17 agosto 1987

Era el único prisionero en la gran prisión de Spandau. La URSS siempre se negó a liberarle

Se suicida en su celda Rudolf Hess, lugarteniente de Hitler y el único gran nazi condenado en Nuremberg que seguía vivo

Hechos

El 17.08.1987 se conoció la muerte de Rudolf Hess en la prisión de Spandau.

Lecturas

Cuando los últimos prohombres del nazismo como Rudolf Hess iban falleciendo (o suicidándose) las crónicas del ABC – que en origen habían tenido algunas simpatías hacia el nacional-socialismo – eran cada vez más anti-nazis, como la mayoría de grandes periódicos conservadores del mundo.

Eso sí, el ABC cometía errores en sus crónicas. Hablando de la muerte de Hess (18-8-1987) el periódico de Prensa Española dijo que “Audaz equilibrio hace que Hess sea condenado a cadena perpetua mientras eran condenados a muerte sus compañeros Ribbentropp, Keitel, Streicher, Bormann y Baldur von Schirach, representantes de la crueldad y oscurantismo del III Reich”. Bormann no compareció en Nuremberg, ya había muerto en 1945 – aunque fue condenado en rebeldía – y Baldur von Schirach no fue condenado a muerte, sino a 20 años de cárcel.

Un error que no hubiera cometido si la nota hubiera sido redactada por el periodista D. Manuel Blanco Tobío, experto en internacional y que, en aquel momento, se limitaba a publicar artículos de opinión en aquel periódico. Ese día escribió una nota echando en cara a la URSS que se opusiera siempre a la liberación del Sr. Hess por «no estar dispuesto a olvidar», una frase cargada de simbolismo viniendo de un periodista con una trayectoria de apoyo total a la dictadura franquista en España, pero que había podido encontrar su hueco en el periodismo en democracia.

18 Agosto 1987

Fin de una prolongada crueldad

Manuel Blanco Tobio

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Si no fuese irrespetuoso, era cosa decir que al fin se murió Rudolf Hess, a los noventa y tres años, en la vieja prisión de Spandau, cerca de berlín, como estaba previsto, y en la que cumpliendo sentencia del Tribunal de Nuremberg, en 1946, psó cuarenta y un años. Hess había nacido en Alejandría (Egipto), hijo de un comerciante alemán, y en cuanto volvió a Alemania y oyó hablar de Hitler quedó hechizado por su doctrina nacional socialista. Uno de los hombres más próximos al Führer, le acompañó en la cárcel tras el fracasado golpe de la cervecería de Munich, en 1923, y fue en ella, en la cárcel, donde Hitler dictó a Hess la biblia nazi: ‘Mein Kampf’ (Mi Lucha) un libro, sin duda, poco leído y en la actualidad sin ningún interés, pero que inflamó todas las meninges un poco alteradas que había en la Alemania de su tiempo. Hitler, conmovido no tanto por su cabeza como por su lealtad, nombró a Hess, sólo detrás de Goering, para sucederle como Führer.

Lo que menos podría esperarse de un hombre así era lo que hizo: en plena guerra, coger un avión en Ausburgo (mayo de 1941) y volar hasta Escocia, donde aterrizó de noche en una finca de Lord Hamilton. Toda esta historia la cuenta el propio Hamilton en su libro ‘Motive for a mission’ publicado en 1971. La misión que se había impuesto a Hess era la de proponer la paz a Gran Bretaña. Nadie le creyó y en cualquier caso nadie le tomó en serio. Es imposible imaginarse lo que hubiese pasado si los ingleses le hubiesen tomado en serio. Y a esta incertidumbre habría que añadir otra: ¿Habría aceptado Hitler unas negociaciones de paz que él evidentemente no había ordenado ni autorizado?

El caso es que terminada la guerra, Hess fue devuelto a Alemanai y en Nuremberg le condenaron a cadena perpetua. Una condena discutida y discutible. Hess, prisionero en Inglaterra desde 1941 no cometió ninguno de los crímenes de guerra ni contra la Humanidad que a tantos dirigentes les llevaron al patíbulo. De lo único que le acusaron fue de furor ideológico nazi y de aprobar todas y cada una de las acciones de su jefe. Pero la condena fue extraordinariamente severa, a perpetuidad y durante cuarenta y tres años la ha cumplido, cualquiera que fuese su estado de salud física y mental, ya bastante deteriorado durante el mismo juicio de Nuremberg, donde dio abundantes pruebas de desequilibrio.

Comparada su vida con la de los otros condenados en Nuremberg, la de Hess sólo había sido fanática y bastante extravagante. No se pudo contar de él ningún horror. Y, sin embargo, no hubo indulto, ni misericordia, ni olvido, para Rudolf Hess, ni siquiera cuando se quedó sólo en Spandau, hasta que murió el último de sus correligionarios, o cuando ya muy avanzada su edad, su pensamiento y sus recuerdos eran por completo erráticos. Peticiones de clemencia partieron de todas partes y los aliados occidentales habrían accedido a ello, según manifestaron muchas veces, pero no los rusos. Nada pudo convencer a Moscú de que fuese al fin misericordioso con Hess. Nadie en la URSS quería olvidar los veinticinco millones de muertos en la contienda contra Alemania, y en los últimos años hicieron de Hess un símbolo viviente del desquite, de la venganza, por los grandes sufrimientos pasados. Y así, hasta el amargo final de una vida marcada por un trágico destino, en un mundo que no está dispuesto a olvidar.

Manuel Blanco Tobío

19 Agosto 1987

Las autoridades de Berlín tardan 24 horas en admitir que el lugarteniente de Hitler se quitó la vida

Hermann Tertsch

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El gobierno militar británico en Berlín reconoció ayer, un día después de la muerte del último criminal de guerra condenado a cadena perpetua por el tribunal militar de Nuremberg en 1946, que la muerte no se había producido por causas naturales. A sus 93 años de edad tras 46 en prisión -los últimos 20 como único recluso de la cárcel de Spandau-, Rudolf Hess. el único símbolo viviente de la cúpula del nacionalsocialisimo, decidió el lunes quitarse la vida. Ayer se produjeron en la RFA las primeras reacciones; violentas de grupos neonazis en protesta por la muerte en prisión del que fuera brazo derecho de Hitler.

En Frankfurt fueron incendiados dos automóviles de las fuerzas armadas norteamericanas. En Hamburgo, un grupo de neonazis se manifestó ante los consulados de Estados Unidos y el Reino Unido y en numerosas ciudades han aparecido pintadas clamando venganza. Tras conocerse la verdadera causa de la muerte, ocultada a la opinión pública durante mas de 24 horas, se temen reacciones mas airadas de los grupos de extrema derecha. Desde el lunes varios grupos de neonazis están concentrados ante la cárcel, entonando el himno alemán con la primera estrofa abolida tras la instauración de la democracia. Con antorchas y velas montan guardia ante la prisión e insultan a la policía alemana y a soldados, británicos y norteamericanos con gritos de «sicarios de las fuerzas de ocupación».

Según el comunicado británico, Hess salió al patio de la prisión después de almorzar, acompañado, como siempre, por un vigilante, y se sentó en una cabaña en el jardín, donde solía permanecer por las tardes. El vigilante se alejó unos minutos y al regresar encontró al prisionero agonizante con un cable eléctrico en torno al cuello. Inmediatamente, se intentó reanimar al anciano. Pocos minutos después era transportado en una ambulancia al hospital Militar Británico. «Fue declarado muerto a las 16AT, señala el comunicado, y añade que se investiga si el intento de suicidio fue la causa directa de la muerte.

El solitario de Spandau o el preso número 7, llamado así por la celda que ocupó los últimos 41 años, será enterrado a finales de esta semana en el pueblo de Wunsiedel, en Baviera. La policía de la región comenzó ya los preparativos para evitar incidentes durante la ceremonia, cuya fecha exacta aún no se conoce.

El anuncio de las cuatro potencias de la alianza antihitleriana de que el cuerpo de Hess será entregado a la familia ha sorprendido. Se esperaba que, al igual que se hizo con los cadáveres de los criminales de guerra ejecutados en Nuremberg, el cuerpo de Hess fuera incinerado y sus cenizas esparcidas para evitar que su tumba se convierta en objeto de culto.

La cárcel de Spandau, donde Hess pasó los últimos 41 años de su vida, 20 de ellos como único recluso, será demolida próximamente y en su lugar se construirá un supermercado y una zona de recreo para las fuerzas armadas británicas estacionadas en Berlín. Esta decisión, tomada hace tiempo por las cuatro potencias administradoras de Berlín (EE UU, la URSS, el Reino Unido y Francia), responde al objetivo de evitar que la antigua prisión fortaleza se convierta en símbolo y punto de encuentro de fuerzas neonazis.

No obstante, según se supo ayer, las compañías constructoras de Berlín Oeste han recibido ya amenazas para que se abstengan de participar en la demolición de la cárcel. El nerviosismo que ha causado la muerte de Hess entre las autoridades de las potencias occidentales y autoridades en Berlín Oeste queda demostrado por el hecho de que ya han iniciado los primeros contactos para derribar la cárcel.

Un médico británico llegó ayer a Berlín para realizar la autopsia al cadáver del solitario de Spandau y determinar si la muerte fue consecuencia directa del intento de ahorcarse del anciano prisionero, cuya capacidad de movimiento y fuerza era mínima. Posteriormente, el cuerpo será transportado en un avión militar británico a la localidad donde recibirá sepultura y será entregado a su familia: su mujer, llse Hess, de 87 años su hijo, Wolf-Rüdlger, de 50. liste llegó ayer a Berlín y acudió brevemente al hospital donde se halla depositado el cuerpo de su padre.

Hermann Tertsch

La rehabilitación de Rudolf Hess

Eduardo Haro Tecglen

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En el momento en que el mundo se apresura a adelantar su juicio final sobre Rudolf Hess, Televisión Española ha contribuido ampliamente a su rehabilitación con un «Documento TV» adquirido a una empresa privada de Alemania Federal. El reportaje emitido en la noche del lunes estaba montado con anterioridad a la muerte de Hess –algunas de sus entrevistas datan de 1985– y su intención general era, sin duda, ayudar, conmoviendo a la opinión pública, a la liberación del anciano prisionero solitario. Al llegar tarde aquí, resulta un firme y acentuado alegato absolutorio.

La técnica intelectual con la que está hecho ese documental es la de una gradación que, poco a poco, llega a la apología. En los tiempos brillantes del nazismo, Hess, lugarteniente de Hitler, aparece como un elemento moderado del partido que tiende siempre a retener las acciones duras, y un amante de la paz que procura la negociación y el entendimiento. Por esas razones –se explica– le anulan otros personajes mas poderosos que rodean a Hitler: Goering, Ribbentrop, Himmler… Rudolf Hess aparece como con una doble personalidad: por una parte, fascinado por Adolf Hitler y por el nacionalsocialismo a cuya doctrina contribuyó; por otra, dispuesto a una alianza con las democracias occidentales en contra de la Unión Soviética, aún en contra de la voluntad oficial. El momento culminante es el de su vuelo a Gran Bretaña para gestionar una paz separada por medio del Duque de Hamilton. Las opiniones de los historiadores dejan en duda si la misión estaba concebida con Hitler. A partir de ahí, el retrato de Hess, mediador fallido, es el de un enfermo depresivo, taciturno, con la memoria perdida. Hasta el juicio de Nuremberg, donde muestra su arrogancia, pero tambien quizá su locura, diciendo que la pérdida de memoria era una estrategia y declara su lealtad a Hitler y al nacionalsocialismo. Se extienden planos documentales en los que se insiste en que fué absuelto de crímines de guerra, pero declarado culpable de preparar la guerra para demostrar, primero, que Gran Bretaña estuvo fuera de la ley al hacer prisionero a un parlamentario de paz, y que Nuremberg cometió una violación del derecho internacional al inventar el delito de preparación de guerra. Despues de esta preparación, se suceden las declaraciones de historiadores, del abogado de Hess, algunos acusadores de Nuremberg, testigos próximos al prisionero –su secretaria, su hijo– en favor de la inocencia del detenido; no ya por caridad hacia un anciano aislado, sino por injusticia en su prisión. Culpables de esa injusticia: Gran Bretaña, que no quiso nunca revelar la verdad del vuelo de Hess y a la que convenía su silencio (denuncia implicita: trató de hacer la paz por separado sin que lo supieran sus aliados) y la URSS porque no le perdonó que quisiera cambiar el rumbo de la guerra uniendo amigos y enemigos contra ella. Y el «documento» termina con una imagen fija de Hess, nimbada como de gloria y martirio.

Esta opinión, que ni siquiera está enmascarada, es la misma que están ahora defendiendo los neonazis en Alemania Federal y en el mundo entero; pero no es ni siquiera neutral y no ayuda a comprender la verdadera complejidad de Hess y de las situaciones que provocó y en las que participó. Una vez mas se echa de menos que este documento haya sido adquirido y programado para esta ocasión, y no elaborado por sus informativos especiales, que probablemente tendrían mas delicadeza histórica y democrática al retratar una figura que, al menos por unos días, está volviendo a una antigua discusión sobre la validez del nacismo en ciertas circunstancias, contra ciertos enemigos y contra otras amenazas peores. Al hacerlo como lo ha hecho, colabora espontáneamente con esas opiniones y rehabilita la memoria de Rudolf Hess.

Eduardo Haro Tecglen

19 Agosto 1987

Suicidio en Spandau

Editorial (Juan Luis Cebrián)

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El suicidio de Rudolf Hess, muerto a los 93 años, y la decisión de destruir la cárcel de Spandau, administrada hasta ahora conjuntamente por los ejércitos de los aliados, obligan a recordar algunas de las circunstancias que acompañaron el final de la segunda guerra mundial. Ésta no significó simplemente la victoria de unas naciones y la derrota de otras. El triunfo militar de la coalición antihitleriana fue considerado como la salvación de la humanidad de una empresa de destrucción de todos los valores de la civilización, de genocidio del pueblo judío y de otras poblaciones no germánicas, llevada a cabo por Hitler y sus colaboradores. Por eso la guerra terminó con el juicio y la condena de los culpables ante el Tribunal de Nuremberg, constituido por los Estados vencedores, pero que dictaba sus sentencias en nombre de unos valores de justicia comunes al conjunto de los pueblos de la Tierra. Hess era el último preso de los condenados en Nuremberg. Y Spandau, el último lugar administrado en común por los aliados. Esa página queda cerrada.Sobre la responsabilidad de Hess en la empresa criminal del hitlerismo no ha existido nunca la más mínima duda, a pesar de su misterioso viaje a Inglaterra en 1941. Los horrores del genocidio nazi, los campos de exterminio, las cámaras de gas, las torturas, la experimentación con los seres humanos como si fuesen animales, fueron posibles porque el nazismo logró envenenar las mentes de millones de alemanes con un fanatismo racista y antihumano. Hess fue uno de los principales responsables, como número dos de Hitler, de esa obra criminal del nazismo. Era, además, el último de los altos jerarcas hitleriano aún con vida. Por eso la aplicación hasta el fin de la sentencia dictada en Nuremberg contra él tenía un significado histórico, que trascendía las particularidades personales. Simbolizaba y demostraba que la condena del hitlerismo sigue vigente, que es un rasgo común del mundo actual por encima de las diferencias existentes entre los países y fuerzas políticas que ayer lucharon contra el nazismo.

Por otra parte, la campaña por la liberación anticipada de Hess se entremezclaba de sentimientos que nada tenían que ver con el deseo de mejorar los últimos días de un anciano. Se inscribía, con unos u otros matices, en el intento de revisar la condena del hitlerismo, de poner en duda o difuminar la magnitud de sus crímenes, y de fomentar así una revitalización de los sentimientos neonazis y neofascistas. Este intento se manifestó con bastante claridad con motivo del reciente proceso de Klaus Barbie, uno de esos nazis fanáticos educados por Hitler y Hess. Las circunstancias de ese proceso ayudaron también a poner de relieve que los esfuerzos por revisar el pasado hitleriano no están desligados de actividades de grupos de extrema derecha. Un Hess en libertad hubiese sido un estímulo para ellos.

24 Agosto 1987

El auténtico 'caso Hess'

EL PAÍS (Director: Juan Luis Cebrián)

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EL MIÉRCOLES se celebrará en una pequeña localidad bávara el funeral por el líder nazi Rudolf Hess, el solitario de Spandau, el más controvertido de todos los líderes políticos que sufrieron prisión como consecuencia de la Il Guerra Mundial. Las circunstancias de su muerte, infligida por propia mano en el castillo prisión de la citada localidad próxima a Berlín, y la obstinación con la que algunos de sus deudos se resisten a aceptar la evidencia del suicidio, contribuyen a convertir el caso en un escándalo menor y a dar a la previsible concentración nazi en Wunsiedel un aire de ocasión esperada, que no debería merecer mayor atención si atendemos exclusivamente a la escasa trascendencia política que ese controlado desbordamiento de pasiones populares pueda reclamar.Cualquier polémica a la que todos estos hechos den lugar sobre la pervivencia del nazismo, la capacidad de resurrección nostálgica de estos grupúsculos, como los que empapelaron calles de Madrid y Barcelona con esquelas in memoriam a la madrugada siguiente al fallecimiento del lugarteniente de Hitler, es pura anécdota. Parece ocioso, por tanto, entrar en la disquisición de si este u otro tipo de muerte menos dramática, si la libertad en su momento o la permanencia del recluso en Spandau, habrían convenido más o menos a la democracia alemana, al apaciguamiento de las conciencias, a la superación más que al olvido de las atrocidades de la segunda guerra.

Los hechos políticos de todo orden creados desde 1945 en la Mitteleuropa, la formación de un sólido Estado democrático en el lado occidental de la divisoria europea, el control que ejerce la Unión Soviética al otro lado de la misma, consolidan un paisaje humano y social que hace impensable nada que desborde la minúscula algarada de la nostalgia. Hess, cualquiera que haya sido su fin actual, murió en realidad hace muchos años como lo que era: el representante de un orden desaparecido con su creador Adolf Hitler.

Sin embargo, no hay que olvidar que el nazismo, aparte de circunstancias específicamente alemanas, como el revanchismo de Versalles y la debilidad del liberalismo en Alemania durante el siglo XIX, contó con un caldo de cultivo internacional como fue la marginación de una gran parte de la población europea en la gran crisis de los años treinta. Es cierto también que nada parecido sucede en la actualidad, pero otros problemas sacuden a esa ciudadanía como consecuencia de los cuales persiste un nazismo de nuestro tiempo, distinto al histórico, pero de raíces sociales muy comunes. Si el movimiento xenófobo de Jean Marie Le Pen en Francia es una forma de esos nazismos recurrentes, no lo es por sus mayores o menores coincidencias con el nacionalsocialismo, ni porque hable de establecer futuros Estados totalitarios, sino porque se cultiva en una misma marginación, en un repliegue fanático sobre el propio terreno, porque hace del otro, sea norteafricano, negro, árabe o europeo menos favorecido, el espantajo de los propios terrores e impotencias. Ese otro, en el que un nazismo se miraba como en un espejo deformado, fue el judío en tiempos pasados, y hoy es una cierta inundación de las masas del Tercer Mundo, que da alientos a esa mala Europa que llevamos dentro.

Ésa es la verdadera dimensión del modesto caso Hess, aquella que sirva para recordarnos que si el nazismo fue la consecuencia de una época superada, las pulsiones de una Europa aún ferozmente particularista, cuando se le aprietan las tuercas de su propia inseguridad, resurgen en forma variada pero siempre amenazadora. No, es un recuerdo, por tanto, lo que hay que temer, sino una presencia actual de aquellos repliegues, de aquellos temores, de aquellas traiciones a la idea misma de Europa.