14 diciembre 1989

Aylwin pasó de apoyar inicialmente la dictadura de Pinochet en 1973 a convertirse en el líder de la oposición 10 años después

Elecciones Chile 1989: El democristiano Patricio Aylwin es elegido presidente derrotando al candidato pinochetista Hernán Büchi

Hechos

El 14.12.1989 se celebraron las primeras elecciones a la presidencia de Chile desde 1970.

Lecturas

El 9 de octubre de 1989 se había celebrado entre Patricio Aylwin (La Concertación) y Hernán Büchi (Pinochetista) participaron en el primer debate televisado entre candidatos a la presidencia del país en América Latina.

LA CANDIDATURA DE ‘CENTRO’ QUE DIVIDIÓ A LA DERECHA

El empresario Francisco Javier Errázuriz Talavera decidió presentar su propia candidatura a la presidencia de Chile como ‘Independiente’ logrando un millón de votos, perjudicando la candidatura de Hernán Büchi, que logró dos millones, mientras que Patricio Aylwin sacó más de tres millones y medio de votos.

De acuerdo a la Constitución Augusto Pinochet dejará de ser Presidente y, por tanto, Dictador de Chile, pero seguirá siendo Jefe del Ejército del país.

16 Diciembre 1989

La voz de Chile

EL PAÍS (Director: Joaquín Estefanía)

Leer

PATRICIO AYLWIN, el democristiano candidato único de la oposición, es desde la madrugada de ayer presidente constitucional de Chile. Si los acontecimientos juegan a partir de ahora a favor de un pueblo que ha demostrado su valor y que ha mantenido vivos los valores de la democracia durante la larga noche pinochetiana, con la elección de Aylwin habrán terminado también 16 interminables años de dictadura militar.La aplastante victoria (Aylwin ha sacado 10 puntos de ventaja a los porcentajes sumados de los dos candidatos de la derecha) del conjunto de 17 partidos opositores -un abanico de formaciones políticas que van desde el centro-derecha hasta la extrema izquierda- en las elecciones presidenciales del pasado jueves no sólo sirve para derribar a un dictador, dueño y señor de haciendas y vidas chilenas durante los pasados tres lustros, sino que suministra al mundo la prueba de que la libertad y la democracia están vivas y gozan de excelente salud en aquella nación.

El general Pinochet, derrotado ya por sus compatriotas en el plebiscito de hace un año, ha sido desposeído del cargo que usurpaba gracias a la combinación de tres elementos. Por una parte, la propia soberbia del dictador, que acudió a las urnas convencido de que no podía perder. Por otra, la voluntad de los chilenos, que se presentaron ante ellas decididos a recuperar la libertad. Finalmente, la visión política de los partidos democráticos chilenos, que, sabedores de sus propias limitaciones, sacrificaron sus ambiciones particulares y, endosando al candidato más aceptable para los militares, concentraron todos sus esfuerzos en el acoso y derribo del general. A ello habrá que sumar el nuevo y conciliador tono de las relaciones internacionales, más proclive a la libertad que al totalitarismo.

Empieza ahora una difícil transición política, sembrada de peligros y amenazada, por el golpismo alimentado durante tantos años de poder militar. Pinochet pretende que el centro de decisión simplemente se desplace con él desde la presidencia de la República a la jefatura suprema del Ejército, que el viejo general quiere ejercer durante al menos cinco años más. Quiere ser el gendarme de una democracia vigilada, y amenaza con volver a poco que resulten vejados los compañeros de armas que durante tantos años vejaron al pueblo chileno. Los precedentes establecidos sobre esta cuestión en Argentina y Uruguay pueden servir a los nuevos dirigentes chilenos para abordar un problema ciertamente difícil con el realismo posible y con toda la firmeza necesaria. Una democracia que vuelve a la vida no puede olvidar, sin más los crímenes que se realizaron para enterrarla.

El resultado de las elecciones legislativas celebradas simultáneamente, y que aún no se conoce en su totalidad, será fundamental para saber si el Parlamento podrá disponer de la fuerza necesaria para desmantelar poco a poco el enrevesado tinglado montado por la dictadura.

16 Diciembre 1989

Chile: ¿camino de rosas?

EL MUNDO (Director: Pedro J. Ramírez)

Leer

La victoria de Patricio Aylwin, candidato opositor, por mayoría absoluta, cierra, de momento, el sombrío paréntesis iniciado el 11 de setiembre de 1973 con el golpe militar del general Pinochet. En términos coloquiales, se diría que es demasiado hermoso para ser verdad. El dictador parece haber permitido el regreso a Chile de la democracia y nada indica que vaya a alterarse el camino de recuperación de la soberanía popular emprendido. La imagen del tirano, depositando su voto en las urnas, urnas que suponen su teórico harakiri político, no deja de resultar insólita. Una espina, sin embargo, se perfila en el futuro: la Ley Orgánica del Congreso Nacional prohíbe juzgar e investigar los actos cometidos bajo mandato militar. Se intuye aquí, como ha ocurrido en Argentina, una fuente de tensiones. Son miles los muertos y desaparecidos después del derrocamiento de Allende, y la opción por el olvido no va a ser compartida por todos los sectores políticos.

17 Diciembre 1989

Democracia cautiva

Manuel Blanco Tobío

Leer

No me negarán ustedes que la democracia que ha echado a andar en Chile es original. Resulta que el dictador Pinochet deja la presidencia de la República para convertirse en jefe supremo de las Fuerzas Armadas. O sea, que el mismo general que capitaneó el golpe de Estado de hace 16 años contra Salvador Allende, es el que se erige en protector de la democracia restaurada. Hay protectores que matan.

Según la peculiar filosofía de Pinochet, él se queda para defender los sagrados intereses de la nación, dejándole al nuevo presidente, Alwyn, la defensa de los no tan sagrados intereses de la democracia, es decir, del juego de los partidos políticos y cosas por el estilo. Se supone, claro está, que, que el comandante supremo de las FF. AA. debe obediencia al jefe del Estado, y Alwyn se lo ha recordado así a Pinochet, pero es muy difícil no tener la impresión de que es al revés. Lo último que se le habrá pasado por la cabeza al general sería ponerse a las órdenes de Alwyn.

Esta extraña situación creada expresamente por Pinochet se podría corregir enmendando la Constitución, pero para eso sería necesario que las fuerzas democráticas agrupadas en torno a Alwyn tuviesen mayoría en el Parlamento, y no es así porque Pinochet se ha reservado un derecho de presentación en virtud del cual dispone de nueve senadores a su capricho. No habrá enmiendas, pues, ni una nueva Constitución, ni nuevas instituciones republicanas y eso quiere decir que el general conservará el poder de inmovilizar.

Parece ser que para la transición a la democracia Alwyn ha pensado en seguir el modelo español, versión Adolfo Suárez. Pero como decía la revista norteamericana ‘Newsweek’: ‘Hay dos importantes diferencias entre la España de 1975 y el Chile de 1990. Una vez que termine la luna de miel política con Alwyn no habrá monarca ni otro símbolo de nacionalidad para mantener unidos a los ideológicamente divididos chilenos.

Hay muchas cosas que quedarán mediatizadas por el papel asumido por Pinochet, y una de ellas, al igual que en Argentina y Uruguay, es la liquidación de cuentas con el Ejército. Se habla de 700 desaparecidos y de 1.000 ejecutados, además de miles de personas torturadas o exiliadas. No se le ocurrirá a Alwyn sentar en el banquillo a los militares. Remember Alfonsín!.

Sin embargo el régimen del general dejó una buena herencia económica. Chile disfruta hoy en día de una excelente situación, comparativamente hablado. El año pasado el PNB aumentó en un 9% y la inflación fue de un 12,5% que es un milagro si la comparamos con los porcentajes que predominan en el Cono Sur, sobre todo en Argentina y en Brasil. Este único éxito que puede apuntarse el régimen dictatorial fue obra de Hernán Büchi como ministro de Finanzas y que como efectivamente no sólo de pan vive el hombre, resultó derrotado como candidato a la presidencia.

Alwyn como su apellido indica, es de origen galés. Los galeses suelen ser grandes oradores, con talento político. Va a necesitarlo este hombre de 71 años. Para completar la originalidad del sistema, vemos a Alwyn más como oposición que como poder, frente a Pinochet. Éste podrá elegir entre convertirse en senador vitalicio o jefe del Ejército, durante ocho años. Nadie sabe con qué se va a quedar el general, que por lo menos se va del Palacio de la Moneda con un buen trofeo: dejar a la izquierda chilena fuera de combate en las urnas. Ella fue la que hizo inevitable el golpe de Estado de 1973.

Manuel Blanco Tibío