15 marzo 1938
El que fuera anterior jefe de la policía secreta figura entre los asesinados
Continúan las purgas stalinistas en la URSS: asesinados Bujarin, Yagoda y el sucesor de Lenin Aleksei Rykov

Hechos
El 15.03.1938 fueron ejecutados Aleksei Rykov, Nicolai Bujarin y Guénrij Grigórievich Yagoda entre otros presos políticos en la Unión Soviética.
Lecturas
El 15.03.1938 fueron ejecutados Aleksei Rykov, Nicolai Bujarin y Guénrij Grigórievich Yagoda entre otros presos políticos en la Unión Soviética, acusados de conspirar contra Stalin y el PCUS, dentro de la represión impuesta por el stalinismo desde el asesinato de Kírov.
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– LOS NUEVOS PURGADOS:
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El Análisis
El nuevo juicio de Moscú —el tercero y más espeluznante— ha concluido con una nueva oleada de ejecuciones en la Unión Soviética. En el banquillo de los acusados han estado figuras antaño ilustres del régimen comunista: Nikolái Bujarin, Alexéi Rýkov y Guénrij Yágoda, todos ellos “confesando” haber conspirado con el exiliado Trotsky y con potencias extranjeras para asesinar a Stalin, destruir el Partido Comunista y sabotear la URSS desde sus cimientos. El espectáculo judicial ha seguido el guion de los anteriores: acusaciones inverosímiles, confesiones públicas en tono teatral, y una sentencia ya sabida antes del inicio del proceso. Muchos observadores internacionales ven en ello no justicia, sino una operación quirúrgica para exterminar todo vestigio de independencia o pasado incómodo dentro del partido.
Lo estremecedor de este proceso no es solo el contenido grotesco de las acusaciones —que supuestamente un grupo de antiguos bolcheviques de alto nivel, muchos de ellos rivales entre sí, colaboraban con Hitler, los servicios japoneses y Trotsky a la vez— sino la identidad de los ejecutados. Rýkov, sucesor de Lenin como presidente del Consejo de Comisarios del Pueblo, máximo responsable del gobierno soviético durante años. Bujarin, el “niño mimado de la revolución” según Lenin, principal ideólogo de la Nueva Política Económica (NEP), cerebro de la Komintern y durante mucho tiempo un estrecho colaborador de Stalin. Pero quizá el caso más revelador es el de Guénrij Yágoda, quien dirigió la NKVD cuando comenzaron las purgas y organizó los dos primeros juicios. Ahora, su ejecución muestra que ni siquiera el verdugo está a salvo en el Estado de Stalin. Como si la revolución se alimentara del terror que ella misma produce.
La purga parece no tener límites. Con Trotsky aún vivo, exiliado en México, Stalin conserva su última justificación para mantener abierta esta maquinaria represiva que elimina hasta al más leal si deja de ser útil. ¿Qué lógica puede haber en destruir al hombre que diseñó y dirigió la represión, como Yágoda? ¿O al economista que ayudó a legitimar el viraje del comunismo hacia el pragmatismo, como Bujarin? Solo una: el terror como método permanente de control. El Partido ya no tiene historia; solo presente. Ya no tiene figuras; solo fieles mudos. El miedo, administrado por la mano invisible de Yezhov, ha sustituido al liderazgo colectivo. Y así, la revolución que pretendía liberar a los pueblos se ha convertido en una jaula de acero con barrotes forjados por la sospecha, la traición… y el silencio. (Trotsky también caerá, en 1940).
J. F. Lamata