21 enero 1996

Derrota del núcleo duro del PCE, frente a a los partidarios de un aproximamiento al PSOE

Antonio Gutiérrez logra la destitución de Marcelino Camacho como Presidente de CCOO y lo margina de la dirección

Hechos

El VI Congreso del sindicato comunista Comisiones Obreras (CCOO), del 17 al 20 de enero de 1996, reeligió a D. Antonio Gutiérrez como Secretario General, al tiempo destituía a D. Marcelino Camacho como Presidente, cargo que era suprimido.

Lecturas

El 19 de enero de 1996 se celebra el VI Congreso del sindicato Comisiones Obreras dentro de un fuerte enfrentamiento entre el presidente de CCOO D. Marcelino Camacho Abad (fundador del sindicato) y el secretario general D. Antonio Gutiérrez Vegara.

Con este resultado D. Antonio Gutiérrez Vegara somete a votación la destitución de D. Marcelino Camacho Abad obteniéndose el siguiente resultado:

A favor de que Marcelino Camacho siga presidiendo CCOO – 36,7%.

En contra de que Marcelino Camacho siga presidiendo CCOO – 57,2%.

En el congreso también se somete a votación la permanencia de D. Antonio Gutiérrez Vegara como secretario general.

A favor de que Antonio Gutiérrez siga siendo secretario general – 66,3%.

En contra de que Antonio Gutiérrez siga siendo secretario general – 32%.

De esta manera la actual dirección de CCOO de D. Antonio Gutiérrez Vegara, respaldado por D. Ignacio Fernández Toxo y D. José María Fidalgo Velilla, ha logrado un importante espaldarazo interno en el sindicato.

Los críticos liderados por D. Agustín Moreno García y el propio D. Marcelino Camacho Abad, a pesar de ser respaldados por la dirección de Izquierda Unida, han quedado en minoría en el sindicato.

Desde la prensa, tanto El Mundo como ABC consideran que la actual dirección de CCOO está más próxima al PSOE que a IU.

08 Octubre 1995

El Sindicalismo de Nuevo Tipo

Marcelino Camacho

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El secretario general de CCOO sigue siendo ‘muy prudente en relación con los FILESA, los GAL, los Fondos Reservados y el felipismo. El ‘sindicalismo de nuevo tipo’ que se creó con el nacimiento de CCOO ahora se está desviando hacia un sindicalismo desmovilizador, burocrático, a remolque, del que llevó a la PSV [por UGT].

Es conocido que la Confederación Sindical de Comisiones Obreras celebrará su VI Congreso los días 17, 18, 19 y 20 de enero de 1996. Como hecho en sí, siendo hoy la primera organización sindical de nuestro país, esto ya le da una gran importancia; situándolo en el contexto en que se realiza, sobre todo en el plano nacional, se multiplica el valor. Así pues, el VI Congreso de CCOO tiene un gran peso no solamente para sus afiliadas y afiliados, sino para todo el país.

Pero un congreso democrático en el cuadro de ‘un sindicalismo de nuevo tipo’, como se definió al nacer CCOO, sólo responde bien a estas necesidades si hace un análisis global y concreto; si hay una profunda participación en el análisis del cumplimiento de lo realizado desde el Congreso anterior y elabora un programa para los cuatro años próximos: si se hace la elección de delegados primero y de dirigentes después de abajo arriba y no de arriba abajo, representando a las bases y no a los aparatos; si es plural y democrática esta representación, que debe ser proporcional, integral, reflejando todas las corrientes y capas de asalariados manuales, técnicos, profesionales e intelectuales que componen nuestra clase.

Nacimiento de las Comisiones Obreras. No comprenderemos el porqué del nacimiento y desarrollo de CCOO, cuando antes de la Dictadura habían dominado CNT y UGT, si no tenemos en cuenta el contexto de cada momento, más los antecedentes históricos, y si no lo analizamos como un proceso siempre abierto, que parte de hipótesis rectificada y es consciente que va a hipótesis rectificable.

Crear organización es imprescindible, pero atención a que no se transforme en aparatos que se repiten, porque de ellos se va a la burocracia, de ésta a la autocracia y de ahí a la corrupción. Estos riesgos existen en los partidos políticos y también en los sindicatos, en la derecha y en la izquierda; naturalmente, más donde hay menos participación y democracia.

Por eso, cara al VI Congreso de la C. S. de CCOO, nos preocupa que, salvo algunas excepciones, los Congresos se harán de arriba abajo, primero el de la Confederación, después el resto; el viejo aparato pesará sobre la elección de los delegados al Congreso e intentará reproducirse. El 25 por ciento de los delegados que en anteriores Congresos se eligieron directamente en lso grandes centros de trabajo, no se elegirán de esta forma – salvo en Cataluña – . Los delegados natos, en Madrid, pueden alcanzar el 15 por ciento; existen excesiva mediaciones, y el riesgo de presiones de diferente tipo que ello supone en un país en el que hay mucho paro, en el que hay quienes no están en excedencia de su empresa no tienen profesión, es una realidad; en un país en el que el Felipismo-Pujolismo, en colaboración con el gran capital, han llevado a España a una quiebra total de valores éticos, políticos, sociales y económicos que amenzan el futuro de la democracia; es un país en el que nunca más habrá pleno empleo, si no somos capaces de acabar con esa situación y hacemos elecciones generales ya.

El cáncer del felipismo, del que hablaba F. Martín Seco y que cité en otro artículo en ABC, está en vías de extensión; cáncer y metástasis son una realidad, y un peligro, en primer lugar para los trabajadores, y en general para toda la sociedad.

Por ello, ¿cómo puede comprenderse lo que cito a continuación?: el 27 de enero – un poco tarde, pues ya había sido votada la Ley de Presupuestos – se hizo la huelga general, y se rechazó por la mayoría de la dirección estatal de CCOO la presión sostenida (a diferencia de Italia, que, frente a la contrarreforma laboral hizo grandes manifestaciones el día de la huelga y se concentraron millón y medio de trabajadores/as en Roma días después, lo que obligó a retroceder en su contrarreforma a Berlusconi, y a dimitir), lo que supuso balones de oxígeno al Gobierno, por un apoliticismo de vía estrecha y un sediciente neutralismo con la negativa a participar en la Comisión Cívica, y antes el apoyo a Maastricht, unido a desmovilización, sosiego, etcétera. En una circular a los órganos de UGT, Méndez pide a UGT mayor diálogo y frenar la conflictividad’ (CINCO DÍAS, 5.12.94(, ‘Los sindicatos ofrecen paz social un año después del 27E’ (DIARIO16,27.01.1995), ‘CCOO y UGT niegan el apoyo a la Plataforma Cívica y a conmemorar el aniversario del 27E (EL MUNDO y EL PAÍS, 11-12.1.1995), ‘UGT y CCOO rechazan participar en las operaciones de acoso al Gobierno’ (LA VANGUARDIA, 3.01.1995) ‘La política de IU es desastrosa para toda la izquierda’ (A. Gutiérrez en EL PAÍS, 2.21995), ‘Sindicatos y patronal dan una tregua al Gobierno hasta ver el debate sobre el Estado de la Nación’ (DIARIO16, 4.02.1995), ‘Un respiro para el Gobierno’ (M. Vázquez Montalbán en INTERVIÚ, 6.02.1995). Y aunque desde los primeros meses de este año, el secretario general de CCOO empiece a hablar de adelantar las elecciones generales sigue siendo ‘muy prudente en relación con los FILESA, los GAL, los Fondos Reservados y el felipismo, mientras Méndez dice que él se pronuncia porque Felipe encabece las posibles elecciones generales.

El debate abierto cara al VI Congreso debe llevar a restablecer los principios esenciales del ‘sindicalismo de nuevo tipo’ que se creó con el nacimiento de CCOO y que ahora se está desviando hacia un sindicalismo desmovilizador, burocrático, a remolque, del que llevó a la PSV.

Por esas libertades y ese sindicalismo de nuevo tipo luchamos tan intensamente en nuestro país contra la dictadura franquista; por eso votarnos la Constitución ayer, y hoy pedimos que se convoquen elecciones generales, que se acabe con la corrupción y el paro, que se derogue la contrarreforma laboral.

Marcelino Camacho

14 Enero 1996

CCOO: Año 9 después de C.

Juan Carlos Escudier

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El Congreso Confederal de CCOO, que se inicia el próximo día 17, tendrá el sabor más agridulce de su historia. Tras una larga y devastadora lucha, Antonio Gutiérrez y Agustín Moreno pondrán fin a una relación de casi dos décadas. Nueve años después de acceder a la púrpura sindical que le cedió Camacho, Gutiérrez se deshará de quien estaba llamado a ser su sucesor y, posiblemente, acabe también devorando al incómodo Saturno que ha sido en este tiempo Marcelino Camacho, la «C» de Comisiones

En octubre de 1987, cerca de 70 miembros del Consejo Estatal de CCOO se reunieron clandestinamente en la sede central del PCE en Madrid, en la calle Santísima Trinidad. El motivo de la cita era pactar el nombre del sucesor de Marcelino Camacho en la secretaría general del sindicato. El viejo dirigente se había hartado de repetir que no quería acabar como Santiago Carrillo y había anunciado que no optaría a la reelección.

Varios fueron los nombres propuestos, desde Francisco Frutos hasta José Luis López Bulla. El debate se zanjó con la intervención de Camacho. Su testamento sindical tenía un nombre: Antonio Gutiérrez Vegara, de 36 años, uno de sus dos delfines junto a Agustín Moreno.

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El espíritu del pacto de 1987

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Todo estaba atado. Gutiérrez y Moreno habían hablado con Camacho. Cualquiera de los dos podía ser el secretario general y fueron ellos mismos los que decidieron cuáles serían sus papeles: Gutiérrez sustituiría a Camacho y Moreno le sucedería. Ese fue el espíritu de lo pactado en 1987.

El sindicato tenía nuevas metas. La radicalización de la UGT en su rabioso enfrentamiento con el Gobierno había descubierto a CCOO un espacio de crecimiento que podía darle la hegemonía del movimiento sindical.

Según diversos dirigentes de CCOO consultados por este diario, Gutiérrez puso en marcha un proceso de reafirmación personal, respecto tanto a Camacho como a Nicolás Redondo. Con el primero, Gutiérrez fue especialmente crítico. Su enconamiento alcanzó la cima en un comité confederal del sindicato celebrado en octubre de 1993, en el que el secretario general de CCOO trató de obligar a Camacho a retractarse públicamente de una de sus tantas manifestaciones en las que denunciaba que CCOO iba a remolque de UGT y que UGT estaba en manos del Ejecutivo por la crisis de PSV.

La tensión fue tal que cuando Camacho salió a la tribuna para defenderse se quedó sin voz y hubo que traerle agua apresuradamente. Como no había ningún recipiente a mano se recurrió a un florero. La estampa de Camacho agarrando el florero con las dos manos y derramándose el agua por la pechera difícilmente será olvidada por algunos miembros del sindicato.

Con Redondo, Gutiérrez desplegó primero una intensa actividad personal de encantamiento. Después, empezó a rechazar su modelo de obrero descamisado. A Gutiérrez le molestaba especialmente la dureza que Redondo transmitía en sus comparecencias conjuntas. El secretario general de CCOO había impuesto un nuevo «look», que pasaba por la corbata y la moderación.

En 1990 quiso además tomarle el pelo y comenzó las elecciones sindicales con una presentación masiva de preavisos (sobre todo en pequeñas empresas, la central que convoca las elecciones sindicales suele ser la que acaba imponiéndose) que estuvo a punto de mandar al garete la unidad de acción entre UGT y CCOO. Según un ex dirigente ugetista, durante el tiempo que duraron las hostilidades fue Moreno «quien mantuvo viva la llama de la unidad de acción».

El resumen de lo que estaba ocurriendo es éste: Redondo trataba de radicalizar a la UGT desde su dirección y no podía avanzar más por la moderación de sus bases. Gutiérrez quería hacer exactamente lo contrario: moderar el sindicato. La unidad de acción con UGT y sus propios afiliados le han impedido de momento ir más lejos.

En ese juego, surgieron las primeras diferencias entre Gutiérrez y Moreno. La primera -tras el éxito de la huelga general del 14-D y el posterior fracaso de las negociaciones con el Gobierno socialista- se produjo a consecuencia de una reunión que Gutiérrez y Redondo mantuvieron con el ministro de Economía, Carlos Solchaga, en enero de 1990, y que el líder de CCOO trató de mantener en secreto.

El encuentro se celebró en casa del dirigente de UGT José María Zufiaur. Cuando Redondo dio cuenta del mismo ante la dirección de UGT pidió discrección a sus miembros porque Gutiérrez le había transmitido que no pensaba informar a su Ejecutiva.

En casa de Zufiaur, Redondo y Gutiérrez pactaron con Solchaga un nuevo modelo de concertación que consistía en la apertura de distintas mesas de negociación, de forma que un desacuerdo en una de ellas no impidiera el acuerdo en las restantes. La noticia acabó filtrándose. Moreno pidió cuentas a Gutiérrez y éste lo negó todo.

En 1991, hubo dos nuevos choques entre el secretario general y su mano derecha. El primero giró en torno a una convocatoria de huelgas en empresas públicas que Moreno, por parte de CCOO, y Apolinar Rodríguez, su homónimo en UGT, habían diseñado para tratar de desbloquear la negociación colectiva. Las movilizaciones desembocaron el 26 de mayo en una gran concentración de delegados, dos días antes de las elecciones municipales.

La Ejecutiva de CCOO reaccionó de forma imprevista y Moreno estuvo a punto de ser desautorizado, en medio de duras críticas por parte de Gutiérrez.

El segundo derivó de la negociación del denominado Pacto de Competitividad, para el que el Gobierno había convocado a los dos sindicatos. En un cena, a la que acudieron Gutiérrez, Moreno y José María Fidalgo, por CCOO, y Redondo, Rodríguez y Zufiaur, por parte de UGT, se pactó, según manifestaron a este diario dos de los asistentes, que se aceptaría una negociación tripartita (Gobierno, sindicatos y patronal) así como la elaboración de un escrito con posiciones previas para llevar a la mesa de reuniones.

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El acuerdo, papel mojado

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La sorpresa vino cuando la Ejecutiva de CCOO modificó el acuerdo con UGT, a instancias de los hombres de confianza de Gutiérrez, que interpretaban que un escrito de estas características abortaría cualquier posibilidad de pacto con el Gobierno.

En un segundo encuentro con UGT, y ante la amenaza de Redondo de desconvocar la primera rueda de prensa conjunta de las dos centrales, prevista para el día siguiente, Gutiérrez aceptó a regañadientes respetar el compromiso adquirido en la cena.

En medio de estas disputas se llegó al conflictivo V Congreso en enero de 1992. Agustín Moreno y la secretaria de Empleo, Salce Elvira, amenazaron con no presentarse y tuvieron que ser convencidos a última hora por Camacho, que les instó a defender las ideas desde dentro de la organización.

En medio de esta crisis, Gutiérrez mantuvo una comida con Moreno que, al parecer, acabó bruscamente. Salce Elvira no recibió ni una llamada para tratar de que desistiera de abandonar. A diferencia de con Moreno -al menos hasta 1993, Gutiérrez siempre ha vertido elogios de él aunque criticara su supuesto infantilismo porque, al parecer, había que dejarle siempre claro que era el número dos-, con Salce Elvira el secretario general de CCOO se ha ensañado siempre que ha podido.

Gutiérrez había cambiado de sitio su confianza para depositarla en dos miembros de la Ejecutiva: José María Fidalgo -el más ardiente defensor de la interlocución con el Gobierno- y Salvador Bangueses, un hombre ascendido a la secretaría de Finanzas por imposición directa de Gutiérrez.

Tras el Congreso, el deterioro de las relaciones entre Gutiérrez y Moreno se acentuó. En muchos casos, Moreno fue apartado de los procesos de negociación. Paradójicamente, y pese a sus constantes derrotas en la Ejecutiva, el secretario de Acción Sindical logró en este tiempo imponer sus criterios a través de UGT.

De forma paralela, Gutiérrez había ido marcando distancias con el PCE -de cuyo Comité Central era miembro y en cuyas listas se había presentado como suplente en las elecciones de 1977- hasta que sus relaciones con Anguita estallaron definitivamente.

En las reuniones de «notables» comunistas en las que se barajaba el nombre del sucesor de Gerardo Iglesias, Gutiérrez defendió a capa y espada la opción de Nicolás Sartorius. Cara a cara, el sindicalista le dijo a Anguita que no le veía como solución y aprovechó para repetirselo con ocasión de una conferencia política en la que Anguita esbozó una vuelta atrás en un proceso que muchos habían creído que debía conducir a la disolución del PCE.

Su última disputa fue con ocasión de la pretendida incorporación de los carrillistas a las listas de IU, idea defendida por Gutiérrez. El dirigente sindical creyó haber convencido a Anguita en un almuerzo que ambos mantuvieron, pero el Comité Central rechazó la propuesta por seis votos de diferencia.

Gutiérrez entendió que Anguita se había burlado de él y su enemistad quedó patente en el último Congreso del PCE. En correspondencia, ante el cónclave de CCOO, la dirección comunista ha tomado partido por Agustín Moreno y ha desarrollado una intensa actividad para favorecerle.

La injerencia del PCE en el sindicato es un hecho incuestionable como lo ha sido la de cuadros de CCOO en el partido. Fruto de esta última, fue elegido, por ejemplo, Juan José Azcona como secretario general del PCE de Madrid, cargo que se vio obligado a dejar cuando postuló la desaparición del partido, igual que lo hiciera Gutiérrez en un acto en El Escorial junto a su mentor Nicolás Sartorius.

En el año 93, Fidalgo actuó como portavoz único en las reuniones del denominado Pacto Social por el Empleo, que fueron la antesala de la última huelga general. El paro se coció en el mes de noviembre, tras una reunión privada en casa del ministro de Economía, Pedro Solbes, en la que además del ministro de Trabajo, Griñán, acudieron Fidalgo y Gutiérrez por CCOO y buena parte de la Ejecutiva de UGT, encabezada por Redondo.

Las propuestas de Solbes fueron calificadas inaceptables por UGT. La receptividad de Gutiérrez a las palabras del ministro provocó que, a la salida, los dos líderes sindicales tuvieran una enganchada en la que Redondo preguntó a Gutiérrez si iba «de guapo de la película».

La última reunión con el Ejecutivo, esta vez con carácter oficial, fue especialmente dolorosa. Fidalgo insistió en mantener una negociación que Apolinar Rodríguez consideraba imposible. UGT empujó a CCOO a la huelga del 27-E. Al mes siguiente, Gutiérrez dejaba claro en el consejo confederal de CCOO su rechazo a «mantener la tensión». Los sindicatos habían perdido la batalla contra la reforma laboral, aunque se empeñasen en transmitir que su estrategia sería ahora la de impedir su aplicación empresa por empresa.

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El coqueteo con el Gobierno

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Para UGT, este paro representó el principio del abismo. El Gobierno decidió negar al sindicato los avales que precisaba para remediar el problema de PSV y estalló el escándalo. Mientras, Gutiérrez coqueteaba con Serra (el encuentro enfureció a Redondo), y con los ministros de Trabajo y Economía.

En esa actitud de Gutiérrez algunos han querido ver la plasmación de una obsesión que se le atribuía: la de creer que CCOO había dejado de ser la primera fuerza sindical por su oposición a negociar el Estatuto de los Trabajadores; y pensar que, en esta ocasión, había que negociar como fuera la reforma laboral.

Mientras que para el líder de CCOO, la conversión del sindicato en fuerza hegemónica pasa por esta estrategia, para Moreno todo ello roza llanamente la traición a la clase obrera.

Así se llega a este VI Congreso. A Moreno, la compañía de Camacho le ha empujado a subirse al carro del PCE al igual que su propia torpeza, de la que su intervención en el Congreso del Partido Comunista del pasado mes de diciembre es un claro ejemplo. Lo que hubiera debido ser un debate sindical será una agria discusión sobre las injerencias comunistas en CCOO.

Pese a ello, al menos un tercio de los delegados apoyarán a Moreno. Gutiérrez tiene asegurado el triunfo. Camacho también tendrá que pasar un trago casi de escarnio para seguir en la organización que él creara. CCOO zanjará su crisis con sangre, de forma cainita, como suele hacerse la Historia.

17 Enero 1996

CCOO, el congreso de la discordia

EL MUNDO (Director: Pedro J. Ramírez)

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Antonio Gutiérrez dijo hace un año que no habría pacto. Y no lo va a haber. El VI Congreso de CCOO comienza hoy en un clima de abierto enfrentamiento entre los dos sectores del sindicato, encabezados por su secretario general, Antonio Gutiérrez, y por Agustín Moreno, número dos de la central.

Tras ocho años al frente de CCOO, Gutiérrez opta a un tercer y último mandato, que los estatutos le permiten con carácter de excepcionalidad. Concurre al Congreso con el apoyo de casi un 70% de los delegados, lo que le asegura su reelección y el control de la nueva Ejecutiva.

Agustín Moreno aglutina la corriente crítica, en la que se alinea Marcelino Camacho, líder histórico del sindicato, que mantiene -desde su presidencia honorífica- un enfrentamiento frontal con Gutiérrez. Moreno y Camacho tienen a su lado a un 30% de los delegados, porcentaje insuficiente para obligar a pactar a la dirección.

No existen significativas diferencias ideológicas entre uno y otro sector, pero sí notables divergencias en lo que atañe a la organización y la estrategia del sindicato, que se han agudizado desde la huelga general del 27-E, hace ahora dos años. Aquella convocatoria fue un éxito en cuanto a seguimiento de los trabajadores pero un fracaso desde el punto de vista de los resultados prácticos.

Gutiérrez ha defendido desde entonces una línea de extremada moderación respecto al Gobierno, lo que en la práctica -y coincidiendo con la crisis de UGT y la retirada de Redondo- se ha traducido en una absoluta desmovilización sindical. Al mismo tiempo, el larvado conflicto que sostiene con Anguita desde hace bastantes años -trufado de antagonismo personal- ha aflorado a la superficie, sacando a relucir dos visiones contrapuestas de la relación del sindicato con la izquierda.

Moreno se encuentra bastante más cerca de la concepción de Anguita y sostiene la necesidad de adoptar una política mucho más beligerante hacia el PSOE, forzando a UGT a sumarse a esta estrategia. El número dos de CCOO considera que Gutiérrez ha errado en su táctica de «moderación» al no haber obtenido suficientes contrapartidas de un Gobierno embarcado en la reforma laboral y en el recorte de las prestaciones sociales.

Con estos planteamientos, poco probable parece la posibilidad de acuerdo entre ambos sectores, lo que choca con la tradición de consenso que ha regido el cuarto de siglo de existencia de CCOO. Todo apunta a que el sector de Gutiérrez logrará 14 de los 20 puestos de la Ejecutiva y conseguirá desbancar a Camacho de la presidencia, rompiendo algo más que un simbólico eslabón con el pasado.

El VI Congreso se inicia en un ambiente de fuerte expectación, con la presencia de Aznar como invitado estrella en la sesión inaugural. Hace cinco o seis años, hubiera parecido increíble. La asistencia del líder de la derecha pone de relieve lo que ha cambiado este país y las grandes mutaciones -en su gran mayoría, positivas- que ha experimentado el sindicalismo. Gutiérrez tiene legítimo derecho a enorgullecerse de este legado, pero haría bien en ser generoso en la victoria con rivales tan dignos como Moreno y Camacho.

21 Enero 1996

Heridas y cicatrices

EL PAÍS (Director: Jesús Ceberio)

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El congreso de Comisiones Obreras (CC OO), clausurado ayer en Madrid, no ha cerrado las heridas abiertas en su seno. Por el contrario, puede que haya abierto alguna más, y por desgracia, dejará en la memoria unas imágenes que producen tristeza. La historia de lucha por las libertades políticas y sindicales de Comisiones no merecía verse salpicada por los tumultos habidos en el congreso. Esas heridas tienen que ver con rivalidades personales y conflictos de lucha por el poder, con influencias externas y con factores objetivos que determinan la crisis que padecen los sindicatos en casi todos los países. Sólo secundariamente y como resultado de lo anterior, guardan también relación con el debate sin dical propiamente dicho. La utilización ventajista, a la vez como escudo y como ariete, de la venerable figura de Marcelino Camacho por una de las facciones en pugna ha contribuido a dramatizar esas divergencias presentándolas en términos de ruptura familiar. Algo que hasta ahora había conseguido evitar CC OO y que en el pasado reciente ha perjudicado a UGT, víctima también de un conflicto de familia.

Durante quince años desde 1980, UGT ha sido la primera fuerza sindical en todas las convocatorias. Hasta las celebradas el año pasado, ganadas por la central que dirige Antonio Gutiérrez. Ese reforzamiento de CC OO ha discurrido en paralelo a la crisis vivida por la central socialista. La obsesión por marcar distancias respecto al Gobierno que siguió a su ruptura con el PSOE hizo que UGT canalizara su actividad hacia el terreno del enfrentamiento global antes que al de la reivindicación en las empresas. En el caso de CC OO, el derrumbe de la referencia comunista, rápidamente captado por Gutiérrez como irreversible, evitó los debates ideológico-familiares en favor de los específicamente sindicales. Ello estimuló una acción reivindicativa más abierta al acuerdo y la negociación.

La crisis actual es en buena medida el resultado del debate en Izquierda Unida, y concretamente de la doctrina de su coordinador general sobre la hegemonía de los comunistas en los movimientos de masas. Una doctrina, por lo demás, que hasta no hace tanto compartieron Antonio Gutiérrez y muchos otros sindicalistas formados en la tradición leninista, que asignaba a los sindicatos el papel de correas de transmisión de un partido cuyo objetivo a largo plazo era la toma del poder y la implantación de un modelo de sociedad alternativo. Pero esa concepción, así como las utopías del sindicato de nuevo tipo teorizado por Sartorius, ya había sido abandonada cuando, a fines de los ochenta, se hizo evidente con el derrumbe del muro de Berlín que no había tal modelo alternativo. Una de las consecuencias extraídas por Gutiérrez y su equipo fue que los sindicalistas no podían supeditar su estrategia la la victoria de un partido.

El enfrentamiento entre la dirección del partido comunista y la de CC OO, larvado desde hace cinco o seis años, se hizo explícito meses atrás, con la negativa de los sindicatos a participar en las movilizaciones contra la reforma laboral y la corrupción convocadas por una Plataforma Cívica auspiciada por Izquierda Unida. La firma, poco después, junto con la patronal, de una declaración de tono apaciguador reclamando una salida a la crisis de inestabilidad política fue interpretada por Anguita como la prueba definitiva del entreguismo y colaboracionismode los sindicatos. Esos adjetivos son los que ha venido utilizando el sector crítico, cuyo principal dirigente, Agustín Moreno, fue incorporado por Anguita a la dirección de Izquierda Unida. La crítica a los pactos laborales firmados por CC OO en los dos últimos años -el último, el de mediación y arbitraje- se ha añadido a la lista de cargos, siendo el histórico presidente del sin dicato, Marcelino Camacho, el encargado de popularizarlos en sus rocambolescas apologías de la ortodoxia antisocialista del leninismo en el periodico más representativo de la derecha política.

Una vez conocida la relación de fuerzas entre los dos sectores (68% de apoyo al informe de gestión de Gutiérrez), la continuidad en la dirección del veterano dirigente ha sido el tema más candente. Es lamentable que alguien que tuvo el valor de retirarse voluntariamente de la secretaría general para dar paso, a un sindicalista de 36 años no haya sido luego consecuente con su papel apaciguador y arbitral. Pero más lamentable es que uno de los sectores le haya instrumentalizado de manera patética, haciendo que las invocaciones a las medallas y cicatrices sustituyeran a los argumentos. ¿Por qué será tan difícil irse con dignidad?

21 Enero 1996

Ahora empieza la «era Gutiérrez»

Casimiro García-Abadillo

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La victoria de Antonio Gutiérrez en el VI Congreso de CCOO supone un salto cualitativo en la historia del movimiento obrero español. Si exceptuamos a los sindicatos de inspiración anarquista, la opción que representa Gutiérrez representa el intento más serio hecho en este país de construir un sindicato independiente de los partidos políticos.

Es verdad que CCOO no nació a iniciativa del PCE (que tenía a finales de los años 50 su propio sindicato, la OSO), pero desde el principio la orientación comunista consistió en controlar las comisiones obreras que, de forma espontánea, surgieron en algunas fábricas.

El dominio de CCOO por parte del PCE era total y absoluto cuando el movimiento socio-político se constituyó en sindicato hace ahora 20 años. El propio Antonio Gutiérrez era militante liberado del PCE para trabajar en CCOO.

Cuando hace ocho años Camacho decidió dejar la Secretaría General en manos de Gutiérrez lo hizo con la convicción de que él seguiría mandando de hecho en el sindicato y, desde luego, nunca pensó que su joven delfín «traicionaría» la ortodoxia marcada desde el PCE, entonces bajo el trauma que produjo la salida de Santiago Carrillo.

Durante la gestión de Gutiérrez, CCOO ha mantenido una política que no puede calificarse precisamente de confraternización con el PSOE. CCOO y UGT, bajo el liderazgo personal de Nicolás Redondo, lanzaron dos huelgas generales en cinco años. También es verdad que las movilizaciones respondieron a duros recortes en las prestaciones sociales por parte del Gobierno socialista.

Sin embargo, el resultado de la política de confrontación para los sindicatos no se ha traducido en un fortalecimiento de los mismos, sino todo lo contrario. La afiliación sindical ha caído y, lo que es más preocupante, cada vez hay un mayor alejamiento de la juventud.

Por si esto fuera poco, la crisis de la PSV asestó un duro golpe a la credibilidad de los sindicatos que afectó no sólo a la imagen de la UGT sino a las posibilidades de crear en España un sindicalismo de servicios basado en una red de empresas similar a la de otros países de centro Europa.

Precisamente, tras el dudoso resultado de la huelga general del 27 de enero de 1994, Gutiérrez comenzó a dar un giro en la orientación del sindicato.

La retirada de Nicolás Redondo de la Secretaría General de UGT ayudó a Gutiérrez a imprimir un talante más negociador al movimiento sindical, a lo que ha ayudado también la actitud de Cándido Méndez.

Mientras que este proceso se asentaba, la oposición a Gutiérrez dentro de CCOO, alentada desde el PCE, fue tomando cuerpo. Los «críticos», encabezados por Marcelino Camacho y Agustín Moreno, consideran que la nueva política más proclive al diálogo impuesta por el secretario general del sindicato está íntimamente relacionada con su acercamiento al PSOE, pilotado desde el Gobierno por Alfredo Pérez Rubalcaba.

Según las tesis de Moreno, su jefe de filas estaría vendiendo por un plato de lentejas la sumisión del movimiento obrero a la política antisocial del Gobierno.

Es verdad que se han producido diversos contactos al más alto nivel entre la dirección de CCOO y el Gobierno. Sin embargo, Gutiérrez no sólo no ha hecho ningún movimiento a favor del PSOE, sino que ha manifestado con claridad que el partido de González «merece perder las elecciones porque ha hecho méritos suficientes para ello».

Quien crea que el líder de CCOO tiene aspiraciones políticas dentro del PSOE o bien no le conoce o bien está falseando la realidad. Gutiérrez sabe perfectamente que sus opciones están ligadas a la independencia del sindicato. Cualquier movimiento en contra supondría su laminación a medio plazo. Si Gutiérrez tiene alguna aspiración para el mandato que acaba de comenzar ésa es la de poner las bases de la unidad de los dos grandes sindicatos. Y si lo consigue, tendrá motivos más que sobrados para sentirse satisfecho.

Ahora bien, Gutiérrez ha iniciado un trayecto que implica un cambio radical en la forma de operar del sindicalismo español. La independencia en sí misma no garantiza una mayor eficacia en la solución de los problemas.

El cambio que se ha venido produciendo en los últimos años desde un sindicalismo de lucha a un sindicalismo de negociación debe dar aún un paso más, hasta convertirse en un sindicalismo de propuestas. Los sindicatos, si no quieren quedar arrinconados en el trastero de la historia, deben afrontar los retos de la sociedad del siglo XXI con una mentalidad constructiva, lo que no implica ni mucho menos una derechización o la renuncia a la movilización cuando ésta sea necesaria.

Si los sindicatos quieren contar con el respaldo de la juventud tendrán que hacer propuestas que tanto a nivel de empresa, como a escala global sirvan para solucionar problemas tan acuciantes como el desempleo, la falta de formación, la mejora de la calidad de los productos, y, por supuesto, un sistema de seguridad social y de pensiones que se soporten sobre bases reales.

Ese es el aunténtico reto que ha asumido Gutiérrez al ganar con amplia mayoría el VI Congreso de CCOO. Y, para consolidarlo, tendrá que acelerar el proceso de unidad con UGT antes de que concluya su último mandato.

23 Enero 1996

Marcelino y Nicolás

Francisco Umbral

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El viejo colegui Marcelino Camacho ha sido desalojado de un mundo que es creación suya: Comisiones Obreras. La efracción ha sido cruel, cruenta, decidida, absoluta, equivocada. El señor Gutiérrez ha hecho el primer ademán en un papel que va a interpretar muy mal: el de sindicalista de los capitalistas, nuevo Felipe González que pacta con el dinero, con la empresa, con lo que venga. La expulsión de Marcelino, un mito con jersey, es como un aval, como un gesto inequívoco que garantiza a sus nuevos aliados que el chico está dispuesto a todo.

Naturalmente que Camacho supone ya una carga histórica, un entrañable anacronismo, a veces, pero eso no obsta para mantenerle la dignidad, la opinión y la presencia. Yo por ahí veo la mano de Felipe González, que quizás va a tener en Gutiérrez un buen delfín. ¿Ha exigido Glez. la cabeza de Marcelino, con jersey y todo, a cambio de su protección al joven sindicalista? Glez. está completando una sabia operación para hacerse con el control absoluto de los dos sindicatos de clase. A la UGT ya la tiene en el saco, con el huevón de Méndez haciendo de entreguista. Ahora les fusiona con Comisiones y se acabaron los conflictos obreros en la calle, o bien se controlan estos conflictos desde la oposición para crearle procelas y hacerle olas al turbopresidente Aznarín.

El dato significativo que rubrica todo esto es la no presencia (la no invitación) de Nicolás Redondo en el Congreso de CCOO. ¿Redondo también está viejo, pasado, geriátrico, estalinista, histórico, esclerótico intelectualmente? Nicolás Redondo es uno de los sindicalistas más modernos de Europa. La marginación de Redondo, la trampa de la PSV, el veto que se le ha puesto en las últimas movidas madrileñas de izquierdas, son la mejor confirmación de que aquel sindicalismo bravito del 14/D ha muerto para siempre.

Glez. ha ido deshaciendo pacientemente la coherencia de unos sindicatos de clase bien orientados y bien trabados. A la derecha también le gusta que los proletas se entiendan con los ricos y empresarios, en la fiesta imposible de las decapitaciones y las capitulaciones, mientras todos sangran champán rosa. Fue la semana pasada una semana de congresos y movidas. Idas las turbas triunfales y violentas de la fiesta política, quedan dos víctimas en el asfalto duro y llovido, en el empedrado de la gran ciudad, en el mapa cruel del santo suelo: Marcelino Camacho y Nicolás Redondo. Con ellos se liquida a la izquierda obrera. En cuanto a la izquierda intelectual, están todos en el homenaje a Rocío Jurado, que la medalla de Bellas Artes le queda como un guardapelo en su escote de luna llena y climatérica. La derecha da un gran paso adelante en todos los frentes: PSOE, Comisiones y PP.

Paco Segrelles me hace la aritmética electoral (Paloma me ha traído dos grandes cestos de frutas, una navidad a destiempo, pero saludable), y lo que le sale es que Felipe y Aznar van a andar muy raspados de votos, que uno tiene el tirón de sus cadáveres políticos en andas y el otro el tirón de Norma Duval, que buena sí que está, y la política dioríssimo que nos ha prometido. Encima, Boyer denuncia la trampa europea de la moneda única, o sea que por ahí tampoco hay salida. A ver si con la lista de las maricas sevillís esto se folkloriza un poco, que ya pasó la semana de las grandes mentiras. Hale, Sarasola, que no decaiga.

26 Enero 1996

Cuestion de democracia

Antonio Elorza

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La confrontación ha dejado inevitablemente un regusto amargo. Aun cuándo Marcelino Camacho no haya sido el creador de las Comisiones Obreras en la España de los 60, sí se ganó merecidamente la condición de personaje emblemático de las mismas, y en su prolongada vida como militante obtuvo a pulso el reconocimiento general, no sólo por la fidelidad a sus ideales, sino por el sentido realista y la ponderación con que supo afrontar situaciones difíciles, tales como la crisis del PCE en 1981 o su propia sucesión.Pero ese reconocimiento merecido es una cosa, y otra bien distinta considerar como ilícito el hecho de que haya acabado perdiendo la presidencia del sindicato, una vez que se había embarcado a fondo en la contienda interna y sus posiciones fueron derrotadas. Son las reglas de la democracia, que lamentablemente resultan duras de digerir para quienes están empapados de la tradición comunista.

Si ellos ganan, aplastan, pero si lo hacen sus oponentes, éstos tienen el deber de formar ejecutivas de integración . Si n lo hacen, los pecés rompen labaraja, y no cabía esperar otro comportamiento cuando, como ha ocurrido en este paso, se resuelve negativamente para ellos, la tensión histórica entre la autonomía del sindicato y la hegemonía comunista. Sólo cabe augurar que, una vez remansadas las aguas tras la tormenta, el desgaste para Comisiones Obreras resulte transitorio y la minoría pro-PCE se limite a la lícita tarea de conquistar posiciones desde la lealtad a la línea mayoritaria.

Otra cosa es que el hecho del voto denote siempre vida democrática. Tenemos un ejemplo bien reciente, en la votación, desde la base de las candidaturas de Izquierda Unida. Aparentemente más democracia no cabe. Pero, para empezar, Anguita queda fuera del voto y éste se aplica imperativamente en Madrid, pero tiene sólo valor indicativo en otros lugares. Además, los sectores comunistas de IU están organizados, dan consignas de.voto , incluso desde sus diferentes fracciones, mientras que los independientes quedan sometidos a ese juego de auténtica manipulación. No hay debate abierto sobre candidaturas previamente establecidas, sino consignas y exclusiones desde el interés de la fracción. El resultado ha sido tan lógico como ridículo: Francesc Frutos, al frente, y el mejor diputado de la coalición, a hacer méritos para la próxima, Los electores de izquierda, simplemente, no contamos.

Ambas situaciones, la crisis en Comisiones Obreras y el. control comunista de las candidaturas en Izquierda Unida, constituyen el resultado inevitable, del modo de hacer política confirmado en. el último Congreso del PCE Ahora bien, eso no justifica que a IU y a Anguita se les apliquen discriminaciones inadmisibles de cara a las elecciones. El caso de los debates televisivos sería aquí el banco de prueba. No estamos en un sistema bipartidista y tampoco hay una segunda vuelta donde contiendan por el puesto de presidente sólo dos líderes. Ni cabe aducir que entonces tendrían que participar los cabezas de lista del PNV y de CiU, porque catalanes y vascos sólo presentan candidaturas en sus respectivas comunidades, por lo cual matemáticamente nunca pueden alcanzar los escaños necesarios para constituir mayoría. Las candidaturas estatales con representación parlamentaria son tres, Y »de haber debate, son lógicamente los tres quienes, deben participipar, al margen de las encuestas. El tema de la par condicio, del acceso igualitario de las distintas corrientes a TV en período electoral, no es sólo una reivindicación para demócratas italianos amenazados por Berlusconi. Es también aquí una exigencia democrática inexcusable, cuyo cumplimiento quizás el propio PSOE pueda agradecer en el futuro.