El 3.01.2016 se celebró el Consejo Político de las Candidaturas de Unidad Popular (CUP), tras las cuales D. Antonio Baños renunció a su acta de diputado.
Antonio Baños dimite como líder de las CUP y como diputado ante la negativa de los militantes su partido a apoyar a Artur Mas
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CARTA DE DESPEDIDA DE ANTONIO BAÑOS
Aquesta nota és per comunicar que renuncio a l’acta de diputat per la CUP-CC arran del Consell Polític del passat dia 3. Aquesta decisió obeeix a motius estrictament polítics. Me’n vaig perquè em sento incapaç de defensar la postura adoptada majoritàriament aquell dia. Una postura política discrepant amb les idees i objectius pels quals vaig decidir presentar-me com a candidat a les eleccions del passat 27S. El meu pas a la política (tot plegat uns cinc mesos) tenia només un sol sentit i objectiu: Que aquesta legislatura fos la de la ruptura irreversible amb l’Estat Espanyol i que, a més, la construcció de la República es fes des de un procés constituent popular i social. Aconseguida la majoria independentista el 27S, vaig entendre que el mandat explícit del país era encetar, sense dilacions ni dubtes, la ruptura amb l’Estat Espanyol.
Per aquest motiu, jo em trobava entre els partidaris d’acceptar la proposta d’acord de JxS i votar la investidura del seu candidat. És evident que no he pogut o sabut complir aquest mandat i per això marxo, he d’admetre-ho, amb un sentiment de frustració personal molt viu que no puc amagar. Dit això, estic convençut que la República Catalana és l’únic camí per aconseguir la transformació social del país i per això estic convençut que, si anem a eleccions anticipades, l’enfortiment de la base social de l’independentisme serà una tasca de la qual els que volem la República no ens podrem sentir deslligats i en la que també penso seguir col·laborant com he fet des de que va arrancar el procés.
Salut i República!
Antonio Baños
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INDIGNACIÓN DE LA ASSEMBLEA NACIONAL CATALANA CONTRA LA CUP


El juego de la CUP
Marius Carol
El no de la CUP a investir a Artur Mas era previsible, pero seguramente también resultaba preferible. No es que la CUP pusiera difícil la negociación, sino que en realidad la situó en el camino de lo imposible. Tener un presidente de la Generalitat con la soga al cuello, un Govern atado de manos y la obligación de pasar la revalida de los anticapitalistas a los seis meses no es un escenario político, sino simplemente una escena de terror. Artur Mas ha hecho uso de grandes dotes de paciencia, soportando la humillación de las negativas cuperas, para poder ser investido y mantener vivo el procés. Pero la última votación de la CUP no admite vuelta atrás: en dos meses los catalanes volveremos a ir a las urnas de acuerdo con el Estatut.
Ciertamente, Mas nunca las tuvo todas consigo tras el 27-D, más allá de los abrazos de David Fernàndez o las buenas palabras de Antonio Baños. Un liberal con un antisistema pueden ir a cenar juntos pero no construir un país conjuntamente. No les une ni el fondo ni la forma, por más esfuerzos de esconder las corbatas en las últimas semanas. Mas advirtió en el secretariado permanente de CDC celebrado antes de Navidad que había bastantes posibilidades de que la asamblea de la CUP votara en su contra e incluso les preguntó si, en ese caso, serían partidarios de repetir la fórmula de Junts pel Sí. La mayoría consideró que la reedición sería imposible, porque en ERC no estarían por la labor.
Tiempo habrá para hacer el inventario de daños en el mapa electoral desde que el president arrió la bandera del pacto fiscal e izó la de la independencia, y es evidente que la centralidad política ha quedado huérfana y a la intemperie. Pero no hay que dramatizar. Como recordaba ayer un conseller, los catalanes somos gente cabal: incluso cuando un grupo de la ANC hizo un ayuno en soporte de Mas, lo fijó para después de fiestas. Si no sirve para ayudar al president, al menos permite mantener la línea.


¿Quién mandará?
Joan Tapia
Tras el esperpéntico e imprevisto empate entre los partidarios y los contrarios de investir a Artur Mas en la asamblea de la CUP del pasado domingo en Sabadell, que ha generado una gran polémica incluso sobre las probabilidades matemáticas de dicho resultado, la política catalana sigue como estaba: empantanada. Eso sí, el barullo y el desconcierto se han incrementado.
Artur Mas y el independentismo, transmutando un programa máximo a largo en otro mínimo urgente y a corto, ignorando las encuestas -incluso las de la propia Generalitat- que dictaminan que el deseo de un Estado independiente se ha multiplicado por dos desde la sentencia del Estatut de 2010 pero que no tiene una mayoría clara a favor, y creyendo que la oposición del Estado español y la vigilante desconfianza de los estados europeos son solo tigres de papel, han llevado a Cataluña a una situación impensable hace muy poco tiempo. Tres meses después de las elecciones del 27 de septiembre, seguimos con un Gobierno en funciones, con un candidato a merced de lo que decida un grupo político de protesta, anticapitalista y asambleario, y con unas perspectivas políticas para 2016 en que la incertidumbre es el factor dominante.
La CUP, Candidatura de Unidad Popular, es un grupo de protesta radical, y tras una fuerte crisis, la más grave y aguda desde 1929, que ha hecho subir el paro del 8% al 25%, y tras una gestión mediocre de los partidos tradicionales de gobierno -CiU y PSC en Cataluña, y PP y PSOE en la totalidad de España- es comprensible que sea votado por un 8% de los catalanes y tenga 10 diputados sobre 135. Lo que no es lógico es que toda Cataluña y CDC, su primer partido, estén tres meses después pendientes de las idas y venidas de este movimiento asambleario. Y todo porque en los últimos cuatro años CDC ha convertido la independencia en su prioridad y por la poca habilidad del Gobierno Rajoy para afrontar de forma realista el encaje de Cataluña en España. No es un problema menor, pues el independentismo tuvo el 47,8% de apoyo en las elecciones autonómicas -presentadas como plebiscitarias- del 27-S, si bien descendió al 31% en las legislativas del pasado 20 de diciembre.
El empate en la asamblea de la CUP del pasado domingo ha avivado las alarmas y voces relevantes de CDC han pedido un cambio de alianzas
La clave del ‘impasse’ está en la incapacidad del Gobierno catalán en entender que con un empate en Cataluña es imposible exigir la independencia, y en la cerrazón del Gobierno de Madrid a negociar seriamente el mayor grado de autogobierno que piden más de las dos terceras partes de los catalanes.
Pero el espectáculo del Gobierno Mas haciendo esfuerzos para granjearse la simpatía de la CUP -que parece incapaz de tomar una decisión- ha llegado a tal extremo que está creando una gran alarma no solo en la sociedad catalana -en la que la CDC tradicional y posibilista era muy valorada- sino incluso en la CDC actual, que ha visto cómo su grupo parlamentario en Madrid se reducía a la mitad (de 16 a ocho diputados) tras las elecciones del 20-D.
Mas ha optado por seguir esperando el visto bueno de la CUP porque piensa que su prioridad es conservar la presidencia de la Generalitat y prefiere no afrontar el reto de unas nuevas elecciones, pero su hoja de ruta es cada día más cuestionada. Así, el veterano diputado en Madrid Carles Campuzano, un político con personalidad que hace años, como portavoz de la Joventut Nacionalista de Catalunya, se definía como “hispanoescéptico” y que ha sido el número dos de la candidatura convergente en las legislativas, no dudó el pasado lunes en lanzar un tuit que textualmente decía: “Después del ridiculcup, la legislatura tal como se planteó la noche del 27-S está acabada: u otra mayoría o elecciones”. ¿Otra mayoría? ¿Con quién? ¿Con alguno de los partidos que el ‘agit-prop’ independentista presenta como traidores o sospechosos?
Campuzano piensa por cuenta propia, y el presidente Mas -siempre hábil y que no recurre al plasma- desdramatizó ayer en Catalunya Radio afirmando que sus opiniones se debían al hartazgo de mucha gente de CDC ante el ‘impasse’ actual. Cierto, pero también es verdad que el ridículo -aquello que para Tarradellas era en política pecado mortal- no es solo el de la CUP sino también el de un presidente y una mayoría parlamentaria que están paralizados esperando la decisión de un grupo asambleario.
El en otro tiempo secretario general de CDC Miquel Roca Junyent, hoy dedicado a la abogacía y alejado del núcleo dirigente del partido al que intenta no hostilizar demasiado, también ha mostrado su inquietud en su breve artículo semanal en ‘La Vanguardia’ al escribir: “Lo que ya sabemos es que la nueva etapa de Cataluña tiene unos fuertes niveles de incertidumbre… esto no es bueno ni conveniente, necesitamos certezas y propuestas concretas… ¿Quién mandará? Esta es la cuestión. Con elecciones o investidura arañada, ¿quién mandará? El panorama que se define no es claro, y daría a entender que el poder de la Generalitat estará muy compartido”.
Y sigue: “Se equivocaría España si creyera que este escenario beneficia a los intereses generales del Estado. La incertidumbre en Cataluña hace más grande la incertidumbre en toda España, que también debería interrogarse sobre quién mandará. No es nada fácil de prever… ponerse de acuerdo es una asignatura obligada en el panorama político español y ponerse de acuerdo es imprescindible. Aquí, en Cataluña y en toda España”.
Tras los resultados del 20-D el fantasma de la ingobernalidad ya no solo afecta a Cataluña sino que se extiende a España
Dos hombres de la CDC de siempre -uno retirado de la política y el otro uno de sus mas valiosos diputados- levantan acta de que la hoja de ruta de Artur Mas ha llevado a Cataluña al laberinto de la ingobernabilidad. Y como ha escrito repetidamente Lluís Foix, muchos años director adjunto de ‘La Vanguardia’, cuando Cataluña entra en crisis se acostumbra a alterar la normalidad política española.
Es lo que está sucediendo. Unos días después del 20-D ya se ve claro que la estabilidad política de España -nuestro gran activo ante los mercados durante la crisis- está amenazada por unos resultados electorales que harán muy complicada la gobernabilidad.
El PP ha ganado pero no tiene mayoría para la investidura de Rajoy salvo una abstención socialista que -hoy por hoy- en el PSOE nadie defiende. Pedro Sánchez tendría muy difícil lograr una investidura con el apoyo de Podemos (o de Ciudadanos) y una benévola abstención de parte del Hemiciclo, pero su primer problema es la división interna del Partido Socialista azuzada por las ambiciones de la presidenta andaluza.
Pablo Iglesias parece feliz en su papel de tribuno de la protesta e incapaz de cualquier propuesta de Gobierno viable. Advierte sobre el peligro de un Gobierno del búnker -así es como irresponsablemente define a una hipotética y nada probable coalición entre PP, Ciudadanos y el PSOE- y parece que su única aspiración es la repetición de las elecciones. Albert Rivera, frustrado por unos resultados inferiores a lo esperado y que no le han convertido en bisagra imprescindible, vaga por el espacio de las propuestas más agradables a los poderes económicos que no siempre demuestran inteligencia política…
El PP no tiene mayoría, el PSOE sufre crisis interna y los dos nuevos no solo no presentan propuestas viables sino que tienden a la simplificación
Cataluña lleva tres meses empantanada en la ingobernabilidad y con la mitad de su población pensando en soluciones milagrosas (nacionales o sociales) de muy difícil realización. España parece encaminarse hacia un panorama no demasiado distinto tras unos resultados electorales que han dejado tocados al PP y al PSOE (víctimas de sus excesivos enfrentamientos pasados, errores y contradicciones internas) y que apuntan a que Podemos y Ciudadanos se encaminan a paso bastante rápido hacia las criticadas simplificaciones y demagogia de la “vieja política”.
Es justo todo lo contrario de lo conveniente y necesario para superar la crisis y encarar el futuro como un país moderno y competitivo. Por el momento, nos podemos permitir este periodo de recreo (o de dejación de la responsabilidad) porque los mercados están calmados, Mario Draghi nos obsequia con bajos tipos de interés y un euro depreciado y el precio del petróleo ha caído en un año a menos de la mitad. Pero este viento de cola exterior no será un factor fijo y además la primera asignatura del nuevo Gobierno –si sale de este Parlamento o de unas nuevas elecciones, que tampoco se pueden descartar- será la de un ajuste presupuestario de unos 8.000 millones que Bruselas reclama porque cree que los Presupuestos de Rajoy para 2016 pecan de dulzura electoralista.
En este momento, el fantasma de la ingobernabilidad, con la posibilidad de nuevas elecciones tanto en Cataluña -aun en el supuesto de que Mas sea investido y forme un Gobierno descabezado- como en la totalidad de España es la amenaza dominante. Como se pregunta Miquel Roca, ¿quién mandará en España en el año que está a punto de empezar?


Lo que tenía que pasar
Francesc-Marc Álvaro
Siempre estuve convencido –y me sabe mal acertar– que la CUP no investiría a Mas. ¿Por qué? Porque –como escribí a primeros de diciembre– la organización anticapitalista nunca había previsto que un proceso de secesión fuera liderado por un líder converso de centroderecha con el apoyo de clases medias de orden; su mito es el de una revolución hecha para destruir lo que ellos consideran “enemigos de clase”, aprovechando la desconexión. Los cuperos tampoco contemplaban que los resultados del 27-S les haría indispensables y les llevaría al choque entre la fraseología purista y la necesidad trágica de ensuciarse en la política real; al encontrarse con la llave en la mano, les ha dominado el pánico a romperse y la lógica amigo/enemigo. Por otra parte, si se observa la mecánica de la CUP en varias localidades, se comprueba que su meta es, en general, crecer desde la oposición antes que pactar para gobernar.
Más allá del espejismo construido por David Fernández (con el concurso de los convergentes) de una CUP psuquera, lo que ha pasado es lo que tenía que pasar. Pero la responsabilidad mayor es de los dirigentes de Junts pel Sí, que cayeron en la trampa populista cuando tenían que negarse a negociar con los cuperos mientras el veto a Mas no fuera levantado. Si lo hubieran hecho, y no hubieran firmado la declaración del 9 de noviembre, habrían podido explorar acuerdos con otros grupos del Parlament, a partir de un cambio de ritmo del proceso sin desdecirse de la independencia y con la prioridad de hacer crecer el 48% favorable a un Estado catalán.
Ahora bien, si no hay una jugada imprevista que daría protagonismo a Junqueras, iremos a nuevas elecciones, que ya no podrán ser presentadas como plebiscitarias. El marco de los nuevos comicios será el autonómico de siempre, subrayando el eje derecha-izquierda sobre el cual se añadirá el eje vieja-nueva política. Es un escenario que sólo ve con alegría –los tuits de ayer eran elocuentes– el mundo de Podemos, los comunes e ICV, que lo aprovechará para intentar forjar una mayoría de izquierdas con Ada Colau de presidenta de la Generalitat y con ERC y la CUP como socios de un eventual nuevo tripartito, a partir de una reformulación del derecho a decidir y la promesa de referéndum de los podemitas. La falta de sintonía entre el PSOE e Iglesias hace pensar que Iceta no se sumaría al artefacto, pero no hay que descartar acuerdos.
Doy por hecho que Junqueras, si volvemos a las urnas, no querrá reeditar Junts pel Sí, coalición que aceptó de mala gana el pasado verano. CDC tendrá que ir en solitario a la batalla, y antes deberá decidir si impulsa una refundación valiente (con ideas y caras nuevas) o se limita a un retoque cosmético. Si el centro soberanista no sabe reconstruirse con rapidez, puede haber una alta abstención de los moderados que se habían apuntado a hacer un país nuevo.


Introspección crítica
Pilar Rahola
Shakespeare dijo que el pasado era un prólogo, y habrá que aferrarse a la idea, visto el ridículo de nuestro pasado reciente. Sin embargo, como los errores sólo conocen la virtud de la enmienda, y ya no tiene sentido rodar con la noria inacabable de la CUP, es hora de mirar atrás un momento para hacer autocrítica y volver a mirar adelante rápidamente. Somos un pueblo que venimos de lejos y nos han dado el pésame tantas veces como veces hemos vuelto a levantarnos.
Pero para avanzar es obligada la mirada crítica en el propio territorio, no en vano hemos acumulado una cantidad ingente de errores.
El primer error se deriva de los meses de mareo por el 9-N, con una imagen de desunión y desconfianza que casi lo echa todo a perder. Y como, ahí te duele, ahí te daré, el mismo espectáculo de pelea silente entre CDC y ERC se repitió a la hora de hacer la lista conjunta, lista que se consiguió tan in extremis que presentaba escapes de agua por todas partes. Porque podemos repetir que la CUP lo ha echado todo a perder (y es cierto en la fase final), pero debemos añadir que los primeros que se han cruzado cuchillos en la oscuridad (y no tanto) han sido los dos grandes del proceso. De aquí se deriva la desconfianza entre los líderes, el extraño engendro de poner a Mas cuarto de la lista, con el inevitable y pertinente desgaste, y el error cósmico de ir separados a las generales. ¿Qué esperábamos de los cuperos, si los primeros que no demostraban anchura de miras eran los propios?
Por casas, hay para todos. CDC cometió dos errores de bulto: no tirar el lastre de Pujol mucho antes de que reventara en su cara y no romper con una Unió que trabajaba desde dentro –y bajo los focos– para destruir el invento. Esquerra repitió su pecado original, la obsesión por matar al padre convergente, y en este proceso ayudó al descrédito de Mas. Comportamiento, por cierto, que sigue practicando. Y todos cometieron el mismo error: el buenismo paternalista con la CUP, como si no fueran lo que son, la FAI del siglo XXI.
Finalmente, cuando ya iban juntos –con muletas– los últimos tres meses han sido un despropósito que costará explicar en los libros de historia: propuesta parlamentaria de ruptura sin tener gobierno, negociación errática con la CUP, mercadeo con la institución de la presidencia, vacío de relato –inteligentemente ocupado por los cuperos–, ausencia total de la ANC –recuerdan cuando decían aquello de “President, posi les urnes!”– y carencia de autoridad para cuadrarse ante la CUP, dando una imagen de arrastre que era letal. El desconcierto en las clases medias que habían votado a Junts pel Sí ha sido notorio estos últimos meses.
Dejemos a la CUP atrás –puente de plata a los antisistema que más han trabajado para consolidar el sistema español–, y enmendemos los propios errores. El futuro es nuestro, pero hace falta ganarlo.
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