20 febrero 2005

Aquella carta magna europea nunca vería la luz al ganar el NO en el referendum de Francia

Referendum para la Constitución Europea en España: El ‘SÍ’ pedido por PSOE y PP gana claramente al NO que pedían los extremos

Hechos

RESULTADOS DEL REFERENDUM:

SÍ – 76,73% de los votos

NO – 17,24% de los votos

Lecturas

LOS DEFENSORES DEL ‘SÍ’

zapatero_t411_M_Rajoy El Gobierno del PSOE que encabezaba D. José Luis Rodríguez Zapatero y el principal partido de la oposición el PP de D. Mariano Rajoy hicieron campaña a favor del ‘SÍ’ a la Constitución Europea.

LOS DEFENSORES DEL ‘NO’

IU_Gaspar_Llamazares_2008 La formación Izquierda Unida, encabezada por el Partido Comunista, de D. Gaspar Llamazares, hizo campaña a favor dle ‘NO’. Izquierda Unida estaba en horas bajas por sus malos resultados en las elecciones generales de 2004, en la que un gran número de sus votantes de pasó al PSOE.

europa_asi_no La Plataforma ‘Europa Así No’ fue una plataforma para defender el voto negativo impulsada por la web de derecha religiosa HazteOir.org (acusada de estar vinculada al grupo mexicano ‘El Yunque’) y en la que participaron a intelectuales y periodistas considerados de tendencia derechista y anti-izquierdista como D. Pío Moa, D. César Vidal o D. Enrique de Diego. Otros periodistas próximos a esos posicionamientos como el locutor de la COPE D. Federico Jiménez Losantos, optaron por defender que no se votara el ‘SÍ’ pero sin pedir abiertamente el ‘NO’.

21 Enero 2005

SÍ a la Constitución Europea

Luis María Anson

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Si en los años sesenta se hubiera levantado la piel de mi generación se habrían encontrado, grabadas sobre la carne viva, estas dos palabras: la libertad y Europa. La libertad, salvo en el País Vasco que padece bajo la dictadura del miedo, se ha conquistado en España, garantizada constitucionalmente por la Monarquía de Todos. A Europa nos hemos incorporado y, además, en el vagón de cabeza.

Ahora se plantea a los españoles refrendar la Constitución europea. Es sólo un paso. Tras la Unión Europea vendrán los Estados Unidos de Europa. Es, por otra parte, un paso cicatero porque negarse a reconocer en el texto constitucional las raíces cristianas del Viejo Continente resulta sectario y antihistórico. Y establecer la guerra preventiva como fórmula de intervención en determinados conflictos es un error de grueso calibre.

A pesar de eso, como el balance del texto constitucional resulta abrumadoramente positivo, yo votaré sí a la Constitución europea. Hay que mirar hacia adelante con la frente despejada y el ánimo satisfecho. Los nacionalismos decimonónicos vuelven la mirada hacia atrás. Ibarreche y Carod-Rovira se han convertido en estatuas de sal como la mujer de Lot. Aspiran a la independencia de sus regiones cuando España ha dejado de ser una nación independiente al integrarse en la supranacionalidad europea. No hay ya moneda española sino moneda europea. No hay ya fronteras españolas sino fronteras europeas. No hay, en aspectos sustanciales, legislación española sino legislación europea. Y, en muy poco tiempo, no habrá pasaporte español sino pasaporte europeo ni Fuerzas Armadas españolas sino Fuerzas Armadas europeas ni Cuerpos de Seguridad españoles sino Cuerpos de Seguridad europeos. Los Gobierno español, francés o italiano serán para Europa lo que los Ejecutivo regionales autonómicos son hoy para España, Francia o Italia.

De manera que sí a la Constitución europea. Sí al futuro. Sí a la construcción política supranacional del siglo XXI frente a los histerismos nacionalistas del XIX.

 

12 Febrero 2005

Carta abierta a un euroescéptico

Óscar Alzaga

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Mi buen amigo: discúlpeme que le ponga estas letras a la vista de que se nos echa encima el referéndum sobre la Constitución europea y el ambiente está aún más gélido de lo que sería de esperar en estos días invernales. E intuyo que usted, con todo derecho -no faltaría más-, se ha sumergido en el escepticismo y se pregunta por qué votar a favor de una Constitución que ni logra leer entera dada su prolijidad, ni entiende bien por su complejidad, ni ve que sea objeto por estos lares de debate público mínimamente esclarecedor. Así es que usted, según me temo, duda sobre si hacer cola ante la urna o, si se decide a acudir a depositar su voto, optar por la papeleta del «no», quizás para dar un varapalo en la cresta a esos políticos que suscriben la iniciativa, pero en los que no se anima a confiar plenamente.

Vaya por delante que le respeto muy de veras. Lo de dudar es cosa de sabios. Contaba Zubiri una deliciosa anécdota relativa a Husserl. Un día los alumnos de éste vieron a la puerta del aula un anuncio que rezaba así: «El profesor Husserl comunica a sus alumnos que hoy no podrá dar su clase porque no ha terminado de ver claramente el tema que les había de explicar». En su curso el gran filósofo se movía arriesgadamente, sin temor al desprestigio, en la docencia de dudas y problemas, auténtico pórtico de toda reflexión sosegada y de conclusiones certeras y ecuánimes. Porque, a la postre, Husserl, tras dudar, siempre se comprometió con las cuestiones de su tiempo.

Admitamos como punto de partida +que este Tratado puede ser acreedor de más dudas que entusiasmos, entre otras causas, porque no se ha redactado entusiásticamente por ningún sector sociopolítico de nuestra vasta y compleja Europa. A esta llamada Constitución (hasta sobre su naturaleza jurídica cabe albergar serias dudas) le sucede lo que a la mayoría de los grandes textos políticos de la historia; que para su gestación todos han tenido que hacer concesiones para que el resultado pueda ser asumido por todos. A nadie le gusta por entero para que a nadie le disguste ampliamente. Dicho en otras palabras, estamos en presencia de un texto de compromiso que se caracteriza por que su extensísimo articulado establece una mera Constitución de mínimos.

A los que somos europeístas desde que tenemos uso de razón, si le he de confesar la verdad, esta Constitución nos sabe a poco, pues es esencialmente una codificación, que incorpora avances, aunque muy parcos, respecto de la situación precedente. Pero ello a nadie puede extrañar. Estamos ante un texto pactado con los gobiernos europeos más euroescépticos y por ello ha resultado de aplicación la vieja máxima de la Marina según la cual la flota navega a la velocidad del buque más lento. Cabe decir, consecuentemente, que, a diferencia, por ejemplo, de la implantación del euro, esta Constitución es un paso hacia la construcción europea de modesto alcance, aunque en la dirección correcta y dotado de la máxima solemnidad.

No sé bien cuáles son sus miedos ante el trance del referéndum. Pero si usted teme que en los entresijos de esta Constitución venga a hurtadillas un manojo de nuevas obligaciones tributarias puede estar bien tranquilo porque, aunque las asambleas medievales nacieron para discutir y aprobar unos impuestos que no se querían dejar en manos del rey y de su corte, el Parlamento Europeo permanecerá huérfano de toda competencia en política fiscal. Y si usted se teme que su bolsillo va a pasar a soportar parte de los costes de algún moderno y caro ejército europeo, puede también relajarse porque esta Constitución no dedica una sola palabra a posibles Fuerzas Armadas europeas. Como le decía, escasas novedades y muy contados pasos adelante, que si pecan de algo es de excederse en la práctica de la virtud de la prudencia.

Llegados a este punto intuyo que mis desordenados párrafos anteriores puedan interpretarse en el sentido de que si se trata de apoyar un paso tan discreto para qué molestarse el día del referéndum. Sin embargo, querría llevar a su ánimo una reflexión bien diferente. A nadie se le oculta que en la civilización del confort en que estamos inmersos lo más cómodo es quedarse en casa a resguardo de las inclemencias del tiempo. Pero la desidia, la pereza o la galbana -que se decía familiarmente en Castilla- no son precisamente grandes virtudes cívicas. Estoy seguro de que usted, como casi todos, se ha quejado alguna vez de que la construcción de Europa es algo que mangonean políticos y burócratas, sin contar gran cosa con la ciudadanía. Bastante hay de cierto en este llamado déficit democrático. Sin duda se ha de lograr que en la andadura de este camino pese más la opinión pública. Pero convendrá usted conmigo en que para una rara vez en que se nos consulta no nos podemos refugiar en una abstención comodona, salvo que busquemos que no nos vuelvan a preguntar ni la hora en dos o tres décadas. Ello sería tirar piedras contra nuestra propia queja.

Puestos a ir a votar, habrá obviamente que asumir la opción entre el «no» y el «sí». No sé cuál es su sensibilidad particular, pero la de buena parte de los euroescépticos es proclive al «no» porque temen que muchas decisiones políticas que hoy se toman en sedes nacionales pasen a adoptarse en las comunitarias. Es más, me barrunto que entre los euroescépticos de nuestros nacionalismos periféricos pasa otro tanto respecto del temor a ver reducidas las atribuciones de sus poderes autonómicos. Todo ello guarda relación con sentimientos dictados por el corazón y, por consiguiente, merece nuestro respeto. Ahora bien, si nos esforzamos por arrojar luz racional sobre este fenómeno vislumbraremos que este rechazo tiene muy débil fundamento. No es que el Estado transfiera competencias estatales y de las comunidades autónomas discrecionalmente. Lo que ocurre es que ciertas parcelas de la realidad han ido desbordando las viejas fronteras y demandan tratamientos supranacionales. La globalización va transmutando ciertas competencias en comunitarias por la ne-cesidad de abordarlas a escala continental. No es lógico que nos duela la inevitable asunción progresiva de competencias por la Unión en ámbitos como el medio ambiente, la pesca, la defensa de la libre competencia… ¿Realmente creemos que podemos avanzar al ritmo de Estados Unidos, Japón o China haciendo la carrera por libre cada país europeo? Por supuesto que no; pues bien, seamos realistas y no nos abandonemos a una quejumbre castiza que a nada conduce. Otra cosa es, por supuesto, que la construcción europea debe respetar el principio de subsidiariedad y que hay competencias importantes, como la de la cultura, que no tienen por qué transferirse a Bruselas.

La Constitución europea es, por lo demás, un resorte técnico-jurídico útil para profundizar en la noción de la ciudadanía europea que a todos nos beneficia, al igualarnos en el disfrute de los derechos fundamentales con nuestros vecinos y al permitirnos gozar de un trato no discriminatorio cuando residimos en otro Estado miembro de la Unión.

Si compartimos los grandes valores en que se asienta nuestra Constitución de 1978 no debemos sentir recelo hacia la nueva Constitución Europea, prolongación natural de un proceso de integración continental inspirado en los mismos principios y valores que configuran el sustrato de todas las democracias europeas. En 1978 nuestra Constitución fue la que con mayor claridad se planteó en Europa, en su artículo 93, la posibilidad de autorizar, mediante ley orgánica, la celebración de tratados por los que se pudiera atribuir a una organización internacional el ejercicio de competencias derivadas de la Constitución. La vocación de adherirnos a la Unión Europea, el europeísmo, es uno de los denominadores comunes del consenso constitucional de 1978 que hoy debemos tener todos tanto interés en preservar. Si el curso seguido desde que en 1957 se firmó el Tratado de Roma ha sido tan positivo para la convivencia de los pueblos europeos, para superar sus antiguas divisiones y para forjar un destino común no hay motivos en ningún rincón de esta vieja Europa para regatear un nuevo paso en la misma dirección. Y si desde su entrada en vigor en 1986 nuestra adhesión a la Unión Europea ha sido pieza esencial de nuestro consenso político básico nacional, fuente de modernización y de prosperidad, ni usted ni yo entenderíamos bien que de esta dura tierra nuestra surjan rechazos, máxime cuando, como bien escribió Cervantes en El Quijote, «no hay mayor pecado que el desagradecimiento». La Constitución quizás no aporte mucho, pero una amplia abstención entre nosotros o el «no» de España debilitaría nuestro consenso constituyente y nos descalificaría a los ojos de gran parte de los europeos que han sido tan solidarios con nosotros en estos últimos lustros.

Permítame usted que para terminar le diga con franqueza que imagino que a algunas personas les asaltará la humana tentación de darles un puntapié a ciertos políticos en las posaderas de esta Constitución Europea. Si éste es su caso, querido lector, yo le sugeriría que refrene sus ímpetus porque ocasiones no le faltarán para votar a favor o en contra de unos u otros hombres públicos. Pero esta modesta Constitución Europea que ningún mal nos ha hecho ni nos va a producir bien se merece un voto de confianza, como se lo merecen nuestros hijos y nietos, que disfrutarán en la aldea global del siglo XXI de ser protagonistas del gran proyecto europeo.

¿No le parece a usted, mi querido amigo, que debemos evitar que nadie pueda decir dentro de unas décadas que no estuvimos en febrero de 2005 a la altura de las circunstancias, ni por desidia ni por cortedad de miras? Un cordial saludo.

13 Febrero 2005

Nacionalistas del 'no'

EL PAÍS (Director: Jesús Ceberio)

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LLos principales aliados del partido del Gobierno, ERC e IU, propugnan votar no en el referéndum de ratificación del tratado constitucional europeo. Partidos no menos nacionalistas que Esquerra Republicana, como el PNV y CiU, ambos en la oposición, propondrán, por el contrario, el . El PNV, tras algunas dudas y un arduo debate interno, se decantó por el voto positivo. Pesó más la tradición europeísta de ese partido que consideraciones coyunturales. Se ha señalado la incongruencia de respaldar a la vez la Constitución europea y el plan Ibarretxe. Sin embargo, es posible ver esa decantación -así como su integración en el europeísta PDP de Romano Prodi- como un anclaje que permita en su momento emprender la rectificación: cuando el plan llegue al final del callejón.

Convergència Democràtica, a diferencia de sus socios de Unió, se pronunció en julio por el no, virando luego a un sí condicionado a un mayor reconocimiento del catalán. Finalmente ha optado por el , como desde el comienzo recomendó Pujol y aconsejaban las encuestas: una del CIS reveló en diciembre que sólo el 10% de los votantes de CiU estaban por el no.

Será ERC, por tanto, quien abandere el rechazo a la Constitución europea en Cataluña, como lo hará el BNG en Galicia y Eusko Alkartasuna en Euskadi. Todos ellos comparten como argumento principal la falta de reconocimiento en el tratado de los derechos de los pueblos sin Estado, y en particular del derecho de autodeterminación. En ERC hubo un momento de duda, tanto porque su base social está dividida sobre la cuestión como por la difícil compatibilidad entre el no y su política de alianzas. Pero prosperó el rechazo, planteado con la esperanza de que pueda servir para atraer al sector más nacionalista del electorado de CiU.

En todo este planteamiento hay un cierto equívoco sobre el sentido de la votación, cuyo porcentaje de síes va aumentando -hasta el 51%- a medida que se acerca el 20 de febrero, según refleja la última encuesta del Centro de Investigaciones Sociológicas. Si se trata de apoyar sólo aquello que coincida con el «ideal de nuestro proyecto europeo» -la frase es de Artur Mas-, muy pocos ciudadanos de la UE podrían respaldar constitución alguna. El punto de referencia debería ser no un ideal de partido -qué hay de lo mío-, sino si la Constitución mejora lo que hay. Lo hace, en la perspectiva de la construcción europea, al garantizar valores democráticos como los recogidos en la Carta de Derechos Fundamentales y otros propios del modelo social europeo, tan distinto, por ejemplo, del estadounidense.

Lo que se vota no es el acuerdo con cada artículo, sino a favor de que haya una Constitución europea que recoja en una norma escrita el resultado de los avances en la construcción europea, y permita seguir avanzando. Su contenido es el que ha sido posible consensuar entre representantes de cientos de partidos de 25 países. Es por ello más lógico que se opongan a ella las formaciones de la extrema derecha antieuropeísta que partidos de izquierda que lo hacen por considerarla «poco europeísta» o «poco social», con el argumento de que «hay otra Europa posible». Posible, puede, pero ésta es la mejor de las probables.

13 Febrero 2005

España, por el futuro de Europa

José Luis Rodríguez Zapatero

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Cuando el próximo domingo 20 de febrero los españoles seamos los primeros ciudadanos europeos que directamente tengan la oportunidad de decidir en torno al futuro de una Constitución para Europa, recuperaremos nuestra voz más peculiar: la de quienes han nacido como pueblo en una integradora diversidad y en la más rica mezcla de culturas. País de los puentes tendidos, España ha de aprovechar lo que esta cita significa: el abrazo entre el pasado y el porvenir en un presente que, con su decisión, asume responsabilidades.

Les propongo hacer memoria; sólo así las razones y los argumentos a favor de la aprobación del Tratado por el que se establece la Constitución para Europa cobrarán sentido.

Durante la primera mitad del siglo pasado, nuestro continente fue una sucesión de conflictos que arrastraban un pasado sin resolver, y que desembocaron en una guerra donde se cometieron las mayores atrocidades conocidas en la historia de la humanidad: cerca de setenta millones de personas, más de una vez y media la población de España, perdieron la vida en la geografía de Europa.

Sin embargo, la devastación no pudo con la esperanzadora necesidad de construir esa nueva Europa en la que los cimientos más firmes de una cultura de paz fueran, precisamente, la herencia del pensamiento y el diálogo. Así, los países que habían sido enemigos irreconciliables, empezaron a poner en común ciertos sectores de su actividad económica, quizás porque todo intento de futuro deba comenzar por el reparto equitativo de las riquezas, materiales y espirituales, esto es, el medio para que los principios básicos de la dignidad y la justicia estén protegidos de toda inclemencia. Alemania, Francia, Italia y los miembros del Benelux fueron los primeros impulsores del proceso, que inició enseguida un camino de ampliación y profundización.

Como sucedió con otros países sometidos a regímenes dictatoriales, España no pudo incorporarse, desde el principio, al proyecto europeo. Pero en el horizonte de los españoles la libertad, la democracia, la prosperidad y la justicia social, la tolerancia y Europa fueron, durante décadas, ideales comunes.

La recuperación democrática nos permitió volver con plenitud a Europa; y, desde 1986, nuestro país ha podido contribuir activamente a que la Unión Europea se haya convertido en una referencia mundial como espacio de paz, de solidaridad y, por tanto, de progreso.

A su vez, Europa ha aportado importantes recursos económicos que han impulsado la modernización de nuestra sociedad. En estos años, España se ha convertido en uno de los países más estables, libres, respetuosos y dinámicos del mundo: y es la hora de que España se ponga a la vanguardia del importante proceso que supondrá la aprobación de una Constitución para Europa.

El texto sobre el que los españoles nos pronunciaremos no resuelve por si sólo todos los problemas que los europeos deberemos afrontar; ningún texto constitucional podría hacerlo. Pero se trata de definir una buena estructura organizativa para que Europa siga avanzando.

La Constitución consolida un espacio de libertades para 450 millones de ciudadanos, dando contenido al concepto de ciudadanía europea. La inclusión de la Carta de Derechos Fundamentales resalta, en una Europa sin fronteras, el respeto de los derechos humanos y su sistema de garantías, incorporando como suyos los valores del pluralismo, no discriminación, tolerancia, justicia e igualdad entre mujeres y hombres que son los valores intelectuales y éticos característicos de nuestro continente.

La Constitución fortalecerá la seguridad en Europa. Las amenazas que todos padecemos nos obligan a cooperar más estrechamente. Por eso, los instrumentos que el Tratado contempla, y su cláusula de solidaridad en particular, nos harán más eficaces frente a los ataques terroristas: el espíritu crítico ha sido una de las herramientas fundamentales del pensamiento y la acción europeos, y es una de las grandes bazas frente al fundamentalismo de otros.

La Constitución promueve la cohesión económica, social y territorial porque el Tratado «constitucionaliza» el modelo social de Europa, lo que ayudará a orientar nuestras políticas económicas hacia la solidaridad y el pleno empleo, como han sabido valorar los sindicatos. Mediante tal cohesión, progresaremos en el terreno de la formación, en el de la investigación y en la competitividad de nuestras estructuras productivas.

La Constitución permitirá que Europa profundice en la calidad de la democracia. La legitimidad del Tratado se funda no sólo en los estados, sino también en los Ciudadanos, y el Parlamento Europeo verá sus funciones sustancialmente aumentadas.

La Constitución facilitará la toma de decisiones en una Europa de veinticinco o más miembros. Podremos agilizar y desburocratizar alguno de los procedimientos; se abandonará, para determinadas decisiones, la exigencia de la unanimidad del Consejo; y el recurso a las cooperaciones reforzadas favorecerá mayores avances entre los Estados dispuestos a incrementar sus proyectos comunes.

La Constitución fortalecerá el papel de Europa en la escena internacional. Los europeos estaremos en condiciones de asumir nuestro compromiso con los problemas del mundo porque el Tratado ofrece los medios idóneos para actuar a favor de la paz y de la estabilidad global. Asimismo, la configuración de una política exterior y de seguridad común con el Ministro de Asuntos Exteriores y el Servicio Exterior Europeo, propiciará la difusión de un punto de vista europeista que quiere fundar las relaciones internacionales en el respeto a la dignidad y la libertad de cada persona, la solidaridad con los que más la necesitan, la defensa de la legalidad internacional, y la resolución pacífica de las controversias, pues es Europa, no podemos olvidarlo, el espaciodonde la Cultura, en su más noble sentido, propicia el encuentro para resolver discrepancias.

Estas son las orientaciones que propone el Tratado Constitucional, lo que es para Europa un importante salto cualitativo. Algunos le reprochan una supuesta modestia en sus propósitos; otros consideran que va demasiado lejos; hay quienes lo adscriben a una ideología y otros, a la contraria; la grandeza del Tratado esté en su integración de lo múltiple y en ser la primera Constitución política que articula la unidad dándole cabida a lo diverso.

El Tratado ha sido el fruto del acuerdo político entre diferentes sensibilidades europeas. También suscita un alto grado de consenso en la mayoría de los grupos políticos de nuestro país. Simboliza, en mi opinión la Europa necesaria para el mundo, para nuestra generación y para las próximas, que habrán de ser quienes más la desarrollen y mejoren. Se trata, pues, de que soñemos esa Europa para hacerla posible.

Supone para mí un orgullo que los españoles podemos, a través del referéndum del próximo día 20, actualizar y proclamar nuestra vocación europea, el mismo año, además, que celebramos el IV centenario de la publicación del Quijote. Como primer exponente del espíritu moderno, generaciones de europeos han encontrado y disfrutado, en el Quijote, de las esperanzas, los ideales y los miedos del ser humano; pero también han aprendido entre sus páginas la felicidad del respeto a la mirada individual sobre la vida, y una tolerancia que, sin duda, ha presidido la construcción de Europa. Esto convencido de que el pueblo español, como en tantas ocasiones de nuestra historia reciente, dará un ejemplo de madurez democrática y, al renovar su compromiso con el proyecto europeo, tomará una decisión acertada, responsable e inteligente.

17 Febrero 2005

La Ley Polanco, otro motivo para votar NO

Federico Jiménez Losantos

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La Vicepresidenta del Gobierno tiene del Derecho la misma idea que los hooligans del fútbol: todo vale con tal de que gane su equipo. Pero incluso cuando el error arbitral no es un error, cuando el penalti no es penalti, cuando el atraco es eso: un atraco, conviene que no se note demasiado, que incluso cuando se tiene la certeza del robo, no se padezca la grosería del abuso ante testigos. Al fin y al cabo, con ese equipo habrá que volver a jugar, en algún momento habrá que visitar su campo, la Liga se repite con la misma regularidad que antaño las cuatro estaciones, ahora reducidas a dos: el campeonato en sí y la espera a que empiece de nuevo el campeonato. No es prudente abusar siempre y sin medida porque, más tarde o más temprano, te pasan la factura o se instala ante tu puerta El Cobrador del Frac.
Que ante el eurodiputado Luis Herrero y en una de las cadenas de televisión cuyos derechos se menoscaban, Antena 3 TV, Fernández de la Vega haya dicho que si el Gobierno no le ha concedido aún el derecho a Polanco a emitir Canal+ en abierto es porque aún no se lo ha pedido, demuestra que todas las morisquetas prodigadas por ZP a los medios críticos no han sido sino formas de dilatar o diferir el destape definitivo, es decir, su condición de instrumento en manos del verdadero poder en España, que no es el Ejecutivo, el Legislativo ni el Judicial, sino el de Jesús de Polanco. Todo el talante se va al garete cuando de Polanco se trata. Todo el talento, si lo hay, se convierte en abyecta sumisión. Ni siquiera González, que de nuevo exhibe piafante su rencor inextinguible, se atrevió a favorecer tan escandalosamente a su ayo, socio y mentor, el gran responsable intelectual de todas las fechorías del PSOE, en el Gobierno y en la Oposición, desde pactar con los separatistas y los antisistema hasta hacer del Estado de Derecho un chiste venezolano contado por Chávez, uno de los aliados internacionales de este gobierno salido de la masacre del 11M y su manipulación prisaica, cuyo único norte sigue siendo la demolición del PP y de la media nación que representa. ¿Que para eso hay que liquidar España? Pues se liquida. ¡No hace tiempo que le tenían ganas!
La Ley Polanco no es la única pero sí la última y no la menor de las razones para votar NO este domingo al secuestro de la democracia y de la propia España. Por si faltaban.

19 Febrero 2005

No votar o votar no

Javier Órtiz

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«Hay que votar, y hay que votar sí…». El presidente del Gobierno vuelve una y otra vez sobre ambas consignas cada vez que se dirige a la población en estas horas previas al referéndum sobre el Tratado que establece la llamada «Constitución Europea». Lo mismo hace el máximo dirigente del PP, aunque tal vez con un punto de rotundidad algo menor.

Los dos saben que ambas actitudes ciudadanas -la abstención y el voto negativo- resultan igual de nocivas para su modo de hacer política en el escenario europeo.

Igual de nocivas, aunque cada una a su modo.

La abstención puede llegar por diversas vías. Puede provenir del desinterés por la política, en general. O por la política institucional, más en concreto. O por la política que se hace en la UE, aún más específicamente. También puede ser fruto de la decisión consciente de un sector del electorado, que opte por no responder a una pregunta que considera mal planteada y enmarcada en una campaña tramposa, que finge dar una gran importancia a su opinión en un asunto que, de hecho, ha sido ya decidido sin contar con él.

Si la abstención -en cualquiera de sus formas, imposibles de discernir- alcanza mañana muy elevadas cotas, los defensores del «Sí» se sentirán desautorizados. Y con razón. ¿Les hará eso ver que se están pasando mucho en la práctica de guisarse y comerse por su cuenta el potaje comunitario? Es una posibilidad. Una posibilidad interesante, dicho sea de paso.

El voto negativo tiene en parte menos fuerza que la abstención, en la medida en que satisface la mitad del deseo de los convocantes del referéndum («Hay que votar»), pero la recupera gracias a su superior valor militante. Es menos equívoco. De registrarse una tasa importante de noes, los dos partidos que se alternan en La Moncloa, y con ellos el continente entero, tendrían que admitir que una estimable parte de la población de por aquí no se pone fácilmente en columna de a dos, marchen.

Dado que el resultado del referéndum de mañana no tiene más fuerza vinculante que la meramente moral -y ésa sólo en la medida en que los gobernantes quieran concedérsela-, huelgan por entero las amenazas catastrofistas que están manejando en estas últimas horas con la obvia intención de intimidar a la ciudadanía. Si las urnas les dan un bofetón, nada se hundirá en los abismos.Sencillamente, tendrán que encajarlo. Deducir que ya les vale de hacer las cosas así y tomar nota de que su hábito de gobernar para el pueblo -supuestamente para el pueblo- pero sin el pueblo despierta cada vez menos simpatías.

Su problema es que hace ya demasiado tiempo que se han olvidado de que democracia significa gobierno del pueblo. Del pueblo.Esto de que sean unos pocos los que lo deciden todo y sólo se acuerdan de la ciudadanía para pedirle su aplauso final tiene otro nombre, también muy histórico: se llama oligarquía.

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02 Febrero 2005

Por el 'sí'

EL PAÍS (Director: Jesús Ceberio)

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Por primera vez los españoles podremos votar mañana sobre el proceso político que más ha contribuido a consolidar nuestra democracia y a modernizar el país: la Unión Europea. El tratado constitucional que se somete a referéndum es el mayor peldaño integrador desde el Tratado de Roma de 1957, en el que España no pudo participar debido a la dictadura de Franco, y el Tratado de Maastricht de 1992, que impulsó la moneda común que todos llevamos ahora en el bolsillo, pero que no fue objeto de consulta popular.

Mañana los ciudadanos españoles tenemos la oportunidad de confirmar, con el texto de la Constitución europea, el camino recorrido por la UE durante casi 50 años, así como los 19 de plena integración de España en sus instituciones. Acudir a votar y hacerlo mediante el voto afirmativo significa rubricar la vocación europeísta que nuestro país ha manifestado de forma inequívoca. Cuanto más masiva sea la concurrencia a las urnas más claro será el mensaje emitido a los restantes miembros de la UE, pero sobre todo a quienes han decidido convocar sus propios referendos para ratificar la Constitución.

Cualquier decisión es, naturalmente, legítima: la abstención, la papeleta en blanco, el  o el no. Aunque parezca un tema liviano y se dé por supuesto que triunfará el sí, muchas cosas están en juego en esta consulta. La campaña ha permitido a los ciudadanos informarse suficientemente sobre las cuestiones básicas del tratado constitucional y conocer con claridad la diferencia de mensajes de las distintas opciones. Que el texto no se conozca con suficiente profundidad y detalle no descalifica el valor de cada uno de los votos y de la consulta. Retrasarla no hubiera alentado una mayor curiosidad por una norma compleja, pero que define claramente los valores sobre los que descansa esta Unión Europea, la zona del mundo con mayor protección de los derechos fundamentales, más justicia social, y territorio al fin ajeno a la guerra civil y al colonialismo. No es una Constitución perfecta, ni el final de un trayecto. Pero cuanto figura en ella es razonable y valioso.

La campaña no ha dejado de estar salpicada de cuestiones domésticas, que en ocasiones han relegado a segundo plano lo que de verdad nos jugamos mañana. El PP no ha perdido oportunidad de criticar al Gobierno por aspectos colaterales de la Constitución europea -la pérdida de peso institucional respecto al Tratado de Niza, la convocatoria misma del referéndum en fechas tan tempranas, etcétera-, como si necesitara hacerse perdonar su coincidencia en el voto afirmativo con el partido del Gobierno. Por encima de la confrontación política ordinaria, los partidos que apoyan el  suman más del 90% de votos en las elecciones legislativas. Esa mayoría social y política debería tener su reflejo mañana en las urnas con una gran movilización ciudadana. La unión de los europeos merece arrumbar todas las menudencias en favor de un  rotundo.

19 Febrero 2005

Un 'Sí' Al Avance De Europa

EL MUNDO (Director: Pedro J. Ramírez)

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Lo que los ciudadanos españoles tienen que sopesar antes de introducir su voto mañana en las urnas es cual es el contenido de la Constitución Europea que se somete a consulta y cuales pueden ser las consecuencias de su aprobación o rechazo. Tal afirmación no es una simpleza, ya que hay sectores que han querido convertir este referéndum en un plebiscito sobre el Gobierno. Lo que se vota es un tratado constitucional -aunque hay quien discute el nombre- que regula una unión de Estados comprometidos en un proyecto común.

Como todos los marcos jurídicos de los que se ha dotado la Unión Europea desde el Tratado de Roma, este proyecto constitucional tiene imperfecciones y limitaciones pero nadie puede discutir que supone un salto adelante en la institucionalización de la cooperación en áreas como la política económica, la exterior y la defensa. La Constitución Europea es también una carta de derechos individuales, algo no menospreciable en un continente con una historia tan turbulenta como la europea.

Algunos europeístas podrían alegar que el modelo constitucional que se propone está muy alejado del federal y ello es cierto porque sus redactores han optado por consolidar la realidad de los Estados nacionales. El proceso de debate y elaboración del texto ha durado cerca de tres años y han participado los Gobiernos, los Parlamentos, los partidos y las instituciones comunitarias, lo que ha obligado a pactar un marco aceptable para todos. Toca ahora pronunciarse sobre este proyecto concreto y no sobre una quimérica utopía.

A la hora de depositar el voto, los ciudadanos no deberían olvidar tampoco lo que ha supuesto Europa para varias generaciones de españoles que tuvieron que vivir el aislamiento, la dictadura y la falta de libertades. Para muchos de ellos, como observaba Ortega, Europa era un anhelo en el que podrían diluirse los viejos demonios familiares que han sacudido nuestra historia en los dos últimos siglos. Pero si había razones en el pasado para sentirse europeísta, más las hay en el presente, ya que la integración en la Unión ha traido estabilidad democrática, prosperidad y tolerancia. Existe otro motivo adicional para defender esta Constitución: que nos blinda de un posible riesgo secesionista, ya que sus previsiones excluyen la posibilidad de que un territorio de la UE modifique unilateralmente su relación con el Estado miembro en el que hoy se integra.

Los partidarios del no pueden argumentar que el peso específico de España será menor que con el vigente Tratado de Niza, lo cual es cierto pero resulta escasamente relevante, ya que, en una Europa de 450 millones de habitantes, nuestro país no va a tener más fuerza por disponer de unas décimas más en porcentaje de voto. Tampoco resultaba realista intentar mantener el mismo peso que Alemania, un país que nos dobla en renta y población.

El referéndum de mañana es consultivo, por lo que el no tendría consecuencias políticas pero no jurídicas. El Gobierno se vería obligado a optar entre el respeto a la voluntad popular y sus compromisos con Europa, una dilema nada fácil. Pero las encuestas anticipan una victoria del sí con una baja participación, un resultado que tampoco sería bueno tanto para Zapatero como para nuestros socios en la UE. Si existe riesgo de esa baja participación es por culpa de las prisas del Gobierno por convocar una consulta sin tiempo de maduración ni de debate.

Por último, el Gobierno se ha equivocado de enemigo en su campaña al arremeter contra el PP, que defiende lo mismo que el PSOE, en lugar de rebatir los argumentos de la heterogenea coalición formada por sus socios IU y ERC, por Batasuna, por formaciones de extrema derecha y por sectores frustrados del PP, que abogan por el no por razones muy diversas.

Nuestro periódico ha sido crítico con las deficiencias del proceso de construcción de la UE, pero siempre desde una posición europeísta.Desde esta perspectiva, recomendamos acudir a votar y hacerlo por el sí.

17 Febrero 2005

Zapatero y la Constitución Europea

Luis María Anson

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El pasado día 21 de enero titulé la canela fina ‘Sí a la Constitución europea’. Quería adelantarme a la campaña política. La parte de mi generación que nos enfrentamos a Franco tenía dos objetivos medulares: la libertad y Europa. Celebro, pues, que los grandes partidos de la moderación española se hayan lanzado en favor de la Constitución europea. Me asombra, sin embargo que Zapatero reproche tibieza a Rajoy.

En Cataluña, el PSOE gobierna con los comunistas de IU y los separatistas de ERC; en Madrid, Zapatero ocupa el Palacio de la Moncloa gracias a los votos parlamentarios de los comunistas de IU y los separatistas de ERC. Y ambos, separatistas y comunistas, han anunciado el NO rotundo en el referéndum del 20 F. ¿Es mucho pedir a Zapatero que antes de tirar piedras contra los tejados reviste el suyo de fragilísimo cristal? ¿Cómo puede pedir el presidente por accidente al ciudadano medio español que diga que SÍ si no ha sido capaz de convencer a sus socios parlamentarios para que se sumen al voto afirmativo?

La debilidad de Zapatero I el de las mercedes resulta cada vez más alarmante. Se ha embarcado en un referéndum nacional sin contar con el apoyo de los que le permiten habitar el Palacio de la Moncloa. Y encima tiene la desfachatez de acusar de tibieza y boca chica a los que apoyan el SÍ, a sabiendas de que el rédito electoral beneficiará al líder socialista, cuya musculatura política está cada vez más fofa y disminuida.

El Gobierno zapateril es ya una nave a la deriva que da bandazos inquietantes en política nacional e internacional, en la relación con la Iglesia y con los nacionalismos separatistas, tratados por el presidente a cuerpo de plataforma mediática y blandenguería merengosa. El peor mal que puede caer sobre un pueblo es un Gobierno débil.

21 Febrero 2005

Triunfo muy europeo

EL PAÍS (Director: Jesús Ceberio)

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España se convirtió ayer en el primer país que aprueba por referéndum la Constitución europea. Y lo ha hecho con un resultado nítido: el sí ha obtenido el 76% de los votos, frente a un 17% del no. Otros tres miembros de la UE la habían aprobado antes por vía parlamentaria. El efecto de arrastre que pueda tener el resultado en los otros nueve países que también han convocado referendos se verá matizado por una participación del 42,4%, la más baja de todas las citas a nivel nacional con las urnas desde el restablecimiento de la democracia.

El mayor rechazo se concentra en el País Vasco, Navarra y Cataluña, a pesar de que los partidos nacionalistas moderados se inclinaron por el voto favorable. Los sectores más radicales del nacionalismo que hicieron bandera del no han superado sus habituales rentas electorales. Menos explicable resulta desde las posiciones defendidas por los partidos que el rechazo de la Constitución europea haya sumado casi el 20% de las papeletas en Madrid. Un análisis más minucioso demuestra que algunos distritos de fuerte implantación del Partido Popular han registrado altos porcentajes de rechazo, sólo explicables en términos de voto oculto de los sectores más extremistas del PP.

La falta de incertidumbre acerca del resultado y, por tanto, la inexistencia de eso que se conoce como voto útil han sido sin duda factores abstencionistas relevantes. Fue saludable a este respecto que la familia real ejerciera su derecho al voto desde primera hora de la mañana. Nadie debe vanagloriarse del insuficiente interés que ha suscitado la consulta, la primera de las diez programadas hasta octubre de 2006. Y menos quien crea en una Europa más fuerte y democrática, con un funcionamiento abierto de sus instituciones y una mayor cooperación en política exterior y defensa, economía, así como en las áreas de justicia y libertad.

Los referendos suelen ser apuestas atrevidas para sus convocantes. Y en Europa más de un dirigente los ha sufrido en propia piel. Fueron como un bumerán en los últimos años en Irlanda, Dinamarca o Suecia, y a punto estuvo de generar una crisis en Francia con el Tratado de Maastricht. En general, el tema a consulta no despierta el mismo interés que unas elecciones legislativas, y quienes más se movilizan suelen ser los opositores. En esta ocasión, el no ha venido fundamentalmente de Izquierda Unida y de Esquerra Republicana de Cataluña, dos grupos que apoyan al Gobierno de Zapatero, aunque también del sector más extremista del PP, deseoso de castigar a los socialistas tras su victoria en las generales de 2004.

Los dirigentes del PP han hablado más de la abstención que del resultado, cargándola íntegramente en el debe del Gobierno, lo que dice muy poco a favor de sus convicciones europeístas. Mariano Rajoy lo hizo instantes después de depositar su voto y el secretario general, Ángel Acebes, esperó apenas unos minutos después del cierre de las urnas para acusar al Ejecutivo de desidia, incompetencia y fracaso, obviando un resultado que para otros países de la UE es todo un desafío.

Para poner todas las cifras en perspectiva, hay que recordar que en las últimas elecciones europeas, en junio de 2004, la abstención ya superó el 54% pese a que estaba en juego la representación en el Parlamento Europeo. ¿Por qué? Simplemente, por la cruda realidad de que Europa sigue siendo un ente político e institucional que muchos votantes consideran alejado de sus intereses directos, aunque la realidad sea muy otra. En cualquier caso, los electores españoles han demostrado una vez más su voluntad europeísta con ese abrumador 76% de síes depositado en las urnas.

El hecho de que dos de los socios parlamentarios del Gobierno, Izquierda Unida y ERC, hayan sido los principales abanderados del no ha creado problemas de coherencia al Gobierno. Pero resulta del todo extravagante que el PP responsabilice exclusivamente al Gobierno de las dificultades para explicar el contenido del Tratado europeo. La responsabilidad de la comunicación debe ser compartida por todos aquellos que apostaron por el  y consensuaron la celebración de una consulta antes que someter el texto a la exclusiva ratificación parlamentaria, una decisión tal vez más prudente pero menos participativa, dada la trascendencia de lo que se votaba ayer. Si los ciudadanos, que apoyan mayoritariamente la Constitución, han confesado en un 90% tener poca o nula información sobre el texto, no es del todo seguro que la fueran a tener más tarde, o siquiera alguna vez.

Zapatero ha querido ser el primero en convocar un referéndum, por delante de países con más peso político. Con ello quería implicarse más que su antecesor en el nuevo proyecto común europeo y confirmar su alianza con Francia y Alemania. Haber estado en el pelotón hubiera restado todo protagonismo a España, que hubiera quedado en una posición anodina. El triunfo del  ha sido contundente. Y ése será el dato más relevante con vistas a los referendos que se avecinan en otros países, pero sus gobernantes deberán realizar un especial esfuerzo para movilizar a unos electores que hoy por hoy aparecen más divididos.

21 Febrero 2005

EL EUROPEISMO ESPAÑOL PERMITE AL GOBIERNO SUPERAR EL TRANCE

EL MUNDO (Director: Pedro J. Ramírez)

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Por obvio que parezca, lo primero que hay que subrayar del día de ayer es que España se ha convertido en el primer país que ha refrendado la Constitución Europea. Lo ha hecho mediante un referéndum que si bien no tiene valor jurídico sí lo tiene simbólico.Nos hace encarar el siglo XXI en clave incluyente, lo contrario de lo que caracterizó a la España aislacionista del siglo pasado.

Como estaba descontado que ganaría el sí, lo más esperado del resultado de ayer era el índice de participación, que es lo que legitima una consulta de estas características. Unos dirán que casi 6 de cada 10 españoles se quedaron en casa y que sólo 10 millones de los 34 llamados a las urnas votaron por el sí. Pero así no es como se miden en países desarrollados los resultados de los referendos. Hay que reconocer que aunque baja, una participación del 42% es mayor de lo temido y se puede considerar razonablemente aceptable. Está muy próxima a la registrada en las últimas elecciones europeas, que se situó en el 45,1% a pesar de que se plantearon como una segunda vuelta del 14-M. Se equivoca, en este sentido, el PP en enfatizar la relativamente baja participación, porque, en definitiva, el moderado éxito lo puede capitalizar el Gobierno, pero también la oposición. Y Rajoy acertó plenamente en hacer campaña a favor del sí hasta el final.

El sí ha ganado prácticamente en una proporción de cuatro a uno.Hay que concluir, pues, que entre los españoles movilizados hay un claro sentimiento europeísta, que no se centra necesariamente en el texto constitucional en sí, sino en la idea de Europa, que ha sido una referencia clara de nuestro desarrollo político y económico. Desde este punto de vista, el principal acierto de la campaña del Gobierno consistió en poner el foco en la sociedad civil, otorgando más protagonismo a los comunicadores y otros líderes sociales que a los propios políticos.

En lo que se refiere al voto en contra de la Constitución, un análisis pormenorizado arroja conclusiones muy interesantes.Los dos lugares donde el no se ha disparado son el País Vasco y Cataluña. Y en los dos, por encima de lo que el peso de las fuerzas políticas que pedían el no -Batasuna, EA y EB en el País Vasco; ERC e ICV, en Cataluña- podía hacer imaginar. Todo indica, pues, que el electorado nacionalista de una y otra comunidad se ha movilizado en contra de la Constitución Europea, pese a que el PNV y CiU pidieran el sí, corroborando que ésta supone un obstáculo añadido a sus pretensiones soberanistas.

En cambio, el voto por el no que propugnaban algunos sectores del PP bajo cuerda, no ha sido significativo. No han tenido éxito los llamamientos a aprovechar el referéndum europeo para castigar a Zapatero. Ni mediante un voto negativo ni mediante el estímulo a la abstención. La participación en comunidades gobernadas por el PP como Castilla y León o Valencia ha sido similar a la de otras gobernadas por el PSOE. Con la excepción de algunos barrios de Madrid, lo mismo ocurre con el voto negativo. Esto significa que la mayoría de los electores del PP consideran o bien que no había motivos para una enmienda a la totalidad contra Gobierno o bien que ésta no era la ocasión para hacerlo.

23 Febrero 2005

La resaca del 20-F

Javier Pradera

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Los partidos han reaccionado ante los resultados del referéndum del 20-F con interpretaciones rosadamente optimistas para su causa y sombríamente pesimistas para el futuro de sus adversarios. El análisis directo de los resultados del pasado domingo deberá ser completado necesariamente con encuestas post-electorales que permitan descubrir el paradero final de algunos contradictorios mensajes lanzados durante la campaña: las huellas dejadas por el no en los barrios más distinguidos de Madrid controlados por el PP delatan su doble juego ventajista. En cualquier caso, ninguno de los deseos albergados en secreto por las fuerzas políticas ha sido satisfecho por entero.

La clave de la sesgada lectura de los datos realizada una vez concluida la fiesta electoral descansa sobre el discreto ocultamiento de las expectativas previas de los partidos susceptibles de ser comparadas con los resultados. Las interpretaciones de los diferentes portavoces han competido en insinceridad respecto al cumplimiento de sus soterradas aspiraciones de hace unos meses. El 42,32% de participación en las urnas difícilmente puede ser considerado «muy satisfactorio» por un Gobierno que se adelantó a convocar el primer referéndum constitucional europeo con el prurito de servir de ejemplo a toda la Unión. El 76,73% de papeletas a favor del Tratado desmiente el diagnóstico de «fracaso» socialista formulado por el PP, cuya ambigua táctica de recomendar oficialmente el  mientras a la vez promovía bajo cuerda o por las ondas el no y la abstención apostaba por una participación mínima y un alto nivel de rechazo a la Constitución que le permitieran lanzar a tambor batiente la campaña -todavía en sordina- para la disolución anticipada de las Cortes. Finalmente, los 2.400.000 noes deberán ser repartidos entre sus variopintos promotores oficiales (desde Izquierda Unida hasta el independentismo vasco y catalán, pasando por la ultraderecha) y están muy lejos de «poner en cuestión» la legitimidad del referéndum tal y como pretende Llamazares.

Más allá de la coyuntura española, situada entre la derrota sufrida hace once meses por el PP y la celebración de las autonómicas vascas convocadas anteayer por el lehendakari Ibarretxe, el referéndum del 20-F debería servir a todas las fuerzas políticas para reflexionar -de manera suprapartidista y transnacional- sobre la articulación de las citas europeas con el calendario electoral de cada país. El progresivo enfriamiento de los votantes en las consultas europeas se halla correlacionado con el crecimiento geopolítico de la Unión y la complejidad de su arquitectura institucional y de sus mecanismos de toma de decisión. El primer aviso de que la construcción de un eventual demos europeo no seguiría los pasos de la formación histórica de los Estados miembros vino con la frustración de las esperanzas depositadas a partir de 1979 en la elección directa del Parlamento de Estrasburgo como alternativa a su designación en segundo grado por los parlamentos nacionales; entre aquella convocatoria y la última cita de 2004, la participación ha descendido 18 puntos, superando la abstención el 70% en Polonia, Eslovenia y Chequia.

La resistencia de los ciudadanos europeos a secundar las elecciones de las instituciones de la Unión con la misma intensidad que las convocatorias -refrendatarias, legislativas, autonómicas o municipales- de sus Estados es juzgada con demasiada frecuencia en términos censorios, pesimistas o catastróficos. Pero echar la culpa de la abstención a la indolencia de los votantes o al insuficiente esfuerzo de los partidos para desasnarles en materia comunitaria significaría reducir la política a moral o a pedagogía. Por lo demás, la interpretación según la cual el no y la abstención habrían sido la vía para protestar contra los insuficientes avances de Europa hacia instituciones comunitarias más transparentes, participativas y democráticas -en detrimento de las competencias de los países miembros- confunde los efectos con las causas y atribuye indebidamente a la actual ciudadanía de la Unión las características de los demos nacionales.