13 septiembre 1993

Firma de Paz Israel-Palestina: el Gobierno de Isaac Rabin concede a Yasir Arafat la autonomía a la Franja de Gaza y Cisjordania

Hechos

  • El 13-9-1993 se firmó en Estados Unidos el acuerdo entre el Gobierno de Israel y la OLP para conceder la autonomía a la franja de Gaza y Gcisjordania: la Autoridad Nacional Palestina, encabezada por Yasir Arafat.

Lecturas

SIMON PERES (ISRAEL) Y MAHMUD ABBAS (PALESTINA), LOS FIRMANTES:

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14 Septiembre 1993

Paz para todos

EL PAÍS (Director: Joaquín Estefanía)

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LA FIRMA, ayer, del Acuerdo de Washington abre la puerta a la solución de uno de los problemas más crueles y prolongados de la historia de la humanidad. Los discursos de los líderes de una parte y otra estuvieron cargados de emoción, de amargura y de esperanza. El adiós a las armas, que confirmó el primer ministro israelí, Isaac Rabin, abre un periodo en el que palestinos y judíos están «destinados a vivir juntos».Tras la firma, un gran problema -el enfrentamiento global entre judíos y árabes-‘ ha quedado sustituido por lo que, sin duda, será una miríada de quebraderos de cabeza. Si se han resuelto los temas de la autonomía de Gaza y Jericó, se han aceptado los límites de los poderes de autogobierno palestino (sustancialmente municipales)y se ha comprometido el inicio de la retirada del Ejército israelí de ambas zonas dentro de cuatro meses, quedan abiertas la dificilísima discusión del futuro de Jerusalén y la del Estado que quieren crear los palestinos.

El potencial de enfrentamiento en la región sigue en pie. La paz no se hace en 24 horas; el acto de la firma solamente determinó su comienzo. La diferencia entre ayer y hoy es únicamente que gran parte de la motivación diaria para la guerra ha desaparecido. Ahora, israelíes y palestinos van a tener que aprender a vivir juntos. Y, de pronto, de la confrontación natural todos van a tener que pasar a la convivencia forzada. No es fácil, si se -recuerda que los habitantes de ambas zonas son ahora los mismos que antes. Los árabes estaban ya allí cuando, de la mano de su Ejército, llegaron los colonos israelíes en 1967 y, desde entonces, judíos y palestinos han malconvivido en Gaza y en Jericó.

¿Cómo se pasa de la guerra a la paz?

Las recetas evidentes no son fácilmente aplicables: por una parte, es preciso que la gente aprenda a vivir junta, no con amistad, sino con paz. Sólo así el tiempo permitirá construir un clima de confianza mutua. Por otra, la convivencia debe basarse en la construcción acelerada de la economía de los nuevos territorios autónomos.

En efecto, si el desarrollo no es conjunto, no hay esperanza para la región. Y si la generosidad de los parteros de la paz (Estados Unidos y la CE) no es grande, acabarán prevaleciendo los elementos disgregadores y antidemocráticos que siempre están presentes en el mundo árabe. Es importante, por ejemplo, que el integrismo islámico, que ha sido tan aglutinante en la guerra, deje de ser elemento central en la paz. Ello, sin hablar de lo esencial que resulta que la economía de los territorios ocupados deje de depender de las remesas del exterior -hasta ahora, la porción más importante del PNB palestino- y empiece a producir en el interior. El mapa económico de los territorios ocupados es, en efecto, francamente desolador. No existe prácticamente industria y el sector agrario está igualmente deprimido. De hecho, y con excepción del año 1989, el modesto PIB de los territorios ha caído ininterrumpidamente desde 1986, es decir, prácticamente desde el comienzo de la Intifada. Y la situación no está resultando favorecida por una tasa de crecimiento demográfico, que se mantiene inalterada en un elevadísimo 4,6% anual.

Sólo una situación en la que el compromiso de ayuda del mundo desarrollado sea grande permitirá que los nuevos habitantes de las autonomías de Gaza y Jericó comprendan que el bienestar futuro depende fundamentalmente de la cooperación pacífica de lo! viejos enemigos. ¿Querrá ello decir que más adelante serán viables fórmulas políticas de confederación y que la región camina hacia la demostración de que la paz es posible entre adversarios hasta ayer, no sólo irreconciliables, sino acérrimos? Rabin decía que la firma de la declaración de principios no le resultaba fácil. Se comprende que así fuera: los muertos en aquella tierra, llena de cólera y de luto», han sido demasiados. Por eso, el, apretón de manos ofrecido por Yasir Arafat a Rabin, y después a Simón Peres, y aceptado por ellos, es un compromiso de sangre, a la vez terrible y cargado de futuro.

13 Septiembre 1993

POR UNA PAZ REAL EN ORIENTE MEDIO

EL MUNDO (Director: Pedro J. Ramírez)

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POCOS creímos poder llegar a verlo, pero la Historia ha vuelto a sorprendernos. Dos enemigos irreconciliables, Israel y la OLP, firman hoy en Washington su primer acuerdo de paz desde la fundación del Estado de Israel en 1948. Por frágil, limitado o imperfecto que este acuerdo sea, contiene la semilla de unas relaciones nuevas entre israelíes y palestinos que merecen el apoyo de todas las naciones y las personas de buena voluntad. Muchos lo ven, junto a las cartas de reconocimiento firmadas el pasado viernes en Jerusalén y Túnez, sólo como un primer paso condicionado a la continuación del proceso. Los escépticos y violentos de ambos bandos lo rechazan por excesivo o por insuficiente. Es una apuesta por el diálogo que, si algo tiene de criticable, es que no se haya hecho antes. En una región del mundo donde, durante más de cien años, las diferencias se intentaron resolver casi siempre por la fuerza de las armas, el cambio de actitud es otra ruptura positiva con el pasado más negro del siglo XX.

Aunque la paz real en el corazón y la mente de palestinos e israelíes necesitará tiempo, el compromiso de cooperar en su búsqueda entre el viejo soldado Isaac Rabin y su bestia negra Yasir Arafat transforma el mapa político de Oriente Medio. Surgirán nuevas alianzas y, por cada incertidumbre que se resuelva, aparecerán incertidumbres nuevas. Nada será igual, pues las ramificaciones y reverberaciones de estos acuerdos serán más intensas -y en ocasiones más violentas- que las de Camp David. Los tabúes tardarán en borrarse y los odios son demasiado profundos para desvanecerse de repente. En su elogio de la paz, el presidente Clinton ni siquiera citó el viernes a Arafat por su nombre. Hace 48 horas, Rabin se negaba a viajar a Washington para la firma. Y hace 24, se negaba todavía a estampar su nombre bajo los documentos que reconocen la autonomía palestina. En las calles de Gaza, Cisjordania y Jerusalén, en los campos de refugiados de Siria, el Líbano y Jordania, palestinos se enfrentan con palestinos desde hace días. No debe sorprender a nadie. El desgarramiento es demasiado hondo. El sufrimiento, demasiado grande. La confianza se puede perder en un segundo. Recuperarla exige mucho esfuerzo. Si este pasó fuera el primero y el último, los adversarios de la paz habrían ganado. Si, como promete Israel y se reitera en el acuerdo de autonomía, es sólo el comienzo, hay que dar mil y una oportunidades al diálogo y condenar a los boicoteadores de la paz. Por fin, Israel y la OLP aceptan correr los graves riesgos que dicho esfuerzo representa. Que la firma tenga lugar en Washington no es un mero detalle. La Casa Blanca, nos guste o no, es en la posguerra fría el único «sancta sanctorum» de poder y prestigio internacional que sobrevive. Para Arafat, ser recibido en ella como líder de su pueblo significa su legitimación internacional definitiva, el fin de un penoso camino iniciado en 1974 con aquel discurso emotivo en la ONU neoyorquina con el doble mensaje del ramo de olivo y la pistola al cinto, su eterna compañera. Sin dinero -dicen todos- no fructificará esta semilla. Los ministros de Exteriores de la CE aprobaronayer una ayuda suplementaria de 600 millones de dólares. Los países escandinavos aportaron hace dos semanas otros 140 millones. Arabia Saudí ha prometido una aportación considerable, aún no concretada, y presionar a los otros países del Golfo para que también participen. De Japón se espera asimismo bastante más que buenas palabras. Los Estados Unidos de Clinton, siguiendo el ejemplo de Bush en el Golfo, se han comprometido a poner unos 100 millones de dólares y, sobre todo, a pasar el sombrero a los aliados para que ellos pongan el resto. La paz que hoy se firma es una paz asimétrica, muy desigual, posibilista, valiente y arriesgada. Difícil de creer y difícil de definir. ¿Jordania es palestina? ¿Cuáles son los límites? ¿Se diluirá la OLP en el primer gobierno autonómico de los territorios? ¿Ganará Arafat las elecciones que deben convocarse en Gaza y Jericó en nueve meses? ¿Qué moneda tendrán los palestinos? ¿Cuántos policías y con qué poderes? ¿Dispondrá la OLP de los medios financieros necesarios para recuperar el apoyo perdido y ganar la paz? ¿Es compatible, al final de la transición de cinco años, un Estado palestino independiente en Cisjordania y Gaza con la Jordania independiente que hoy conocemos? La lista de cuestiones pendientes sería interminable. Ofuscarse en ellas es condenarse al pesimismo. Jerusalén, refugiados, colonos, asentamientos, fronteras, retirada israelí, agua, pasaportes, carnets de identidad, defensa propia… Todo lo fundamental queda aplazado, pendiente de negociaciones que deben comenzar lo antes posible, aunque en el texto que hoy se firma figure el plazo de dos años. El reconocimiento de la OLP por Israel es más importante que la Declaración de Principios sobre Gaza y Jericó que hoy se firmará en Washington. Con ese reconocimiento se abre una puerta, la entrada a un yacimiento suficientemente rico, si se explota bien, para mejorar la vida de todos los habitantes del Cercano y Medio Oriente. El yacimiento está, sin embargo, lleno de minas que pueden estallar, repleto de reclamaciones sin resolver y de crímenes sin vengar ni juzgar. Abundan igualmente los bandoleros decididos a tomar al asalto la cantera, incluidos sus habitantes, accesos y riquezas.

Rabin y Peres han reconocido a la OLP porque ven que, de haber esperado, se podían haber encontrado con una OLP mucho más débil y deslegitimada, y unos grupos radicales mucho más fuertes. Vivimos desde finales de los ochenta lo que Oswald Spengler bautizó como «años decisivos»: una transformación mundial que afecta a todas las regiones del planeta y a todos los ámbitos de la vida. La paz palestino-israelí, si se consolida, es uno de los cuatro acontecimientos más extraordinarios de estos años decisivos. Cada uno de los tres anteriores está arrastrando consecuencias positivas y negativas imprevistas. La unificación alemana, la ruptura de la URSS y el fin del «apartheid» han desencadenado procesos que, a duras penas, logramos controlar y comprender. Nunca dejaríamos, por ello, de celebrar su realización. Los mismo sucede hoy con la paz a punto de firmarse. La reconciliación que ahora se alumbra es otro de esos hechos que, por inesperados o imprevisibles, puede cambiar el sentido de la Historia. ¿Que se trata sólo de una paz aparente? Es posible. Pero eso no reduce su valor. La Historia es una sucesión interminable de paces, victorias y derrotas aparentes cuyos resultados están permanentemente en entredicho. Europa, que se encontraba hace dos siglos en una encrucijada similar a la que viven hoy israelíes y árabes, salió de ella en el Congreso de Viena en condiciones tanto o más sombrías que las que se ciernen hoy sobre Rabin y Arafat. Lo dijo muy bien Metternich: «Mi pensamiento más secreto es que la nueva Europa está aún en formación. Entre el fin y el principio, habrá caos». Sólo para reducir al mínimo ese caos nació el sistema de equilibrio decimonónico de las grandes potencias, que sobrevivió hasta la primera unificación alemana y la desaparición de Bismarck. Nadie en su sano juicio y con un mínimo de perspectiva histórica pone hoy en duda el éxito de aquel sistema nacido de otra paz y de otra victoria aparentes. Viniendo de donde venimos, europeos y españoles estamos obligados a apoyar con todos nuestros medios la paz germinal que ahora nace entre israelíes y palestinos.

18 Septiembre 1993

Los que no quieren

EL PAÍS (Director: Joaquín Estefanía)

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EL APRETÓN de manos entre Yasir Arafat e Isaac Rabin no ha sido unánimemente bien acogido. Para muchos no significa el comienzo de la paz, sino un motivo más de rechazo. Los extremistas de uno y otro signo interpretan el acuerdo de Washington como un símbolo de traición y de capitulación.En Israel, el Gobierno va a tener que superar las reticencias del Parlamento. Pocos dudan de que lo conseguirá, pero el problema de la paz es más profundo, porque tiene que ver con la superación de los traumas de cinco guerras. Los colonos judíos en territorios ocupados se sienten abandonados y tienen miedo. Los halcones se niegan a aceptar que el territorio israelo-palestino va a tener que ser compartido de ahora en adelante. Finalmente, las necesidades israelíes de la defensa y de la conservación del orden público -sobre todo en el sur de Líbano y en aquellas partes de los territorios ocupados en las que va a repercutir la presión desencadenada por la «victoria» autonómica en otras- seguirán produciendo enfrentamientos armados y muerte.

En el frente árabe, las reacciones negativas al acuerdo han sido de distinto signo y motivación. Por una parte, en el interior de los territorios ocupados, la opción radical del fundamentalismo islámico de Hamás rechaza la paz con Israel por cuanto encierra de contubernio con el impío y de traición a la ideología integrista. Se suman a Hamás, aunque por razones laicas, las facciones de la OLP más directamente reticentes al abandono de la lucha y destrucción del gran enemigo, Israel. Dentro de poco se reunirán todos, Hamás incluido, en Sanaa, la capital de Yemen, para intentar superar sus diferencias con Al Fatah, la facción palestina de Arafat hegemónica en la OLP.

En el mundo árabe no palestino, las reacciones negativas (descontadas las posiciones favorables de evidente sensatez, como las de Jordania, Egipto, Túnez y Marruecos) obedecen a tres tipos de motivación. Por una parte, en Líbano el rechazo es el que produce el odio que se siente contra un invasor que lleva años castigando a un país por la compleja razón de que ha tenido que acoger a los grupos guerrilleros que la confrontación árabe-israelí ha empujado hacia- su territorio. Las objeciones libanesas desaparecerían en cuanto el Ejército judío se retirara de la franja sur. En segundo lugar, el caso de Siria es de supervivencia política y está ligado a la recuperación de los altos del Golán y al uso conjunto del agua del Jordán; es evidente que las reticencias de Hafez el Asad tienen menos que ver con el fondo de la cuestión que con la consolidación de una posición negociadora. En tercer lugar, para otros países del mundo árabe y musulmán (Irak, las monarquías conservadoras del Golfo, Irán), la oposición al acuerdo se relaciona sobre todo con el abanico de viejos argumentos antisionistas en unos casos (en Irak e Irán) y antipalestinos en otros (sobre todo en Kuwait, en donde no se ha perdonado aún el endoso de Arafat a la causa de Sadam Husein durante la guerra del Golfo). Mañana, domingo, empieza en El Cairo una reunión de la Liga Árabe que no es crucial para la paz entre Israel y Palestina, sino para la paz entre los árabes. Ojalá tengan la visión que se requiere en los momentos cruciales de la historia.