7 agosto 1991

Es el líder del partido Unión Valenciana

Campaña de Vicente González Lizondo, concejal de Cultura en Valencia, a favor de reconocer el valenciano como idioma diferente al catalán

Hechos

Fue noticia el 7 de agosto 1991.

Lecturas

Mientras que los periódicos progresistas acusaban a D. Vicente González Lizondo de ser ‘anti-catalán’ por su defensa del valencianismo, el periódico LAS PROVINCIAS de Dña. María Consuelo Reyna Domenech salió en defensa de él y responsabilizó al Sr. Pujol.

07 Agosto 1991

Un petardo valenciano

EL PAÍS (Director: Joaquín Estefanía)

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EN LA Comunidad Valenciana se da la extravagante circunstancia de que la gramática de una lengua -el catalán en su variante valenciana- sufre los mismos vaivenes políticos que las multas de tráfico. La llegada a la delegación de Cultura del Ayuntamiento de Valencia de Vicente González Lizondo, de Unión Valenciana, ha reabierto una polémica lingüística que sólo tiene su fundamento en la pertinaz búsqueda de una identidad folclórica por parte de la derecha valenciana. Ningún lingüista que merezca este título puede aceptar que el valenciano es un idioma distinto del catalán. Y las pequeñas diferencias que ofrece son variantes dialectales de un mismo idioma, como lo son el barcelonés o el mallorquín. Como lo son, respecto del castellano, el andaluz o el aragonés.Pues bien, a pesar de esta con sagrada verdad científica, todavía hay valencianos que defienden lo contrarlo, y Lizondo es uno de sus mas destacados líderes. Aprovechando el disfrute de una poltrona municipal, Lizondo ha empezado a imponer este curioso invento léxico y ortográfico que es su valenciano. No sólo utiliza esta peculiar graffia en sus actividades municipales, sino que pretende obligar al Festival de Cine del Mediterráneo a que subtitule los filmes hablados en catalán, dándoles tratamiento de lengua extranjera.

Esta guerra lingüística ha respondido siempre a una monumental ceremonia de la confusión. Un partido político como Unión Valenciana, trufado de ex altos cargos del franquismo y dirigido por un industrial de brochas como Vicente González Lizondo, ha pretendido erigirse en portaestandarte de la «genuina cultura valenciana». Amparados en un discurso xenófobo y al socaire de las crisis del Partido Popular, las huestes de González Lizondo van sumando apoyos electorales. La cultura ha significado para Unión Valenciana una valiosa arma de campana política.

Ahora, esta agresión pintoresca a una lengua -y a su propio desarrollo- se hace desde un Ayuntamiento gobernado por el Partido Popular. Lizondo fue retribuido con el citado cargo por su apoyo a Rita Barberá, la candidata popular a una alcaldía que de esta manera dejó de estar en manos socialistas. Mal podrá José María Aznar intentar una aproximación a los nacionalistas catalanes, como quiere hacer en vista a futuras matemáticas en el Parlamento español, si desde su partido se toleran agresiones tan chuscas ¡al Idioma catalán. De hecho, esta guerra lingüística tiene un coste para el PP. En Cataluña, el partido conservador ya ha criticado sin reservas la política de Lizondo, mientras que la alcaldesa valenciana no sigue los dictámenes gramaticales de su concejal pero tampoco, por ahora, le ha impuesto un correctivo contundente. Barberá intenta la cautelosa y poco resolutiva vía de disolver en lo posible la chapuza de su concÁlial restringiendo los márgenes de aplicación de este invento gramatical.

La operación de Lizondo no es, sin embargo, un simple petardo fallero. Responde a un modelo liquidacionista de la cultura, valenciana a. base de negar su histórica fraternidad con la de Cataluña. No se trata de un conflicto inédito: ya se vivió durante la transición, y el año pasado volvió a despuntar gracias a la personal y arbitraria decisión del director del canal de televisión autonómico, Amadeu Fabregat, de prohibir que en la pequeña pantalla se pronunciaran 543 palabras por ser «excesivamente catalanas». Personaje, por cierto, invitado por la alcaldesa a participar en un consejo de cultura inventado por la alcaldía para legitimar una tercera vía lingüística, para negociar, este espinoso asunto como si la identidad de una lengua fuera susceptible de retoques políticos.

08 Agosto 1991

Dogma de fe

María Consuelo Reyna

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Ya tenemos al muy pro-gubernamental diario madrileño EL PAÍS pontificando. Palabra de Moncloa, te alabamos señor.

Ayer, en un editorial – ¡oh, que honor! – nos dio lecciones y nos dijo lo burros que somos por no tragar con sus ruedas de molino.

Según el diario oficialista la defensa del idioma valenciano es ‘la búsqueda de una identidad folklórica’… con lo cual llama folklórica a nuestro estatuto que habla de idioma valenciano.

Y el ‘oráculo de la Moncloa’ afirma que lo nuestro es ‘un modelo liquidacionista de la cultura valenciana a base de negar su histórica fraternidad con la cultura catalana’.

Fraternidad toda la que quiere. Absorción, ni un pelo. Que hay hermanos que son caines, queridos míos.

¿O no es de hermano un poco cainita y un poco aprovechado – lo mío y lo que me toque en el reparto – convertir la cerámica de Manises en catalana, Sorolla en pintor catalán; Joannot Martorell en escritor catalán, etc., etc…?

A continuación, ellos tan de izquierdas, hablan con el más absoluto desprecio de Lizondo ‘un industrial de brochas’. Censuran a Amadeu Fabregat por las ‘543 palabras’… y acaban diciéndole a Aznar que cómo va a pactar con los catalanes si el PP valenciano no defiende el catalán. O sea que para EL PAÍS somos moneda de cambio.

Que empanada mental llevan.

Por cierto, ellos tan intelectuales dicen que lo de que el valencianismo catalán es ‘una consagrada verdad científica’. Que dogmáticos sois, queridos míos. Gente igual de fundamentalista y dogmática que creía a pie juntillas en los ‘consagrados dogmas científicos’ quemó vivo a Miguel Servet.

Y van a ver ustedes cómo dentro de unos días dicen que hemos abierto otra vez la polémica lingüísticas. Hasta ahí podíamos llegar.

La táctica es vieja, nos atacan a los valencianos y, si respondemos, somos unos provocadores. Están pretendiendo que digamos «sí, bwana» a su «verdad científica consagrada». ¿Desde cuándo un idioma, algo tan vivo y cambiante, es una verdad consagrada inamovible? Si fuera así… seguiríamos en el latín o en el íbero o hablando a gruñidos. Aunque bien pensado, algunos es lo que hacen.