21 febrero 1981

El prelado está considerado un obispo progresista

El obispo Díaz Merchán es elegido presidente de la Conferencia Episcopal en medio de la crisis nacional desatada por el 23-F

Hechos

El pleno de la Conferencia Episcopal celebrado entre el 23 y el 24 de febrero de 1981 eligió al obispo D. Gabino Díaz Merchán como nuevo presidente reemplazando al obispo Tarancón.

Lecturas

El 24 de febrero de 1981 en una votación marcada por coincidir con el intento de Golpe de Estado en España, el arzobispo de Oviedo, D. Gabino Díaz Merchán, es elegido nuevo presidente de la Conferencia Episcopal de España en sustitución de D. Vicente Enrique Tarancón, que ha ocupado el cargo desde 1971.

El Sr. Díaz Merchán obtuvo 34 votos frente a los 33 conseguidos por el obispo de Zaragoza, D. Elías Yanes.

La elección del obispo Díaz Merchán supuso una sorpresa ya que el prelado asturiano está considerado un hombre progresista, alejado de las posturas conservadores del cardenal emérito y obispo de Toledo, D. Marcelo González, lo que hacía que los analistas lo descartaran. El Sr. Díaz Merchán está considerado en sintonía con otros obispos considerados progresistas como el de Vallecas (Monseñor Iniesta) o el de San Sebastián (Monseñor Setién).

 

VOTACIÓN PARA LA PRESIDENCIA

D. Gabino Díaz Merchán (Obispo de Oviedo) logró 34 votos.

D. Elías Yanes (Obispo de Zaragoza) logró 33 votos.

D. Delicado Baeza (Obispo de Valladolid) logró los 3 votos restantes.

VOTACIÓN PARA LA VICEPRESIDENCIA

D. Delicado Baeza (Obispo de Valladolid) logró 47 votos

D. Elías Yanes (Obispo de Zaragoza) logró 10 votos.

D. Ángel Suquía (Obispo de Alcalá) logró 8 votos.

Monseñor Díaz Merchán estará al frente de la Conferencia Episcopal hasta febrero de 1987 cuando le reemplazará monseñor Suquía. 

28 Febrero 1981

Un modernizador en la Iglesia

EL PAÍS (Editorialista: Javier Pradera Cortázar)

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LOS OBISPOS españoles han elegido para la presidencia de la Conferencia Episcopal a uno de sus hombres más respetados.En sus diez años de presidente, el cardenal Tarancón logró desenganchar a la Iglesia española del nacionalcatolicismo, rompiendo de esta manera el maleficio de una Iglesia tradicionalmente aliada con las fuerzas más reaccionarias de nuestra historia. El liderazgo indiscutible del anterior presidente tuvo en este proceso un peso decisivo.

Sin embargo, la llegada de la democracia creó un evidente desconcierto en los prelados españoles, que lo tradujeron en una tendencia centrífuga, más preocupada por defender intereses corporativistas que en desarrollar una visión generosa de los problemas del país. Ocurrió así cuando llegaron las elecciones de representantes del pueblo, momento en el que la Iglesia trató de orientar el voto católico hacia partidos cuyos programas en temas de divorcio, aborto y enseñanza coincidían con los de la jerarquía. Y la misma tendencia se repitió con la ley de Centros Docentes no Universitarios, donde la Iglesia defendió contumazmente los intereses de sus centros en nombre de la libertad de enseñanza, relegando consideraciones de interés general. Otro tanto sucedió con el proyecto de ley sobre el divorcio, no contentándose los obispos con exponer la doctrina católica, sino que trataron por todos los medios de que el legislador tradujera en norma sus planteamientos pastorales.

Las primeras declaraciones del nuevo presidente, Díaz Merchán, al tiempo que reflejan fielmente su línea anterior anuncian un mayor respeto al pluralismo social de nuestro país. Decía el arzobispo de Oviedo que « lo principal es la presencia de la Iglesia en la sociedad, no la politización». La Iglesia, al igual que cualquier otra institución social, es muy dueña de influir en el tejido social y hacer valer en él, por métodos persuasivos, sus planteamientos éticos sobre los problemas de la realidad española. Pero es el Estado, a través de instituciones laicas, quien decide lo que quiere o interesa a la sociedad en su conjunto.

Si Díaz Merchán, que pasa por ser hombre moderadamente modernizador, es capaz de integrar las tensiones intraeclesiales y de distanciar a la jerarquía de la reyerta política, habrá hecho un buen servicio no sólo a los católicos de este país, sino al país mismo. Es verdad que esta esperanza se ve mitigada por hechos como la timidez de la respuesta de la jerarquía católica al brutal atentado contra las libertades que protagonizaron sectores de las Fuerzas Armadas el pasado lunes. Sin involucrar para nada su actitud en las diferentes opciones políticas, los obispos bien podrían haber hecho gala de su desvelos por la sociedad española y el bien común, ejerciendo la acción pastoral en un tema tan unificador de las posiciones populares como que era todo el Congreso de los Diputados -representación de la soberanía de este país- el que estaba bajo el secuestro de la fuerza y el terror armado. Díaz Merchán accede, pues, a sus responsabilidades en momentos de indudable tensión y preocupación para España. De su tacto y de su capacidad depende en gran parte que la influencia de la Iglesia católica no sea un factor de división entre españoles ni un elemento más de manipulación por los enemigos de la libertad. Actitudes valerosas y aún recientes del episcopado español avalan sobradamente -pese a los últimos acontecimientos- esta posibilidad.