5 diciembre 1903

Aumenta la inestabilidad provocada por la división interna del Partido Conservador

Caída del Gobierno Fernández Villaverde tras cinco meses: el líder conservador Antonio Maura asume el poder

Hechos

El 5.12.1903 se formó un nuevo Gobierno presidido por D. Antonio Maura que reemplazaba al presidido por el Sr. Fernández Villaverde.

Lecturas

D. Antonio Maura, líder del Partido Conservador ha sido llamado por S. M. el Rey D. ALfonso XIII para formar Gobierno tras las caídas sucesivas de los gabinetes de D. Francisco Silvela primero y ahora de D. Raimundo Fernández Villaverde, en el poder desde el pasado julio.

El Gobierno asegura que combatirá el caciquismo e impondrá una reforma social.

El 5 de diciembre de 1903 el Rey D. Alfonso XIII nombra presidente del consejo de ministros a D. Antonio Maura Montaner, convertido en el ‘hombre fuerte’ del Partido Conservador tras el asesinato de D. Antonio Cánovas del Castillo. Su gobierno dura hasta el 16 de diciembre de 1904.

  • Presidente – D. Antonio Maura Montaner
  • Ministro de la Gobernación – D. José Sánchez Guerra y Martínez
  • Ministro de Estado – D. Faustino Rodríguez-San Pedro
  • Ministro de Gracia y Justicia – D. Joaquín Sánchez de Toca Calvo
  • Ministro de Hacienda – D. Guillermo Joaquín de Osma y Scull
  • Ministro de Agricultura, Industria, Comercio y Obras Públicas – D. Manuel Allendesalazar Muñoz
  • Ministro de la Guerra – D. Arsenio Linares y Pombo A
  • Ministro de Marina – D. José Ferrándiz y Niño
  • Ministro de Instrucción Pública y Bellas Artes – D. Lorenzo Domínguez Pascual

LOS NUEVOS MINISTROS:

SanchezGuerra001 D. José Sánchez Guerra – Ministro de Gobernación

LorenzoDominguez D. Lorenzo Domínguez Pascual – Ministro de Instrucción Pública y Bellas Artes

Ferrandiz D. José Ferrándiz – Ministro de Marina

JoseDeOsma D. José de Osma – Ministro de Hacienda

El primre Gobierno Maura dura hasta el 16 de diciembre de 1904.

La crisis: Maura, presidente

EL IMPARCIAL (Director: José Ortega Munilla)

5-12-1903

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El día de ayer fue para la gente política agitado y contradictorio. Habiendo dimitido el gobierno que presidía el Sr. Villaverde, ¿quién iba a sustituirle? ¿Reconstituiría el gabinete el  Sr. marqués de Pozo Rubio? ¿Se formaría un gobierno de conciliación con todos los elementos de la mayoría bajo la presidencia del general Azcárraga? ¿Se conferirán los poderes al Sr. Maura?

En torno de estas tres soluciones palpitaban los comentarios. Desde el salón de conferencias del Congreso iban los informes a la Bolsa, donde los valores oscilaban, según predominasen unas u otras predicciones de lo porvenir. Al medio día teníase por seguro un gobierno Maura. Dos horas después el rey confería nuevamente al señor Villaverde el encargo de constituir el gabinete. A las siete de la tarde resignaba de nuevo los poderes el actual presidente dimisionario. Desde entonces se supo que la corona había entregado el poder al señor Maura.

Tal es el resumen de los hechos. El de las impresiones y los juicios ocuparía largo espacio. No ha llegado la hora del comentario. Según es costumbre nuestra en casos tales, preferimos esperar a que los hechos se consuman para dictaminar sobre ellos. Entre tanto, habremos de limitarnos a la información

Maura

EL HERALDO DE MADRID (Director: José Francos Rodríguez)

5-12-1903

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Está bien. En las alturas deben residir las águilas, y al frente del Gobierno las intelectualidades, los arrestos y las convicciones. Aún cuando Maura pecó por menta propia o por cuenta ajena, y estuvo en los Gabinetes de Sagasta, cosa que parece olvidar harto a menudo, pretendiendo rehacerse una virginité; aun cuando él, que a tantos les acusa de flaquezas, tuvo la debilidad incomprensible de seguir en un partido consintiendo el aplastamiento indefinido de sus reformas, rasgada su bandera; aun cuando fue colaborador elocuente del presupuesto de la paz, y ahora borra tal significación entonando himnos a la defensa nacional; aun cuando él, que truena con el caciquismo, fue quien, por amparar a un pariente, por defender a un mal gobernador, levantó pendón de rebeldía frente al jefe y tiene a su cuenta el gran cacicato de Baleares y aun cuando es el autor del programa de la ‘revolución desde arriba’, programa malogrado, del que no pudo editar el primer capítulo, no ha de negarse que es un cerebro privilegiado, una palabra insuperable, monárquico de toda la vida, que habló en Palacio el lenguaje de la sinceridad, no trocando el uniforme por la librea y no creyendo que para servir altos intereses hace falta escamotear el voto a los republicanos, elevar el amaño a la categoría de institución constitucional.

Maura provocó tremendos motines en Madrid y en provincias, y los sofocó con severidades excesivas, crueles, llegando incluso a premiar a los agentes de Orden público que más se distinguieron en la Violencia. Pero, en fin, Maura se jugó su nombre, su popularidad y no busco halagar por el escamoteo y la astucia a los que podrían protegerle. Hoy, el despedido del 20 de julio surge de nuevo por derecho propio y con la frente alta del triunfador entra de donde salió derrotado.

Su personalidad, dueño ya de sí mismo desde hace meses, a los cincuenta y un años de edad, en la plenitud del vigor cerebral, espléndido y luminoso el verbo oratorio, con una gran posición social, que le asegura independencia, y con una sugestión que le asegura hueste disciplina entre los suyos, legión de admiradores entre los extraños; haciendo un Gobierno de su-capricho; teniendo la mayoría de la mayoría a su devoción; puesto el pie sbre la cabeza de la vencida conjura; habiendo oído de los republicanos el juicio de que le combaten, pero no le desprecian, y gozando del derecho de decir que no se ingirió en el campo enemigo a buscarse aliados ofreciéndoles la protección de hoy con que escalar el Poder de mañana, es una personalidad de considerable relieve. Maura puede hacer mucho, puede constituir un gran partido conservador, puede ser un noble heredero de Cánovas, que murió intestado, si doma las dos fierecillas que perturbar su notable inteligencia y carácter: el fanatismo y la soberbia.

El fanatismo de Maura es un hecho indudable. Todavía no se nos ha olvidado la exaltación con que habló del sumo saber de los frailes, y está casi caliente el pábilo del circo que paseó él por las calles de Madrid en el famoso jubileo, fiesta que, como diría un poeta del siglo XVII hubiera sido reli si encubriera más lo poli…

El Gobierno que cae con justicia, por su origen y por su mala gestión, en una sola cosa procedió bien: en dejar dormir el término de las negociaciones con Roma, aquel decreto concoordado que era la entrega de nuestra soberanía, y que según Villaverde únicamente podía resolverse por el Parlamento. Maura es capaz de atreverse a semejante empresa, y eso por u nacto a espaldas de las Cortes, con Sánchez de Toca en Gracia y Justicia, con un Gabinete de tnos tan reaccionarios como al que ha jurado hoy. El atrevimiento, y Maura no es de los que retroceden, puede sostenerle aro, serle de funestísimas consecuencias.

La soberbia es un rasgo de la fisonomía moral de Maura. Todo en él denuncia ese carácter: el ademán altivo, la gallarda figura, la voz vibrante, la metáfora sonora, el epigrama degarrador, el despego del mando, el aislamiento de la masa, el desdén de la Prensa, que excede los límites del noble decoro y rebasa los linderos de la tolerable arrogancia. La soberbia es una fuerza, empleada para el bien, para lo que se cree justo, la soberbia es un flaco tremendo cuando, inspirada por el error, no repara en obstáculos.

C´est un Monsieur, dicen los franceses al hablar de una persona que se destaca entre la multitud de los mediocres, entre el ruido inmenso de las medianías que aupó la fortuna, no sus méritos.

“Ese es un hombre”, decimos nosotros cuando por raro acaso nos tropezamos en la política con el que sale de la capacidad media de la muchedumbre de Panurgo que ocupa incluso el banco azul. Es Maura algo que quisiéramos aplaudir, que probablemente tendremos que execrar en plazo breve. Es una figura de relieve, a la que no llegan las frívolas murmuraciones, que se impone a todas las envidias y que tiene que ser, o muy amada, o muy mal querida. Como españoles, nos dignifica que el jefe del Gobierno sea un hombre de tales calidades; como periodistas, no nos sentimos rebajados al aplaudirle o al combatirle. En esta casa del HERALDO DE MADRID no podemos ciertamente recordar con grandes satisfacciones su campaña electoral, ni hacia él nos moverá nunca la gratitud.

Pero todo eso es bien pequeño para quien aspire a tener la autoridad moral que da el juezgar a las gentes imparcialmente, con elevación. Le acogemos con respeto, con sincera benevolencia y por España le deseamos aciertos y no le felicitamos por haber llegado – pues esas son enhorabuenas que agradecen los pequeños y no conmueven a los grandes – sino le felicitaremos allá cuando, al terminar la misión tan difícil que ha aceptado, le acompañen, como es de temer, las satisfacciones de una caída inmerecida, que le habilite para ser el jefe por su propio derecho de las fuerzas conservadoras en el presente régimen parlamentario.

Y después de eso, como síntesis de todo eso, de la crisis de Marzo y de la de Julio y de la Diciembre, confiamos que al fin se decidirá definitivamente la opinión de los que deben tenerla, porque dirigen el Estado y dirimen los conflictos constitucionales, y que no perderemos más tiempo yendo desde el Norte al Sur, perdimos la brújula y el timón, un día exaltado lo que otro día es deprimido, con tres políticas distintas en el espacio de un año dentro de unas mismas Cortes, en la disposición de seguir el consejo del último que habla.

Aunque sea para librar una batalla tremenda contra la reacción, es preferible luchar, partido el campo y el sol, a la luz del Parlamento, con un enemigo fuerte y franco, que recibir la agresión de la falsía y del engaño en las encrucijadas y en las sombras de un adversario artero, incapaz de toda grandeza.

Maura representa en el momento presente de la política española la negación de todas las ideas radicales; pero al fin admite como terreno de combate el sufragio, la discusión, la tribuna, el mitin, la Prensa, y no la mixtificación de los derechos democráticos, practicada sin el valor de decirlo por los ministros de la conjura. La opinión hablara y no la Bolsa: el país sale ganando, seguramente.