6 septiembre 1991

Impresionante derrota del fundador del partido en el 4º Congreso del CDS

4º Congreso del CDS – Rafael Calvo Ortega y Fernández Teixido elegidos presidente y secretario general derrotando a los candidatos de Suárez

Hechos

  • El IV Congreso del CDS (‘extraordinario’) celebrado en septiembre de 1991 eligió a D. Rafael Calvo Ortega nuevo Presidente (derrotando a D. Raúl Morodo) y a D. Antoni Fernández Teixido nuevo Secretario General (derrotando a Dña. Rosa Posada y D. Rafael Arias Salgado).

Lecturas

El 29 de septiembre de 1991 se celebra el congreso extraordinario del Centro Democrático y Social (CDS) con el objetivo de cubrir la vacante dejada por la dimisión de D. Adolfo Suárez González, el fundador del partido, que anunció su dimisión tras el desastre electoral de las elecciones municipales del 26 de mayo de 1991.

El deseo del Sr. Suárez era que su sucesor en la presidencia del partido fuera D. Raúl Morodo Leoncio y el secretario general siguiese siendo D. José Ramón Caso manteniendo su estrategia de ‘giro a la izquierda’ en el CDS.

Pero el sector crítico defendía a D. Rafael Calvo Ortega para la presidencia y a D. Rafael Arias Salgado para la secretaria general. Mientras que otro sector defendía a D. Antoni Fernández Teixido.

Para tratar de intentar algo de consenso el Sr. Suárez anunció que apoyaba públicamente al Sr. Morodo para la presidencia y a Dña. Rosa Posada para la secretaría general, acordando así la retirada de D. José Ramón Caso, pensando que quizá esto haría retirarse a las candidaturas críticas. No sólo no fue así sino que en las votaciones para la presidencia y la secretaría general (que se hicieron en votaciones separadas) los candidatos respaldados por el fundador fueron los derrotados.

VOTACIÓN PARA PRESIDENTE DEL CDS

  • RafaelismoCalvoOrtega D. Rafael Calvo Ortega – 445 votos
  • raul_morodo D. Raúl Morodo Leoncio  (apoyado por Suárez) – 339 votos

VOTACIÓN PARA SECRETARIO GENERAL DEL CDS 

  • antoni_Fernandez_teixido_cds D. Antoni Fernández Teixido – 290 votos
  • RafaelAriasSalgado D. Rafael Arias-Salgado Montalvo (apoyado por Calvo Ortega) – 279 votos
  • CDS_rosa_posada Dña. Rosa Posada Chapado (apoyada por Suárez) – 222 votos

29 Septiembre 1991

EL ¡OH CASO! DEL CDS

Pedro J. Ramírez

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Cuando el mismo día de la clausura del infausto Congreso de Torremolinos firmé aquel duro artículo titulado «¿Partido-bisagra o partido-prostituta?», ya sabía que el CDS tenía decidido alquilar sus escaños al PSOE. Es decir que el beneficio de la interrogación y de la duda, además de tener un valor retórico, respondía más bien a mi deseo, como ciudadano de ideas liberales y centristas, de que tal coyunda no se consumase. Lo que ni por un momento pude imaginar entonces es que, después de poner la cama, el CDS perdería no ya el buen nombre -que eso parecía inevitable-, sino hasta el último céntimo de su capital político, tan trabajosa y meritoriamente ahorrado durante la anterior legislatura. José Ramón Caso -con quien 24 horas después de publicado aquel artículo sostuve un acre debate en Antena 3- me explicaba, cariacontecido, la semana pasada, que su pecado no había sido de lascivia sino de ingenuidad. Que Adolfo Suárez se había creido las promesas de apertura política, formuladas por Felipe González en su discurso de investidura y había decidido entregarle sus votos en el Parlamento, convencido de que a cambio el PSOE asumiría algunas de las propuestas claves de modernización y regeneración incluidas en el programa del CDS. iPobre Duque! No es la primera chica a la que le pasa algo parecido. Jugando a «Pretty woman», creen topar con el mirlo blanco que las va a poner en casa y terminan como idem por rastrojo, entregando hasta las pestañas a cambio de nada. Ni siquiera en la ley del Servicio Militar -consensuada al final de forma bastante retrógrada con el PP-, que era algo así como la Joya de la Corona de su oferta política, le han dejado los socialistas cosechar baza alguna al CDS. Y eso después de haber tragado carros y carretas, juanes guerras y filesas, con la garganta profunda de la más resignada meretriz. «Está bien que nos apoyen, pero, coño, que lo hagan con un poco más de disimulo…», le escuché decir a Txiki. Benegas semanas antes de las últimas elecciones, cuando las encuestas ya vaticinaban la debacle del centrismo. O sea, ya sé que me quieres, pero no seas tan pesada, que nos está mirando todo el mundo, y yo ya te llamaré cuando te necesite. Nadie valora lo que le sale gratis y eso es lo que le ha ocurrido al PSOE con el CDS. Comprendo que a muchos lectores les cueste aceptar una explicación tan pomoilusa de lo sucedido. A Adolfo Suárez lo desvirgaron políticamente el Opus y el Movimiento Nacional hace ya un porrón de años y desde entonces ha hecho guardia en las suficientes garitas -la de Santiago Carrillo, incluida- como para que nadie pueda creer que González y Guerra le dijeron un buen día que si quería jugar a los médicos y luego todo vino ya rodado. Sería mucho más convincente encontrar claves financieras en forma de deudas electorales atrasadas u oscuros secretos de Estado hábilmente manejados por su sucesor -la palanca del chantaje, en suma-, pero nadie ha dado con la menor prueba de ello y hasta los más íntimos del Duque niegan haber recibido jamás una confidencia en ese sentido. Sólo el terco paralelismo con los acontecimientos de hace once años ilustra lo ocurrido y nos devuelve no al lecho del ludibrio, sino al diván del psiquiatra. Aquello también fue una tragicomedia en cuatro actos: después de meses y meses de sostener contra viento y marea una política equivocada -desoyendo tanto a la prensa como a las voces más lúcidas de su propio partido-, Suárez protagonizó a finales de 1980 su célebre espantada, envuelta de dignidad y connotaciones éticas; súbitamente convertido en un simple militante de base, manejó desde la sombra los hilos del traumático congreso ucedista de Palma, consiguiendo abortar todo debate político real e imponer el continuismo que entonces encarnaron Calvo Sotelo y Rodríguez Sahagún, con el obvio propósito de reinar después de morir o tal vez de preparar la alfombra de su triunfal regreso; al cabo de un interregno de pesadilla, durante el que el mito del ausente pesó sobre las paredes de la Moncloa como la sombra de Rebeca sobre la mansión de Manderley, la UCD cosechó el peor resultado electoral de un partido gobernante en la historia de la democracia occidental y se disolvió como una tiznosa infusión en un aburrido vaso de reproches y rencores. Aunque en los once años transcurridos no ha dejado de aumentar el respeto -más bien, el afecto- que en círculos muy diversos suscita la cabal dimensión humana de Adolfo Suárez y, por supuesto, la admiración que su obra histórica en el bienio 7678 merece, sus desconcertantes patinazos políticos arrojan otra vez, de forma recurrente, el contrapunto de desasosiego y enigma sobre la más shakespeariana personalidad de nuestra vida pública. Jibarizado por la acumulación de derrotas, el congreso que hoy se clausuró en un modesto recinto madrileño es el exacto trasunto de aquel orquestado a todo trapo en el luminoso auditorio balear. Si bien comparte -desde una perspectiva ideológica distinta- su mismo escepticismo y desdén intelectual hacia el trabajo político de base, puede -no es difícil- que Raúl Morodo termine dando más juego que Leopoldo Calvo Sotelo. Como contrapartida, José Ramón Caso -todo un paradigma de cómo Suárez es capaz de premiar la lealtad con recompensas desmedidas- queda lejos del dinamismo y la habilidad política del ahora tan inoportunamente varado Rodríguez Sahagún. A última hora de la tarde de ayer Caso agonizaba en el dilema de forzar su reelección como Secretario General, arrumbando asi toda posibilidad de dar una imagen de ruptura con los errores del pasado, o autoinmolarse en el altar del consenso en beneficio de opciones aun más mediocres. Si algún suceso inesperado no interrumpe la fatal concatenación de lo predecible, estamos asistiendo, pues, por segunda vez en una generación a la saturnal fagocitación de un partido capaz de representar los anhelos de esa tercera clase de españoles que nunca nos hemos fiado ni de la derecha ni de la izquierda, sea su piel de lobo o de cordero. Mucho me temo -y lo escribo con decepción y melancolía- que esta vez se trate ya del definitivo ocaso del centrismo.

28 Septiembre 1991

CDS, Una renovación necesaria

Rafael Calvo Ortega

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La dimisión de Adolfo Suárez, como consecuencia del fracaso cosechado en las elecciones municipales y autonómicas del 26 de mayo, abrió las puertas a la auto-crítica y al debate interno. Este Congreso, fruto de la reflexión y de la aspiración de todos los militantes, debe de ser la afirmación clara y decidida de la permanencia del CDS.

La dimisión de Adolfo Suárez, como consecuencia del fracaso cosechado en las elecciones municipales y autonómicas del 26 de mayo, abrió las puertas a la auto-crítica y al debate interno en el CDS. Su posterior silencio, sabia actitud, mal interpretado y manipulado por algunos, ha contribuido de manera positiva en la preparación sosegada de un congreso extraordinario de máxima importancia. Su fe en el proyecto, su papel político y su futura participación en los próximos comicios seguirán siendo el referente incuestionable de Centro Democrático y Social. Este Congreso, fruto de la reflexión y de la aspiración de todos los militantes, debe de ser la afirmación clara y decidida de la permanencia del CDS, de su relanzamiento y de su renovación. El panorama político español está en crisis, con sus prepotencias, sus corrupciones, su estancamiento y su incapacidad para resolver los problemas más acuciantes de la sociedad. La lógica pues y el sentido de la responsabilidad están a favor de la existencia de este proyecto político de centro, liberal y progresista, con vocación regeneradora de la vida política de nuestro país. Los compromisarios afrontan esta nueva etapa con humildad política, voluntad de renovación y sentido de la responsabilidad. Humildad política para reconocer que ha habido errores en repetidas ocasiones y que las sanciones electorales han sido un constante llamamiento a la rectificación. Voluntad de renovación que va más allá de la sustitución de las personas. Si bien es verdad, que la renovación del presidente, del secretario general y del Comité Nacional serán la señal visible del cambio que percibirá la opinión pública. Pero la renovación no es un problema exclusivo de imagen sino que, en el sentido más amplio, debe caracterizar también el talante y el comportamiento del equipo que surja de este Congreso. Un equipo de personas, con la necesaria convergencia en ideas y programas, que articulen una organización participativa y respetuosa consigo misma. Porque en esta etapa de relanzamiento, la participación será el canal privilegiado para poner la preparación y la calificación de los militantes al servicio del partido. Porque en este momento de nuevo impulso político se trata de llegar a un mayor grado de democracia interna, atentos a la crítica y respetuosos para con las discrepancias. Esta renovación en profundidad hará que CDS recupere la credibilidad en la sociedad y vuelva a tener, merced a la justa valoración del elector que en su día le otorgó el 10% de los votos, el papel de partido nacional necesario para el equilibrio y la gobernabilidad del país. El sentido de la responsabilidad exige el abandono de lo que algunos llamaron la estrategia del silencio y de la ambigüedad, para volcarse hacia fuera, centrarse en los problemas reales de la sociedad. CDS debe dar la imagen de un partido serio, responsable e ilusionado. Un partido serio donde primen los análisis rigurosos de los problemas sociales y se articulen y se propongan las soluciones más idóneas. Un partido presente en los grandes debates de la sociedad y en la resolución de los temas concretos, más cotidianos, que afectan al ciudadano. Un partido ilusionado, con una actuación política coherente y constante, convencido de la necesidad de su existencia, del valor de sus hombres y mujeres y de lo acertado de sus planteamientos políticos.

Rafael Calvo Ortega

28 Septiembre 1991

Reflexiones sobre el poscongreso del CDS

Raúl Morodo

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Contra Suárez o sin Suárez, es prácticamente, imposible que el CDS se mantenga: Se puede montar otra cosa, pero no sería ya el CDS. El factor denominador común se puede calificar de liberalprogresista.

En estos últimos días, previos al congreso extraordinario del CDS, la confusión y la incertidumbre, las cábalas y los recuentos de promesas, continúan y avanzan. Un lúcido portugués, Fernando Pessoa, solía recordar a los agoreros: «Ainda bem que isto vai mal, porque isso é a salvagao». Desde este hecho (la confusión), que afecta a candidatos, precandidatos y compromisarios, la cuestión es ver si esta situación, compleja, porque las causas y opciones son complejas, se puede enderezar y si, con sentido común, podemos entrar en una lógica de la racionalidad. Candidatos, precandidatos, plataformas, juntas y convergencias -nos cuesta salir de las transición y conseguir, en todo caso, una platajunta-, coinciden todos en un dato que parece muy extendido: rechazo de la autodisolución del partido. En este deseo, voluntarismo honesto y convicción profunda, se entremezclan sutilmente: la disolución es vista, así, como una última ratio, que hay que evitar. Pero, de esta forma planteado el problema, éste nos remite a un método coherente: no a la autodisolución, pero no, entonces, a las lógicas y dinámicas que, mecánica y dialécticamente, hacen inviable -o poco viable- una salida de relanzamiento. En otro lugar, he señalado que, como todo partido, el CDS descansa en un corpus ideológico, en un modelo organizativo y en un colectivo políticosocial. Estos tres elementos, en el caso del CDS, se ven, con la dimisión de Adolfo Suárez, profundamente alterados. Es difícil, incluso ahora, hablar del CDS y no referirse a Suárez: para bien o para mal, Adolfo Suárez es un elementoclave. ¿Qué quiero decir con esto? Que contra Suárez o sin Suárez, es prácticamente, imposible que el CDS se mantenga: no es necesario ir a Delfos para constatar esta aseveración. Se puede montar otra cosa, pero no sería ya el CDS. No significa tampoco que simplemente con Suárez, en sus distintas formas de colaboración, el proyecto automáticamente se relance, pero, al menos, cae dentro de lo posible, y, dentro de este optimismo razonable, muy probable si Suárez también cambia ya que la renovación debe afectar a todos. Sobre este punto, hasta ahora, creo percibir diferencias de criterios entre los amigos y compañeros que, por distintas causas, nos han metido en esta aventura. Ideológicamente, el CDS, es, como ya casi todos los partidos, en que las concepciones del mundo globales se relativizan o devalúan, un partido sincrético. En el CDS coincidimos, en buena armonía, personas de distintas procedencias, de la derecha, el centro y la izquierda. Y, así, convivimos, sin dramatismo, radicales y moderados, socialcristianos y liberalesprogresistas, creyentes y agnósticos. Creo que el factor denominador común, al menos el menos conflictivo, es el que se puede calificar de liberalprogresista: no un liberalismo conservador, sino un liberalismo, que es tolerancia, social y progresista y avanzado. El CDS, como partido de las libertades, nadie, internamente, lo cuestiona: nos diferenciamos, así, claramente, por talante y contenido, de conservadores y socialistas. Las candidaturas en liza, sobre este punto, desde estas diferencias legítimas, manifiestan un acuerdo aceptable. La cuestión que, a mi juicio, plantea mayores divergencias, y de ahí nombres distintos para dirigir el partido, es la renovación o el continuismo en el modelo organizativo operativo. En otras palabras: si se debe renovar, cambiar, el presidencialismo, hasta ahora vigente, o reafirmarlo. Mi criterio es, en este sentido, radical, probablemente, el único punto que creo de modo firme: no al neopresidencialismo. ¿Por qué? Por dos razones: la primera, porque un neopresidencialismo puede incidir, aun no deseándolo, en los pasados esquemas, al margen de la bondad de la dirección; la segunda, inevitablemente, este esquema -dados los sectores enfrentados-, puede dividir al partido, ya que la figura del presidente deja de ser moderadora y arbitral, al estar implicado en uno de los sectores. Yo tengo la certeza que, conscientemente, no hay en ningún candidato la idea remota de dividir, sino de integrar, pero el hecho de las polarizaciones inevitables -cruzadas frentistas o provindencialismos salvadores-, puede ante un poscongreso hacer difícil la articulación de una convivencia, base inexcusable para el relanzamiento por el que todos apostamos. Dicho en otras palabras: integración y competitividad no son opciones excluyentes o negativas, en situaciones normales, pero la excepcionalidad de este congreso a nadie se le escapa, y, sobre todo, a la situación poscongresual. Salvo que Adolfo Suárez manifieste explícitamente su voluntad de reincorporarse activamente al partido, no sólo a la acción política genérica, es necesario salvaguardar, como reaseguro, una instancia institucional, que arbitre, modere y coordine los distintos sectores del partido: que no sea parte de un grupo. Más claramente: una presidencia por encima de las comisiones ejecutivas. Si, por último, y coherente con esta filosofía, no es posible conseguir, por consenso, un presidente con esta función moderadora -sea yo o sea otra persona, y, por ello, mantendré hasta el final, mi posición abierta de simple precandidato-, y me presentase, sólo lo haría si aquellos que han lanzado mi nombre aceptasen que mi candidatura no será conjunta presidencia-comisión ejecutiva. No estoy en ningún frente anti nadie, ni tampoco creo en soluciones electorales providenciales o salvadoras. Pienso, sobre todo, en el poscongreso.

Raúl Morodo

26 Septiembre 1991

¿Qué hacer con el CDS?

Rafael Arias Salgado

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El autor cree que el CDS -que celebra un congreso extraordinario el próximo fin de semana- se encuentra «al borde de la extinción», por lo que es preciso un cambio drástico, que implique la sustitución de su actual equipo directivo.

No es exagerado afirmar que, políticamente, el CDS está al borde de la extinción. De ahí la necesidad de que el próximo congreso extraordinario genere un cambio drástico de su desfalleciente imagen. Sustituir al equipo de dirección es condición indispensable para renovar el perfil político del partido y trasmitir a la opinión pública que todo en el CDS va a transcurrir de manera muy distinta a como hasta ahora había transcurrido. Los electores no entenderían que los afiliados reeligieran a los responsables de la situación de quiebra en que se encuentra la formación centrista. No habría posibilidad real de resurgimiento porque sería casi imposible recuperar la credibilidad.El CDS, sin embargo, no se enfrenta sólo a un problema de sucesión de sus dirigentes. Recuperar la credibilidad para concurrir en condiciones adecuadas a la próxima consulta electoral requiere algo más. Al menos estas tres cosas: proyectar una identidad clara, hasta ahora diluida por el carisma arrollador de Adolfo Suárez como fuente de atracción de los votos del CDS, para que el elector sepa con certeza lo que vota cuando emite su voto a favor del CDS; dar coherencia, constancia, y rigor a su acción política, de tal modo que el votante centrista sepa que su voto no se va a pasear erráticamente de un lado a otro en apoyo de no se sabe qué o quién; lograr ser percibido como un partido, serio, de gobierno, es decir, con proyecto propio y autonómico, la proyección exterior de España, la inflación, las dificultades de la pequeña empresa, la droga o el paro no pueden encontrar soluciones viables, rigurosas y coherentes en unos planteamientos de épocas pasadas. Los objetivos de profundización de las libertades, de disminución de desigualdades sociales o de justicia distributiva, reclaman hoy enfoques, caminos y métodos muy diferentes de los que se han seguido hasta hace escasos años. Hay una cierta retórica que probablemente ha muerto para siempre, aunque todavía circule como residuo un lenguaje de nada fácil sustitución.

Marco ideológico

Definido pues como está el marco ideológico, ser útil en la actual coyuntura política española implica ofrecer al electorado soluciones propias y mejores para afrontar los problemas más importantes: el deterioro de las instituciones, muy acusado en algunos supuestos como el de la Administración de Justicia; la competitividad de nuestro aparato productivo, el empeoramiento de los servicios públicos o la inadecuación de nuestras infraestructuras; el replanteamiento de la relación Estado / sociedad y la redefinición del irrenunciable Estado de bienestar; la disolución gradual del concepto de interés general, sin el que es imposible levantar una Administración moderna, y la corrupción que se extiende por la vida pública; la recuperación de un sentido nacional no patriotero y la recomposición de una mínima moral social sin la cual la sociedad es terreno abonado en momentos de crisis para diversas formas de autoritarismo. La ejemplaridad y la austeridad de quienes encarnan los poderes públicos, la profesionalidad o el sentimiento de lo colectivo o de lo público como algo propio; el sentido de la responsabilidad y de la solidaridad son puntos de referencia hacía los que hay que orientar la vida española. Sólo así se tendrá autoridad para pedir a los sindicatos que acepten la moderación salarial o a los contribuyentes que paguen sus impuestos. Sólo así España alcanzará la verdadera modernidad.

A través de este planteamiento se puede y se debe, a mi entender, relanzar la identidad de un partido de centro, liberal-progresista, riguroso en sus propuestas, abierto y de progreso, con capacidad para movilizar a sectores más o menos amplios de la sociedad española, pero en todo caso activos en la vida pública e imprescindibles como apoyo social del contrapunto a un socialismo que después de una década de gobierno empieza a estar desgastado.

Los números que arrojan las últimas elecciones locales y autonómicas hablan por sí solos de la necesidad de un partido centrista. La sociedad tendrá que valorar y decidir si el equilibrio político en la gobernación de España, después de las próximas elecciones generales, lo determina una agrupación de izquierdas como Izquierda Unida, una pluralidad de partidos regionalistas y nacionalistas, o capacidad para contribuir al progreso, a la justicia, al bienestar y a la estabilidad política de España. En suma, reconstruir un partido útil volcado hacia afuera, hacia los problemas reales de los ciudadanos, que aspire a representar a un segmento de la sociedad española, nutriéndose así de un electorado estable. Todo ello implica un profundo cambio de estilo, talante, actitudes y comportamientos. Exige asimismo una amplia modificación de los estatutos del partido para descentralizar su organización, colegiar la dirección en mucha mayor medida y reequilibrar o sustituir un presidencialismo excesivo.

Desde un punto de vista ideológico-programático, la renovación demanda una profundización y desarrollo de los rasgos y orientaciones que aparecen en sus ponencias y programas. No sería conveniente, a mi entender, cifrar las perspectivas del partido en una redefinición ideológica, no sólo porque la evolución del mundo y del pensamiento hacen cada vez más difíciles o imprecisos los enunciados meramente ideológicos, sino porque resulta preferible ahondar en el estudio y reflexión sobre los problemas reales de nuestro tiempo y de nuestro país en un marco antidogmático, flexible y abierto en el que la creatividad y la innovación encuentren terreno abonado. Sumergir se en un debate ideológico abstracto es en los tiempos que corren bastante estéril. Enlazar conceptualmente, como propone algún sector del partido, con lo radical, lo burgués-ilustrado, lo pequeño burgués o expresiones de similar índole es, en el fondo, incapacidad para sustraerse a un planteamiento decimonónico ajeno a la naturaleza real de la sociedad posindustrial. La unión monetaria europea, el pacto de un partido de centro, liberal-progresista, de ámbito nacional que recoja lo mejor de la herencia de Suárez y sirva para construir un gobierno estable y de progreso. Los compromisarios tienen la palabra.

Rafael Arias-Salgado

30 Septiembre 1991

El legado de Suarez

EL PAÍS (Director: Joaquín Estefanía)

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LA ELECCIÓN de Rafael Calvo Ortega como presidente del Centro Democrático y Social (CDS) y de Antonio Fernández Teixidó como secretario general tiene una primera lectura obvia: el rechazo frontal a Suárez por las bases del partido y al aparato suarista que lo ha dirigido durante nueve años bajo la batuta de su hasta ahora secretario general, José Ramón Caso. Pero es dudoso que este acto liberador de profundo signiflicado psicológico -romper las ataduras edípicas que han vinculado al CDS con su fundador- sea políticamente suficiente para articular una dirección coherente, capaz de enderezar su marcha en el futuro.Convocado con la exclusiva finalidad de sacar al partido de su agonizante estado, el congreso extraordinario del CDS celebrado este fin de semana puede ser, por el contrario, el que certifique formalmente su agonía. Su desarrollo contradice al menos el supuesto básico al que los dirigentes máximos de sus diversos sectores vinculaban el éxito de su problemática renovación: la elección de una ejecutiva consensuada, integra dora de todas sus tendencias y capaz de tensar la. vida del partido con el objetivo de salvar el difícil trance de sus próximas comparecencias ante las urnas sin el tirón electoral de su fundador. La candidatura elegida, como las otras que han intentado sin éxito su elección, no es el resultado de ningún afán aglutinador de las tendencias del partido. Antes al contrario, significa su división definitiva, que se refleja en la elección de un presidente y un secretario general que aparecían en listas enfrentadas y también en los fuertes apoyos recibidos en las urnas por las candidaturas derrotadas.

Las declaraciones de apoyo a la nueva ejecutiva por parte de los candidatos derrotados, y particularmente por Raúl Morodo, el hombre ungido por Suárez, no pueden ocultar la persistencia de una fractura que no ha podido ser soldada en el congreso y que puede ensancharse todavía más tras los posos de frustración que haya podido dejar tras de sí su celebración. En tales circunstancias, la nueva ejecutiva, formada por un presidente y un secretario general unidos fundamentalmente por su oposición a la ejecutiva anterior, nucleada en torno a José Ramón Caso, deberá derrochar mucha imaginación y mano izquierda para hacer creíble el partido, amén de góbernable.

La tarea es especialmente! ardua, dada la peculiar idiosincrasia de la organización fundada por Suárez en 1982. Hay partidos que se dotan« de un líder y líderes que, al encontrarse cesantes, se inventan un partido para prolongar su carrera. El Centro Democrático y Social pertenece más bien a esta última categoría. Esas formaciones construidas en torno a una personalidad necesitan algún tiempo para transformar la identificación con el líder en identidad política diferenciada. El problema del partido de Suárez es que se ha quedado sin su emblema antes de consolidar una identidad, cualquier identidad.

La travesía que a hora inicia el CDS tras el congreso, la que le puede llevar a la tierra de promisión o a la nada definitiva, habrá de hacerla a pelo: con Moisés en el retiro y sin expectativas de tocar poder a corto plazo. Una dificultad adicional es que sus actuales dirigentes carecen del carisma que permitió a Suárez, ejercer de árbitro entre personas y tendencias. De otro lado, la viabilidad de una opción específica de centro cuando todas las formaciones políticas, de derecha e izquierda, buscan una imagen centrada constituye un desafío con el que ni siquiera pudo Suárez.

04 Octubre 1991

Elogio del derrotado

EL PAÍS (Director: Joaquín Estefanía)

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LA POLÍTICA es una profesión bastante cruel. Seguramente Adolfo Suárez ya lo sabía cuando, viéndose retirado antes de cumplir los 50, intentó prolongar su carrera mediante un partido de su invención. Que se equivocó es hoy una evidencia; tanto que parece excesivo el ensañamiento con que todo el mundo se empefia ahora en subrayarlo. Es cierto que Adolfo Suárez no es bisraeli ni Churchill, pero fue protagonista esencial de la transición del franquismo a la democracia, y merece por ello el reconocimiento de sus conciudadanos. En momentos de gran excitación ideológica, él carecía de diseño acabado; pero, a falta de programa, fue pragmático: combinó audacia y sentido común para encontrar sobre la marcha respuestas concretas a los problemas que iban surgiendo. No hay muchos políticos así en Espafia; la suma de esas respuestas acabó marcando la dirección de los acontecimientos en el sentido de favorecer la efectiva implantación de un régimen democrático.Personaje contradictorio en sí mismo, Suárez es un ciudadano común al que el destino ha llevado a participar en acontecimientos extraordinarios. En su biografila se han alternado éxitos y fracasos a manos llenas, y no es la menor de las paradojas el hecho de que su momento estelar (ese instante que ilumina fugazmente toda vida) coincidiera con el peor minuto de su carrera, un 23 de febrero. Ahora que de nuevo se enfrenta al fracaso más incondicional -y al desdén de quienes, tras abandonarle, lo pronosticaron con mayor fe-, un consuelo le queda a Suárez: saboer que la casi desaparición de su partido centrista coincide con la disputa encarnizada del espacio político de centro por parte de todos sus rivales. Si ese consuelo bastase para compensar la renuncia a su única pasión conocida, la política, tal vez no sea demasiado tarde para evitar que un triste final emborrone tan singular trayectoria.