1 mayo 1993

Acusaciones contra la prensa por haber sido muy dura con las críticas hacia el político derrotado

El ex primer ministro socialista de Francia, Pierre Bérégovoy, se suicida de un tiro dos meses después de su derrota electoral

Hechos

El 1.05.1993 murió de un disparo Pierre Bérégovoy.

02 Mayo 1993

Pierre Bérégovoy falleció anoche tras dispararse un tiro en la cabeza

Javier Valenzuela

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Pierre Betégovoy, el último primer ministro socialista de Franjois Mitterrand, falleció después de dispararse en la tarde de ayer un tiro en la cabeza en la localidad de Nevers, de la que era alcalde. Bérégovoy, que en las últimas semanas se encontraba muy deprimido por las acusaciones de corrupción contra su persona y la humillante derrota socialista en las legislativas de marzo, murió a bordo de un helicóptero que le llevaba desde Nevers a un hospital militar parisiense. Allí le esperaba en vano el presidente Mitterrand. La izquierda francesa está aterrorizada por la noticia.

Con ocasión del Primero de Mayo, Bérégovoy, de 68 años de edad, recibió a primeras horas de la tarde de ayer a los líderes sindicales de Nevers, en el centro de Francia, luego asistió a la salida de una carrera ciclista popular. Parecía sereno. Después fue a dar su cotidiano paseo por la orilla del canal de Sermoise-surLoire. Allí, hacia las 18.20 horas, se aduefitó del revólver de su guardaspalda y se pegó un tiro en la sien.El ex prirner ministro fue trasladado de inmediato a un hospital de la ciudad. A las 19.30 horas, la prefectura de Nevers y la presidencia de la república francesa anunciaron que Bérégovoy había muerto. Media hora después, el hospital afirmó que seguía vivo e iba a ser transportado en helicóptero a un hospital militar parisiense. Su estado era gravísimo, y el político no pudo aguantar el viaje. Su cuerpo llegó cadáver a la capital francesa.

Las elecciones legislativas de los pasados 21 y 28 de marzo convirtieron a Bérégovoy en el último primer ministro socialista de Mitterrand. Abandonó Matignon sin haber cumplido un año en este puesto. Había triunfado en su lucha por mantener la fortaleza del franco, pero había sufrido una terrible derrota en su empeño por cortar por lo sano la corrupcion que grangenaba el poder socialista. Durante su corto gobierno siguieron saliendo a la luz nuevos escándalos protagonizados por el partido del puño y la rosa.

Al final, él mismo terminó salpicado. Dirigió la campaña electoral socialista profundamente minado por las revelaciones del semanario Le Canard Enchainé sobre el préstamo sin intereses de un millón de francos(unos 20 millones de pesetas) que, a fin de comprarse un apartamento, había recibido de Roger-Patrice Pelat, un hombre de negocios amigo de Mitterrand e implicado en varios escándalos de corrupción. Pelat, ya fallecido, fue uno de los protagonistas del delito de iniciados conocido como escándalo Pechiney.. El apostol de la lucha contra la corrupción, el abanderado del rigor monetario y económico, elobrero que había accedido a la cúpula del poder a base de sangre, sudor y lágrimas veía embarrado a causa del asunto del préstamo su principal capital personal y político: su imagen de honestidad.

Depresión progresiva

Abucheado varias veces en los mitines de la campaña, Bérégovoy se esforzó por dar en público una impresión de solidez, pero sus amigos y colaboradores le encontraban cada día más deprimido. La brutal derrota socialista en las legislativas y las afirmaciones del nuevo Gobierno de centro derecha sobre el estado lamentable en que había heredado la economía francesa, le desmoralizaron todavía más. Bérégovoy, un hombre aparentemente firme y sereno, no pudo resistirlo.

Desde que, a finales del pasado marzo, abandonó el palacio Matignon, el ex primer ministro era un hombre profundamente herido y humillado. «Bérégovoy era un hombre íntegro y en los últimos meses había sido cruelmente denigrado», dijo anoche Jack Lang, que fue su ministro de Cultura. Lang añadió: «Se había atacado su honestidad personal durante la campaña electoral y, después, su herencia económica».

Jean Glavany, uno de los colaboradores del ex primer ministro, confirmó que en las últimas semanas Bérégovoy estaba «muy deprimido, como si todos sus sueños se hubieran hundido con la derrota de la izquierda en las legislativas». Pierre Mauroy, presidente de la Internacional Socialista, informó que acababa de recibir una carta en la que Bérégovoy se quejaba con amargura de la «injusticia» con que los electores trataron a su partido.

Conmoción socialista

Los socialistas estaban conmocionados. Todos hablaban del «calvario» padecido por Bérégovoy en los últimos meses y calificaban de «injustos» todos los ataques personales y políticosque había recibido. Los socialistas responsabilizaban a los jueces, los medios de comunicación y las fuerzas del centro derecha del gesto dramático y desesperado del ex primer ministro. En nombre de la actual mayoría, el gaullista Edouard Balladur y el centrista Valéry Giscard d’Estaing expresaron ayer su emoción y calificaron a Bérégovoy de «hombre digno».

El hombre de los calcetines agujereados

Las cámaras de televisión se solían deleitar con los calcetines de Bérégovoy. Eran unos calcetines baratos, cortos, agujereados, cuyo color rojo no iba con el traje gris a rayas. En esa imagen se resumían las cualidades de laboriosidad y honestidad de Bérégovoy.Al ex primer ministro todo el mundo le llamaba «Béré». Era un obrero que había llegado a ocupar el segundo lugar en la cúpula de la república francesa a base de codos, de noches pasadas en blanco y de tragar sapos. Su vida era su trabajo. De su intimidad apenas se sabía que estaba casado, tenía tres hijos, coleccionaba antiguedades rurales, adoraba el fútbol y el ciclismo y fumaba puritos.

«Béré» había llegado a convertirse en un maestro de la sobriedad y también del rigor en materia monetaria. Su obsesión era la lucha contra la inflación y el mantenimiento de la fortaleza del franco, y en ambos campos triunfó. Pero el excelente gestor «Béré» fracasó en los dos temas a los que eran más sensibles los electores socialistas: el paro y la corrupción.

Comenzó «Béré» a trabajar a los 15 años como fresador en una empresa metalúrgica y luego como mecánico en la compañía nacional de ferrocarriles. Todo lo que sabía lo había aprendido estudiando por su cuenta por las noches, mientras trabajaba en Gas de Francia. Socialista desde 1946, «Béré» empezó a colaborar en 1971 con Mitterrand. Fue el primer secretario general del Elíseo de Mitterrand y luego asumió las carteras de Asuntos Sociales y Economía y Hacienda, para, finalmente, acceder a la jefatura del Gobierno.

04 Mayo 2003

Espejo roto

EL PAÍS (Director: Joaquín Estefanía)

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AUNQUE NUNCA llegaran a conocerse los motivos por los que Pierre Bérégovoy decidió quitarse la vida, se trata, en todo caso, de una determinación que ilumina retrospectivamente una biografía y un destino nada comunes. La imagen de austeridad y honradez que había acompañado a lo largo de toda su carrera a este antiguo obrero llegado a primer ministro se vio oscurecida en los últimos meses por la acusación de haberse beneficiado en 1986 de un préstamo sin interés, concedido por un financiero amigo de Mitterrand e implicado en un escándalo de información privilegiada. El hecho de que el préstamo fuera destinado a terminar de pagar el piso de 100 metros en que vivía fue invocado por sus amigos como prueba de la honradez de alguien que, habiendo sido superministro de Hacienda, ni siquiera disponía de capital para pagarse un piso en París.Algunos colegas de Bérégovoy han acusado de su muerte a los periodistas que destaparon el asunto y lo utilizaron con saña contra el primer ministro, que no habría podido resistir esa presión. Las estrellas del periodismo y las de la política practican dos oficios que se caracterizan, según la expresión de Paul Valéry, porque «su materia prima es la opinión que los otros tienen de uno». Tal vez esa coincidencia, y la competencia por ocupar el primer plano de la escena pública que de ella deriva, explique la crueldad del trato que hoy se dispensa a los políticos en los medios. En cualquier caso, la falta de escrúpulos de algunos periodistas que miden la independencia profesional por el número de carreras arruinadas -al margen de lo bien o mal fundado de sus acusaciones- está apartando de la política a las personas más capaces y atrayendo a ella a otras cuya única virtud es su capacidad de encaje.

La trágica muerte de Pierre Bérégovoy ha venido a recordar esa cara del dilema. La otra es la realidad italiana. ¿Hubieran llegado las cosas tan lejos si la prensa italiana, o amplios sectores de la misma, no hubieran llevado su comprensión hacia los políticos hasta el silenciamiento de aquello que todos sabían?

03 Mayo 1993

Queremos más suicidas

Carlos Boyero

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No es un chiste. El corresponsal en Francia informa impunemente en el telediario del sábado: «Los médicos que atienden al suicida ex primer ministro Pierre Bérégovoy afirman que harán todo lo posible por salvar su vida» Hay antedecentes de este glorioso catedrático de Lógica pura. Después de un atentado en Madrid, escuché en la radio una frase impagable: «Fuentes bien informadas de la lucha antiterrorista han declarado que los autores del atentado o siguen ocultos en Madrid o bien han salido ya». Intento reponerme de la carcajada que me ha regalado la generosa decisión de los médicos al no darle el descabello a su paciente cuando escucho otro dislate inquietante de este corresponsal sin sentido del ridículo: «Pierre Bérégovoy era un hombre de honor, conciencia y rigor». ¿Y cómo lo sabe usted, mi adorable apologista? ¿Son virtudes genéticas de los políticos o sólo las adquieren cuando se pegan un tiro después que haya salido a la luz pública su pringue en las comprensibles corrupciones terrenales? ¿Qué cojones es eso del «honor, la conciencia y el rigor» en una profesión cuyas esencias se concentran en el cinismo pragmático? No acostumbro a sentir escalofríos humanistas y piadosos cada vez que un político que ha saboreado las mieles del Poder decide acortar voluntariamente su inolvidable existencia. Reservo mi piedad y mi dolorida comprensión para gente acorralada que ofreció lo mejor de sí misma a sus semejantes (Pavese, Rilke, Vallejo, Larra, Toole, Monroe, Schneider, Hemingway), para los hermosos vencidos, para los que han llegado a la certidumbre de que no existe una segunda oportunidad para ellos en la tierra, para los viejos solitarios y solos, para los que sufren de amor o de intolerable desamor, para los niños insomnes, para los que se cansan de sobrevivir, para los desesperados existenciales., para los que no encuentran refugios contra la náusea o la miseria. Sería alentador que cundiera el ejemplo del francés entre sus colegas, que más de un respetable ladrón o asesino legalizado tuviera el inmenso coraje de quitarse la vida cuando se desvelan sus fétidas movidas y se sienten amenazados por esas cárceles cuya existencia siempre comprendieron y apoyaron. Qué obsceno desahogo, qué mezquino resentimiento siento ante el insólito derrumbe de algún eximio representante de la autoridad, de que a veces se equivoque el destino y haga pagar su cruel tributo a los eternos vencedores. Un estratégico reportaje de Informe semanal asegura que Garzón «ha asestado el golpe definitivo a la multinacional del hachís». Ya puedo dormir tranquilo. El converso seguirá vigilando desde arriba a los malos.