16 junio 1979

El Papa Juan Pablo II realiza una visita a su país natal, Polonia, y se convierte en el primer pontífice que visita un país comunista

Hechos

En junio de 1979 el Papa realizó una visita oficial a Juan Pablo II.

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06 Junio 1979

El viaje del Papa a Polonia

EL PAÍS (Editorialista: Javier Pradera Cortázar)

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EL VIAJE que actualmente está realizando el papa Juan Pablo II a su país natal es toda una apuesta, tanto por parte del Gobierno polaco y del Partido Comunista como por parte de la Iglesia. En algunas instancias muy altas de este partido se pensaba en meses pasados que su porvenir podía jugarse enteramente durante la visita papal, que se había rechazado, por ejemplo, en tiempos de Pablo VI. Ahora era mucho más complicado rechazarla. Para Gierek, la visita del Papa podía fortalecerle en alguna medida frente al Kremlin y, de modo indirecto, suponerle una ayuda a una política de mayor independencia o más nacionalista.Sin embargo, Juan Pablo II, en Polonia, no ha dejado de poner énfasis en el valor supremo del hombre aplastado por las ideologías; lo que quizá no deba entenderse necesaria o únicamente como una crítica -a leer entre líneas, y que los polacos, acostumbrados a este ejercicio, comprenderán a la perfección- contra el régimen totalitario del país, sino, sobre todo, como expresión de la idea del papa Wojtyla, absolutamente convencido de que el mundo no está ya en la época de la guerra fría. Así las cosas, el Papa trata de conseguir en los regímenes comunistas un espacio vital para el catolicismo.

Si todo resulta bien, el señor Gierek parece dispuesto, en principio, a conceder a la Iglesia polaca la educación religiosa en las escuelas o a que se transmitan los cultos católicos por televisión, aunque no a que los católicos ocupen altos cargos políticos ni a tolerar una prensa católica absolutamente libre. Los católicos polacos no creen mucho en el famoso diálogo entre marxistas y cristianos y están convencidos de la inmutabilidad ideológica y de talante dictatorial del régimen, pero si la coexistencia con éste se logra en alguna mayor medida, la Iglesia polaca habrá dado un paso muy importante.

Wojtyla, en cualquier caso, ha matizado, desde que puso los pies en el aeropuerto de Varsovia, el carácter religioso sobre el que descansa todo el éxito, lleno de riesgos, de este viaje. Dijo allí que este viaje tenía una mera finalidad religiosa, aunque también, evidentemente, quería colaborar a un mejoramiento de las relaciones entre Polonia y el Vaticano y a la paz mundial. El papa Wojtyla ha querido presentar, pues, a la Iglesia bajo su aspecto exclusivamente religioso y no como un poder. La enorme manifestación popular de adhesión al Pontífice podría convertirse en otro caso en algo contraproducente: intimidar al régimen e incluso a la Unión Soviética ante la sorprendente vitalidad de lo religioso, que teóricamente tendría que estar muerto después de la revolución comunista, y tornar por eso mismo más rígidos e intolerantes a estos regímenes con respecto al catolicismo.

Cuando transcurran unas semanas después del viaje sabremos, en efecto, si ha dado los frutos apetecidos. Si por parte de la Santa Sede se han logrado los objetivos de tolerancia y coexistencia más amplios y si Gierek ha visto reforzada su imagen internacional frente a la creciente presión soviética. ha de pasar a la historia juntamente con su equipo gubernamental como víctima de sus «errores subjetivos». Exactamente como ya sucedió con el señor Gomulka.