3 marzo 2000

Varapalo para Garzón: el ex dictador Pinochet regresa Chile tras rechazar el gobierno británico la controvertida extradicción a España

Hechos

El 2.03.2000 el general Augusto Pinochet ex presidente de Chile y senador vitalicio, regresó al país tras haber permanecido dos años retenido en Londres a petición de la Audiencia Nacional de España.

Lecturas

El ministro de Interior de Reino Unido, Jack Straw, puso punto y final a la posibilidad de que Pinochet pudiera ser extraditado en España al dar validez a los informes que aseguraban que Pinochet no estaba mentalmente capacitado para poder ser trasladado y juzgado en la Audiencia Nacional de España.

Editorial del diario chileno EL MERCURIO, propiedad de Agustín Edwards

 

03 Marzo 2000

Regreso de Pinochet

Editorial (Propietario: Agustín Edwards)

EL MERCURIO

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Una decisión del ministro del Interior británico, Jack Straw, puso fin a la prolongada e inútil detención del general Pinochet en Londres. Los informes médicos que confirmaron el deterioro de la salud del senador chileno sirvieron de base para que el gobierno inglés interrumpiera sus dilatados procedimientos judiciales y permitiera su pronto regreso a Chile. Así concluye el caso judicial iniciado por un juez español, basándose en las leyes de su país para perseguir presuntos delitos cometidos en Chile contra ciudadanos chilenos. El gobierno hispano y el inglés dieron su respaldo a esa solicitud, pese a que ella violaba abiertamente principios bien establecidos en el orden jurídico internacional.

Desde el primer momento, el gobierno chileno, constituido por adversarios políticos del general Pinochet, expresó su terminante rechazo a lo que consideró un atropello a la soberanía jurisdiccional chilena. El Presidente Frei hizo presente el absurdo que significaba el que España, país que decidió olvidar los crímenes cometidos durante la guerra civil y el gobierno de Franco, resolviera ahora juzgar los hechos ocurridos en Chile y burlar los acuerdos políticos que permitieron una rápida transición a la democracia, mediante la entrega pacífica del poder por parte de los militares. La postura chilena se centró en la defensa de principios de orden internacional, como lo manifestaron el Presidente de la República y los cancilleres Insulza y Valdés. En ella contaron con el respaldo de todas las instituciones nacionales, incluyendo al Congreso Nacional, la Corte Suprema y la Contraloría General de la República.

La tramitación del proceso, desde la detención misma del general chileno hasta algunas de sus instancias judiciales, estuvo rodeada de irregularidades que obligaron a anular dictámenes y corregir procedimientos. El juez español, por su parte, no investigó mayormente los delitos y mantuvo una posición de identificación con la parte querellante, sin mostrar interés por proteger también los derechos del acusado, como le corresponde a todo juez.

Pese a que el debate de fondo se refería a cruciales asuntos jurídicos, la solución del caso se ha basado en el estado de salud del general Pinochet, con lo que se ha resuelto su caso personal, pero han quedado sin respuesta los planteamientos jurídicos de fondo. Durante 16 meses sólo se han discutido asuntos procesales, sin que en ningún momento se haya entrado a evaluar el fondo de las acusaciones. Quizás el único pronunciamiento sobre las acusaciones haya sido la resolución del Fiscal General del Reino Unido, quien, ante la solicitud de que el ex Presidente fuerza juzgado en Inglaterra, desechó las acusaciones, pues no existían pruebas válidas para incriminar al acusado.

El general Pinochet regresa ahora a Chile. Como cualquier ciudadano, deberá hacer frente a las querellas que algunas personas privadas han presentado en su contra. Nadie en Chile está por encima de la ley, y será un juez quien deba evaluar las pruebas acusatorias que se presenten. No obstante, hasta ahora, diez años después de haber dejado el gobierno, ninguna autoridad, ni el Estado de Chile, cuyo gobierno ha estado en manos de quienes fueron sus más severos adversarios y que está en posesión de la mayor cantidad de antecedentes, ha presentado querella alguna en su contra.

03 Marzo 2000

No ha sido en balde

EL PAÍS (Director (Jesús Ceberio)

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Nada augusto, Pinochet ha regresado a Chile física, moral y judicialmente derrotado. No se ha hecho justicia con él, por lo que resulta comprensible la frustración de las víctimas de su cruel dictadura. Pero los 503 días de detención domiciliaria en Londres no habrán pasado en balde, ni para Pinochet, ni para Chile, ni para el mundo. Su caso ha marcado un antes y un después. Hoy, el mundo es un poco más justo que cuando el dictador fue detenido en Londres, en octubre de 1998, a requerimiento del juez de la Audiencia Nacional Baltasar Garzón, para su extradición a España. Se ha generado una jurisprudencia que pone fin a la impunidad de criminales de su calaña.A partir de ahora, como señaló ayer el ministro del Interior británico, Jack Straw, tras decretar su liberación en cumplimiento de la ley británica, «los que cometen abusos contra los derechos humanos en un país no pueden asumir que estarán a salvo en otro».

Se ha abierto la veda. El ex dictador chadiano Hissène Habré ha sido inculpado en Senegal; y seguirán otros. Ningún dictador volverá a pasearse a sus anchas, ni a ir de compras o de médicos a Niza, Marbella o Londres. Se ha iniciado una especie de globalización judicial, una red de acuerdos bilaterales e internacionales en la que cayó Pinochet. Esa red requiere ahora una plasmación estable, fundamentalmente a través del futuro Tribunal Penal Internacional (TPI), que recibe así un enorme impulso.

Pinochet no ha sido juzgado por sus crímenes, pero los jueces de la Cámara de los Lores, la más alta instancia judicial británica, sentenciaron con ocasión de su proceso que un ex jefe de Estado no goza de inmunidad frente a acusaciones de tortura. Un avance histórico en la causa de los derechos humanos.

Pinochet, que llegó a Londres como otras veces tan seguro de sí que ni siquiera se protegió con una cobertura diplomática, ha partido de Inglaterra inculpado por delitos de tortura y conspiración para la tortura. El dictador que pisoteara los derechos de sus víctimas se ha beneficiado no sólo de la presunción de inocencia de todo reo, sino también -lo que tiene que ser humillante para él- de la compasión democrática. Que ese concepto pueda ser tomado en consideración, como lo ha sido por el ministro Straw -con el apoyo evidente del Gobierno de Blair- para poner en libertad al octogenario general golpista, es algo que no habrá dejado de desconcertar al propio Pinochet. Nadie recurrió ayer la decisión del ministro.

Durante meses, desde Londres y desde Madrid, se ha buscado esta salida humanitaria. Pero sólo se ha podido escenificar por el deterioro de la salud de Pinochet a partir de septiembre pasado. La credibilidad de la decisión de Straw habría aumentado con un segundo examen médico que hubiera eliminado toda duda. Para evitar el escándalo de una recuperación milagrosa de Pinochet en cuanto pise tierra chilena. Pero es ya una cuestión que deberán abordar los propios chilenos, algunos de cuyos jueces y responsables políticos han prometido llevarle ante la justicia por los crímenes cometidos. La salud democrática chilena requiere que Pinochet desaparezca de la vida política. Si está incapacitado para someterse a juicio, también debe estarlo para sentarse en el Senado. Su ausencia de 16 meses ha impulsado a los chilenos a revisar su pasado, a crear mesas de diálogo entre militares y abogados de las víctimas y a suavizar el debate político. Su detención habrá contribuido al avance de la causa democrática.

Mucho de esto se debe al tesón del juez Garzón, que ha tenido que lidiar con las resistencias de su propio Gobierno. Éste ha tenido una actuación bochornosa en muchos estadios de este largo procedimiento. Pese a predicar respeto a la independencia judicial, ha hecho lo posible por socavarla. El fiscal jefe de la Audiencia Nacional, Eduardo Fungairiño, reflejo de la derecha más rancia, llegó a justificar el golpe de Pinochet, respaldado por el fiscal general del Estado, Jesús Cardenal. Y el Gobierno utilizó todos los instrumentos legales a su alcance para entrabar la acción de Garzón. Por ello resulta un acto de cinismo que el ministro de Exteriores, Abel Matutes, expresara ayer su amargura «al sentir que la justicia no haya podido llegar a los últimos extremos en este caso».

Aznar y su Gobierno pueden considerar con «hilaridad» las críticas de la oposición, pero mientras Felipe González o Joaquín Almunia han expresado públicamente sus opiniones al respecto, aunque a menudo no coincidentes, el Gobierno -que filtró los informes médicos enviados por Londres rompiendo la confidencialidad establecida por los jueces- ha tenido buen cuidado en evitar pronunciarse sobre el fondo del asunto durante 503 días. Previsiblemente, no lo hará nunca.