7 abril 1979

El ex primer ministro de Irán con el Sha, Amir-Abbas Hoveyda, es ejecutado por orden del ayatolá Jomeini acusado de ‘haber atentado contra Alá’

Hechos

  • Amir-Abbas Hoveyda fue fusilado el 7 de abril de 1979. 

10 Abril 1979

La cabeza de Hoveyda

EL PAÍS (Director: Juan Luis Cebrián Echarri)

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POCOS DIAS después de la ejecución de Ali Bhuto en Pakistán, se ha fusilado a Hoveyda, que fue primer ministro del sha, en Irán. Hay probablemente una relación entre los dos actos: las ejecuciones se habían suspendido en Irán y se han reanudado ahora como si la de Ali Bhuto reclamara una especie de venganza: la muerte de un primer ministro proamericano por la de otro antiamericano. Una carrera sanguinaria. Si no se pudo decir que Ali Bhuto era un inocente, tampoco se puede decir que lo fuera Hoveyda: formaba parte del sistema -dice la acusación- por el que se ejerció la tiranía del sha, se realizaron las torturas por la policía secreta y las matanzas de manifestantes indefensos. Pero el acta de acusación hace especial insistencia en la cuestión «americana» de Hoveyda: «Entregó Irán a Estados Unidos, dejó que la CIA gobemase nuestro país, permitió al ejército norteamericano que transformase Irán en una base norteamericana.» Esta insistencia da mayor carácter de respuesta a la ejecución de Ali Bhuto, que se esforzó en eliminar la presencia americana de Pakistán. Y las dos forman parte de una misma barbarie política, tan equiparable a la que simultáneamente mataba a tres miembros de la Policía Nacional en San Sebastián. El terror, se ha dicho muchas veces, puede emanar del Estado como de sus enemigos. Y es indudable que el general Zia en un país, Jomeini en otro, aparte de su angustia de venganza y de su conversión de política en odio, quieren implantar un terror como ejemplaridad. Pero basar una forma de gobierno en la cabeza de Hoveyda o en la cabeza de Ali Bhuto, o querer construirlo sobre los cuerpos de policías asesinados, es una traición de primer grado a los supuestos de razón en que pretenden basarse los que matan.Todo esto está incurso en el tema general de la pena de muerte. Con otra calidad y también sin inocencia estamos asistiendo al caso deljoven americano John Lewis Evans, culpable de la muerte de un usurero y de una larga serie de delitos a mano armada. Es él quien pide lá muerte -incluso frente a las cámaras de televisión, «para que sirva como ejemplo»- y la justicia la que la va aplazando de fecha en fecha, sometiéndole a una tortura indecible. Como la que sufrió uno de los más famosos ejecutados de Estados Unidos, Caryl Chessman, cuya electrocución fue suspendida durante muchos años y al fin ejecutada. Ocurre que los juicios sumarios y falseados son graves, pero también puede serlo el legalismo llevado a lo patológico, cuando en los dos casos lo que hay al fondo es la muerte de un condenado; cuando la decisión parece implacable.

Si se ejecuta a Evans, será la primera sentencia cumplida en Estados Unidos desde que una resolución federal recomendó su abolición por considerar la pena de muerte contraria a la Constitución. Puede ser también la señal que se espera para que se cumplan una serie de condenas pendientes. Se habrá dado así un considerable salto atrás en el lentísimo progreso abolicionista que recientemente ha ganado España, uno de los últimos Estados que se resistía a suprimir la pena de muerte. Son malas noticias para la civilización.

21 Agosto 1979

La unidad de la horca

EL PAÍS (Editorialista: Javier Pradera Cortázar)

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CUANDO EL número de ejecutados en Irán se acerca a quinientos, en seis meses de poder, el ayatollah Jomeini muestra un gran arrepentimiento: no haber montado horcas en las plazas públicas desde el primer momento para impedir la existencia de partidos políticos y de frentes de oposición, para colgar a todos los «corrompidos y conjurados». No cree que en el país debería haber más que un partido: el partido de Dios. A lo largo de la historia, y en nuestros tiempos, es muy frecuente la vocación de los partidos, que consideran a Dios como su ideólogo único por el uso de la horca; coincidencia asombrosa desde el punto de vista de la teología, pero suficiente mente comprobada en la práctica, aunque en situaciones de minoría se limiten a la persuasión religiosa que se desprende de la porra y la cadena, y a veces de la pistola amparada en la noche o en el recodo de la esquina urbana.Jomeini ha llegado al poder apoyado en un frente común de oposición al sha, en el que han estado no sólo todos los partidos políticos clandestinos y perseguidos, sino un pueblo que dio lecciones de valor al enfrentarse con el pecho descubierto a los fusiles, y aun a los cañones, con los que aquella monarquía quiso prolongar su poder. Incluso los kurdos, ahora bombardeados, fusilados, perseguidos, colaboraban desde la lejanía de su nacionalidad y de sus diferencias a lo que creían que podía ser el principio de su libertad. El fanático jefe religioso ha confundido, sin duda, con un signo de Alá lo que fue esta acción común producida por la situación insoportable de un pueblo y la rebeldía en la que se unieron desde los políticos liberales y occidentalistas hasta los restos del partido comunista Tudeh; y en la que colaboró de una manera impensada el propio régimen tiránico, creándose cada vez más enemigos y perdiendo los apoyos exteriores. Bajo este signo, que se supone de Dios, Jomeini ha realizado toda clase de represiones: desde las ejecuciones sumarias de algunos personajes del régimen anterior hasta la opresión de su pueblo mismo; ahoga los periódicos, implanta una legislación de costumbres que perjudica a todos, reduce las mujeres a la esclavitud, cierra periódicos, instaura una Constitución personal, celebra unas elecciones tan falsas y tan indignas como los tribunales populares que mandan fusilar; deja crear, y aun alienta, grupos armados de integristas musulmanes, que realizan depuraciones por su cuenta, milicias paralelas, comités islámicos. Cerca la Universidad, castiga a la juventud. Su iluminación le lleva, en el último discurso -el sábado pasado-, a amenazar al Ejército y a hacerle responsable por no exterminar a los kurdos. El Gobierno de Mehdi Bazargan, que fue fantasmal desde el primer momento, pero que quiso poner un cierto orden, ya no es nada: quizá un residuo de reformismo lento dentro del huracán devastador de este nuevo azote que ha caído sobre el pueblo; y aún Jomeini le amenaza con desposeerle y ocupar él mismo todos los ministerios.

Se ha comparado a Jomeini con Savonarola. Es otra Edad Media. Savonarola fue un prefascista teocrático, que dominó Florencia por el terror, pero que sostuvo una especie de orden injusto. A Jomeini el orden se le va de las manos. Su terrorismo produce la anarquía y el caos, conduce el país a la ruina. La unidad que puede conseguirse por la horca y la tortura nunca es más que ficticia; pero ni siquiera ha llegado a ella. Está provocando otra salida: un golpe de Estado, quizá una guerra civil. Si el resultado es un régimen contrarrevolucionario, como podría suceder, y alentado por fuerzas del régimen anterior, Jomeini será culpable de traición ante un pueblo que supo hacer una revolución y que ha sido engañado por la persona a quien se la confió.