15 mayo 1990

Anunciado en 1988, su retraso en salir dispara los rumores del riesgo que supone para el grupo mediático esta apuesta en nombre de la defensa de la unidad europea

Robert Maxwell crea el semanario ‘The European’ con el objetivo de que sea la primera publicación que emita a escala europea

Hechos

El 11.05.1990 salió el primer número de la revista ‘The European’ cuyo editor era Robert Maxwell

17 Marzo 1990

Editor y salvador, socialista y capitalista

Hugo Young

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Desde su ático palaciego de la Maxwell House, en Londres, Robert Maxwell puede contemplar hoy su propia justificación -hacia el pasado y hacia el futuro- a una escala que alcanzan pocos hombres en el otoño de su vida. Nos entrevistamos poco antes de que fuese a declarar ante la Comisión Calcutt, creada por el Gobierno para investigar sobre los ataques de los periódicos a la intimidad. Era todo un reto para el dueño del People, del Daily Mirror y del Sunday Mirror. Si la comisión llega a conclusiones duras, es toda la existencia de la Prensa popular o «amarilla» la que está en juego. Pero Maxwell estaba preparando una postura acomodaticia, fundada en la santidad que había alcanzado despidiendo a la directora del People. La Prensa, me dijo, tiene mala fama «y merecidamente». Se había saltado en demasía la intimidad de todo tipo de gente. Pero era interesante -sugerí yo- que hubiese despedido del People a Wendy Henry tan sólo cuando ofendió a la familia real publicando unas fotos del príncipe Harry orinando en un parque. Pero no, dice Maxwell: fueron las fotos de la garganta cancerosa del cantante Sammy Davis, en el mismo número, la espoleta del despido. Pero, ¿no es un poco repentina esa brusca preocupación por la intimidad, y no tiene nada que ver con razones tan pragmáticas como la escalada de los costes de sentencias judiciales por libelo, ni con la amenaza de una nueva ley sobre la intimidad? «Tengo que declararme culpable», admite Maxwell. De ahí se pasa a otra cuestión permanente, pero que siempre recibe una respuesta ambigua: ¿quién exactamente dirige esos periódicos, Maxwell o sus directores? Ansiosamente, el editor responde que a la nueva postura más puritana de Maxwell Newspapers sobre la intimidad se ha llegado por consenso, y sus directores tienen «una libertad considerable». ¿Y si esta nueva línea desemboca en una caída de las ventas? «Estaríamos perfectamente satisfechos de ello». Es la primera vez que me encuentro con un editor de tabloides al que no preocupa la competencia, pero es que Maxwell opina que la tiene ya derrotada… Y no le preocupan las cifras que no sugieren eso, sino que el Sun y el News of the World dominan a sus periódicos. Maxwell corrobora que lo que le interesa de poseer periódicos es el poder: «Me da el poder de plantear problemas con eficacia. Dicho sencillamente, es un megáfono». Los ejemplos de ese uso del poder, según Maxwell, son muchos: él derrotó la gran huelga de mineros en 1984, él echó («lo digo con algo de orgullo») a los trotskistas del Partido Laborista… Pero, ¿de verdad piensa que hizo más que Neil Kinnock para lograrlo? Ahí, Maxwell tiene el buen estilo de refrenarse: «No, le concedo a Kinnock el primer puesto. Estoy muy satisfecho de haberle respaldado». Maxwell recalca: «No encontrará a mis periódicos defendiendo nada en lo que yo tenga intereses personales». En cambio, me parecía a mí, eran más difíciles de desmentir los más famosos contactos públicos de Maxwell: los numerosos que mantuvo con dirigentes del Este europeo. Publicó sus libros y discursos, y a menudo los prologó con grandes elogios. ¿No está avergonzado ahora que sus propios pueblos les han echado? Por primera vez se mostró algo apesadumbrado: «¿Y usted nunca ha cometido errores?», preguntó. Sin duda, respondí; pero no el mismo durante años y años. Pronto reaccionó Maxwell; sí, quizá alabó a Ceaucescu por su «incansable actividad», pero había roto con él hace siete años; sí, llamó a Husak «hombre impresionante», pero, dentro de sus límites, Husak era impresionante. Husak -revela Maxwell, que nació en Checoslovaquia y marchó a Inglaterra durante la guerra- dijo una vez a sus colegas: «¿Saben lo que no funciona en nuestro país? Que ya no producimos gente como Robert Maxwell».

Echando la vista atrás, Maxwell desearía ahora haber dicho entonces en público cuan crítico había sido en sus conversaciones con esos hombres. Sí, eso había sido un error. En cuanto a ventajas empresariales por su actitud, no hubo ninguna. En 40 años sólo había «vendido algunos libros y revistas» en el Este; menos que en Escandinavia. La idea generalizada de que Pergamon Press, base de la fortuna de Maxwell, dependió mucho del comercio con los comunistas, es -suspira Maxwell-, «propaganda negra». Siempre tuvo más altos fines, como «sacar a la gente de la cárcel». Esa es la verdad de su último viaje a la RDA en octubre, cuando afirmó que Erich Honecker «ha sido un reformista toda su vida». Dice Maxwell: «Lo que usted no sabe es que iba en una importante misión para Occidente, para ocuparme de los refugiados». «¿Quién le pidió que reálizase esa misión?». «Déjelo estar. El más alto nivel». Ahora, feliz con los sucesos del Este, se prepara a recibir la recompensa por haber sido siempre «un anticomunista declarado». Tras una pequeña inversión en Hungría, acaba de regresar de Moscú, donde lleva negociaciones avanzadas para lanzar su propio periódico en competencia con Pravda e Izvestia. Saldrá «en menos de unos meses». Pero es en Gran Bretaña donde están los grandes intereses del momento para Maxwell. Como siempre, cerca de la acción: Margaret Thatcher («una gran primera ministra, pero debe irse cuanto antes») le cortejó para el Partido Conservador, y también los socialdemócratas de David Owen en sus horas de auge. Pero él fue siempre socialista y seguiría siéndolo. A diferencia de otros laboristas más ordinarios, la etiqueta de «socialista» no molesta a Maxwell. El socialismo ha llegado al fin a ser lo que él siempre pensó que debía ser. El siempre dijo que el fin del socialismo es aumentar al máximo la libertad del individuo. También está el socialismo contra los monopolios y por el internacionalismo. ¿Y a favor del capitalismo?, le pregunté. «Y a favor del capitalismo», me contestó.