4 marzo 2003

El PSOE forzó una segunda votación secreta para ver si el PP perdía algún voto y sólo logró que ganar uno

El Congreso de los Diputados respalda el apoyo Español a la ‘Guerra de Irak’ con el respaldo de los 183 diputados del Partido Popular

Hechos

  • El 4 de marzo el Congreso de los Diputados aprobaron la Proposición no de ley presentada por el Grupo Parlamentario Popular de respaldo a la invasión de Irak por parte de los Estados Unidos de América.

Lecturas

PRIMERA VOTACIÓN (PÚBLICA)

  • A Favor de la invasión de Irak – 183 diputados (PP).
  • En Contra de la invasión de Irak – 164 diputados (PSOE, Izquierda Unida, PNV, CC, CiU y Grupo Mixto).
  • Ausencias – 3 diputados (Grupo Mixto).

SEGUNDA VOTACIÓN (PÚBLICA)

  • A Favor de la invasión de Irak – 184 diputados (PP) + 1 (?)
  • En Contra de la invasión de Irak – 163 diputados (PSOE, Izquierda Unida, PNV, CC, CiU y Grupo Mixto).
  • Ausencias – 3 diputados (Grupo Mixto).

¿QUIÉN FUE EL VOTO FUGADO?

Nadie se identificó como el diputado ‘fugado’ en la votación secreta. Aunque pudo ser un simple error, no faltaron quienes señalaron a la diputada del PSOE Dña. Cristina Alberdi Alonso, que hacía tiempo se identificaba como ‘crítica’ a la política del PSOE con respecto a Irak.

05 Marzo 2003

El diluvio de Aznar

Javier Pradera

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Aún sin conseguirlo finalmente, la votación secreta de las dos proposiciones no de ley sobre el conflicto de Irak presentadas ayer en el Congreso – firmada la primera por la totalidad de los grupos de la oposición y la segunda por el PP- se proponía romper la rigidez de la disciplina partidista. Sebastian Haffner -tan admirado por el vicepresidente Rajoy-señaló en su biografía sobre Churchill (Destino, 2002) que la patria de los políticos es el partido: abstracción hecha del caso del premier británico, la traición a unas siglas o el abandono de su defensa en momentos de apuros suele ser considerada como una deserción ante el enemigo. En situaciones extremas, sin embargo, la renuncia al patriotismo de partido en nombre de causas menos particularistas es comprendida por la opinión pública: sirvan de ejemplo los diputados laboristas que rechazaron hace una semana la política de Blair en Irak o los islamistas moderados que impidieron el pasado sábado con sus votos alcanzar el quórum parlamentario necesario para autorizar el despliegue en Turquía de 62.000 soldados estadounidenses.

Los comicios con circunscripción uninominal a una sola vuelta otorgan a los diputados laboristas una autonomía personal de la que carecen los congresistas del PP elegidos dentro de las listas bloquedas y cerradas presentadas por la dirección de su partido. La experiencia española de estos cinco lustros enseña que los parlamentarios rebeldes son depurados de las candidaturas para las elecciones siguientes por sus jefes y carecen en la práctica de cualquier posibilidad de regresar a las Cortes por sus propios medios. Pero la ingeniería electoral sola no explica la disciplina semicuartelaria de los partidos españoles que ocupan el poder o que aspiran a conquistarlo: el resignado acatamiento de los militantes a las órdenes dictadas desde la cúpula de esas jerarquizadas organizaciones y su atemorizado culto al líder máximo son un síntoma de que los valores pluralistas no han penetrado del todo en las maquinarias que hacen funcionar el sistema de libertades. Los partidos de los regímenes democráticos restaurados tras un largo período autoritario -como España- son más propensos todavía a interiorizar el principio de que los políticos díscolos no salen en la foto, ese dicho abyecto inventado en México por Fidel Velázquez y repetido en nuestro país por Alfonso Guerra. La rebelión del sábado en el Parlamento turco se explica, en cambio, por motivos diferentes a los que causaron la división de los laboristas en la Cámara de los Comunes; la frontera con Irak y el problema kurdo confieren a la amenaza de guerra en la zona una lógica dramática propia.

En cualquier caso, el Gobierno utilizó ayer las tranquilizadoras excusas del casuismo jesuítico para justificar su tesis de que las votaciones secretas de las proposiciones no de ley sometidas al pleno del Congreso no planteaban ningún conflicto moral a los diputados del PP de sentimientos pacifistas. Como suele ocurrir con los homenajes que el vicio rinde a la virtud cuando conviene a sus propósitos, Aznar presenta fraudulentamente su incondicional respaldo a la belicista estrategia de la Administración Bush frente a Irak como el único camino posible para conseguir la paz. Ciertamente, la cómica tesis según la cual no sería el PP sino el PSOE quien desea la guerra difícilmente puede convencer a los millones de ciudadanos que se manifestaron en las calles españolas hace menos de tres semanas; ocurre, sin embargo, que el propósito de esa exhibición orwelliana de doble lenguaje orientada a conseguir una mágica transmutación de los halcones en palomas no es sino ofrecer a los afiliados populares de buena fe o de laxa conciencia una coartada ético-política que les permita seguir mirándose al espejo cada mañana sin sentir sonrojo.

Pero los estrategas del PP no necesitan acallar escrúpulos morales sino calmar ansiedades políticas: refugiados en el Arca de Noé de un simulado pacifismo en espera de que se abran belicosamente los cielos de Irak, el vicepresidente Rajoy y sus pares saben que el coste electoral del diluvio desencadenado por la guerra sobre las urnas no tendrá que pagarlo Aznar sino los candidatos a los comicios municipales y autonómicos, primero, y el tapado a sucederle como candidato a la presidencia del Gobierno, después.

06 Marzo 2003

Contra la disciplina de voto

Eduardo Haro Tecglen

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Como «obediencia»: son palabras que detesto desde pequeño, cuando aún se les daba un valor meliorativo. Algo más tarde aprendí que la razón estaba sobre la fe, y la lógica sobre el instinto. Comprendo que debe haber un cierto orden, y un comportamiento cívico: en libertad. Y pensando. Cuando, como ayer, me hablan de «disciplina de voto», me parece mal. Es una de las grandes señales de la izquierda: la pluralidad, y la explicación y el análisis de la verdad de cada cual. No quiero decir que todos los que votaron ayer contra la guerra fuesen la izquierda, ni mucho menos: pero tenían un sentido democrático que les permitía, dentro de las diferencias que suponen once partidos, llegar a un acuerdo, sea por una razón moral -que se invocaba-, sea por la opinión de sus votantes, como es su obligación. La disciplina del PP, sin embargo, no me parece ajena a lo que representa: la derecha es materialista, obediente y autoritaria. Celebró durante cuarenta años la Fiesta de la Unificación. No quiero negar la capacidad de conciencia y de pensamiento de la derecha, sino subrayar que todos piensan lo mismo, y aunque me pueda referir a Aznar por facilidad de lenguaje -como digo «Franco», y eran cien mil pistolas las que le representaban y ejecutaban-, es un partido unánime en su declaración de guerra, y está seguro de que en el Consejo de Seguridad se va a hacer esa declaración; por encima del veto ruso, del francés y quizá del chino. Y por encima de su Papa, al que superan en catolicismo: terminaría siendo una religión de Estado, como lo es la Iglesia anglicana, con la reina como cabeza visible. Puede que sea ése uno de los cambios de la época, si los vaticanistas persisten; como podría ser otro síntoma la desaparición de la ONU; o, como es costumbre en tiempos de nueva institucionalidad, su mantenimiento en contra de su fundación.

Lo que llamaremos Aznar se reproduce en cada uno de los suyos. Supongo que ahora, cuando se empieza a votar las listas municipales o autonómicas, todo el que vote al PP sabrá que está votando al partido de la guerra; y al del chapapote, y al del decretazo. Seguramente obtendrá una mayoría otra vez, porque muchos españoles prefieren también estos sistemas. No vale demasiado que digan «¡Nunca máis!» los que siempre votaron a Fraga, cuya biografía es conocida: no vale decir «¡Basta ya!» si se ha votado a Aznar y a Mayor Oreja.