13 abril 1988

Premios Óscar 1988 – ‘El Último Emperador’ de Bernardo Bertolucci, la película del año más premiada por parte de la Academia

Hechos

El 13 de abril de 1988 se informó del resultado de la gala de los Premios Oscar en la prensa española.

Lecturas

PREMIOS 1988

  • Película: El último emperador, de Bernardo Bertolucci.Director. B. Bertolucci.
  • Actriz. Cher, por Hechizo de luna.
  • Actor: Michael Douglas, por Wall Street.
  • Actriz secundaria: Olympia Dukakis, por Hechizo de luna.
  • Actor secundario: Sean Connery, por Los intocables.
  • Película extranjera: Babettes feast, de Gabriel Mel.
  • Canción original: The time of my life, de Dirty dancing, original de Frank Previte, John Denicola y Donald Markowitz.
  • Partitura original: Ryuichi Sakamoto, David Byrne y Cong Su por El último emperador.
  • Documental de larga duración: The ten year lunch, de Aviva Slesin.
  • Cortometraje documental: Young at heart, de Sue Marx y Parnela Conn.
  • Corto de acción real: Ray’ s male heterosexual dance hall, de Jonathan Sanger y Jana Sue Memel
  • Guión original: John Patrick Shanley, por Hechizo de luna.
  • Guión adaptado: Mark Peploe y Bernardo Bertolucci, por El último emperador.
  • Corto de dibujos animados: The man who planted trees, de Frederic Back.
  • Sonido: El último emperador
  • Fotograma Vittorio Storaro, por El último emperador.
  • Dirección artística: Ferdinando Scarfiotti y Bruno Cesari, por El último emperador.
  • Vestuario: James Acheson, por El último emperador
  • Montaje: Gabriella Christiani, por El último emperador.
  • Maquillaje: Rick Baker, por Harry and the hendersons.
  • Efectos especiales: Inner space, Dennis Murren, William George, Harely Jessup y Kenneth Smith.

19 Febrero 1988

La historia despreciada

Alain Touraine

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El autor de este artículo se sirve del enojo que le produjo El último emperador, el último filme del cineasta italiano Bernardo Bertolucci -"antiguamente hombre deizquierdas", apunta Touraine-, para deplorar la falta de pasión por los dramas de la historia, sin necesidad de caer en visiones épicas o progresistas.

Que los numerosos admiradores de la última película de Bertolucci me perdonen: salí enojado de El último emperador. Por cierto, comparto la desconfianza de la inmensa mayoría de nosotros en discursos revolucionarios que dejan detrás de sí violencia, represión y poder totalitario, pero no acepto que la historia de un siglo lleno de guerras, revoluciones, esperanzas y sufrimientos sea tan conscientemente despreciada en una película que concentra la atención en un personaje cuyo único interés es su marginalidad e incomprensión de los brutales cambios que le rodean. Bertolucci, antiguamente hombre de izquierdas, quiere convencernos de que la historia es furor y ruido inútiles, y que tal vez el insignificante Pu Yi es un personaje más simbólico, más central que los líderes de guerras y de revoluciones que ensangrentaron y transformaron nuestro siglo.¿Será una coincidencia si en el mismo tiempo, en Francia, la opinión pública se revela incapaz de discutir la Revolución Francesa salvo para dar una importancia excesiva a algunos libros contrarrevolucionarios de mediocre calidad? En los muros de París y sobre los autobuses de esta ciudad se lee estos días la propaganda comercial de una organización de viajes: «En un mundo totalmente cínico, una sola causa merece que usted se movilice por ella: sus vacaciones». Hasta qué grado de cinismo bajan estos comerciantes; están destruyendo toda clase de generosidad, solidaridad o protesta, limitando nuestras preocupaciones de animales domésticos y consumidores a panem et circenses.

No pido respeto religioso para las revoluciones y las grandes transformaciones históricas; al contrario, quiero que acabemos con una visión épica o progresista de la historia. Pero quiero que se hable, no con indiferencia, sino con pasión, positivamente, de la Declaración de los Derechos del Hombre, y negativamente, del terror; positivamente, de la lucha de los obreros o de los campesinos chinos, y negativamente, de la invasión japonesa o de la revolución cultural maoísta.

La pasión cansada

Hoy, apasionarse en un sentido u otro por estos dramas parece cansado para nuestra imaginación, y preferimos quedarnos en un club de vacaciones leyendo historias de princesas. Nuestro mundo se cree individualista, generoso y libre. Pero ¿no será solamente incapaz de cumplir cualquiera de sus tareas, sean la modernización económica, la solidaridad social o la lucha contra la miseria y el hambre? No quiero que nuestra historia se transforme más en religión o en guerra de religiones, pero tampoco que se reduzca a un espectáculo. Si me molesta la película de Bertolucci, es porque él es un director de talento, pero, sobre todo, porque la finalidad de su filme es evitar cualquier reacción afectiva o intelectual positiva o negativa y mantener al público indiferente frente a desórdenes y violencias omnipresentes. El espectador, en medio de un mundo en el cual nada vale la pena, se identifica positivamente al final con Pu Y¡. Qué distancia con las críticas libertarias que dan su fuerza a las figuras del soldado Schweik o de Madre Coraje; El último emperador es un mensaje de relajación anflideológica.

¿Tendremos que pagar durante muchos años más el exceso de movilización política de nuestro siglo con una indiferencia ciega a los dramas del presente y del pasado? ¿Seremos incapaces de vivir a la altura de la historia, incapaces incluso de mantener la memoria de lo que fue nuestra historia? ¿Será el papel del profesor Johnston, profesor ridículo del joven ex emperador, el único que nos corresponde a nosotros: atravesar los terremotos históricos vestidos de frac, jugando al cricket, sin entender nada, pero ahorrando un poco de dinero para comprarnos una casa en Oxford o en la Costa Azul? Bertolucci comparte este pesimismo. Él mismo cuenta que presentó dos proyectos al Gobierno chino. Éste se opuso a un filme sobre el tema de la condición humana de Mali-aux, que tenía que entrar en una evocación directa de la revolución china. Así, un Gobierno revolucionario no quiere que se hable de la revolución y prefiere que se dedique una gran película a un personaje marginal del régimen antiguo y de la invasión japonesa. Bertolucci, siguiendo al Gobierno chino, es consciente del papel desconcienciador de su película. Nos acordamos además de que su película Novecento empezaba como una novela social, pero que el tema social estaba recubierto con un eroticismo interesante en sí y gracias a Domínique S anda, pero cuya función era disolver el tema social de la primera parte de la película.

En la película, una muchacha, prima del ex emperador, agente de los servicios secretos japoneses y occidentalizada, destruye la resistencia de la emperatriz convirtiéndola en opiómana. ¿No será, hasta cierto punto, el papel del autor de la película?

¿Mi enojo será excesivo? Por supuesto, porque la película es brillante y atrae a un amplio público que no tiene ninguna conciencia de participar en una operación de desideologiz ación. Yo «sino no veo ninguna razón de olvidar la calidad formal de la película, y en especial de su primera parte. Pero es precisamente parte de nuestra insuficiente capacidad de acción histórica vivir satisfechos en un mundo sin importancia, lo que refuerza nuestra indiferencia y nuestra autoeliminación de la historia. Frente a la fuerza y a la seducción de esta película es útil que algunos se enojen porque piensan que nuestra descomposición es menos completa de lo que se pretende y que no estamos todos dispuestos a limitar nuestra participación en la historia a una visión deshistoricizante que reduzca los dramas más crueles a un espectáculo que elímine cualquier identificación y participación real en lo que fue o es parte de nuestra historia.

12 Marzo 1988

La nemesis del poder

Francisco Ayala

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Desde varios de sus aspectos ha podido interesarme, y me ha interesado, la película tan celebrada de Bernardo Bertolucci El último emperador, pero me limitaré a comentar uno sólo de esos aspectos que, en razón de particulares preocupaciones mías, me ha dado bastante que reflexionar. Los hechos sobre que su trama está. tejida son para este espectador (coetáneo riguroso del emperador Pu Yi) historia contemporánea: se han desarrollado en el escenario mundial al hilo de m¡ vida. Sus episodios fueron en su día noticia de Prensa, y luego también de radio, que yo pude leer o escuchar, siguiendo a la distancia desde un cierto punto, el curso de los remotos acontecimientos. Sospecho que, por lo remoto en el espacio y, sobre todo por lo lejos que quedan ya en el tiempo, para la mayoría de los actuales espectadores, y en especial para los muchos que en aquel entonces aún no habían nacido o no estaban en edad de atender al curso de la política internacional, esos acontecimientos pueden carecer en su mente de otra realidad que la imaginaria inventada por el filme; es decir, que pueden constituir una historia más bien que una fiel referencia a la historia. En cierta medida, lo mismo ocurre al que fue testigo de los hechos reales referidos ahí, esto es: reflejados en recreación artística. Pues no hay que olvidarlo: la realidad misma es siempre ambigua y amorfa, requiere ser construida en la imaginación, y si se trata de imaginación estética, ésta tiene el poder privilegiado de imponer su versión con superior imperio. Así, el último emperador, que fue: Pu Yi, ha quedado sometido ahora al imperio de Bertolucci.El aspecto de su nueva película que ha despertado mi particular interés y suscita el presente comentario de este testigo de la historia y espectador de la historia es la reflexión, tan patética, acerca del poder que, según parece, constituye el nervio de la obra y le presta sentido unitario, una reflexión que, a mi modo y en términos literarios, ha estado presente en mi ánimo con mucha frecuencia.

Para empezar, el centro del poder visto como una oquedad suntuosamente revestida y reverencialmente acatada, que había presentado yo en Ehechizado bajo condiciones de nauseabunda degeneración, aparece presentado por Bertolucci en su filme mediante el contraste irónico de la tierna indefensión del niñito oprimido por un inflexible ceremonial vacío frente al aparato de esa corte cuya muerta rutina recubre el hormigueo de voraces parásitos. Apenas habrá que apuntarlo: ambas intuiciones de un poder vacante, hueco, remiten, quiérase o no, al modelo ofrecido por la genialidad plástica de los lienzos en que Velázquez rindiera testimonio de los últimos Habsburgo.

En general, Eúltimo emperador pone en evidencia las limitaciones a que el titular del poder, el supuesto poderoso, se encuentra sometido, rehén en verdad de un cargo que muy onerosamente pesa sobre sus hombros y que en ocasiones lo oprime de forma intolerable, pudiendo llegar a aplastarlo. «Monstruo frío» llamó Nietzsche al Estado, y raro es el héroe trágico que logra dominarlo, quizá a condición de identificarse y quedar convertido él mismo en frío monstruo. De cualquier modo, esta clase de héroes no abunda, son excepcionales, y aunque también a ellos suele aguardar un destino funesto, el que por lo común espera a quienes no siéndolo tienen la osadía o la inconsciencia de acometer la empresa -o, como en el caso del infeliz Pu Yi, de aceptar con mansedumbre lo que les estaba prescrito- será, de una u otra manera, lamentable.

Quizá ningún otro poeta haya sido capaz de penetrar tan a fondo como Shakespeare en el pozo de las tentaciones, frustraciones y desengaños de la ambición política, poniendo de relieve la escalofriante némesis del poder, con todas las miserias que le acechan. Entre éstas, mucho se ha hablado siempre, hasta llegar a ser un tópico, de la soledad en que el poderoso se encuentra. Si la soledad es condición aflictiva de todo ser humano, lo que el poder establece alrededor de quien lo detenta (en cierto sentido, todo poder es detentación), resulta más radical, más irremediable, más desoladora que ninguna otra. La paradoja irónica es que el poderoso, con todo su poderío, y por causa suya, a duras penas consigue mantener distantes a quienes pugnan por acercársele y asediarlo con interesados halagos, mientras que, en cambio, sentimientos de delicadeza, discreción u orgullo alejan de su presencia a quienes tal vez le conviniera mucho tener a su lado. Junto a ésta, otra de sus frecuentes calamidades consiste en que cualquier debilidad de su parte será aprovechada enseguida como brecha para que el resentimiento y la envidia de sus próximos intenten destruirlo o -lo que es peor y sutilmente perversa forma de aniquilamiento- utilizarlo como instrumento y cobertura, llegando incluso al extremo que el emperador del Machukuo ejemplifica en la película de Bertolucci.