1 octubre 1982

A pesar de ser los más votados en las últimas elecciones (1980) la alianza de liberales y democristianos acabó con él

Una moción de censura derriba a Helmut Schmidt (SPD) como canciller de Alemania y da el poder a Helmut Kohl (CDU)

Hechos

El 1.10.1982 el parlamento de la República Federal de Alemania votó la destitución de Helmut Schmidt como canciller por el voto favorable de 495 diputados (CDU-CSU + FDP) frente a 256 diputados (SPD).

Lecturas

EL CAMBIO DE LOS LIBERALES SENTENCIÓ A SCHMIDT

Genscher

El ministro de Asuntos Exteriores y vicecanciller, Hans Dietrich Genscher, líder del partido liberal (FDP) después de haber gobernado durante ocho años con los socialdemócratas decidió cambiar de bando. Él y todos sus diputados dieron la espalda a Helmut Schmidt y unieron sus votos a los democristianos de Helmut Kohl para arrebetarle el poder a la izquierda y dárselo a la derecha.

02 Octubre 1982

La derecha alemana vuelve al poder

Editorial (Director: Juan Luis Cebrián)

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Lo que sucedió ayer en la República Federal de Alemania, dentro de la más absoluta legalidad constitucional, es sin embargo uno de los percances contra los cuales el sistema democrático no está preparado suficientemente. Una minoría exigua, con trazos de convertirse en inexistente en las próximas elecciones generales, ha decidido lo que con alguna facilidad de lenguaje puede denominarse un «cambio histórico»: la caída de la socialdemocracia, que gobernaba desde hace trece años, y su sustitución por el partido radicalmente opuesto, la coalición CDU-CSU, sin que en ello intervenga la voluntad o la soberanía’populár. Ni siquiera ha sido todo el partido liberal el que, al invertir su alianza, ha cambiado el sistema, pues no todos los diputados de ese partido estuvieron presentes en el Bundestag. Schmidt ha atacado duramente la falta de moral de los dirigentes liberales, tan a la vista por el hecho de que su jefe, Genscher, ha sido ministro de Asuntos Exteriores en la coalición con los socialdemócratas y va a seguir siéndolo con los democristianos, de los que se espera una política internacional bastante distinta. Probablemente la cuestión venía de antes: de cómo un partido con 53 diputados, obtenidos en las últimas elecciones, cantidad mínima con respecto a los 226 de la CDU-CSU y los 216 de la SPD, ha podido mantener la situación de poder y equilibrio por su capacidad para hacer el peso en la balanza. Pero la coalición líberal-socialdernócrata duraba años, y no fue el fruto apresurado de un resultado electoral, sino la estrategia consciente que unos yotros llevaron a los últimos comícios. Por eso resulta tan atípico, y tan dudosamente respetuoso con la voluntad de los propios electores liberales, este viraje.La socialdemocracia alemana se marcha del poder con un buen balance a su favor. Brandt, luego Schmidt, han conseguido un país con una moneda todavía sana, un índice de crecimiento superior al de la Comunidad Europea y un índice de paro bastante inferior. Ha aportado al mundo la Ostpolitik, la apertura a las negociaciones con la Unión Soviética, los países del Pacto de Varsovia y, naturalmente, con la República Democrática de Alemania: una apertura que la CDU quiso bloquear y sin la cual algunas de las bases de la coexistencia hubieran sido imposibles; quizá la nueva coalición no intente ahora cambiar bruscamente esa política global, pero apenas existen dudas de las simpatías por el modelo Reagan que los nuevos gobernantes de Bonn tienen. En el pasivo de Schmidt puede apuntarse un excesivo alejamiento de las tesis pacifistas y de los verdes -que van creciendo en la opinión pública- con erosión considerable entre las propias bases de su partido. Curiosamente esta estrategia, o parte de ella, podría atribuirse al miedo de perder lo que finalmente ha perdido: los votos parlamentarios de los liberales.

El partido saliente tiene que hacer ahora un esfuerzo de reconversión con vistas a las elecciones. La salida normal de esta crisis, la que hubiera aclarado suficientemonte si el cambio radical en el poder obedece a una modificación de la opinión pública, estaría en unas elecciones anticipadas inmediatas. Es la salida que ha evitado la nueva coalición, temiendo un resultado diferente al que ayer obtuvieron. De todas formas, la fecha fijada para las elecciones está prevista para marzo. En este tiempo los liberales de Genscher tendrán que rehacer la imagen de su partido, amenazado por la ruptura después de tan tremenda pirueta como acaban de dar. La democracia cristiana y los cristianos sociales de Strauss tratarán de utilizar mientras tanto los resortes del poder para mejorar posiciones electorales. Desde hace trece años permanecían en la oposiciónm, y sus opciones como gobernantes van a ser ahora puestas a prueba. Sería insensato que volviesen a gobernar con las premisas de dureza con que lo hicieron antes de perder las elecciones de 1979, en las que se dejaron dominar por la figura de Strauss.

Desde un punto de vista legal, nada hay que oponer al ,cambio de Gobierno en la República Federal de Alemania: la SPD ha perdido la mayoría, y es evidente que no puede gobernar. Pero, un análisis más profundo, y con mayor perspectiva de la historia, permite preguntarse si el censo de la RFA -que ha demostrado sus movimientos de conciencia en las elecciones de Hesse- no hará pagar caro a los nuevos alíados esta maniobra. A condición de que Schmidt, o quien le sustituya, sepa fortalecer su imagen, vigorizar su partido y asumir al menos algunos de los principios de la nueva izquierda emergente en la RFA.

02 Octubre 1981

La RFA acaba el capítulo socialdemócrata

Editorial (Director: Guillermo Luca de Tena)

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En el Bundestag se ha cerrado ayer la última página de un largo capítulo de trece años. Trece años de matrimonio político entre la socialdemocracia del SPD y del liberalismo del FDP, en clave progresista ‘ma non tropo’. Trece años que es la crónica de un plano inclinado por el que la República Federal de Alemania se deslizó desde la cota del milagro económico hasta el horizonte – que debe corresponder al del nivel del mar – del crecimiento cero. La clave de la ruptura entre socialdemócratas y liberales, del divorcio, no se encuentra entre las causas explicadas en fascículos para el gran público, por más que la infidelidad denunciada por Helmut Schmidt – que le ha costado al FDP la existencia parlamentaria en el ‘land’ de Hesse-  tuviera más que vagas personancias de alcoba. La clave y la causa de la ruptura liberal-socialista resuelta ayer en nuevo Gobierno liberal-conservador, es el fracaso de la gestión económica y social de la socialdemocracia, en cuyo espejo se miraba y al que tomaba como modelo la izquierda europea.

La calidad de la gestión es asunto menos apremiante en los momentos de prosperidad que en las circunstancias de crisis, aunque aquella pueda menguar hasta convertirse en ésta, si la calidad de la gestión llegara a ser realmente mala. Mucho se alimentó el prestigio de Helmut Schmidt del aura equívoca de quien reparte y dispara con pólvora del rey. Se vino a nutrir también su buena fama de gobernante serio por la propia referencia a su predecesor en la Cancillería de Bonn. La otra dilapidación – la de la seguridad del Estado – en que Brandt incurrió con escándalo de propios y rubor ajenos, fue el difuminado fondo que vino a completar lo favorecido del retrato. Lo más notable, sin embargo, es que tanto prestigio y tanta autoridad le valieran a Helmut Schmidt títulos para expedir credenciales, base para dispensar tutelas y para arbitrar patrocinios. Quienes se beneficiaron de la luz del astro central, sumándola a la propia, habrán que quedarse ahora, literalmente, a oscuras. Mala cosa, fatal, la repercutida por el fracaso de Schmidt sobre sus patrocinados españoles. El propio secretario general del PSOE, lo reconoció con excepcional franqueza en su última comparecencia ante las cámaras de TVE.

Y bien ¿Quiénes son los que llegan al Gobierno de Bonn? Y ¿por qué? Los liberales del FDP, celosos guardadores de las cuestiones de principio – bloquearon sin esmayo el acceso al escalón cogestionario – entendieron por mucho tiempo que el margen de prosperidad económica alemana podía cubrir y soportar la política de transferencias y el esquemade expansión del Estado providente, que resumían el programa socialdemócrata. Dejaron de entender que ello era viable al reparar en el hecho de que, dentro de la crisis, tal política acentuaba en cascada las dificultades. La RFA se había despegado, descolgándose, de la ejemplaridad de eficencia que compartía con Japón. Los nipones han continuado, imperturbables, su escalada modélica por el crecimiento económico. El liberal Lambsdorff, ministro de Economía, se plantó ante el canciller Schmidt, que sustanció la disputa con la huida hacia adelante: tirando de la manta y haciendo público el pleito interno, para intentar unas elecciones anticipadas sin renunciar a la Cancillería. Fracasó en esto Schmidt por impedírselo la estricta economía de recursos que la Constitución establece para esquivar el vacío de poder y la sucesión acelerada de Gobiernos. Pero Schmidt y la entera socialdemocracia alemana habían fracasado antes de chocar su programa económico y social por la Constitución y los límites de la economía alemana, bastante más robusta y generosa de recursos que cualquier otra.

El acuerdo político entre las fuerzas no socialistas han permitido – con legitimación democrática indiscutible – el cambio de Gobierno y de modelo de gestión económico para los alemanes. Lo mismo que el desacuerdo político y la división de la derecha permitieron en Francia el triunfo del socialismo y la derrota de la prosperidad. Habrán de ser ahora los electores alemanes cuando la legislatura expire, los que revaliden la decisión de los partidos no socialistas. En las decisiones políticas unas veces van por delante los partidos, como en la RFA, y otras veces los electores. Las urnas alemanas definirán si existe o no acuerdo entre los primeros y los segundos.

28 Octubre 1982

Un aplauso para Schmidt

EL PAÍS (Editorialista: Javier Pradera)

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LA RETIRADA de Helmut Schmidt, que se va de la política activa para unirse al pequeño limbo de talento y viejo prestigio donde ya está Willy Brandt, deja en una cierta orfandad a la socialdemocracia en un momento difícil. Faltan poco más de cuatro meses para las elecciones generales: en ese tiempo la SPD tiene que fabricarse un dirigente y producir para él el invento del carisma: la RFA es uno de los países que votan rostros, actitudes, comportamientos y biografías. No parece que la tengan Vogel -de Berlín-Oeste, ex ministro de Justicia- o Rau -de Renania-Palatinado, vicepresidente del partido-, que optan, con razones, a la sucesión. Schmidt se va con el aura en todo su esplendor y es posible que con él se vayan las esperanzas, ya poco suficientes, de la socialdemocracia para recuperar el poder que acaba de perder. Schmidt, a pesar de las últimas desventuras que le han conducido al fracaso, tiene un balance limpio de actuación, unos resultados solventes en la economía interna (que ha mantenido a la RFA en los límites mas favorables de la crisis de Europa) y en la política exterior que, profundizando en la apertura el Este de Willy Brandt, ha producido para su país y para Europa una mayor sensación de paz y de independencia, de recuperación de su capacidad de decisión. Estos méritos los tenía reconocidos por su pueblo.Pero no puede negarse que para tales logros ha tenido que volverse mucho más coyunturalista que ideólogo -en el fondo, así es la ya lejana historia de su partido-, perder fuerza y decisión y buscar equilibrios internos dentro de la SPD y sus diferentes alas, en la alianza con los liberales -que, al abandonarle, le han precipitado a la sima- y en la negativa a asumir algunas de las nuevas formas de la izquierda alemana federal, siendo como es su partido el único que representa esa vaga terminología de izquierda dentro de las posibilidades del país. Querer complacer a todos sin enfrentarse con nadie es algo casi imposible en la política.

Probablemente Schmidt, a pesar de su gran proyección pública, sabe que se ha quemado en esa tarea. Acudir a razones de salud, aunque haya un fondo de verdad, es un eufemismo. La verdadera nobleza de Schmidt consiste en abandonar cuando cree que su persistencia en el cargo puede ser más perjudicial que beneficiosa.

Puede suponerse que la socialdemocracia no cree demasiado en sus posibilidades de una victoria electoral en marzo y que se está preparando para ser el partido de la oposición, lo cual requiere una musculatura distinta. No hay sin embargo seguridad ninguna de que la coalición de la democracia cristiana con los liberales vaya a funcionar bien: el número de diputados liberales, a juzgar por las últimas elecciones de los Estados federados, podría ser ínfimo. Gobernaría entonces, si se confirman las previsiones, la democracia cristiana con su eterna alianza derechista de los cristianos sociales de Strauss, y en el Parlamento podría haber un número representativo de verdes con más voz que voto. Una voz que se está escuchando cada vez más. Desde la oposición, la SPD necesita tener posturas más radicales en las que quepa el pacifismo, el tema de la seguridad social, las obligaciones para la industria grande y pequeña de respetar el medio ambiente… es decir, algunas de las posturas de los verdes. Los compromisos que ha defendido Schmidt desde el poder, su busca de equilibrio y de moderaciones, le llevaron a algunas ambigüedades que hoy no son rentables: no le permitirían honestamente asumir esa nueva posición. Al irse, deja no obstante un vacío importante, el de una voz europea muy estimada. Su propia dimisión culmina esa buena imagen de político honesto y eficaz que debe ser admirada y aplaudida por cuantos creen en el futuro de Europa. Bien merece un aplauso en este mutis final de su carrera.