5 marzo 1984

El secretario de finanzas del PSOE murciano intentó sobornar a dos periodistas del diario LA VERDAD de Murcia (propiedad de la Editorial Católica)

Un escándalo de soborno a un periodista provoca la dimisión del presidente de Murcia, Andrés Hernández Ros (PSOE)

Hechos

  • El 5.03.1984 dimitió el Presidente de Murcia, D. Andrés Hernández Ros, dos días después de que el diario LA VERDAD de Murcia publicara que el secretario de finanzas del PSOE en Murcia había pagado dinero a dos de sus periodistas, D. Jaoquín García Cruz y D. José Luis Salanova para que ‘dejaran tranquilo’ al Sr. Hernández Ros.

Lecturas

D. Andrés Hernández Ros, el primer presidente autonómica de Murcia elegido en las elecciones de 1983, acabó su mandato de manera precipitada por un escándalo de soborno.

El 3 de marzo de 1984 el periódico La Verdad de Murcia (en ese momento propiedad de la Editorial Católica) denuncio un intento de soborno del secretario de Finanzas del PSOE de Murcia, D. Francisco Serrano Lucas a dos periodistas de su periódico. Concretamente a D. Joaquín García Cruz y D. José Luis Salanova Fernández. Estos periodistas eran los encargados de hacer la sección política y la sección de sucesos del periódico La Verdad, el más leído de Murcia. D. Francisco Serrano Lucas que además de ser secretario financiero del PSOE era concejal del ayuntamiento de Murcia como responsable de Parques y Jardines, solicitó a los periodistas que ‘dejaran en paz’ al presidente de Murcia, D. Andrés Hernández Ros, del PSOE en un momento en que este político estaba en una delicada situación por la dimisión de dos de sus consejeros, D. José María Morales Meseguer y D. José Luis Albacete Viudes, por discrepancias con él.

El intermediario del soborno a los periodistas fue un policía en activo que quedó con ellos en una cafetería ofreciendo a Sr. García Cruz y al Sr. Salanova un millón de pesetas si dejaban de criticar a Sr. Hernández Ros por su delicada situación interna en el PSOE murciano. Y en una de las reuniones para ‘negociar’ su silencio asistió junto al policía el propio D. Francisco Serrano Lucas. Los periodistas simularon aceptar la oferta y ese mismo día se les hizo entrega de medio millón de pesetas a través de la cuenta corriente que el Sr. García Cruz tenía en la Caja de Ahorros Provincial. Según los periodistas el propio Sr. Serrano Lucas utilizó el nombre de Sr. Hernández Ros, asegurando que este avalaba el soborno.

El mismo 3 de marzo de 1983 en que se publicaba la noticia Francisco Serrano Lucas dimitía como concejal de Murcia y era expulsado del PSOE. Si su objetivo era sostener al Sr. Hernández Ros, logró lo contrario. A pesar de que el 3 de marzo el ABC recoge las declaraciones del Sr. Hernández Ros de ‘me siento acosado y salpicado, pero no pienso dimitir”, la dirección nacional del PSOE controlada por D. Alfonso Guerra González no tenía ningún interés por sostenerle. El escándalo fue tal que D. Andrés Hernández Ros tuvo que dimitir como presidente de Murcia el 4 de marzo de 1983. Fue reemplazado por el secretario general del PSOE en Murcia, D. Carlos Collado Mena, que fue el gran beneficiado de aquel escándalo de soborno.

 

05 Marzo 1984

La dimisión de Hernández Ros

DIARIO16 (Director: Pedro J. Ramírez)

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La dimisión del presidente de la comunidad murciana, provocada por el escándalo del presunto soborno a dos periodistas que ha intentado efectuar un miembro de la ejecutiva socialista regional, y tras la que se ve la mano de la secretaría de organización del PSOE, Carmen García Bloise, no debe terminar en este holocausto político: la credibilidad del Partido Socialista obliga a una investigación judicial profunda que aclare, entre otras cosas, si alcanza alguna responsabilidad penal al presidente dimisionario.

En todo caso, el hecho de tratar de interferir en los medios de comunicación no es un hito aislado: los socialistas están manteniendo un peligroso equilibrio sobre la cuerda floja en sus relaciones con la Prensa, y conviene superponer el escándalo de Murcia a otros escándalos, asimismo significativos, que se desarrollan en el mismo ámbito: por ejemplo, produce consternación el ver a un alto funcionario de la Moncloa pidiendo periódicamente la cabeza de los periodistas que le resultan incómodos, recurriendo a métodos que habrá que calificar, como mínimo de autoritarios. Asimismo, es inaceptable el modo como círculos próximos al PSOE se han hecho con el diario CÓRDOBA, utilizando técnicas que creíamos ya proscritas y e impropias de un partido democrático. Diríase, en fin, que parece como si el Partido Socialista se hubiera quitado el embozo, para pasar a ejercer un predominio a toda costa sobre los medios de comunicación.

Queremos, por otra parte, felicitar desde aquí a los colegas de LA VERDAD de Murcia, que han sabido defender la libertad de expresión a quienes piensan que también este valor democrático fundamental tiene un precio. Y no podemos concluir este comentario sin mencionar, por contraste, la vergonzosa conducta de la televisión oficial, que ha pretendido velar a la audiencia el escándalo, atribuyendo la dimisión a complejas motivaciones políticas y encubriendo, así, a unos presuntos delincuentes que deben quedar al margen de la ilusionada construcción política que estamos llevando a cabo los españoles.

06 Marzo 1984

Soborno

EL PAÍS (Editorialista: Javier Pradera)

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La dimisión de Andrés Hernández Ros como presidente del Consejo de Gobierno de la Comunidad Autónoma de Murcia guarda relación directa con la tentativa emprendida por Francisco Serrano, responsable de finanzas del PSOE y concejal del ayuntamiento de la capital, para sobornar a dos periodistas del diario La Verdad. Joaquín García Cruz y José Luis Salanova Fernández -redactores del diario murciano- denunciaron la entrega de medio millón de pesetas por el dirigente socialista, que pretendía comprar con dinero el apaciguamiento crítico de ambos periodistas en relación con el presidente de la comunidad autónoma. Los tribunales se pronunciarán en su día sobre el asunto. Entretanto, cada cual es libre de realizar sus apuestas, asumiendo la inevitable cuota de riesgo, sobre la veracidad de las declaraciones de unos y de otros en torno al vergonzoso asunto. No hemos podido encontrar ni un gramo de duda razonable que impida dar por sentado que los dos periodistas fueron objeto de un intento de soborno. Más insegura resulta, en cambio, la tarea de delimitar las responsabilidades dentro del PSOE a propósito de este sucio incidente. En cualquier caso, difícil lo tienen quienes propongan convertir a Francisco Serrano en el solitario chivo expiatorio de un asunto que implica, por imperativos de la lógica, a otras instancias. Porque no parece probable que el dinero destinado a los periodistas procediera del bolsillo privado del responsable de finanzas del PSOE de Murcia.Desde hace meses, las tentativas más o menos encubiertas realizadas por algunos medios oficiales -en su mayoría pertenecientes a las comunidades autónomas- para mediatizar a empresas y periodistas, son moneda corriente en el mundo de la Prensa. De esta maijera, el fracaso de la política informativa del Gobierno encontraría su reverso de eficacia a través de, una guerra sucia orientada a sobornar a periodistas para llevarles a defender las tesis, las posiciones o las imágenes de líderes que el razonamiento y la información les impiden amparar. La eterna discusión moral en torno a la distribución de las culpas entre los corruptores y los corrompidos resulta bizantina. Las responsabilidades políticas corresponden en este caso íntegramente a los cargos públicos que fueron elegidos por los ciudadanos para administrar los recursos presupuestarios y que acudieron a las urnas bajo los avales de los 100 años de honradez del partido fundado por Pablo Iglesias y del programa de cambio y reforma moral lanzado por Felipe González. Nadie puede olvidar, en este sentido, las enérgicas denuncias expresadas durante la campaña electoral de 1982 por el hoy presidente del Gobierno contra la utilización defondos reptiles por anteriores Gobiernos para corromper a la Prensa.

El PSOE es una formación política reconstruida desde sus cenizas a partir de 1974. En el congreso de diciembre de 1976, sus militantes eran sólo unos escasos millares. Los buenos resultados electorales obtenidos por los socialistas en 1977 y 1979 hicieron presagiar su acceso al poder a corto plazo. Las decenas de miles de cargos públicos -pertenecientes a las administraciones central, autonómica, provincial y municipal- en perspectiva constituyeron, sin duda, un atractivo aliciente para que un número indeterminado de oportunistas acudieran en ayudadel vencedor en vísperas de su triunfo. Pero los peligros de corrupción no proceden sólo de esos convidados de última hora al banquete. El ejercicio del poder parece haber desarrollado en algunos sectores de los nuevos administradores estilos de comportamiento lindantes con la patrimonialización del Estado, y prácticas de corrupción, como el intento de soborno producido en Murcia.

La única cuestión abierta a la discusión, en el terreno de los hechos, es la magnitud de esos fenómenos. Es probable que la corrupción entre los cargos públicos socialistas sea mucho menor de lo que sus adversarios de la derecha -algunos ocupados todavía en borrar las huellas de su anterior paso por el Estado- insinúan o proclaman. Pero los socialistas no están en condiciones de esgrimir el prindipio de la presunción de inocencia en el terreno de la administración de los recursos públicos, entre otras razones porque durante su estancia en la oposición no aplicaron el beneficio de la duda a sus competidores.

El Gobierno de Felipe González conserva un alto grado de credibilidad, entre otras cosas porque buena parte de los ciudadanos creen en la honradez del presidente y de la gran mayoría de sus colaboradores. Ese capital político y moral puede desbaratarse si el Gobierno y su partido adoptan ante este tipo de fenómenos degenerativos en la Administración una actitud pasiva o deciden protegerse de una supuesta campaña orquestada. El caso de Murcia debe ser investigado hasta sus raíces, aunque éstas se extiendan a insospechados lugares del PSOE y, pongan en diricil situación a quienes promovieron y ampararon a Andrés Hernández Ros y Francisco Serrano.

07 Marzo 1984

El precio del periodismo

Federico Jiménez Losantos

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Es un lugar común eso de que todo hombre tiene su precio. Lo que no puede decirse, en cambio, de toda mujer, porque queda muy feo. Ahora lo que hay que saber es si todo periodista tiene su soborno. Desde luego en Murcia, tierra excelente de hortalizas y prosistas, la cosa no está clara.

Como yo llevo poco tiempo en esto de la Prensa, no tengo experiencia, así que he hecho una pequeña encuesta sobre el fallido soborno murciano entre gente curtida del reporterismo andante. Las conclusiones más generalizadas eran tres.

  • Ese Hernández Ros, presunto promotor del asunto, ha insultado a la profesión periodística española. Por medio millón no se compra ni a un periodista de provincias.
  • Los periodistas murcianos que no han aceptado el medio kilo merecen el reconocimiento de la Prensa española en general y la de provincias en particular. De los periodistas honrados, porque su virginidad profesional resplandecerá sin sombra ni sospecha. Y de los corruptos porque podrán trincar más.
  • Tal y como se ha encarecido el soborno periodístico en Murcia, y en el supuesto de que los periodistas sean personas tan frágiles como las demás, ¿a qué precio se pone ahora la compra de un periodista – especialmente un columnista – en los periódicos de Madrid?

A mí esto del soborno me intriga una barbaridad, porque eso de saber el precio de uno – o el que le adjudican – no deja de ser metafísicamente interesante. Pero debo de tener una fama horrible porque hasta ahora, es que ni la menor oferta. Para calmar mi curiosidad ¿tendré que pasar por Murcia?

Federico Jiménez Losantos

10 Mayo 1985

A vueltas con la libertad de prensa

EL PAÍS (Editorialista: Javier Pradera)

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UNO DE los halagos más venenosos que se suelen dirigir a a Prensa es calificarla de cuarto poder, y no hay que descartar la posibilidad de que esa calificación, en el fondo, responda a un deseo de desacreditarla ante los ojos de la sociedad, a la que la palabra poder le recuerda antes los rigores y los excesos de algunos gobernantes arbitrarios, la indiferencia y el desapego de otros respecto a los problemas reales de la calle, que no la función de amparo y defensa de los ciudadanos, que también le corresponde.El II Premio Ortega y Gasset, que ha recaído en José Luis Salanova Fernández y Joaquín García Cruz -periodistas a pesar de la increíble actitud de sus compañeros de la Asociación de la Prensa de Murcia, que les niegan el ingreso en la entidad con el argumento de que carecen del carné oficial del antiguo régimen-, ha intentado subrayar el agradecimiento que se debe a los profesionales que tienen la valentía y la independencia de desafiar al poder establecido en los casos de flagrante arbitrariedad, pues ni siquiera el origen democrático de unos cargos públicos les confiere patente de corso para desviarse de sus estrictas obligaciones. Las informaciones de aquellos dos modestos reporteros de la Prensa local, primero, y luego la resistencia mostrada frente a los intentos de acallarles, acabaron forzando la dimisión del presidente del Gobierno autónomo de Murcia, Andrés Fernández Ros, entonces dirigente del Partido Socialista Obrero Español. Una actitud profesional correcta sobre la que debe reflexionar la sociedad española, que si disfruta de una libertad de expresión desconocida en las últimas décadas, asiste con desesperanza a las maniobras del poder para poner límites a los medios de comunicación, recortando uno de los derechos fundamentales de toda sociedad democrática.

Sin ánimo de dramatizar, valgan algunos ejemplos. Con la llamada ley Antiterrorista en la mano, cualquier diario que se edita en España puede ser cerrado provisionalmente sin que medie un juicio en el que pueda ejercitar su defensa. Se trata de una norma que podría ser aplicada por cualquier golpista, acogiéndose para mayor sarcasmo a una ley aprobada por un Parlamento democrático, para silenciar cualquier discrepancia. Otra ley, la de la protección del derecho al honor, a la intimidad personal, familiar y a la propia imagen, concebida para proteger al ciudadano de a pie -por ejemplo, contra las escuchas telefónicas o las observaciones policíales no justificables-, está siendo utilizada torcidamente para descalificar las críticas a la actuación de los cargos públicos. La ley de Rectificación, por otra parte, revive las notas de inserción obligatoria de otras épocas, aunque esta vez sea el juez y no el funcionario de turno quien dicte la orden, pasando por encima del legítimo derecho que tienen los editores de una publicación a decidir cuáles son sus contenidos.

Tal vez escribir hoy en España no sea llorar, pero tampoco es ejercer ese cuarto poder que la Prensa ni tiene ni quiere. Los periodistas ganadores del Premio Ortega y Gasset no hicieron otra cosa que cumplir brillantemente con su obligación cuando denunciaron el abuso de un poderoso. Y si éste cayó, no fue por el poder de la Prensa, sino porque la sociedad democrática, a la que deben servir los periodistas, tiene elementos correctores para evitar que el poder viole la legalidad o ampare a quienes la violan.