27 junio 1920

El diario vespertino LA ÉPOCA, del marqués de Valdeiglesias critica la postura del periódico de Urgoiti

El Gobierno Dato aprueba por decreto que los periódicos no puedan bajar sus precios desatando la ira de EL SOL y Ortega y Gasset

Hechos

En junio de 1920 el Gobierno presidido por D. Eduardo Dato promulgó un Real Decreto sobre la prensa.

Lecturas

El Gobierno Dato promulga una ley que regula el precio de los periódicos. La ley es respaldada por Prensa Española (D. Torcuato Luca de Tena Álvarez-Ossorio, del diario ABC), La Sociedad Editorial de España (D. Miguel Moya Ojanguren, de los diarios El Liberal, El Imparcial y El Heraldo de Madrid), D. Alfredo Escobar Ramírez de La Época, D. Salvador Cánovas Cervantes de La Tribuna y D. Leopoldo Romero Sanz de La Correspondencia de España y cuenta con la oposición de El Sol de Nicolás María de Urgoiti Achúcarro que dirige D. Manuel Aznar Zubigaray, La Vanguardia de D- Ramón Godó Lallana y además el diario La Veu de Catalunya.

Ya antes de la promulgación de la ley se producen enfrentamientos entre el periódico ABC de D. Torcuato Luca de Tena Álvarez-Ossorio y el periódico La Vanguardia de Godó Lallana. El primero dice actuar por ‘compañerismo’, mientras que La Vanguardia cuestiona la intencionalidad del diario de Prensa Española. Tras la entrada en vigor de la ley El Sol acusara al Gobierno de haber hecho una ley expresamente para perjudicar a La Papelera y señalará a D. Torcuato Luca de Tena Álvarez-Ossorio como el instigador de la misma. ABC, El Liberal, La Época y La Tribuna publicarán duros ataques contra El Sol y D. Nicolás María de Urgoiti Achúcarro. El Sol replicará a los dos primeros y llegará a definir a El Liberal como ‘birria matutina’

17 Junio 1920

El Sr. Dato, responsable de un atropello a la Constitución

José Ortega y Gasset

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La responsabilidad contraída por el presidente del Consejo firmando la Real Orden sobre la prensa, es gravísima, no se concibe que tan viejo gobernante como el Sr .Dato se haya dejado inducir a tal fechoría, que fuera inexcusable en un ministro virginal. Sólo puede explicarse el caso saliéndose de la Ética y suponiendo que este viejo gobernante ha querido vender un derecho público a cierta empresa periodística a cambio de no der hostilizado por ella. De todas suertes, cualesquiera sean los resortes, y un hecho que constituye un inaudito abuso de Poder, un degüello de las libertades fundamentales, un escarnio de la dignidad presidencial y, lo que es peor que todo esto y más corto de decir: una majadería.

Hay, sin duda, en el articulado un evidente propósito de favorecer a unos particulares en beneficio de otros. Esto, que por si mismo representa uno de los delitos mayores que un gobernante puede cometer, no es, sin embargo lo que más importa de la Real orden ni su más grave criminosidad.

Lo más grave está en que el Sr. Dato no es quien para mandar lo que ha mandado. Según mis noticias, EL SOL hizo constar a su tiempo que no reconocía derecho al Estado, dentro de su actual régimen, para intervenir en la vida doméstica de los periódicos. Hecha esta salvedad, mi amigo el Sr. Aznar se creyó oblgiado a buscar un acuerdo con los demás directores de periódico, inclinándose ante el imperativo del compañerismo. Yo, que soy más viejo que el Sr. Aznar y he tenido por ello más tiempo para meditar sobre las cosas española, le diría que el compañerismo como tantas otras ideas bellas, ha servido en España sólo para que los incapaces se conjuren contra los capaces y los que valen menos contra los que valen más.

Pero dejemos esto, que es más urgente lo otro: la pretensión irrisorio que el Sr. Dato tiene de creer que puede intervenir, según su rizado capricho, en la industria y comercio de periódicos. Se trata, sin duda, de una forma nueva de megalomanía y de una transitoria obnubilación del buen sentido en la mente del jefe conservador. Tal vez ha facilitado el desliz el escaso decoro y el nulo tesón que suelen poner nuestros compatriotas en defender sus libertades personales. Pero en esta ocasión no va a ser así; yo espero que muchos escritores y hombres de periódico estén tan resueltos como yo a no consentir la violación de sus derechos. En último caso, diría lo que Martín en la novela de Voltaire cuando le preguntan si hay anabaptistas, Martín responde “Qui, il y a mol”. Si los demás se diesen a una ominosa fuga y el Sr. Dato declarase: “¿Ven ustedes como en España todo se pueden hacer? ¿Ven ustedes como no hay ciudadanos que sientan el honor de sus libertades?” Yo respondería: “Perdón, Sr. Dato; “il y moi”. Y el Sr. Dato, bilingüe, me entendería.

En el preámbulo de esta Real orden se hace una exquisita distinción entre fabricantes de zapatos y los fabricantes de periódicos. Sin embargo, este preámbulo ha sido escrito o por un fabricante de zapatos o por el pie de uno que los use. Desde luego, no ha puesto en él su pluma el presidente; sería inferirle una injuria que la polémica  no justifica.

Figúrese el lector que en este miriflico preámbulo leemos: “Por honrada convicción unos, por noble compañerismo otros, explícitamente casi todos, implícitamente y por las anuencias del silencio algunos, muy pocos, todos han coincidido en esta fórmula, en que sacrifican su libertad industrial, en ese único punto material, a las conveniencias supremas de la industria, con la muchedumbre que de ella vive, y del público para el cual es al presente el periódico cotidiano imprescindible elemento y signo inexcusable de la vida social”.

De modo que se trata, nada menos de renunciar a una de las libertades más explícitas de la Constitución: la de industria. Pero como el mismo preámbulo hace notar al distinguir un zapato de un periódico van en este fundidas inseprables, las condiciones materiales y las ideales. Renunciar, pues, a l libertad industrial trae consigo, en este caso, dañar la libertad intelectual. En efecto, si a la ley de imprenta se suma esta Real orden, no va a quedar resquicio por donde pueda silbar su canción la libertad intelectual. Esta Real orden es un bozal más en manos de cualquier Gobierno audaz. Y que hay Gobiernos audaces lo demuestra el Sr. Dato gobernando, dictando reales órdenes como esta.

Pues bien, para llegar al a friolera que representa renunciar a la libertad insutrial, ¿qué se ha hecho? El preámbulo lo dice: ni siquiera se ha contado con todos los que hoy dirigen periódicos. Pero lo que no dice el preámbulo es que se ha contado sólo con docena y media. He aquí un cuento que se cuenta y no se cree.

Pero más todavía.

Aunque soy muy poco periodista, nací sobre una rotativa. Tal vez por este género de natividad me he sentido impulsado a desplazar algún esfuerzo hacia esta forma de labor literaria. Hace bastantes años fundé con el Sr. Rengifo una revista semanal: “Faro”; luego, la revista “España”, más tarde colaboré en la fundación de EL SOL. Con alguna hipérbole, pero dentro del sentido literal que el vocablo posee, puedo, en consecuencia aspirar a que el añalejo me conmemore bajo el título de fundador. Resuelto por otra parte a no ser mártir, piense en que mañana me ocurra fundar alguna otra publicación. Y entonces, súbitamente, me sobrecoge una revelación, una imagen apocalíptica, pero no trágica como las de San Juan, sino bufonesca como las de Muñoz Seca: Resulta que mi libertad industrial e intelectual ha sido enajenada ya por esa docena y media de señores reunidos en LA ÉPOCA. Si no se ha contado con los periódicos de hoy era gullería pedir que contase con los de mañana. La consecuencia es que, por ejemplo, el Sr. Luca de Tena ha enajenado ‘su’ libertad industrial y de paso, la mía. Esa imagen, la imagen del Sr. Luca de Tena enajenando mis libertades junto con las suyas me produce tan saludable hilaridad que en cierto modo contrarresta la indignación provocada en mi fuero íntimo por la Real orden. Yo siempre creeré que esta Real orden es obra del citado Muñoz Seca. Como los periódicos son, a lo mejor, dirigidos por el menos capaz, puede ocurrir que un fabricante de cosméticos haya enajenado mi futura libertad de publicar. ¡Y pensar que Camba no está ahora en Madrid?

Al comienzo de estos párrafos empleo una palabra insólita en mi literatura: digo que esta Real orden es una majadería. Yo espero al leer lo que acabo de decir, mis lectores habituales no hallarán inadecuada la cruda expresión.

Ven el Sr. Dato como ha hecho una cosa muy grave. No porque, en efecto, haya tajado la Constitución. Yo bien sé que esta Real orden no puede ser cumplida; pero precisamente esto es, de todo, lo más grave, si quiere el presidente que hablemos un minuto en serio.

EL SOL ha sostenido que no era urgente restablecer la autoridad del poder público. Esto no se consigue con las bayonetas, sino haciendo que el Poder público sea, en sí mismo, respetable. No es el mejor camino a este fin dictar Reales órdenes que no pueden ser cumplidas por carecer el Estado de derecho para darlas, y, en consecuencia, para hacerlas cumplir. Una vez más, por una ligereza que los muchos años del Sr. Dato hacen más censurables, aparece el Poder público en una actitud irrespetable. No es el mejor camino a este fin dictar Reales órdenes que no pueden ser cumplidas por carecer el Estado de derecho para darlas, y, en consecuencia, para haerlas cumplir. Una vez más, por una ligereza que los muchos años del Sr. Dato hacen más censurable, aparece el Poder público en un a actitud irrespetable. Se pretende hacer del Estado un percherón que se ponga a arrastrar vetustas carretas particulares: se entrega el gobernante a satisfacer apetitos de los unos contra los derechos de los otros; se acostumbra al español que mire la autoridad como un enemigo privado frente al cual sólo cabe buscar la justicia con la propia mano; en suma, se elabora desde el Estado, la anarquía.

Hartas veces lo ha dicho EL SOL: nuestros políticos nacionales son fabricantes de anarquía.

Y no sobraría que, en casos como el presente echase un vistazo el Rey sobre las maneras usadas por sus hombres de confianza. Porque el Rey ha puesto su mano sobre el libro de la Constitución, texto de las libertades. Y es una mano de ‘gentleman’.

José Ortega y Gasset

17 Junio 1920

El pleito de los periódicos

Editorial (Director: Marqués de Valdeiglesias)

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El brillante y ameno artículo que don José Ortega y Gasset publica hoy en EL SOL no añade un solo argumento ni una sola razón a lo que aquel periódico ha dicho ya contra la Real Orden del 13 del corriente sobre esa industria, aunque reconocemos que el docto catedrático tiene para esa postura más derecho que el diario en cuyas páginas adopta.

Que por haber dictado el presidente del Consejo esa Real orden no ha puesto las manos sobre la Constitución, es evidente, puesto que la disposición cabe holgadamente dentro de la ley llamada de Subsistencias, y ésta fue hecha constitucionalmente por la Cortes con el Rey, y lo mismo que sin agravio de la Constitución se ha usado aquella ley legítimamente para cohibir la libertad industrial de agricultores y fabricantes e intermediarios, es indiscutible que no se produce el agravio por aplicarla a las empresa periodísticas.

Pero, aunque no haya agravio para la Constitución, es indudable el derecho del Sr. Ortega y Gasset a dolerse de que eso se haga con tal de que se traba que se crea al ejercicio de la libertad de trabajo y de industria se rechace lo mismo para esa actividad que para todas las demás que vienen padeciéndolas.

Porque el caso es este, señor Ortega, y usted lo reconoce: EL SOL, por órgano de su director [Manuel Aznar] y explícitamente en sus columnas, aceptó al fin y al cabo el principio de que el Gobierno interviniera en el caso y cohibiera la libertad industrial de la Prensa, señalándola un precio mínimo y un consumo máximo de papel. Eso es un hecho indiscutible, y lo que hay que ver es si la forma en que ese principio sobre el cual se produjo la unanimidad entre todos los periódicos actuales de España, conformidad explícita en casi todos, ha sido tenido en la Gaceta, lo desvirtúa, o si , por el contrario, tiende a defenderlo a y a darle eficacia.

Dos son los puntos que se censuran: el del ancho de las columnas de anuncios, y el de los regalos. Pues esas censuras, una vez aceptado el principio, no pueden tener más que una explicación: que no fue sincera aquella aceptación. Porque si se acepta la obligación de no cobrar más de diez céntimos por el ejemplar y dos pesetas por la suscripción mensual; pero con la reserva mental de dar luego en libros o en combinaciones con revistas ilustradas tres o cuatro céntimos diarios al comprador y una peseta mensual al suscriptor, ¿dónde va a parar la sinceridad de aquel compromiso? Y si se asiente a no  exceder los trece mil centímetros por número, como no sea dedicando la diferencia de papel a publicidad y para esto no se acta un precio mínimo ¿dónde irá parar también por aquí aquella sinceridad con que se omitiera al principio?

Respecto de esto último, ni siquiera rechaza EL SOL, no lo ha rechazado al menos durante la tramitación de la Real orden, el precio mínimo de cincuenta céntimos neto por línea, sino la limitación de esa línea a cuarenta milímetros en lugar de los cincuenta y cinco que tienen de largo la línea de EL SOL o de ancho sus columnas. Es decir, que todo el motivo para el enojo en este punto se reduce a que tendría que subordinar el arriendo de su publicidad al precio máximo de sesenta y ocho céntimos y cuarto en vez de cincuenta que rige para todos los demás periódicos cuando exceda de trece mil centímetros el papel ocupado por cada uno de sus números. Para el que no invierta más de trece mil centímetros – ocho páginas de LA ÉPOCA – el precio de la publicidad, es libre; para el que lo exceda, el precio no podría ser inferior a cincuenta céntimos por línea de cuatro centímetros de largo, a sesenta y ocho céntimos y cuarto por línea de cinco centímetros y medio de largo.

Ni aun con el refuerzo del señor Ortega y Gasset podrá EL SOL convencer a nadie que eso justifique UNA VEZ ACEPTADO EL PRINCIPIO de que nuestro estimado colega se vuelva atrás y se coloque en rebeldía. De momento, esto puede producir ufanía. Cuando la reflexión actúe, creo que no.

19 Junio 1920

Acerca de la liberta industrial. Contestación a LA ÉPOCA

José Ortega y Gasset

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En su editorial del jueves pone LA ÉPOCA algunos comentarios a lo que yo he escrito sobre la Real orden liberticida. Yo quisiera que estos comentarios me hubiesen parecido tan convincentes como me han parecido amables. El articulista de LA ÉPOCA ha malgastado un tercio de habilidad que le envidio para cubrir con un velo la gran fechoría del Sr. Dato. No puede, sin embargo, darme en parte la razón. Pero yo aspiro a que me la otorgue íntegra. Tal aspiración no se nutre de una excesiva confianza en mis dotes de argumentador, sino a estos otros dos motivos: la sencillez del asunto y la seguridad en que estoy de que LA ÉPOCA, cuando descubra la verdad frente a sí, cambia de sitio y se pone junto a la verdad.

Yo voy a dejar a un lado cuanto LA ÉPOCA dirige a EL SOL. Ya este periódico responderá por si mismo. Voy, y ello brevísimamente a contestar las objeciones que nominatim me envía.

Una de ellas – no son más de dos – consiste en suponer que no es anticonstitucional la Real Orden porque cabe holgadamente dentro de la ley llamada de Subsistencias. Esto, claro es, lo dice en broma LA ÉPOCA; como lo dice ya en burleta el preámbulo del orden. La ley de Subsistencias está hecha para regular el precio y acervo de artículos alimenticios, pero no de artículo periodísticos; puede legislar sobre tasa y reparto de primeras materias a fin de evitar la escasez o la carestía injustificada de ellas; pero no intervenir en las cuestiones de concurrencia individual.

Curioso es que la real orden no ha sido formalmente fundada en esa ley ni ha sido tramitada por los organismos encargados de extender los mandatos de de ella derivan. ¿Por qué? LA ÉPOCA lo sabe mejor que yo. El escándalo que hubiera seguido a ese abuso de tal ley habría sido enorme, aún descontando la defectuosa dignidad con que el español responde a los que violan sus derechos y franquías. Nadie cree al Sr. Dato capaz de usar la ganzúa compuertas de la ley excepcional de subsistencias para el presente menester. Porque aquí no se raciona la primera materia, que es el papel. Después de la Real orden, como antes de ella, puede gastarse la cantidad que se quiera. A lo que obliga es a vender el papel impreso a un precio mayor del que se vendía, única vez en que la ley de Subsistencias parece traer consigo aumento de costo en un producto. Esta Real orden es, como ya la gente dice por plazuelas y tranvías: la “tasa al revés”

El preámbulo de la Real orden funda más bien su articulado en una hipócrita ternura haia las empresas periodísticas para impedir que las emulaciones indivudales no llegaran a la propia ruina. ¡Oh, previsor Estado! ¡Oh, Dato, suplantador de la divina providencia! ¡Oh, sublime ley subsistencia! Que ahora resulta enargada de evitar emulaciones individuales” (léase libertad industrial) y de que yo me arruine.

Yo pido a LA ÉPOCA y al Sr. Dato que me dejen arruinarme en paz. ¿Por qué no me han de dar gusto en este capricho mío?