí era una dulce venganza contra Noah.

–Vamos al dormitorio –me dijo en un momento dado.

–No puedo

–¿Por que?

–Aqui vivo con mi hermano y no puedo. Si quieres acostarte conmigo tendríamos que ir a un hotel.

Yo seguía insistiendo que Noah era mi hermano porque así se lo había dicho desde que nos conocimos. No era el momento de decirle que era mi marido, porque aunque no estábamos legalmente casados, llevábamos diez años juntos.

–Yo no puedo ir a un hotel porque soy una persona conocida y pública. No puedo ir a coger a una habitación. Tendría que estar a tu nombre.

–No hay problema… pero hoy no puede ser.

Lo dejamos para el día siguiente. Yo podía perfectamente en ese momento, pero como mujer me llenaba de satisfacción tenerle pendiente de mí, que pasara la noche pensando en mí. Se acabó la copa, seguimos charlando y hacia las once de la noche se fue a su casa. Quedamos en que yo cogía un hotel para la tarde siguiente. Llamé a Adriana para contarle lo que había pasado y para que me dijera algún hotel. Adriana me recomendó Apartamentos «El Jardín», que están por la carretera de Burgos. En información me dieron el teléfono. Reservé una habitación a nombre de Emma James. «Emma James» era el nombre que aparecía en la tarjeta de Kilimanjaro Producciones que le entregué cuando le conocí. Al nacer, me bautizaron como Exuperancia en honor a una tía mía, pero desde siempre me habían llamado Emma. Lo de «James» era por el apellido de Noah. Era un día entre semana y quedamos a la hora de comer, entre las dos y media y las tres menos cuarto. Le llamé por teléfono antes, para decirle el sitio, la hora y el número del apartamento. Yo fui en taxi. Pagué por adelantado. Unas 19.000 pesetas. Todavía conservo la factura. Le esperé en la habitación. El apartamento tenía dos plantas, con salón abajo. Abrí la nevera y puse unos refrescos en la mesa. A las tres menos veinticinco apareció. Casi ni hablamos. Yo llevaba un vestido. Era primavera. Él venía con traje oscuro. A las cinco minutos habíamos acabado. No puedo decir que fuera satisfactorio, ni que me quedara muy impresionada. Era jueves, 4 marzo de 1993.

Cap. III: «Piensa en la declaración de Hacienda»

Nuestro primer encuentro fue el jueves 4 marzo de 1993. Habíamos quedado en los apartamentos El Jardín, entre las dos y media y las tres menos cuarto. Yo fui en taxi. Pagué por adelantado. Unas 19.000 pesetas. Todavía conservo la factura. Le esperé en la habitación. El apartamento tenía dos plantas, con salón abajo. Abrí la nevera y puse unos refrescos en la mesa. A las tres menos veinticinco apareció. Casi ni hablamos. Yo llevaba un vestido. Era primavera. Él venía con traje oscuro. A las cinco minutos habíamos acabado. No puedo decir que fuera satisfactorio, ni que me quedara muy impresionada. Nos duchamos por separado. Primero él y luego yo. Se quedó viendo las noticias de las tres de la tarde. Es un obseso de la información. Siempre venía con un auricular en el oído derecho escuchando las noticias. Se marchó a las cinco.

–He quedado con mi gente –solía decir.

Su chófer le recogió, Yo llamé a un taxi y salí minutos después. Guardé esa factura porque me hacía ilusión. Era un recuerdo de ese día, de nuestro primer encuentro. No me preguntó cuánto había costado la habitación. Tampoco lo haría en el futuro. Siempre pagaba yo. Al día siguiente me llama a mi casa-oficina. Quería volver a quedar. Le dije que no podía. El lunes me llamó otra vez. Yo seguía enomorada de Noah, aunque estuviera enfadada con él por haberme engañado. Por un lado, me apetecía quedar, pero por otro me excitaba más tenerle ahí pendiente, siendo como era tan importante y poderoso. Era como una aventura, como un juego. Nuestro segundo encuentro tuvo lugar a la semana siguiente en los mismos apartamentos, pero en un dúplex diferente. Esta vez le tuve que ayudar a retenerse.

–Piensa en la declaración de Hacienda –le aconsejaba

Los primeros encuentros fueron normales. Pasado un tiempo, cambiamos de los apartamentos El Jardín en la carretera de Burgos a los Basílica, en la calle Comandante Zorita. De esta manera no tenía que desplazarme fuera de Madrid. De Castellana a Comandante Zorita había dos pasos. Nos vimos varias veces en esos apartamentos. Quedábamos en horas de comer, de dos y media hasta las cinco, o por las noches, a partir de las ocho y media y hasta las once y media. Existía una ilusión por ambas partes. Alguna semanas nos veíamos dos veces y otras no nos veíamos. En el mes de mayo decido irme a vivir sola a un apartamento en Capitán Haya, 23. Mi relación con Noah seguía mal y él se quedó a vivir en mi casa de Castellana. La tal Leticia había dado a luz. Noah había reconocido al niño (al final tendría dos hijos con ella). Yo no había tenido hijos con Noah porque no se había terciado. Además, no era su primer vástago. Ya había tenido otros de relaciones anteriores. Pero lo que más me molestaba era que lo había concebido en mi propia cama. Le dí la dirección a mi amigo para que pudiera venir a verme. Le pareció buena idea lo de mi nuevo apartamento. No le di llaves. No había dias fijos. De repetente me llamaba y me decía «esta noche voy a cenar contigo» o «me acerco a comer». El año 1993 fue una locura. En 1994, bajó un poco porque yo tenía una discoteca en Alicante, aunque volvía periódicamente a Madrid. Telefónicamente seguíamos hablando. Al cumplir un año en Capitán Haya decidí volver a Castellana con Noah. Estaba pagando dos alquileres. Noah seguía con los negocios. Yo durante el día iba a las compras y por las noches me encargaba de la discoteca. Solía acostarme al cerrar, hacia las siete de la mañana. La discoteca abría de once de la noche hasta que el cuerpo aguantara. Se llamaba Noah-Noah y era entonces entonces uno de los mejores sitios de salsa en Madrid y venía todo el mundo. Hacíamos cajas de un milllón de pesetas. Volvimos otra vez a apartamentos Basílica. En algunas ocasiones, quedamos en uno de los pisos sin alquilar de una amiga mía viuda que me dejaba las llaves. Fue en esa época cuando empezaron las exigencias de querer estar con terceras personas.

–¿Qué serías capaz de hace por mí? –me dijo un día

–Cualquier cosa –le respondí

–¿Y estar con más gente?

Le dije que sí. Que para mí era un juego. Se lo permití varias veces. Unas cuatro o cinco. Luego ya no. Me di cuenta que le gustaban cosas diferentes y empezaba con extrañas peticiones.

–Me gustaría dejarme en tus manos y que hagas conmigo lo que quieras.

Yo me hacía la tonta. Incluso una vez, le dije:

–He cumplido mi parte… ¿qué serías ahora capaz tú de hacer por mí?

–Lo que quieras

–¿Seguro? –insistí.

–Sí

Yo sabía que tenía pareja estable –«la chica que vive conmigo», se refería siempre– y le dije que me gustaría que nos encontráramos los tres. Se quedó blanco. Se puso tan pálido, que tuve que aclararle:

–Es broma…

Todo esto ocurría en el año 1993. En el mes de agosto me dijo que se iba de vacaciones con su familia. Era la primera vez que hablábamos del tema –me dijo que tenía una hija de 15 años– y casi la última. Yo no quería saber nada de su familia ni tampoco contarle nada de la mia.

–Me voy de vacaciones con mi hija y la chica que vive conmigo

–¿A dónde?

–A una localidad inglesa llamada Bud

Al volver de vacaciones, me vino a ver. Traía un paquete.

–Mira lo que he comprado

Pensé que era un regalo para mi. Abrimos el paquete y, sorpresa, eran unas pinzas de aspecto extraño. Yo me hice la tonta.

–¿Esto qué es? –le pregunté

–Unas pinzas…

–¿Para qué sirven?

–Para jugar

–Pues como no me des el manual de instrucciones…

–Espera, que te hago una demostración –dijo rasgando el plástico que contenía las pinzas.

Cap. IV: Rita Hayworth y el paleto de Cuenca

La primera vez que me cruzó por la cabeza la idea de grabarle en vídeo fue en 1993. Ese año nos veíamos a menudo y nuestra relación era muy intensa. Un día, le comenté:

–Si alguien se enterara de lo nuestro…

–Es como si un paleto de Cuenca le cuenta a alguien que se ha tirado a Rita Hayworth. No te creerían.

Él no se dio cuenta, pero ese desprecio me dolió. Yo era «el paleto» y él «Rita Hayworth». En los años siguientes volvería a hacer la comparación en dos ocasiones. Y eso que nuestra relación era «conocida», tanto «por su gente», como le gustaba referirse a su chófer y guardaespaldas, como «por la mía». También por esos dos reporteros suyos, a los que años después enviaría a «investigarme» y a los que tanto les debe. El día que les conocí personalmente en el despacho de mi abogado les apodé «los Dalton», porque eran más malos que la carne de pescuezo. Parecían policías. Qué mejor forma de demostrar mi relación con un personaje famoso que las imágenes de un vídeo. En la televisión salían cosas así todos los días. Por qué no iba yo a poder contar lo mío. Todavía tendrían que transcurrir cuatro años hasta que esa idea madurara y decidiera, una tarde de marzo de 1997, llevar a cabo la grabación. Luego surgió la posibilidad de vender el vídeo, pero en ese momento con todo lo que se veía por la televisión no podía ni imaginarme que era delito. Las semanas siguientes a la grabación mi mente saltaba de un pensamiento a otro. A veces me decía que esta persona no se merecía eso y otras que sí, que se había aprovechado de mí durante años y me había utilizado a su antojo. Yo llegué a quererle, de alguna manera, pero hubo un momento que parecía una obligación. No sabía qué hacer con el vídeo. Me tentó el dinero. De 1995 a 1997 seguíamos viéndonos, pero con menos frecuencia. Esa época, Noah y yo nos turnábamos para atender la discoteca de Alicante, pasando uno o dos meses cada vez fuera de Madrid. El año 1995 hubo meses que no nos vimos, pero durante nuestra relación nunca pasamos seis meses sin vernos. Él seguía haciéndonos publicidad, sin cobrarnos nada, en su diario sobre la discoteca de salsa Noah-Noah, sobre el restaurante tropical de la calle Fuencarral. Yo notaba que cuando salía algo publicado, se llenaban los locales y no había por dónde pasar. Muchas veces llamaba a su casa desde la mia para saber si los niños habian cenado. Hablaba con la asistenta. También llamaba a la redacción para dar indicaciones. En octubre de 1996, publicó un artículo sobre la discoteca Caché en la que yo hacia las veces de relaciones públicas. Yo le había pedido que me echara una mano y envió a un redactor y a un fotógrafo a hacer un reportaje. El año 1996 empezaron mis problemas económicos. La discoteca tenía muchos empleados y la caja no daba suficiente para pagar las nóminas. El negocio había caído. Una noche que había venido a verme le pedí un favor.

–Necesito que me prestes un millón de pesetas

–¿Para qué lo quieres?

–Se trata de un préstamo no de un regalo. Tengo un familiar enfermo que tiene que ir a Estados Unidos a operarse, pero te lo voy a devolver –dije sin más explicaciones porque no quería que viera que estaba atravesando un mal momento económico.

–No puedo porque estoy arreglando la casa.

Había comprado a un famoso escritor una casa inmensa en el Paseo de la Castellana, enfrente del Hotel Miguel Angel. Fué la única vez que le hablé de dinero. Y no me lo prestó, a pesar de que en el pasado yo le había pagado mujeres, caprichos y otras historias. Me sentó mal y dejé de verle durante un tiempo. Me sentía utilizada. Cada vez que llamaba insistía en quedar con alguna de mis amigas.

–¿Cuándo me las vas a presentar? –me decía.

–O sea, que me llamas por interés en esas personas y no porque quieras verme.

Eso fue en octubre de 1996. Yo sabía que lo tenía ahí y me gustaba que me comiera la oreja, pero le di largas durante unos meses… hasta la tarde del día 6 de marzo de 1997. Ese día me levanté temprano y fui a la discoteca. Luego a una papelería de detrás de Sor Angela de la Cruz a recoger unas tarjetas y publicidad. Serían las doce y media de la mañana cuando suena mi teléfono móvil. Entonces todavía no aparecían los números de llamada.

–Hola, soy yo, necesito verte hoy

–¿Y eso? –le pregunté yo haciéndome de rogar.

–Es que el día de hoy me trae de cráneo

–¿Por…?

–Está siendo un día muy ajetreado.

Ese «día» había declarado en el juicio contra un famoso banquero y estaba como ido. Yo ya tenía decidido grabarle en video aunque lleváramos sin vernos cuatro meses, desde octubre.

–Llámame a las tres de la tarde y te digo si puedo verte –le contesté antes de colgar.

A las tres en punto, suena mi telefono móvil de nuevo.

–Soy yo; qué, ¿nos vemos o no?

–Sí

–Pues a las ocho y media estoy allí

A las nueve menos veinticinco me asomé al balcón de mi apartamento de Sor Angela de la Cruz y veo llegar su coche, un Audi oscuro. Él iba detrás. Su guardaespaldas se baja y él espera a que le abra la puerta. Le veo caminar hacia el portal. Toca el timbre y le abro. Ese día venía como un lobo, empieza a delirar

–Oh musa de mis entretelas…

Cruzó el pequeño recibidor y entró al salón. Tenía la música puesta, la televisión encendida sin voz. Me senté al borde de un mueble. Justo en ese momento suena el estribillo de una canción: «Teatro, lo tuyo es puro teatro». Comenzó a cantar. Y se arrancó con un strip-tease. Chaqueta fuera, se soltó los tirantes, se desanudó la corbata, se quitó los pantalones, la camisa… todo con movimientos tipo strip-tease. Se quedó en pelotas y de rodillas ante mis pies.

–Ésta es la mía –pensé–. ¡Ladra! –le dije.

Qué pena que en ese momento la cámara de vídeo no estuviera encendida para que hubiera registrado sus ladridos. Ni siquiera había habido tiempo de tomar nada.

–Como un perro, más fuerte…

Me subí encima de su espalda y comenzó a hacer que cabalgaba mientras ladraba.

–Quédate ahí –le dije mientras iba a la habitación a por un corpiño rojo y unas medias que había comprado.

Para la grabación, también tenía un látigo y un vibrador. Le puse el corpiño y las medias y, subida a su espalda, le dije que fuera a gatas hasta el dormitorio. En ese momento  fue cuando el que estaba escondido en el armario enchufo el video… Al día siguiente me llamó. Yo estaba en la discoteca. Serían las doce de la mañana. Quería volver a quedar. Me volvió a llamar en agosto para verme, justo el día antes de que yo me fuera a Guinea de vacaciones. Esa fue nuestra última conversación. Me detuvieron nueve meses después, el día 6 de noviembre. Al doblar la esquina de Capitán Haya con General Yagüe aparecieron dos hombres de paisano.

–Policía, identifíquese…

Saqué mi DNI.

–¿Eres Exuperancia Rapú Muebake? Hay una orden de detención contra tí

–¿De qué se me acusa?

–No le podemos decir. Tiene que acompañarnos a Comisaría.

No me esposaron. Esa noche dormí en los calabozos de la Puerta del Sol y los mismos policías que me detuvieron me trasladaron a los Juzgados de Plaza Castilla a la mañana siguiente. Esa tarde ingresé en la cárcel de Carabanchel. Me trasladaron en una furgoneta de la Guardia Civil junto a otras cuatro chicas al módulo de mujeres. En Ingresos, una funcionaria tomó nota de mi nombre y me preguntó de qué me acusaban.

–De revelación de secretos

–Qué raro. ¿Seguro? Llevo muchos años en esto y es la primera vez que decretan prisión provisional sin fianza por ese delito.

Y cap. V: «Los Dalton», dos periodistas de investigación más malos que la carne de pescuezo

cerdan_rubio Los periodistas D. Manuel Cerdán y D. Antonio Rubio, aunque no eran citados expresamente por la Sra. Rapú, eran aparentemente los aludidos por ella con el apodo de ‘Los Dalton’. 

El día que conocí a los «Dalton» me parecieron maderos. Yo no ví a dos periodistas, si no a dos maderos de los que te buscan las vueltas. Acaba de salir de Carabanchel tras nueve días en prisión provisional sin fianza y había quedado con mi abogado en su despacho de la calle Velázquez. Al llegar, ya estaban ellos allí. Se presentaron. Trabajaban para el hombre que yo había grabado en vídeo seis meses antes.

–Estamos aquí para ayudarte.

Querían que les contara cosas, averiguar el paradero de una persona. Me decían que esa persona era un espía, que me había comido la cabeza, que ellos sabían que yo no tenía la culpa, que me habían manipulado, que estaban allí para lo que yo quisiera. Enseguida les apodé los «Dalton» porque eran más malos que la carne de pescuezo. Jugaban al poli bueno, poli malo. Uno de ellos, con gafas y barba, tirando a pelirrojo, hacía el papel de chulo. El otro, se hacía el agradable, aunque luego resultaría ser el peor. Estaban mosqueados y muy nerviosos porque no daban con esa persona. Se les veía enfadados por no ser capaces de encontrarla.

–Cuando lo enchironen se va a enterar. Hay gente muy mala en la cárcel y seguro que hasta le gusta a algún moro.

Yo les decía, porque era verdad en ese momento, que no sabía donde estaba. Que acababa de salir de la cárcel y que lo primero que hizo mi abogado fue prohibirme hablar con nadie. Sólo veía a los guardaespaldas que me habían puesto «los Dalton» y la abogada de su jefe, porque estaba aterrada. Había implicado a mucha gente ante la juez y tenía miedo. Antes de mi detención, los «Dalton» habían llamado a una hermana mía que trabaja de peluquera en Guinea para dar con mi paradero. Según me contaría después Concha, le aseguraron que tenían un regalo para mí y que necesitaban localizarme.

–Yo estoy en Guinea y no sé cómo podéis localizarla en España –les dijo.

Unos días después, recibí una llamada de una supuesta telefonista de MoviStar.

–Hola… ¿Exuperancia Rapú? Mire, le llamo de MoviStar y es que estamos haciendo una promoción y necesitaríamos hablar con usted porque además tiene una avería…

–Yo no tengo ninguna avería…

La colgué. A los dos días de esa llamada, me detuvieron. Luego sabría que mi teléfono llevaba tiempo pinchado. Desde Carabanchel llamé a Noah a Alicante un día por la mañana temprano.

–Noah, soy yo…

–¿Qué has hecho? –me dice exaltado

–Estoy en la cárcel…

–Ya lo sé… hay dos periodistas que han venido a verme y no paran de decirme que soy la única persona que puede ayudarte

–¿Periodistas? ¿Quiénes son?

Me dijo sus nombres. Eran los «Dalton». Le colgué. Ese mismo día, por la tarde, una funcionaria me avisa de que tenía visita. Me quedé sorprendida porque no la había solicitado. Nada más entrar en la cárcel te explican cuántas llamadas desde la cabina tienes derecho, cuántas visitas, cómo solicitarlas…

–¿Quién es? –pregunté.

–Tú novio o eso dice.

–Es blanco o negro.

–Negro y se llama Noah.

La funcionara sacó un papel indicándome dónde tenía que firmar y me mandó bajar a los locutorios. Noah me contó que le habían ido a buscar a Alicante porque yo estaba en la cárcel por un vídeo al director de un periódico.

–¿Y tú qué les has dicho? –le pregunté.

–Que éramos pareja, pero que ahora vivo con otro mujer y dos hijos. Pero insisten en que soy la única persona que te puede ayudar y por eso he venido.

Venía con un cuaderno lleno de anotaciones que consultaba constantemente. Me contó que había ido directamente a la redacción del periódico y que se había reunido con los «Dalton» en el despacho del director. Me dijo que delante de él se hicieron llamadas para que pudiera entrar en Carabanchel a verme. En cuanto salió Noah del locutorio entró mi abogado. Debían haber venido juntos. No había podido asistirme en el juzgado porque estaba de viaje de novios y me pusieron uno de oficio. Le comenté mi situación en la cárcel. Que me habían metido en un módulo de crímenes violentos cuando debería estar en otro. Que llevaba días con la misma ropa. Él me aconsejó que debía «aliarme con el ofendido», porque así obtendría más ventajas en la cárcel.

–Piensa en su familia. Tiene mujer e hijos. Él no tiene nada contra tí. No te persigue a tí, si no a otra gente. Tienes que aliarte con el ofendido.

Me explicó que si yo no declaraba a favor de él no saldría de la cárcel. Que yo era una persona utiizada por la gente que perseguía a ese hombre. Preparamos mi declaración ante la juez y en cuanto le firmé para que se hiciera cargo del caso me cambiaron de módulo y me dieron ropa.

Habían decretado mi libertad un viernes –llevaba ocho días en prisión– pero mi abogado no me dijo nada. Habían pactado que declararía ante la juez el sábado por la mañana. Tras declarar lo que había preparado con mi abogado, me soltaron. «Los Dalton» se encargaron de ponerme a unos policías nacionales de escolta, porque los solicitados al juzgado no podían hasta el día siguiente. Luego descubriría que querían tenerme controlada. Veía a menudo a los «Dalton» en el despacho de mi abogado. Seguían con las mismas preguntas. Que había que detener a esa persona, que lo que había hecho con su jefe no se podía hacer. En una de esas ocasiones, sonó el teléfono de uno de ellos. Al colgar, explicó que era «Eduardo» diciéndole que acababan de detener a esa persona. Resulta que el tal «Eduardo» era uno de los policías nacionales que me habían puesto de escolta. Enseguida llamó a su jefe al periódico.

–El pájaro está en la jaula –le dijo y colgó.

A partir de entonces, los «Dalton» venían a mi casa. Traían montones de fotocopias, incluso copia de la agenda de la persona que acaban de detener. Me preguntaban teléfono por teléfono a quién pertenecían. Me aseguraban que esa persona estaba casada, que me engañaba, que estaba compinchado con su mujer contra mí. Me decían que venían por motivos periodísticos, pero se habían equivocado de profesión: ellos venian como policías… ejercían de policías, manejaban a la policía. Otro día quedamos en una cafetería de detrás de mi casa, un sitio de sandwiches de Capitán Haya llamado Bucanan. Tomamos café. Eran tacaños porque ni se les ocurría ofrecerme una copa. Seguían en la misma línea. Que mi segunda declaración, la pactada, me beneficiaba, que su jefe no tenía nada contra mí, que todo iba sobre otras personas… Me enseñaron el recorte de un periódico donde se había publicado que estaba cobrando 500.000 pesetas al mes de su jefe.

–Joder, si tuvieses que vivir de lo que suelta ese te morirías de hambre –bromeó uno de ellos mientras el otro le reía el comentario.

No alababan a su jefe, pero se estaban partiendo la cara por él. No paraban de trabajar, de hacer llamadas y de comprobar cosas. Habían pasado ya cuatro meses y yo todavía estaba como drogada. Lo que decía mi abogado le creía.

–No te puedo dar copia de tu declaración porque… –se excusaba cuando yo le decía que quería ver exáctamente qué es lo que había declarado.

Me di cuenta que me estaban manipulando, que me ocultaban información y decidí cambiar de abogado por uno que me recomendó un médico amigo mío.

–Podría hacerme cargo del caso –me dijo cuando fui a verle a su despacho y le expliqué mi situación–. Pero sólo si vamos a favor de los intereses del director del diario, en caso contrario, no puedo.

A los díez minutos de dejar el despacho, sonaba mi teléfono. Era mi abogado diciéndome que ya se había enterado de con quién acababa de estar. Tardé meses en salir de esa burbuja. Hasta que un día me dije que tenía que reaccionar, que me estaban engañando, utilizando.Hasta el día del juicio, cambié de abogado cuatro veces. «Los Dalton» seguían controlándome, insistiendo en que mantuviera mi declaración pactada, tentándome con promesas de negocios, de residencias fuera de Madrid, de ofertas millonarias después del juicio, de sueldos… Su objetivo, según ellos, era mantenerme alejada de los «malos». Yo no aceptaba nada –le dije a mi abogado que las 200.000 pesetas mensuales que me ofrecían se las metieran por donde les cupiera–; estaba tan en la luna que decía no a todo lo que me ofrecían., pero sin saber por qué. Yo no sabía lo que quería. Estaba atontada. Cuando le conté lo de los «Dalton» a uno de los nuevos abogados, me aconsejó que los denunciara en el juzgado por amenazas y coacciones, junto a su jefe y a la abogada del periódico. Admitieron a trámite la denuncia y les tomaron declaración a todos ellos, pero luego se archivó. Un día, harta ya de todo, me fui a la sede del periódico a montar un pollo. Estuve toda la noche anterior dándole vueltas a todo en mi cabeza y me presenté sola en la recepción del diario. Iba dispuesta a montar un cirio. Pregunto por el director, y la recepcionista me pide el DNI. La sonrisa al leer mi nombre la delató. Me metió en una sala de estar y subió escaleras arriba con mi DNI.

–No está el director en este momento –me dijo al cabo de unos minutos.

Al poco de irme me llama uno de los «Dalton». Dijo que estaba en Nueva York pero le habían dicho que acababa de presentarme allí.

–¿Qué pretendes? –me pregunta–. No montes ningún escándalo… no te metas en lo que no debes…

Tenían miedo de lo que pudiera hacer y me citaron en la cafetería del Hotel Cuzco.

–Piénsate lo del cambio de abogado, no te vayas a arrepentir.

Yo simplemente escuchaba. El juicio empezó en junio de 2002. Duró hasta finales de julio. Me condenaron a cuatro años y pico de cárcel por revelación de secretos. A día de hoy estoy a la espera del recurso, aunque no tengo esperanza alguna. Para mí es duro pensar que voy a ir a la cárcel: cuatro años no son dos días. Mientras llega la hora de ingresar en prisión, vivo en una habitación de diez metros cuadrados como si ya estuviera encerrada tras las rejas. Estoy en una empresa de trabajo temporal como manipuladora de mailing. Pagan por horas. Los días que me llaman ingreso unos cincuenta o sesenta euros. Ahora estamos con la campaña electoral europea. Visto lo visto, no me arrepiento del vídeo. Lo volvería a hacer, pero mejor. De lo que me arrepiento es de no haberlo hecho antes. Y sobre todo, de no haberle sacado dinero de verdad al asunto.

Exuperancia Rapú

08 Junio 2004

El derecho de los ciudadanos a conocer la verdad

Editorial (Director: David Rojo)

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PERIODISTA DIGITAL jamás ha entrado ni entrará en la intimidad de Pedrojota o de cualquier otra persona. El director de EL MUNDO vio abyectamente violada su intimidad cuando delictivamente se difundieron imágenes de un vídeo grabado la noche del jueves 6 de marzo de 1997 en el que aparecía manteniendo relaciones sexuales con Exuperancia Rapú.

Es el propio afectado quien, motu proprio, narra en un libro de reciente aparición titulado «El Desquite» –actualmente en promoción, con firmas en la Feria del Libro y entrevistas varias en radio y televisión– el contenido del vídeo y quien revela numerosas intimidades suyas («lo que se veía ahí, empezando por el enorme trasero oscuro de Emma y siguiendo por el mío, a merced de unos rudimentarios juegos de sex-shop, no iba precisamente a mejorar mi prestigio social»; «en cuanto me llevó a su dormitorio vi que el atrezzo, presidido por un pene de plástico de ciertas dimensiones, también estaba desplegado. Me sirvió una copa y yo la dejé hacer. Siempre he tenido una actitud liberal hacia las relaciones y variaciones sexuales»; «cuando ella empezó la ronda de lo que espíritus más pacatos catalogarían como perversiones, yo no sentí la menor incomodidad en participar»).

Esas intimidades no tienen el más mínimo interés periodístico –un procedimiento judicial ya se encargó de juzgar y sentenciar a los responsables de su grabación y difusión–, si no las falsedades y mentiras contenidas en el libro «El Desquite» sobre la relación de Pedrojota Ramírez con Exuperancia Rapú.

Son esas falsedades que PERIODISTA DIGITAL, en su deber social de informar, está poniendo de manifiesto las que han llevado al director de EL MUNDO a tratar de coartar, no sólo nuestra libertad de informar, si no –y lo que es más importante– el derecho consitucionalmente reconocido de los ciudadanos a ser informados.

Porque Pedrojota miente cuando asegura «llegué a pensar que podría ser algo relacionado con la oposición guineana, pues recordaba haberle escuchado comentarios sarcásticos contra Obiang» cuando acude a la cita con Exuperancia Rapú.

Porque Pedrojota miente cuando afirma que Exuperancia «había abusado de mi amistad –por llamar de alguna manera a una relación tan vaga– hasta el extremo más inaudito» o cuando dice que no es verdad que «yo la hubiera llamado ni el día de la encerrona, ni ningún otro día, como no fuera respondiendo a su insistencia».

Porque Pedrojota miente sobre su relación con Exuperancia.

Y porque Exuperancia, tal como ha hecho Pedrojota en «El Desquite», tiene derecho a contar su versión.

Y PERIODISTA DIGITAL, soportando los intentos de coartar nuestra libertad, se la hará llegar a sus lectores. Pese a quien pese.

11 Junio 2004

Todo por el jefe

Editorial (Director: David Rojo)

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Ayer, a las 14.35 horas, un conocido periodista de investigación de un periódico español de tirada nacional llamó al teléfono móvil del director de PERIODISTA DIGITAL. Dándose por aludido por el titular ««Los Dalton», dos periodistas de investigación más malos que la carne de pescuezo», advirtió a gritos que la integridad física de su interlocutor estaba en riesgo si hoy salía algo publicado que no fuera de su agrado. No dijo nada, de lo que pasaría si no le agradaba a su jefe.

PERIODISTA DIGITAL considera que dichas amenazas, contenidas en una conversación grabada que obra en nuestro poder, son banales improperios fruto del nerviosismo del momento. Que se trata de un calentón transitorio y que ni siquiera es consecuencia del mimetismo originado por muchos años de trato con miembros de las fuerzas policiales.

Horas después, y sin que por nuestra parte establezcamos conexión alguna, un notario de Madrid se personó en la redacción de Periodista Digital para hacer entrega de una carta remitida por «Don Pedro José Ramírez Codina, mayor de edad, divorciado…» en la que el director de EL MUNDO nos insta «por última vez» a cesar en la publicación de lo que considera son datos pertenecientes a «su intimidad» anunciando «el ejercicio inmediato de acciones judiciales en caso contrario».

Hace siete años, la grabación clandestina de un vídeo que revelaba -según él mismo ha escrito en su libro «El Desquite», que tanto éxito ha cosechado en la Feria del Libro de Madrid- la curiosidad, el afán de experimentar o las aficiones sexuales de Pedrojota Ramírez, y su posterior difusión, terminó por convertirse en un problema político y judicial de considerable envergadura. El único comentario que merece el hecho es la repugnancia sin matices por tal violación inadmisible de la intimidad de una persona, en contra de sus derechos más elementales y de la ley. Y así lo recogieron los tribunales sentenciando a penas de prisión a los autores de la grabación y de la difusión.

Paradójicamente, la propia víctima de esa agresión se había caracterizado hasta entonces por defender que los personajes públicos no tienen vida privada. Y fue el propio Pedrojota quien, con desprecio de su propia intimidad, situó el infame vídeo en el centro de la atención pública -entonces y ahora-, tratando de convencer a los españoles de que los Grupos Antiterroristas de Liberación (GAL) se habían reorganizado y eran los responsables de un auténtico montaje contra él. Necesitaba defenderse y pensó quizá que esa táctica, unida a la palabra «montaje», era la mejor vía. No le salió mal.

Eso fue hace siete años, en 1997. Judicialmente, el proceso quedó cerrado, a falta de que la sentencia adquiera firmeza, en julio de 2002.

Hace unas semanas, con avances de capítulos enteros de «El Desquite» en el diario EL MUNDO y artículos de los periodistas que participaron en la investigación, Pedrojota puso de nuevo el caso sobre el escenario. Todavía con mayor desprecio hacia su propia intimidad, en esta segunda entrega utiliza el vídeo para ajustar cuentas con sus enemigos. Ha firmado ejemplares en la Feria del Libro y ha paseado su persona por platós de televisión y estudios de radio.

Si hace siete años el método empleado para dañar la imagen personal de Pedrojota Ramírez fue destestable, no lo son menos los métodos que ahora emplea el director de EL MUNDO a la hora de defenderse o para ser más precisos, a la hora de atacarnos y pretender imponernos el silencio, para ser él la única fuente de la «verdad oficial». Es todo tan chusco que produce hilaridad si no estuviéramos hablando del responsable del segundo periódico de tirada nacional en España, auto proclamado adalid de la libertad de expresión y de la búsqueda de la verdad ante todo en el periodismo.

Es incomprensible, sobre todo si se tiene en cuenta que hace siete años nadie hurtó solidaridad a Pedrojota cuando se produjo la flagrante violación de su intimidad, que él mismo se encargue ahora de pasar por encima de su propia reputación con tal de seguir combatiendo a sus enemigos políticos o de restregar por la cara a la sociedad española que es poderoso e invulnerable. Porque el honor o deshonor de Pedrojota Ramírez no se encuentra en sus escenas de cama, que tanto dan, sino en la práctica profesional del periodismo que él mismo ha desarrollado a lo largo de los años.

Sin necesidad ni justificación alguna, Pedrojota niega a Exuperancia Rapú –¿por ser negra y fea? ¿por tener un enorme culo negro? ¿porque no es una de las nuestras?–, el derecho a dar su versión sobre unos hechos que ya fueron juzgados y por los que la mujer ha pagado penalmente con una condena a cuatro años de cárcel.

Creyendo ser invulnerable, engreido como sólo lo puede estar quien goza de habitual impunidad, Pedrojota facilita a los lectores una fantasiosa coartada sobre el «antes» de la grabación del deplorable vídeo.

Carente de los códigos morales internos que obligan a los periodistas a aplicarse las mismas reglas que se administran al resto de los ciudadanos e incapaz de aguantar el tipo de crítica persistente, que tanto prodiga desde su periódico, intenta ahora silenciar al mensajero. Trata de cerrar el único medio que se ha atrevido a brindar la posibilidad a Exuperancia de acercarse a la opinión pública para contar su versión de la relación íntima con Pedrojota, que según ella no se limitó a un día aciago como se relata en «El Desquite», sino que se prolongó -como un turbio Guadiana- desde el año 1989 hasta 1997.

La verdad es una categoría filosófica, que los periodistas esgrimimos a menudo pero que resulta difícil de establecer, sobre todo en situaciones conflictivas. En esta profesión, siempre se ha dicho que siempre hay tres versiones: «la de él, la de ella y la verdad». En cualquier caso, Pedrojota no niega en ningún momento ni uno sólo de los datos revelados por Exuperancia y que contradicen lo afirmado en el libro «El Desquite». Tan sólo se escuda en que se trata de su «intimidad» y nosotros queremos dejar patente que nos interesa mucho el periodismo y nos importa un comino la intimidad del director de EL MUNDO.

El Análisis

LEGÍTIMO, PERO TAMBIÉN INTENCIONADO POR PARTE DE ROJO

JF Lamata

Otros no se hubieran atrevido, pero D. Pedro J. Ramírez en sus memorias sobre la primera legislatura del Gobierno Aznar, «El Desquite», publicadas en 2004 relató como vivió el célebre episodio de la difusión de su vídeo sexual con Dña. Exuperancia Rapú. Eso sí, no dejaba de ser su versión, aunque en gran medida esa versión había sido corroborada en la condena judicial a los difusores del vídeo, entre ellos algunos ex dirigentes del PSOE.

Pero ¿tenía derecho la otra implicada en aquella relación en dar su versión de aquellos hechos en ese año 2004? Por tanto, desde ese punto PERIODISTA DIGITAL y su entonces director D. David Rojo López, cumplía esa labor de contraste, aunque para ello entrara de lleno en el fango del periodismo rosa en versión digital. Es llamativo que en 2010 TELECINCO, a través de una de sus productoras (La Fábrica de la Tele) hizo gestiones para negociar una entrevista a la Sra. Rapú. Entonces, la fuerza y los contactos de D. Pedro J. Ramírez en instancias gubernamentales frenaron aquella emisión, pero no pudieron impedir que en 2004 D. David Rojo difundiera la versión de la Sra. Rapú. El relato de la Sra. Rapú, por mucho que pretendiera dejar mal al Sr. Ramírez, al Sr. Rubio o al Sr. Cerdán, no dejaba de ser el relato de una relación personal sin más consecuencias penales que las ya juzgadas en 2002 contra los difusores del vídeo.

No obstante sería ingenuo reducir la actuación de D. David Rojo a un puro y único interés periodístico de contraste con el libro ‘El Desquite’. Un año antes, en 2003, EL MUNDO de D. Pedro J. Ramírez había vapuleado a D. David Rojo por su entrevista al Sr. Tony King, asegurando que no merecía ser considerado ‘ni periodista, ni abogado’. Por tanto parece inevitable ver en aquella publicación otro ‘desquite’, en este caso del Sr. Rojo contra el Sr. Ramírez que se mantendría incluso cuando este cediera la dirección del digital a su hermano Alfonso y que incluyó difundir el vídeo sexual otra vez a través de un link. En el periodo 2004-2011 PERIODISTA DIGITAL sólo daría informaciones negativas sobre ‘Pedrojota’ en una decisión editorial evidente: hacer daño a una persona con la que mantenían un enfrentamiento personal.

J. F. Lamata