2 junio 2008
Carlos Aragonés, Ignacio González, Vidal-Quadras y Gabriel Elorriaga unieron sus voces contra Rajoy, pero este fue abrumadoramente respaldado por el resto
Tenso comité ejecutivo del PP los críticos liderados por Juan Costa fracasan en su intento de que Rajoy no se presente a reelección
Hechos
El 2.06.2008 se celebró un Comité Ejecutivo del Partido Popular.
Lecturas
El lunes 2 de junio de 2008 se celebra un tenso comité ejecutivo del Partido Popular después de una campaña de los medios de comunicación afines a la presidenta del PP de Madrid Dña. Esperanza Aguirre Gil de Biedma favorable a presionar a D. Mariano Rajoy Brey a que no se presente a reelección como presidente del PP, que ha sido respaldada por algunos dirigentes de esta formación como Dña. María San Gil Noain, D. Alejandro Ballestero de Diego o D. Gabriel Elorriaga Pisarik.
En el comité ejecutivo del 2 de junio de 2008 las voces favorables a que el Sr. Rajoy Brey se retire la encabezan D. Juan Costa Climent, que denuncia que el Sr. Rajoy Brey no genera ilusión y divide al partido. El Sr. Costa fue respaldado por D. Carlos Aragonés, D. Gabriel Elorriaga Pisarik, D. Alejo Vidal-Quadras y D. Ignacio González González (este último, como vicepresidente de Madrid, era el representante de la Sra. Aguirre en la reunión).
El resto de los miembros del comité, la abrumadora mayoría, se posicionan a favor de que continúe el Sr. Rajoy Brey en la presidencia del partido.
Desde El Mundo tratarán de animar a D. Juan Costa Climent a que se presente como alternativa al Sr. Rajoy Brey pero este declinará ante el respaldo absoluto de la federación de Valencia al Sr. Rajoy Brey, incluyendo su hermano D. Ricardo Costa Climent, secretario general del PP valenciano.
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LOS ENEMIGOS DE RAJOY DAN LA CARA EN EL COMITÉ EJECUTIVO (…MENOS UNA)
D. Juan Costa lideró a los críticos en la reunión del Comité del PP en 2.06.2008. El Sr. Costa denunció al Sr. Rajoy por no generar ilusión ni unir al PP.
Dña. Esperanza Aguirre, fue la gran ‘ausente’ ya que abandonó la reunión al poco de empezar alegando ‘problemas de agenda’.
D. Ignacio González, afín a Dña. Esperanza Aguirre, tomó la palabra en el Comité Ejecutivo para acusa al Sr. Rajoy de estar haciéndolo mal, citó el episodio de la marcha de Dña. María San Gil y lo poco que se reunían los órganos internos. Entregó su discurso al diario EL MUNDO para que este lo publicara íntegro.
D. Gabriel Elorriaga, todavía secretario de Comunicación del PP, acusó en el Comité al Sr. Rajoy de no haber analizado correctamente las causas de la derrota y que por ello no era capaz de resolver los problemas internos del partido. Le replicó D. Jorge Moragas acusándole de haber lanzado antes sus críticas a la prensa (a EL MUNDO) que de manera interna.
D. Carlos Aragonés, afín a D. José María Aznar, intervino en el Comité Ejecutivo para acusar al Sr. Rajoy de haber impuesto un enfoque ‘presidencialista’ en el partido, donde el congreso de Valencia se había planteado únicamente para reelegir al Sr. Rajoy y donde la ejecutiva y hasta el secretario general apenas tenían poder.
La última de las intervenciones críticas en el Comité fue la de D. Aleix Vidal Quadras, aunque en su caso no fue tanto de criticar al Sr. Rajoy, sino de criticar que el PP estaba perdiendo sus principios fundamentales al abrirse a pactar con nacionalistas. Le replicó el propio presidente-fundador del partido, D. Manuel Fraga, asegurando que el PP nunca renunciaría a la defensa de la unidad de España.
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ABUCHEOS AL FUNDADOR Y A GALLARDÓN:
El 3.06.2008 durante otra reunión del Partido Popular D. Manuel Fraga fue abucheado en la puerta un grupo de ciudadanos siguiendo las consignas del programa ‘La Mañana’ del Sr. Jiménez Losantos en la COPE corearon a Dña. Esperanza Aguirre y Dña. María San Gil al tiempo que abucheaban a D. Alberto Ruiz-Gallardón y a D. Manuel Fraga Iribarne cuando estos entraban a la reunión del partido. Un ciudadano llegó a gritar en el momento en que entraba el Sr. Fraga: «¡Jubílese ya, y deje de incordiar!» (uno de los comentarios del Sr. Losantos en su programa), a lo que el anciano político respondió: «¿Qué dice ese cretino?».
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LA PRENSA MARIANISTA CONTRA JUAN COSTA
Mientras EL MUNDO y la COPE presentaban a D. Juan Costa como la alternativa ideal al Sr. Rajoy, en el diario ABC se le atacaba acusándole de hacer negocio con el congreso a través de su esposa. El locutor estrella de la COPE D. Federico Jiménez Losantos, acusó al PP y al Sr. Rajoy de ‘jugada miserable’ filtrando aquello, pero eludió atacar al ABC respetando así el acuerdo de no agresión que mantiene con Vocento.
03 Junio 2008
Necesidad de un liderazgo integrador
El pasado 9 de marzo concurrimos a las elecciones generales con el objetivo de derrotar el mal gobierno de nuestros adversarios y recuperar el Gobierno de España. Nuestros resultados no fueron los esperados. Perdimos las elecciones y, aunque subimos en votos, nuestros adversarios ganaron, mantuvieron la distancia que nos separaba y se aproximaron más a una mayoría suficiente para gobernar con menos necesidad de apoyos de otros partidos.
Desde entonces hasta ahora, nuestro partido ha entrado en un proceso de conflictividad interna en el que la percepción de muchos de nuestros militantes, simpatizantes, votantes y compañeros es que las cosas no se han estado haciendo bien.
Cuando no se ha hecho un análisis electoral profundo de los resultados y de por qué no hemos ganado, de lo que hemos hecho bien y de lo que no hemos hecho tan bien, es que algo hemos hecho mal.
Cuando se transmite que el equipo no era tal equipo, y que la derrota parece que es de unos y no de todos, es que no hemos hecho algo bien.
Cuando se transmite la percepción de que en el partido unos son los buenos, los moderados y los centristas, y otros los retrógrados, los que restan, los carcas, es que algo no se está haciendo bien.
Cuando se mantiene durante cuatro meses al primer partido de la oposición sin dirección, dificultando el ejercicio de la oposición y dando tanta ventaja al adversario, es que algo no hemos hecho bien.
Cuando se transmite la sensación de que lo que había no vale y hay que renovarlo todo, sin considerar el esfuerzo, el trabajo y la ilusión de quienes perciben desconsideración a cambio, es que algo no hemos hecho bien.
Cuando se invita a una parte del partido a marcharse del mismo, y se hacen advertencias y consideraciones desde la Comisión de Derechos y Garantías a los que no comparten esa invitación a irse, es que algo no se ha hecho bien.
Cuando personas muy señaladas de nuestro partido abandonan sus responsabilidades e, incluso, la militancia por sentirse engañadas, no apoyadas o no identificadas con lo que se está haciendo, es que algo no hemos hecho bien.
Cuando la sensación que se percibe es la ausencia de libertad interna para opinar, discrepar, disentir o, incluso, alguna opción alternativa se le ataca en lo personal, en lo familiar, trufando las informaciones con intereses espúrios, es que algo no hemos hecho bien.
Cuando lo que se transmite es que o se está con la dirección y la estructura del partido o, en caso contrario, es que sólo se está en contra del partido, es que algo no hemos hecho bien.
Cuando se deja transmitir la idea de que hay que renunciar a lo mejor de nuestro pasado más reciente y más exitoso, recuperar un centro perdido que nadie explica cuándo y cómo se perdió, y que hay que parecerse más a nuestros adversarios y menos a nosotros mismos, parece que algo no hemos hecho bien.
El Partido Popular es un gran partido fruto del esfuerzo de muchas personas que, en los últimos 20 años, supieron construir un proyecto político y social claro, solvente, basado en nuestro modelo constitucional, sin anclaje o dependencia alguna del pasado y entroncado con los proyectos y las ideas que en nuestro entorno lideraron el desarrollo y progreso de sus países, haciéndolos más libres y más prósperos.
Se basó en tres pilares: un partido fuerte y unido; un liderazgo también fuerte e integrador, y un proyecto político claro, distinto al de nuestros adversarios y con ambición de ganar.
Se luchó contra muchos prejuicios y estereotipos, y contra construcciones ideológicas y políticas impulsadas por nuestros adversarios, -ellos sí con anclajes en el pasado-, con el apoyo inquebrantable de un grupo editorial que lideró de manera monopolista y excluyente la corrección del pensamiento político y social de nuestro país en muchos años, contribuyendo a consolidar esos estereotipos y a presentar a nuestros adversarios como indisolublemente unidos a valores entendidos como progresistas, buenistas, social y políticamente correctos, al margen de lo que hicieran o representaran, y a nosotros como representantes de un pasado vergonzoso y retrógrado del que ellos formaron parte.
Ese partido fuerte y unido exige un liderazgo integrador, donde todos se sientan parte del equipo y del proyecto, aunque se discrepe, y donde cualquiera que sea el papel que toque jugar, se sientan bajo el paraguas de ese partido fuerte y unido, y de una dirección fuerte e integradora, que les respalda, les representa y les defiende.
Un proyecto político sólido, claro e ilusionante requiere una firme convicción de lo que somos, lo que representamos y lo que defendemos, sin caer en el relativismo, en el oportunismo cortoplazista y acomplejado, en el tacticismo, o en pensar que hay que parecernos a nuestros adversarios, ser su segunda marca en los planteamientos ideológicos o tener complejos de falsa progresía. Porque esto sólo induce a la ausencia de proyecto, de identidad, al confusionismo y alejamiento de la sociedad que busca en nosotros una alternativa fuerte, con un proyecto claro y sin complejos, que se contraste con el modelo político de la izquierda y los nacionalistas, que está llevando a nuestro país a una recesión en el contexto nacional e internacional.
Querido presidente:
Si esa percepción, dentro y fuera del partido, de que algo no estamos haciendo bien no se supera y los tres factores que nos hicieron un partido grande y ganador no se recuperan, tendremos muchas dificultades para conseguir el objetivo que todos compartimos: derrotar a nuestros adversarios y ganar las próximas elecciones.
03 Junio 2008
Costa abandera la oposición renovadora a Rajoy
La reunión del Comité Ejecutivo Nacional, la última de este órgano antes de la cita de Valencia, sirvió ayer para confirmar que hay una alternativa a Mariano Rajoy que toma cuerpo en torno a la figura de Juan Costa, al margen de que acabe presentando su candidatura o no. Tanto si finalmente lo hace como si no, a partir de ahora va a ser una referencia para una generación de jóvenes diputados que quieren renovar el partido desde posiciones de centro, como las que ya expuso en su famosa carta publicada en estas páginas Gabriel Elorriaga. Precisamente, si para algo sirvió el Comité Ejecutivo de ayer fue para desmontar dos de los sambenitos con los que el aparato ha intentado desacreditar a los críticos: ni éstos son el ala derecha, ni las voces críticas están «fuera» del partido (como ayer insistieron Javier Arenas o la inefable Celia Villalobos, cerrando los ojos a la evidencia que tenían delante de sus narices).
Costa fue directo y certero en su análisis y llegó a decirle a Rajoy que ni genera ilusión ni une al PP, y que esa «crisis de ilusión» ha cundido entre las bases y se percibe en la calle. Con su intervención, destapó ayer la que ha sido sin duda la reunión de la ejecutiva con más reproches al presidente en la historia del PP, y el contrapunto a la visión idílica del acto aclamatorio celebrado el sábado pasado en Valladolid. El ex ministro de Ciencia y Tecnología criticó el proceso de recogida de avales y animó a la dirección a recuperar a María San Gil, que ha anunciado que deja la presidencia del PP vasco. Rajoy, lejos de recoger el guante, ni la mencionó en su turno.
Pero no fue Costa el único en exponer sus reproches. Los diputados Carlos Aragonés y el propio Elorriaga mostraron abiertamente sus desacuerdos con la dirección, mientras que Ignacio González, vicepresidente de la Comunidad de Madrid, enumeró la sucesión de errores cometidos tras el 9-M, entre los que destacó que se haya transmitido la idea de que la derrota «es de unos y no de todos», que se haya difundido la especie de que en el partido «unos son los buenos, los moderados y los centristas, y otros los retrógrados» y que se haya acabado por admitir «que hay que parecerse más a nuestros adversarios y menos a nosotros mismos». Por todo ello, y por el ambiente que quedó retratado en la reunión de la ejecutiva, el lema escogido para el congreso del PP y dado a conocer ayer -«Crecemos juntos»- resulta casi esperpéntico.
En esta situación, lo oportuno sería que Costa se presentara como candidato, aun cuando, como él mismo explicó, el control del aparato hace imposible en la práctica que Rajoy no gane. Pero su candidatura sería una magnífica plataforma para que los militantes y los simpatizantes del PP escucharan sus propuestas. Más aun por cuanto es muy probable que, como ayer apuntó Aragonés, la previsible victoria de Rajoy en las actuales circunstancias suponga «un cierre en falso» del debate. Costa abandera una opción renovadora -como coordinador del programa electoral propuso algunas de las propuestas más innovadoras y convenció a Rajoy de la importancia del cambio climático- y representa, además, un cambio generacional cuyos planteamientos coinciden, por ejemplo, con los expresados por González Pons ayer en estas páginas, aunque éste crea o finja creer que esa regeneración puede pilotarla Rajoy. Algo se mueve, al fin, en el PP.
01 Junio 2008
La leyenda de Bobby Kennedy
Si en algún momento se descubriera que Mariano Rajoy, su esposa, otro familiar, Soraya o, más probablemente, Lassalle, han estado llevando un diario durante la crisis del PP, no me extrañaría nada leer en las anotaciones correspondientes a alguno de estos últimos lunes algo parecido a lo que Lady Bird Johnson escribió en la Casa Blanca el 17 de marzo de 1968: «Tengo una creciente sensación de que estamos atados a una roca como Prometeo Encadenado, expuestos a los buitres y privados de toda posibilidad de defendernos».
El día de la semana pasada en que la liberal Esperanza Aguirre recurrió a la definición de crisis del comunista Antonio Gramsci -«Cuando lo nuevo no termina de nacer y lo viejo se resiste a morir»- para presentar un libro sobre la España de 1808, todos entendimos que estaba aludiendo al actual estado de cosas en su partido, pero a mí me hizo pensar al mismo tiempo en lo que sucedió hace 40 años en los Estados Unidos, casi a la vez que el mayo francés y la primavera de Praga.
La otra mañana puse a rodar en la radio la boutade de que retaba a cualquiera a que me diera un sólo ejemplo contemporáneo de un dirigente político que hubiera ganado las elecciones en una democracia importante interponiendo una barba entre su rostro y el público. Nadie ha podido recoger el guante. De todos los presidentes norteamericanos posteriores a la Segunda Guerra Mundial el que más motivos habría tenido para camuflar su rostro alargado de cetáceo tras una tupida cortina de pelo probablemente hubiera sido Lyndon B. Johnson. Mucho más dotado para moverse entre bambalinas que para el estrellato, accedió a la presidencia en circunstancias trágicas y nunca fue capaz de llenar el hueco de su antecesor. Eso le tenía permanentemente en vilo. «¿Por qué no yo?».
Nada hubiera deseado tanto Lyndon Johnson como poder afrontar los acuciantes problemas que le cercaban al final de su mandato con la pachorra de un Mariano Rajoy, que pese a llegar a formularse esa misma pregunta ante una cariátide con el rostro de Carlos Aragonés, confiesa dormir siempre a pierna suelta y sin necesidad de píldoras de ninguna clase. Pero Johnson tenía un carácter tan endiablado como eléctrico.
Rajoy lo podrá pasar mal durante el día con la que está cayendo. Sin embargo no hay quien le quite sus ocho horas sobando como un bendito. A Johnson le ocurría lo contrario. Su exuberante machismo sureño le ayudaba a poner al mal tiempo buena cara durante las largas jornadas de trabajo, pero por la noche le asaltaban horribles pesadillas. Una de las más recurrentes era imaginarse que le ocurría lo que a Woodrow Wilson, cuando en 1919 tuvo un accidente cardiovascular y se quedó paralítico en el ejercicio del cargo. Johnson se levantaba en medio de la noche bañado en sudor frío, cogía una linterna y bajaba al lugar en el que estaba el retrato del promotor del tratado de Versalles. Entonces tocaba el cuadro como si fuera un talismán y se volvía a dormir.
Mucho peor aún era cuando soñaba, con reminiscencias texanas, que estaba en medio de una estampida que le arrastraba hacia un precipicio, con la particularidad de que no estaba rodeado de reses sino de manifestantes. «Estaba siendo empujado hacia el borde del abismo por negros amotinados, estudiantes con pancartas, madres que pedían subsidios, profesores chillando y reporteros histéricos», recordaría él mismo. «Y entonces venía la puntilla.Sucedía lo que más había temido desde el inicio de mi presidencia. Robert Kennedy anunciaba abiertamente su intención de reclamar el trono en memoria de su hermano. Y los norteamericanos, agitados por la magia de su nombre, se ponían a bailar en las calles».
¡El trono de su hermano! ¡La magia de su nombre! Robert Francis Kennedy -Bobby para todo el clan- anunció, efectivamente, su candidatura a la nominación demócrata el 16 de marzo de 1968, la víspera del comentario sobre los buitres en el diario de Lady Bird. Desde tal día hasta el de su asesinato, ese fatídico 4 de junio del que el próximo miércoles se cumplirán 40 años, transcurrieron 12 semanas de campaña electoral que ya forman parte de la leyenda de un cierto paraíso perdido para varias generaciones de norteamericanos.Y no sólo de norteamericanos. ¿Por qué sería que cuando a mí me dieron la noticia de lo ocurrido en Los Ángeles, mientras jugaba al baloncesto en el patio del colegio de los Hermanos Maristas de Logroño, yo pensé que aquel tal Sirhan Sirhan había disparado también contra mis propias ilusiones de adolescente?
Bobby era casi nueve años más joven que Jack. Pero durante la década decisiva de su vida pública fue no sólo su hermano menor, sino también su hombre de confianza. En 1952, como jefe de su campaña al Senado por Massachusetts; desde 1956 como alma máter de su concienzudo asalto a la Casa Blanca, y desde el magnético discurso inaugural de «la antorcha ha pasado de manos» y el «no preguntes qué puede hacer tu país por ti » hasta el magnicidio de Dallas -enero del 61/ octubre del 63- como Fiscal General de la República.
Cuentan que Bobby obligó al viejo Hoover a trasladar a la lucha contra el Ku Klux Klan y otros grupos racistas ilegales gran parte de los efectivos que dedicaba a perseguir al comunismo porque, como él mismo decía, «la mayoría de los miembros del Partido en los Estados Unidos son ya agentes del FBI» Cuentan que Bobby salió muy tarde de su despacho una noche, en la época en la que preparaba su querella contra el sindicalista mafioso Jimmy Hoffa, pero al ver las luces encendidas en el edificio del sindicato de transportes, ordenó a su chófer dar la vuelta: «Si él sigue trabajando, yo debo hacer lo mismo para poder ganarle» Cuentan que Bobby fue el gran artífice de la solución pacifista de la crisis de los misiles cubanos al abrir un canal secreto de negociación con los rusos de espaldas al bestia del general Curtis Le May y demás halcones del Pentágono Bueno, eso -además de que lo cuenten otros- también lo contó él en Thirteen Days, y yo escudriño de vez en cuando en mi biblioteca, con devoción casi fetichista, el facsímil de los primeros folios de su manuscrito.
El asesinato de su hermano le produjo un dolor tan intenso que sólo encontró refugio en los clásicos griegos y en autores con un sentido trascendental de la escritura como Emerson o Camus. Su distanciamiento vital con Johnson era evidente, pero aunque logró con facilidad -como mucho después haría su gran admiradora Hillary Clinton- un escaño al Senado por Nueva York, trató de evitar toda confrontación pública con el nuevo presidente. Hasta el extremo de ejercer la censura -en los términos erróneamente pactados por el autor, William Manchester, con la familia- sobre la primera versión de La muerte de un presidente. El libro comenzaba con una escena en el rancho texano de Johnson en la que éste trataba de persuadir a John Kennedy de que disparara contra un ciervo. La alegoría sobre su disparidad de caracteres era tan obvia que Bobby temía que Johnson percibiera el libro como una especie de alegato dinástico contra el opaco usurpador.
Pero al mismo tiempo, la discrepancia política tanto sobre la escalada bélica en Vietnam como sobre la tibieza de la política de lucha contra la pobreza, ampulosamente bautizada por Johnson como la Gran Sociedad, iba en aumento día a día. Durante la primera parte de las primarias era el senador Eugene McCarthy quien concentraba el apoyo del pujante movimiento pacifista. Pero Bobby y su equipo de asesores -provenientes la mayoría de ellos del Camelot washingtoniano diseñado por su hermano- daban por descontado que Johnson se presentaría a la reelección y veían a McCarthy como una figura demasiado fría y distante como para arrebatarle la nominación. Fueron finalmente la catástrofe de la ofensiva norvietnamita del Tet, que puso en evidencia el fracaso de la política de Johnson basada en fortalecer a las fuerzas del Gobierno de Saigón y la reflexión de Dante de que los peores lugares del infierno están reservados para quienes en los momentos decisivos mantienen la neutralidad, los factores que le llevaron a dar el paso de entrar en la carrera.
Y, en efecto, muchos norteamericanos, especialmente entre los jóvenes, se lanzaron si no a bailar en las calles, sí a aclamarle en los recintos universitarios. Ya en la propia jornada del 18 de marzo quedaron definidos el tono y los dos grandes asuntos de su campaña. Por la mañana, en el campus de Kansas State, 15.000 estudiantes le oyeron argumentar a favor de una salida negociada de Vietnam en términos aplicables ahora a lo ocurrido en Irak: «Me preocupa que estemos actuando como si las otras naciones no existieran, contra el criterio y los deseos tanto de los neutrales como de nuestros aliados históricos Los errores del pasado no pueden servir de excusa a su propia perpetuación Nuestra nación está más en peligro por sus políticas equivocadas que por sus enemigos exteriores Me preocupa que puedan decir de nosotros lo que Tácito dijo de Roma: ‘Hicieron un desierto y le llamaron paz’».
Por la tarde, en la University of Kansas, ante otra inmensa multitud, presentó su programa de defensa de los derechos civiles, vinculándola a la lucha contra las desigualdades extremas y la exclusión social.Bobby les habló a los jóvenes de la situación en los guetos negros de las grandes ciudades, de los problemas de los chicanos liderados por su amigo César Chávez, de los niños con estómagos dilatados por la hambruna en algunos poblados indios del delta del Misisipí, para desembocar en una conclusión similar a la que hoy esgrime Barack Obama: «El problema no es la raza, el problema es la pobreza».
En el campus de la Universidad de Vanderbilt, Bobby defendió el derecho a disentir -«el debate es lo único que puede preservarnos del camino hacia el desastre»- y en el de la Universidad de Alabama clamó por que el fin de la segregación racial trajera consigo también la «reconciliación nacional». El entusiasmo le rodeaba por doquier y las listas de voluntarios y donantes para su campaña no cesaban de crecer. En apenas dos semanas la bola de nieve empezó a adquirir tal tamaño e impulso que Johnson comprendió que estaba a punto de quedarse sin margen para optar por una retirada airosa. La consumó el 31 de marzo, después de que la última encuesta de Gallup pusiera de relieve que sólo un 26% apoyaba su política en Vietnam. Sorprendiendo a propios y extraños, concluyó una comparecencia televisiva sobre la marcha de la guerra anunciando que quería concentrar todo su esfuerzo en ése y otros problemas del país y que, por lo tanto, no sería candidato a la reelección.
Bobby acudió inmediatamente a verle y elogió su generosidad y patriotismo. Fue una entrevista cálida y cordial, pero mientras el joven senador salía por una puerta del Despacho Oval, el vicepresidente Humphrey entraba por la otra para recibir las bendiciones de su jefe como candidato oficialista «para acabar con este pequeño hijo de puta».
Aún no se habían recuperado de aquel shock político, cuando el asesinato de Martin Luther King cayó como un mazazo cuatro días después sobre todos los norteamericanos. Bobby cedió el avión de su campaña para que su viuda Coretta trasladara el cadáver de Memphis a Atlanta y, en contra del criterio policial, mantuvo un acto que tenía programado en la conflictiva Indianápolis.Allí dijo que también un miembro de su familia había sido asesinado por un hombre blanco y habló de paz, amor y entendimiento. Luego citó con emoción sus líneas favoritas de Esquilo, concretamente del coro de la tragedia Agamenón: «Incluso en nuestro sueño, el dolor que no se puede olvidar cae gota a gota sobre el corazón.Y en nuestra desesperación, contra nuestra voluntad, llega la sabiduría por la terrible gracia de Dios». Aquella noche hubo sangrientos disturbios en 110 ciudades de los Estados Unidos, pero ninguno en Indianápolis.
Alguien dijo que Bobby podría haber sido un cura revolucionario, predicando el Evangelio a los pobres, y las minorías le veían como una especie de caudillo indio a lo Crazy Horse. Su mejor biógrafo, el recientemente fallecido Arthur Schlesinger, pudo comparar a los dos hermanos desde muy corta distancia: «John era chispeante, Robert melancólico; John urbano, Robert brusco. John Kennedy era un realista brillantemente disfrazado de romántico; Robert era un romántico tozudamente disfrazado de realista».
El caso es que la combinación funcionaba. Y de qué manera. En menos de tres meses Bobby casi triplicaba el número de delegados obtenidos por McCarthy y se acercaba peligrosamente a los reclutados por la maquinaria del partido para Humphrey. Norman Mailer, Truman Capote, Andy Warhol, Lauren Bacall, Henry Fonda o Warren Beatty estaban con él en esa otra primavera del 68. La noche de su gran victoria en California quedó patente que tenía la nominación al alcance de la mano.
Aquel 4 de junio se despertó en la casa que su amigo el director de cine John Frankenheimer tenía en Malibú. Su esposa Ethel y seis de sus 11 hijos estaban con él. Después de bañarse y bucear un rato con los niños, Bobby se quedó dormido en la piscina.Uno de sus colaboradores, Richard Goodwin, se llevó un gran susto al verlo tendido inmóvil boca abajo y comentó que nunca se le quitaba de la cabeza lo que le había ocurrido a Jack en Dallas.Por la tarde, mientras Frankenheimer le llevaba a la fiesta electoral del Hotel Ambassador, conduciendo a toda mecha por la autopista de Santa Mónica, Bobby le dijo que no había tanta prisa: «Tranquilo, John, que la vida es muy corta». Pocas horas después yacía en un charco de sangre en el pasillo de la cocina del hotel.
Es imposible dar por sentado, tal y como han hecho muchos de sus admiradores, que Bobby Kennedy habría ganado la nominación demócrata, habría arrebatado a Nixon la presidencia de los Estados Unidos, habría puesto fin de inmediato a la guerra de Vietnam -ahorrando a la humanidad la infamia de los bombardeos sobre Camboya-, habría destinado ingentes recursos a la lucha contra la pobreza y habría dignificado la vida pública, haciendo de la política, como él mismo decía, «una profesión honorable», sin que nada parecido a Watergate ensuciara la historia de la primera democracia de la tierra.
En todo caso, lo que sí es cierto es que muchos de quienes conocemos estos hechos compartimos el diagnóstico de Schlesinger de que «precisamente porque nunca tuvo la oportunidad de consumar sus posibilidades es por lo que su memoria continúa persiguiéndonos y la mera visión de su rostro en la televisión sigue generándonos un sentimiento de pérdida».
Claro que Juan Costa no es Bobby, ni mucho menos, aunque yo el otro día aludiera, en una comparación superficial, a su aire lánguidamente kennediano que le hace tener tanto éxito con las chicas. Pero merece la pena escucharle. Nunca hay dos momentos históricos idénticos ni dos elencos de personajes iguales. Sin embargo, en medio de la mezquindad y gandulería de nuestra vida política y periodística, atiborrada de zopencos y mediocres, de cínicos carentes de valores, de patéticos envidiosos carcomidos por el prestigio ajeno, los seguidores de un partido, los ciudadanos de un país, necesitan que de vez en cuando alguien sea capaz de hacerles remontar el vuelo y ayudarles a soñar. Mal que nos pese a muchos, Zapatero ha conseguido inyectar ese chute de empatía en la izquierda social. En eso consiste el liderazgo que luego amortigua el coste de los más graves errores. ¿Quién será el que nos mire a nosotros a los ojos y nos diga, citando a Shaw como hacía Bobby: «Algunos hombres ven las cosas como son y se preguntan por qué. Yo sueño cosas que nunca han sido y me pregunto por qué no»?
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