23 julio 1978

Lamentable infantilismo

El ex ministro de la II República, Antonio Alonso Baño, da su visión de por qué perdieron la guerra: «Fue un error provocar al ejército»

Hechos

El 23 de julio de 1978 se publicó la tribuna «Lamentable infantilismo».

Lecturas

EL IMPARCIAL publicó el domingo en su primera página, y bajo el antetitulado de ‘Hablan los vencidos’, un artículo del que es autor Antonio Alonso Baño, ex ministro del Gobierno de la República en el exilio, con el título ‘Los verdaderos culpables de la guerra’. Pues bien. En el trascurso de los dos últimos días hubo numerosas llamadas a nuestra redacción pidiendo más información sobre el Gobierno de conciliación de que en él se hablaba. Es curioso el afán que tenemos los españoles por olvidar nuestra guerra civil y lo poco que sabemos de ella y lo mucho que ahora deseamos y debamos saber. Respondiendo a ese interés, nos complace publicar, por capítulos, el informe del mismo autor que figura en el libro ‘Homenaje a Diego Martínez Barrio’ y que, según consta, es, a su vez, un capítulo íntegro del libro no publicado ‘La II República y el Ejército’.

A esta político – provocar el desasosiego en el Ejército mediante la agitación social – Indalecio Prieto se opondría en un discurso pronunciado en Cuenta el 1 de mayo de 1936 calificando a los sostenedores de tal política ‘de lamentable infantilismo revolucionario’ (Prieto: “Cartas a un esculor”, México, 1962, página 93).

Julián Besterio anunciaba ya en 1933 cuando en su partido se lanzó la voz de ‘dictadura proletaria’, estas reveladoras palabras:

“¿Vamos a ser tan ingenuos que creamos que debemos volver la espalda a la República democrática para ver si podemos embarcarnos en la aventura de ejercer el poder dictatorialmente? Yo no sé cómo eso se puede sostener. Sé es más revolucionario no dejándonos llevar por la corriente de las masas, para cosechar triunfos próximos y aplausos seguros a riesgo de que después sean las masas las que cosechen los desengaños y los sufrimientos” (Julián Besterio, Conferencia en la Escuela de Verano de Torrelodones, el 5 de agosto de 1933. Reproducida por Saborit en: “Julián Besteiro, pag 336”.

Ejército a la Espera

En fin, EL SOCIALISTA, órgano del partido, escribía en primera página: “Tenemos nuestro Ejército a la espera de ser movilizado”. Al sonar, pues, la hora de la sublevación de algunos jefes militares, Largo Caballero – que no se trataba con Prieto ni con Besteiro – era consecuente consigo mismo y sus consignas: “Armar al pueblo” y crear el “Ejército de obreros” para implantar la “dictadura del proletariado”.

Veamos la otra tesis. Martínez Barrio sostiene que a los militares rebeldes hay que dominarles con los militares leales. No solamente defiende esta tesis, sino que está dispuesto a ser él quien la ejecute. ¿Se podía confiar en que el grueso del Ejército sería leal a la República? ¿Qué había detrás de Martínez Barrio para hacer esta temeraria afirmación? Es de suponer que este hombre no se lanzaría por ese arriesgadísimo camino sin tener una base firme en que apoyarse. Tenía fama de ser hombre ponderado, de buen sentido, de gran prudencia. Que era hombre de reflexiones y no de impulsos y que, de todas formas, estaba a mil lenguas de toda clase de apasionados.

Tenemos que pensar, pues, que fundamentaba su tesis en muy sólidas razones. Y cuando esta es compartida por el cerebro frío y claro de Azaña, hemos de sospechar que estaba en lo cierto. Digo que tenemos que sospecharlo porque el remedio aplicado, impuesto por la ‘acción directa’, fue el propuesto por Largo Caballero. Y en la mañana del día 19 de julio se daban órdenes en Madrid y a toda España de ‘entregar armas al pueblo’.

Casares Quiroga, como hemos dicho, se trasladó desde el Ministerio del Ejército al palacio de Oriente. Allí le esperaba don Manuel Azaña. Quería conocer las medidas adoptadas en el Consejo de Ministros. Casares dio cuenta de los criterios contrapuestos sostenidos por Martínez Barrio y Largo Caballero. Casares estaba medio enloquecido por el panorama dramático que se cernía sobre el país. Física y moralmente deshecho. No entendía a los jefes del Ejército. Él, que era el superior jerárquico de todos ellos. Le daban la palabra de honor de que obedecían sus órdenes y luego se sublevaban. Había confiado en Mola, en Goded, en Queipo de Llano, en Cabanellas, en Yagüe, que recientemente le habían visitado. Recordaba la carta del general Franco escrita hacía tres semanas: “Faltan a la verdad quienes presentan al Ejército como desafecto a la República”. Yagüe le había dado personalmente su palabra de honor. No distinguía ya dónde estaba el general leal y dónde estaba el general sublevado. Puso su dimisión en manos de Azaña.

De Serenidad de Azaña

Sin titubear un segundo, Azaña hizo llamar al Sr. Martínez Barrio. Le encargó la formación de un nuevo Gobierno. Ponía en sus manos los destinos de España, Martínez Barrio aceptó. Eran las nueve de la noche del 18 de julio de 1936.

La serenidad y la calma no se habían perdido todavía. La conservaba Azaña. También Martínez Barrio. Veamos detenidamente lo sucedido en esta noche que va del 18 al 19 de julio. Se ha dicho por los historiadores que el Gobierno Martínez Barrio tendía a pactar con los rebeldes. Eso no es cierto. Que se ofrecieron dos carteras ministeriales a los sublevados, entre ellas el Ministerio del Ejército al general Mola. Rotundamente falso. Sin embargo, todos aquellos que han escrito sobre ese momento, reinciden en la leyenda. Reinciden en la falsedad. En las páginas siguientes explicaremos como sucedieron las cosas. Bástenos ahora señalar la coincidencia en ambos bandos de la guerra es propagar esa falsedad. A unos les convenía explicar el fracaso de Martínez Barrio, porque “no hubo acuerdo” con los militares sublevados. Ya estos que el intento en sí era ya ‘darle la razón’. Pero las cosas sucedieron de otro modo.

¿Por qué don Manuel Azaña, presidente de la República confía al Sr. Martínez Barrio el 18 de julio de 1936 la jefatura del Gobierno? ¿Quién es Martínez Barrio?

El hombre de la moderación

En el agitado panorama político español tenía fama de ser el hombre de la moderación constructiva del buen sentido de la sensatez. Era el mago de los compromisos, esa cosa tan difícil en una reunión de españoles discrepantes. Poseía el don de darse cuenta exacta de las realidades, tales como son. Afirmaba que la sociedad española, tan varia y mezclada, no podía asentarse en ningún extremismo, y que, a fin de cuentas, la clase social predominante en España era la clase políticamente neutra. Posiblemente encarnaba el espíritu republicano español en mayor medida que Azaña. Desde luego más profundamente que todos los hombres que dirigieron la II República. No poseía la cultura de Alcalá-Zamora, ni la arrogancia de Lerroux, ni el arrebato genial de Prieto, ni la presencia física de Besteiro, ni, por supuesto, la encendida elocuencia de Azaña. No le seguían las clases obreras como a Largo Caballero porque no era hombre popular entre las masas. Tampoco era considerado por las clases intelectuales del país porque no procedía de su seno. No era un pensador, ni un escritor, ni un profesor, ni tan siquiera un periodista. No era, desde luego, el hombre brillante, efusivo, con golpes geniales tan prodigado en los países meridionales y desde luego, difícilmente podía despertar el entusiasmo de las multitudes quien les hablaba sin pasión, sin gritos y sin frases. Pero, sin embargo, era el político de la clase media española, el político que mayor confianza inspiraba en esas zonas medias del país, oscilantes y neutras, pero imprescindible en toda obra de intención renovadora.