30 noviembre 1981

Cavero contó con 136 votos favorables, cuatro nulos y 79 en blanco en la votación del Consejo Político de UCD

Leopoldo Calvo Sotelo nombra al democristiano Iñigo Cavero nuevo Secretario General de la Unión de Centro Democrático (UCD)

Hechos

El 1 de diciembre de 1981 el Consejo Político de la UCD, partido político ya presidido por D. Leopoldo Calvo Sotelo, eligió a D. Iñigo Cavero nuevo Secretario General de UCD y a D. Jaime Lamo de Espinosa, nuevo portavoz parlamentario de la UCD.

Lecturas

El 30 de noviembre de 1981 se hizo pública la votación para la elección de un nuevo secretario general de la Unión de Centro Democrático (UCD) que reemplace al dimitido D. Rafael Calvo Ortega (‘suarista’). En un intento de lograr la unidad del partido, el nuevo presidente de UCD, D. Leopoldo Calvo Sotelo ha propuesto a D. Íñigo Cavero Lataillade, del sector democristiano, aunque no alineado con el principal dirigente de esta corriente, D. Óscar Alzaga Villaamil.

El resultado de la votación por parte del Consejo Político de UCD es el siguiente:

  • A favor – 136 votos.
  • En blanco 79 votos.
  • Nulos – 4 votos.

El resultado supone cierta derrota para el Sr. Calvo Sotelo que espiraba que el Consejo Político fuera unánime.

El nuevo portavoz del Grupo Parlamentario de UCD es D Jaime Lamo de Espinosa Michels de Champourcin en sustitución de D. Miguel Herrero Rodríguez de Miñón.

EL NUEVO PORTAVOZ PARLAMENTARIO DE UCD

lamoespinosa2 A la vez que al nuevo Secretario General, el Sr. Calvo Sotelo ha designado a D. Jaime Lamo de Espinosa nuevo portavoz del Grupo Parlamentario reemplazando al polémico D. Miguel Herrero Rodríguez de Miñón. El Sr. Lamo parece contar con el visto bueno de ‘suaristas’ y el sector ‘azul’ (los martinvillistas).

29 Noviembre 1981

La cera de UCD

EL PAÍS (Editorialista: Javier Pradera)

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Tras el largo forcejeo que finalizó con la reunificación de las presidencias del Gobierno y de UCD en la persona de Leopoldo Calvo Sotelo, los anunciados nombramientos de Iñigo Cavero, como secretario del partido centrista, y de Jaime Lamo de Espinosa, como portavoz parlamentario, dejan entrever una solución de la crisis centrista que no resuelve en realidad nada. El equilibrio dentro del partido del Gobierno, cuyo respaldo parlamentario merma como los tejidos mal lavados, hace seguramente inevitable que nadie pueda ganar plenamente ni ser derrotado por entero en esta batalla que tiene como trasfondo la ocupación de los cargos públicos. Tanto Cavero como Lamo de Espinosa se caracterizan por su escasa representatividad respecto a las corrientes en las que se inscriben o con las que simpatizan, lo que les permite, en justa compensación, recibir menores descargas de agresividad de las tendencias opuestas. La intercambiabilidad de sus nombres ha sido tan perfecta que hasta. ayer mismo se especulaba con la posibilidad de que Lamo de Espinosa fuera secretario de UCD, e Iñigo Cavero, portavoz parlamentario. A última hora, sin embargo, parece que la plataforma moderada ha valorado más la secretaría del partido que el liderazgo de los diputados, tal vez porque este último cargo sea más fácil de neutralizar que el primero.Jaime Lamo de Espinosa abandonará la cartera de Agricultura, pieza poco codiciable con las sombrías perspectivas de la sequía, pero no perderá, según se dice, la categoría de ministro. Iñigo Cavero, en cambio, que ha viajado por los ministerios como un infalible nómada de la Administración pública, cambia el banco azul por el potro de tortura que tanto ha hecho sufrir a los anteriores secretarios de UCD. Los rumores señalan que esa operación, que necesariamente desaloja de su puesto de portavoz a Miguel Herrero, se completará con la entrada del irritable diputado moderado en el Gobierno para desempeñar el Ministerio de Cultura. Confiemos que el trabajo cotidiano y las responsabilidades administrativas sirvan para que Miguel Herrero sosiegue su temperamento. Se habla también de la designación de Rodolfo Martín Villa y Juan Antonio García Diez como vicepresidentes de asuntos políticos y asuntos económicos. La decisión tendría sobre todo efectos protocolarios, ya que en la actualidad ambos desempeñan en la práctica, como presidentes de comisiones delegadas, esas funciones. La impresión más generalizada es que no se producirán ceses en cadena y que las oportunidades para los nuevos ministros nacerán del aumento de carteras, contrariando, así, en un típico movimiento pendular de nuestra Administración pública, el anterior criterio de reducir el número de los departamentos. Si los dos nuevos vicepresidentes renunciaran a seguir simultaneando las carteras de Administración Territorial y Economía, si Turismo alcanzara autonomía ministerial y si se desglosara el departamento de Trabajo, Sanidad y Seguridad Social, habría más globos para el reparto.

El trágico envenenamiento de la colza le costará probablemente su puesto a Sancho Rof, pero, en cambio, Juan Antonio García Díez, dentro de cuya área de responsabilidades políticas se produjeron serias negligencias respecto a la importación y éomercializ ación de los aceites tóxicos, puede salir indemne gracias a su amistad y confianza personal con el presidente. Las informaciones oficiosas también apuntan la permanencia en el Ministerio de Defensa de Alberto Oliart, cuya deficiente gestión no merece mayor comentario.

Bien miradas las cosas, no cabe ni sorprenderse, ni desilusionarse, ante el anunciado carácter doméstico del reajuste. Al fin y,al cabo, esa es la cera que arde en UCD, y los compromisos del presidente Calvo Sotelo no van más allá de su promesa de garantizar a los españoles la posibilidad de elegir, antes de marzo de 1983, a sus representantes en las Cortes Generales. Que el inminente Gobierno de UCD no fuera sustancialmente distinto del designado en septiembre de 1980 por Adolfo Suárez sólo demostraría que los mimbres para la cesta siguen siendo los mismos, sea quien sea el canastero que la fabrique. Hace un año se dijo, con razón, que el nuevo Gobierno entonces formado reunía a los más destacados hombres, de UCD y era el mejor de los posibles dentro del recinto centrista. Mucho nos tememos que, una vez cerrada la crisis por Leopoldo Calvo Sotelo, no haya otro remedio que formular la misma melancólica conclusión acerca del renovado equipo ministerial, al que únicamente cabría exigirle, renunciando a la cruel injusticia de pedir peras al olmo, que presida el juicio del 23 de febrero y convoque elecciones generales en un clima desprovisto de tensiones y chantajes antidemocráticos.

27 Noviembre 1981

El destape, a punto

Jaime Campmany

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Lo bueno que va a tener don Íñigo Cavero si por fin le hacen secretario general de la UCD, es que va a dar una imagen de colacao, de chocolate Matías López, de buenos alimentos y de que todo se puede arreglar en una satisfactoria sobremesa. La llegada de don Íñigo al puente de mando de la UCD va a ser como si en una película elegida por Chico Ibález Serrador apareciera de pronto Oliver Hardy. Después de la trascendente caída de ojos de don Rafael Arias Salgado, de las ojeras de don Rafael Calvo Ortega y de los pelos de punta de don Agustín Rodríguez Sahagún, todos necesitábamos bastante sosegar el ánima y el ánimo en una figura oronda, beatífica, conventual y angélica. Tras los dimes y diretes, las grescas, los floreteos, los ganchos, las zancadillas y los pulsos, alguien tenía que venir a recitarnos el ‘orate fratres’. Además, compensará mucho la figura alta, enjuta, altiva y casi vegetal de don Leopoldo. Cuando hayan acometido juntos y en estatua, en la plaza de España, debajo de don Quijote y Sancho. Con don Íñigo al lado, siempre puede uno esperar que le quede algún trozo de queso en las alforjas. Y encima hace juego con don Miquel Doménech.

Es curioso. Cuando se trata de enviar a alguien al partido, don Leopoldo siempre prefiere enviar a un gordo. Tal vez piense que los delgados son meos de fiar, se mueven mucho y organizan en seguida el baile. Es preferible el colchón, la sonrisa y esa impresión de paciencia y serenidad que dan siempre los gordos. Don Leopoldo, en vez de un secretario general ha pensado un secretario pascual. No es que don Íñigo esté tan gordo que en la mesa del despacho de Arlabán tengan que hacer una media luna para que encaje el vientre, como dicen que tuvieron que hacer con Santo Tomás. Pero es hombre que puede imprimir un aire de pausados giros en ese frenético ir y venir y volar y revolar de ardillas y de colibríes que se observa últiammente en los jardines del Centro. Como todos parece tener el baile de San Vito, don Leopoldo se ha fijado en el único que se ha quedado quieto. Y en vez de mandar a un virrey o un justicia mayor a calmar a las huestes levantiscas, revoltosas y pedigüeñas, les ha mandado un abad. Ahora falta que entren todos en obediencia y que permanezcan en la disciplina del claustro.

Dicen que don Leopoldo anda con quebraderos de cabeza, y es natural, porque aquí uno encuentra más duelos y tiene que andar con más tafetanes a la hora de repartir canonjías y para manejar un cotarro tan variopinto como éste hay que tener en cuenta no solo las ideologías, sino las ambiciones. Don Adolfo Suárez, con la aureola del fundador, el carné número uno en el bolsillo y el olor de loas y elegías, dijo que se iba y ahí tenemos a don Leopoldo pensando en si será mejor quedarse solo que quedarse en la soledad de dos en compañía. Tenía razón don Leopoldo cuando dijo aquello de que la UCD sin Suárez ya no sería de alguna manera la UCD, y en esta historia ya no deben producirse más destierros.

Don Francisco Fernández Ordoñez anda incordiando con su Acción Democrática, ha levantado el banderín de enganche y, además, se ha olvidado pronto de su promesa de apoyar al Gobierno y le ha dejado en minoría antes de que el gallo haya cantado tres veces. Don Ricardo de la Cierva se le ha escapado por la derecha, y si para don Leopoldo cada día tiene su afán, para don Ricardo cada día tiene su artículo. Don Oscar Alzaga anda medio rebelde y medio levantisco por el mismo lado, y además tiene el gravísimo inconveniente de que no quiere ser ministro. Pero ¿qué querrá este chico? Los políticos que no quieren ser ministros son incómodos como un juanete, como un orzuelo o como un furúnculo. Don Miguel Herrero Rodríguez de Miñón tiene otro gravísimo inconveneinte: que sí quiere ser ministro, y si se le quita de un lado habrá que ponerle en el otro. Don Luis Gámir, el socialdemócrata leal, da un paso al frente y ofrece su lealtad probada para ocupar un puesto de primera fila en servicio al partido. Lo de don Rodolfo Martín Villa es peor, porque no pide nada, dice que tiene ‘escasa disponibilidad’, pero alguien tiene que tirar el carro sea el del vencedor. No es lo mismo hilar que darle tela al niño, y alguien tendrá que ocuparse de preparar el mialgro de las urnas. O de construir el arcap ara salvarse del diluvio que viene, el oleaje filipino a babor y el temporal fraguiano a estribor. Tiene que ser verdad eso de que la política posee algo de erótico y que el poder es una suerte de libido, porque de otro modo no íbamos a encontrar a nadie dispuesto a vivir en la Moncloa, y los candidatos iban a decirnos que buscásemos al padre de don Praxedes Mateo Sagasta.

Hay que preocuparse de entrar en la OTAN, de templar gaitas entre los empresarios y el Sr. García Díez; de embridar a Jordi Pujol, de frenar a Garaicoechea y de ponerle acíbar en la boca a don Heribert Barrera y arreglar el desaguisado de Castedo en Televisión, y en pagar lo que se debe, y en no salir malparado de las urnas.

Dentro de poco empezará el destape, y ahí tendremos en que entretenernos un rato, mirando cómo quedan las familias, los barones, los rebeldes y los leales. Lo más probable es que este de ahora sea el Gobierno que nos lleve a las urnas. Es el Gobierno de la última oportunidad para la regeneración. Para la regeneración o para el descalabro, que, de alguna forma, sería un descalabro en nuestra cabeza.

Jaime Campmany

Memorias de estío

Miguel Herrero Rodríguez de Miñón

1993

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Pag 276

Las presiones de mis partidarios para que continuara en la presidencia del grupo y la del presidente del Gobierno [Calvo Sotelo] para que cesara en ella y no me presentara a una reelección que a su juicio ‘dividiría al partido’, se intensificaron aquel otoño hasta la segunda mitad de noviembre. El 23 de noviembre, tras un largo paseo solitario por los jardines de Aranjuez, decidí comprobar si era yo efectivamente quien causaba tan graves conflictos. Y el día siguiente, a la salida de la junta de portavoces anuncié que no me presentaría a la reelección. Las postrimerías de UCD, de todos conocidas, demuestran que no era yo la causa de sus males.

No estaba de acuerdo con su política económica dirigida porel socialdemócrata Juan Antonio García Díez por cauces muy lejanos al liberalismo que me parecía indispensable para redimir una economía maniatada. No estaba de acuerdo con su política educativa empecinada en la imposible Ley de Autonomía Universitaria. Por último, tampoco estaba de acuerdo con su política autonómica que, desconociendo los hechos diferenciales con clara vocación y sus respectivos derechos históricos, trataba de homologar Catalula y La Mancha, Euskadi y Madrid, a través de normas de muy dudosa  constitucionalidad como era el proyecto de LOAPA. (…) EL presidente [Calvo Sotelo] me demostró no comprender una sola palabra de mis argumentos ni de mis razones.

El Análisis

LA SOMBRA DEL SORPASSO IMPOSIBILITÓ LA PAZ

JF Lamata

Los intentos de Calvo Sotelo por mantener la unidad de UCD, que podría haber sido una herramienta inigualable de ganar elecciones quedaron destrozados tras las elecciones autonómicas gallegas de octubre en la que ganó la Alianza Popular del Sr. Fraga.

Ahora no sólo se trataba de temer que unas inminentes elecciones dieran el triunfo a los socialistas, ahora es que se había reconocido que los votantes de ‘centro-derecha’ principal núcleo de votos de UCD estaban a punto de darles la espalda y pasar a votar a AP causando un sorpasso. Es decir, lo que de una manera u otra venían advirtiendo críticos como D. Landelino Lavilla, D. Ricardo de la Cierva o D. Óscar Alzaga, frente a las posiciones del sector ‘suarista’ que prefería una ambiguedad y de posicionarse en algo, que fuera a favor del progresismo (los socialdemócratas de UCD, ya escindidos,  estaban en clara órbita con el PSOE).

Los nombramientos de un nuevo secretario general y un nuevo portavoz parlamentario eran intentos del Sr. Calvo Sotelo por pacificar las aguas. Con un democristiano Íñigo Cavero (para intentar retener al ‘sector crítico’ en su mayoría formado por democristianos y liberales) y al Sr. Lamo de Espinosa (del sector azul, que podía ser más próximo a los suaristas). Pero ya era tarde. Liberales y democristianos estaban ya negociando su marcha para pasar a aliarse con el Sr. Fraga y los ‘suaristas’ planteaban crear su propio partido.

J. F. Lamata