25 diciembre 1989

El matrimonio presidencial es ejecutado después de ordenar al ejército que abriera fuego contra los manifestantes en todo el país llevándose por delante la vida de más de 600 ciudadanos

La dictadura comunista de Rumanía mueren matando: Nicolae Ceaucescu y su esposa fusilados tras ordenar una masacre

Hechos

El 25.12.1989 fueron ejecutados/asesinados el presidente de Rumanía y secretario general del Partido Comunista rumano Nicolae Ceaucescu y su esposa Elena Ceaucescu.

Lecturas

JUICIO SUMARÍSIMO CONTRA EL MATRIMONIO CEAUCESCU

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UN AMIGO DE SANTIAGO CARRILLO

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21 Diciembre 1989

La policía dispara contra los manifestantes en Bucarest

Berna Harbour

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Las fuerzas de seguridad rumanas abrieron fuego ayer contra más de 70.000 personas que se manifestaban en Bucarest en contra del presidente Nicolae Ceaucescu y su régimen estalinista. El número de víctimas mortales de la represión, ayer, en pleno centro de la capital rumana era incalculable, aunque fuentes yugoslavas y rumanas cifraban entre 20 y 50 los muertos. Una concentración en el centro de la capital, convocada por el partido comunista (PCR) para expresar la lealtad al presidente se convirtió en una inmensa manifestación contra el dictador.

Este reaccionó estupefacto y tuvo que interrumpir primero y abreviar su discurso ante una inmensa manifestación que le llamaba «asesino» y coreaba llamamientos en solidaridad con las víctimas de los cuatro últimos días que se cuentan ya en varios miles. La policía abrió fuego contra la multitud y los carros de combate arremetieron contra la masa de gente aplastando a un número indeterminado de personas.El máximo líder soviético Mijail Gorbachov, convocó ayer al embajador rumano en Moscú para pedirle explicaciones por lo que ya es la mayor matanza habida en Europa desde la II Guerra Mundial.La misma escena trágica escena que se dio en el centro de Bucarest, con el Ejército y la policía disparando indiscriminadamente contra la población, se había producido ya por la mañana en la ciudad de Arad, según testimonios recogidos por EL PAÍS. Los rebeldes están ya armados y dispuestos a continuar el levantamiento contra Ceaucescu, según la agencia yugoslava Tanjug.Entre tanto, algunas unidades del Ejército se enfrentaron a la policía en los primeros indicios claros de desocmposición del aparato reprtesivo rumano, según Europa Libre. Bucarest se levantó ayer contra Ceaucescu y su protesta fue ahogada en sangre. Los policías dispararon contra todo ser viviente y los carros de combate aplastaron a grupos de jóvenes y estudiantes. Según Tanjug, los manifestantes repetían incesantemente el célebre grito: «¡No nos moverán!»y «¡Timisoara! ¡Timisoara.1», «Ceaucescu asesino».

Los helicópteros sobrevolaban la ciudad mientras la marcha de los manifestantes aumentaba incesantemente. Después de Timisoara le llegaba el turno a Bucarest, justamente durante la citada manifestación que el PCR había organizado para brindar apoyo a Ceaucescu.A lo largo del día fueron llegando en filas grupos de obreros portando las banderas rumanas y las fotos de Ceaucescu para escuchar el discurso del alcalde de Bucarest, Barbu Petrescu, y del propio Ceaucescu. Cuando el anciano líder se dispuso a hablar, los dóciles manifestantes, de repente, se convirtieron en desobedientes y comenzaron a tirar los retratos del conducator. El discurso de Ceaucescu fue transmitido por la radio y la televisión e interrumpido cada vez que la masa gritaba los eslóganes antigubernamentales «abajo los asesinos», «abajo Ceaucescu».

El presidente volvió a repetir que las manifestaciones en Timisora habían sido organizadas para interrumpir la independencia rumana, mientras que un grupo reducido de los devotos decía: «Ceaucescu y Rumanía son nuestro orgullo».

«No somos fascistas»Al otro lado de la plaza de la República, en frente del hotel Atenea Palas, un grupo reducido de jóvenes comenzó a lanzar las consignas antigubernamentales. A pesar de ello, Ceaucescu continuó su discurso prometiendo alzas salariales de 200 lei, pagas extras de 1.000 lei para las mujeres con un hijo y otros 500 por el segundo, «pues es necesario tener más niños para Rumanía y para el partido». De repente la gente dejó de escuchar y comenzó a unirse a las filas de los jóvenes y estudiantes en frente del hotel Continental, quienes solicitaban la muerte a Ceaucescu.

La policía intervino, en primer lugar, con gases lacrimógenos para que pudiera continuar la manifestación espontánea de apoyo al régimen, pero cuando quedó claro que no se trataba de un grupo de «provocadores» como informó Radio Bucarest en su noticiario de las dos de la tarde, sino de una masa cuyo número aumentaba a velocidad peligrosa, la policía y el Ejército comenzaron a disparar. Tanques y carros blindados se acercaron a la plaza de la República y la masa contestaba atemorizada: «No somos fáscistas».

De repente, policías y militares comenzaron a dispararse unos contra otros, según informó Radio Budapest. Al parecer se inició también una división en el Ejército, mientras la gente cantaba el viejo himno rumano «Despierten los rumanos». Algunos alzaron a sus hijos sobre los hombros para exigir la protección de los niños.

Las últimas informaciones, el caos total reinaba en las calles de Bucarest. Alrededor de las diez de la noche de ayer parecía que la situación en Bucarest se había calmado. En la tarde, informó Tanju, los estudiantes enviaron a sus delegados a las diferentes fábricas de Bucarest para pedir a los obreros que organizaran hoy una huelga general. No sólo entre civiles ha habido muertes en los sucesos de los últimos días en Rumanía. Unos 400 soldados, según una pareja rumana en la misma frontera, han muerto desde el lunes en Timisoara, bajo los disparos de los sublevados, que han tomado armas en sus asaltos a arsenales de la Guardia Patriótica (brazo armado del partido comunista rumano). «Los rebeldes disparan a cuanto uniforme verde pasa ante sus ojos», manifestaron.Un solo rumano descendió ayer de madrugada del tren procedente de Bucarest. «Timisoara parece totalmente destruida. Cristales rotos, libros y retratos de Ceaucescu pisoteados por las calles», contó el rumano casado con una ciudadana húngara, que no quiso identificarse.

Según este rumano, los habitantes de Timisoara ha exigido la entrega de los cadáveres de sus familiares, a los las autoridades responden con el silencio.Al parecer, los cadáveres están siendo enterrados en fosas comunes, e incluso quemados. Entre ellos, numerosos niños mutilados, los niños que estrenaban el sábado su primer día de vacaciones navideñas y por eso se encontraban en las calles jugando.

La emisora oficial Radio Bucarest, emite música patriótica y militar, y repite en cada servicio informativo los logros alcanzados en la economía del país y el gran número de telegramas de adhesión que ha recibido el conducator.

23 Diciembre 1989

El último bastión

Hermann Tertsch

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Regímenes ortodoxos, continuistas ideológica e institucionalmente en la tradición del monopartidismo estalinista, tales como el checoslovaco, el búlgaro o el alemán oriental, han caído en pocas semanas y de forma prácticamente pacífica. No ha sido así en el último bastión y versión más salvaje, la Rumanía de Nicolae Ceaucescu.

Este 1989 que ahora acaba entrará en los libros de historia como el año de la liquidación del estalinismo. Ha sido mucho más rápido de lo que nadie se hubiera atrevido a prever hace aún pocos meses. Regímenes ortodoxos, continuistas ideológica e institucionalmente en la tradición del monopartidismo estalinista, tales como el checoslovaco, el búlgaro o el alemán oriental, han caído en pocas semanas y de forma prácticamente pacífica. No ha sido así en el último bastión y versión más salvaje, la Rumanía de Nicolae Ceaucescu.

Los rumanos, ese pueblo con fama de sumiso e invertebrado, repite estos días, en una auténtica gesta e inmenso sacrificio de vidas, el movimiento emancipador de la Revolución Francesa. Los rumanos han asaltado los palacios del comunista que reinaba con la brutalidad y vivía en el ostentoso lujo de un déspota bizantino. Han asaltado asimismo los cuarteles de los sicarios armados que, con Ceaucescu, defendían contra sus compatriotas sus mayores o menores privilegios.Miles han muerto en pocos días, en la mayor matanza en el continente desde el final de la II Guerra Mundial, en Timisoara, Arad, Brasov y Bucarest. Han salido a la calle gritando «No nos importa morir», con la certeza de que el aparato represivo estaba decidido a matar. Habrá aún más muertes en Rumanía; unos luchan por su vida, otros claman venganza.

La resistencia de la policía secreta, una red de auténticos delincuentes por vocación, necesidad o chantaje, estaba garantizada. El miedo que la población ha perdido ahora con su primera gran victoria atenaza las sienes de todos los colaboradores, confidentes, policías y militares que han servido al despotismo de Ceaucescu.

Las matanzas de los últimos días, las contraofensivas insistentes de unidades del ejército contra una insurrección aún no del todo victoriosa, no son muestras de lealtad a un tirano que no cuenta con amistades ni afectos. No son ofensivas para recuperar privilegios, sino desespera.dos intentos por salvar la vida. El miedo sigue siendo el motor de los acontecimientos en Rumanía.Hace muchos años ya que este sistema en Rumaníasólo estaba basado en el terror. Éste alcanzó su techo en la absoluta miseria en que Ceaucescu sumió al pais. Después comenzó adiluirse ante la liberalización en los de más países del Pacto de Varso via, ante la figura de Mijal Gorbachov, y las contundentes pruebas de Praga, Bertin Este y Sofía, de que un régimen comunista, por represivo y calamitoso que sea para con su pueblo, es rever sible, eliminable.

Como en ningún régimen comunista desde la muerte de Stalin, el rumano ha estado rriarcado por un solo hombre, Ceaucescu. Este hijo de campesinos, nacido en 1918, que se hizo con el poder en 1965 como lider carismático de un comunismo nacionalista, degeneró política y mentalmente hasta convertirse en un déspota iluminado por dogmas simplificados en su incultura, marginado de la realidad del país, y preso de sus obsesiones inegalómanas, que han sumido a su país en el terror y la miseria.

Ceaucescu es la grotesca perversión del estalinismo en un país pequeño, nacionalista y balcánico. Este «híbrido de vampiro y payaso», como lo llamó un periodista español, con su desprecio hacia la vida de sus ciudadanos, su total falta de escrúpulos, su rídicula propensión a la parafernalia monarco-comunista, ha marcado una época trágica como muy pocas en la dura historia de este pueblo. Habría que remontarse a las grandes devastaciones bajo el invasor otomano para encontrar algo comparable.

Cuando los rumanos se han rebelado, en 1981, en las minas de Jiu, o en 1988, en la ciudad de Brasov, el conducator no dudó en matar, torturar y deportar a sus súbditos. Centenares de personas han desaparecido sin dejar rastro en los últirnos años. Miles de niños han muerto de hambre frío en las incubadoras, o, en los últimos días, atravesados por las bayonetas militares.

Ya a principios de esta década no había en Europa Oriental ningún líder comunista tan odiado por su pueblo. Su ignorancia y altivez le llevaron a creerse un semidios y a dejarse celebrar como tal. Además, sumieron a Rumania en una miseria desconocida en este país incluso en épocas de guerra y ocupación extranjera. Sus sueños de un reino de la industria pesada para forjar al hombre nuevo rumano acabaron con una de las más ricas agriculturas del continente. La primitiva obsesión de este campesino de Scornicesti por ser «un hombre de Estado de relieve internacional» le llevó a creerse gestor de crisis internacionales y mediador entre las superpotencias.

Para aumentar su inargen de: maniobra creyó necesario rescatar la soberanía pagando la deuda exterior que él había creado con su plan de i ndustri aliz ación. tan forzado como económicamente absurdo. Entonces comenzó el hambre.

Ceaucescu sabía llodo y de, todo, según la verdad oficial. Sirl. haber acabado la escuela primaria, Nicolae y un personaje no menos ignorante, su inujer Elena, obsesa por el poder y celebrada como gran académica, han hecho tanto daño a la sociedad, a la economía, a la cultura y a la naturaleza que las secuelas de la trágica era Ceaucescuno quedarán defintivarnente borradas en generaciones.Mínima compensación

Las noticias sobre su detención ayer son contradctonas. Sería una mínima compensación para este pueblo, que tanto ha sufrido en los últimos años, que los máximos responsables de su drama sean juzgados públicamente y salga a la luz el cinismo y la iniquidad con que han gobernado Nicolae y Eleria, los hábitos de sátrapa de su hijo Nicu, y los crímenes de quienes les sirvieron.

Es improbable, sin embargo, que este juicio evite que la ira de la población provoque nuevos derrarnamientos de sarigre entre sus colaboraelores. Demasiado grande ha sido el sufrirniento, el hambre y Ia humillación sufrida por los rumanos paraque un frágil gobierno de transición pueda evitar que, sobre todo en el eampo, se produzcan linchamientos. Todavía correrá sangre entre inocentes y culpables de colaboración con el Titán de los Titanes, que desde ayer es ya sólo un anciano criminal convicto.

23 Diciembre 1989

El hundimiento de Ceaucescu

Manuel Azcarate

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En medio de la miseria, Ceaucescu se dedicaba a construir palacios babilónicos que no servían para nada. Rodeado por un culto a su persona sólo comparable al de Kim II Sun en Corea.

En un plazo de horas, una ciudad aterrorizada por la policía, en la que nadie se atrevia a compartir con su vecino sus quejas por la falta de productos, se ha convertido en un volcán de entusiasmo popular, en un pueblo en pie que empieza a sentirse libre después de haber obligado a huir al odiado tirano y a parte de sus colaboradores. La transición de Rumanía ha batido todos los récords de velocidad, y ello en un mes en que ya era diricil calcular cuánto más había tardado la caída de Honecker -seguida de la de Krenz- comparada con el desplazamiento de Hussak y Jakes. El muro de Berlín estaba en pie hace seis semanas. Y entonces se preveía que Rumania quedaría al margen de los cambios a causa de la represión aplicada por un Ceaucescu implacable. Pero el vendaval de la libertad ha sido más fuerte que los cálculos sensatos. Estamos viviendo uno de esos momentos privilegiados -escasos en la historia- en que lo imposible se hace real en plazo de horas.¿Cómo ha sido posible este hundimiento tan rápido del régimen que parecía iba a quedar como reducto del socialismo real? Sería pretencioso dar una respuesta acabada hoy; faltan muchas informaciones, que saldrán a la luz cuando se destape todo lo que estaba cubierto por una losa de censura y miedo. Sin embargo, esa caída tan vertical no se debe a la casualidad.

Dentro de los regímenes del Este, Ceaucescu había llevado al extremo la doble verdad -lo que se vive y lo que se dice- tan propia de esos sistemas. Empezando por una situación económica absolutamente desastrosa, de hambre para muchos rumanos, mientras los discursos oficiales repetían que el socialismo da al hombre una vida venturosa. Así hora tras hora en una televisión que sólo podía emitir tres horas diarias por falta de fluido. Y mientras la gente tenía que levantarse de noche para poder cocer unas patatas, ya que de día la llama del gas era demasiado débil.

En medio de esa miseria, Ceaucescu se dedicaba a construir palacios babilónicos que no servían para nada. Rodeado por un culto a su persona sólo comparable al de Kim II Sun en Corea, actuaba como un sátrapa asiático: había cerrado, por ejemplo, una de las avenidas de Bucarest, conducente a su palacio, para que sólo su coche pudiese circular por ella. Un enorme abismo separaba al ciudadano de a pie de la casta de Ceaucescu y sus allegados. No eran sólo privilegios económicos. Vivían en otro mundo.Durante mucho tiempo Ceaucescu jugó la carta del nacionalismo rumano, insistiendo incluso en las raíces latinas del país, para afirmar una independencia en relación con la URSS que le valió un trato privilegiado -Incluso una visita de Nixon- por parte de EE UU y otros países. Esa política también tuvo para él efectos positivos en el plano interior. Logró presentarse como líder nacionalista, despertar cierto orgullo nacional en extensas capas del pueblo. Pero esos mismos sentimientos se han vuelto contra él. Los rumanos han tomado conciencia de que Ceaucescu les condenaba a ser la vergüenza de Europa. El patriotismo ha sido, pues, al lado del anhelo de libertad y de una vida mejor, una de las palancas que han lanzado a las masas a la calle para derribar al tirano.¿Era un régimen estalinista? Sin duda, sí, por la brutalidad de la represión. La policía controlaba todo y mandaba más que el partido. En los propios círculos del poder los dirigentes desconfiaban unos de otros. Pero existía una diferencia con el estalinismo: el carácter de banda familiar del equipo que gobernaba con Ceaucescu. Este se desprendía cada vez más de muchos dirigentes con historial de militancia comunista para sustituirles por personas de su familia. Su mujer, Elena, era el segundo personaje del Estado y controlaba el aparato represivo. Hijos, hermanos, cuñados y, o tros parientes llenaban los org anismos dirigentes del partido y del Estado. Al final Ceaucescu confiaba sólo en personas de su familia. Signo quizá. patológico, pero que en todo caso rebaíaba el nivel intelectualy político del equipo gobernante. Y multiplicaba las zonas de descontento dentro del propio partido y aparato estatal. Ceaucescu ha sido barrido por una poderosa marea popular, pero otro factor, importante de la caída ha sido la oposición que, con mucha cantela, se había organizado dentro del sistema, y cuyas ramificaciones llegaban hasta algún miembro del comité ejecutivo del partido. Incluso parte de la poilicía se inclinaba últimamente por apoyar el cambio. El temor de muchos dirigentes a que la transición acarrease represalias sarignientas fue causa de inniovilismo durante un período. Mas cuando empezó a manifestarse la presión popular se ha producido una división entre los ultras y los inclinados a aceptar el cambio.

En ese clima se puede pensar incluso que la idea. de la manifestación de homenaje a Ceaucescu, el jueves pasado, partió de gentes interesadas en eliminarle. Fue una ocasión inesperada para que las masas se viesen juntas en la calle y estallase su ira. Ese desenlace, sin precedente en la historia -y digno de una ópera de Verdi-, de un dictador increpado por un pueblo convocado poir él paxa jalearle ha sido fruto de la conjunción de una protesta popular gigantesca e irresistible y de una conspiración apoyada por- parte del aparato. Pero de ello se desprende también la probabilidad de choques violentos hasta que la democracia pueda triunfar de verdad.

Manuel Azcarate, miembro del PSOE (antes del PCE).

26 Diciembre 1998

... A Hierro muere

ABC (Director: Luis María Anson)

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El fusilamiento de Ceaucescu y su esposa cierra la dictadura del tirano comunista de Rumanía que ha alargado su sombra siniestra durante un cuarto de siglo. Final de un juicio sumarísimo en el que se ha impuesto la justicia del pueblo, víctima de su paranoia desde que ocupó el poder. El tirano comunista ha muerto porque el horror acumulado durante años así lo exigía. Nos hemos manifestado reiteradamente contra la pena de muerte. Es una cuestión de principio. No estamos, pues, de acuerdo con la que se acaba de aplicar en Rumanía. Pero no puede dejar de entenderse la reacción de los jueces que han tenido que juzgar al tirano. Ceaucescu es el único responsable de un cuarto de siglo de ignominia y de muchos millares de muertos solo durante la última semana de su dictadura.

Nicolae Ceaucescu no era simplemente un dictador comunista como tantos otros que han surgido a la sombra de la hoz y el martillo en muchas naciones del mundo, sino un déspota aferrado al poder, que utilizó el marxismo leninismo como el instrumento idóneo con el que oprimir a su pueblo y barrer de su conciencia el último residuo de dignidad. Su dictadura inicial degeneró en tiranía y la muerte ha sido la fatal consecuencia de su vida entera.

Aplastar al pueblo y no simplemente encuadrarlo en la máquina totalitaria del comunismo era su única voluntad, y lo que a estas horas resulta admirable es que este pueblo sometido a una insoportable esclavitud haya encontrado el coraje para sublevarse sin medios materiales contra un Ejército de verdugos.

Entre la Guardia Patriótica y las fuerzas de Securitate, Ceaucescu podía contar con cincuenta mil hombres pefectamente armados que tenían a su disposición una reserva de casi doscientos mil personas suplementarias. Este ejército personal disponía de municiones abundantes infinitamente superiores a las disponibles por el Ejército regular siempre sospechoso de infidelidad para la perpetua desconfianza del tirano. El milagro militar de la sublevación es que ese ejército, prácticamente desarmado por la suspicacia de Ceaucescu, se haya lanzado al combate contra las fuerzas pretorianas del dictador, con plena conciencia de que comenzaba la lucha sin otras armas reales que las fuerzas que la desesperación. Resultaba admirable contemplar el avance de los carros de combate escoltados por el pueblo, que desafiaba el tiroteo de los expertos cuerpos de seguridad.

Estaba escrito que la caída de Ceaucescu no reproduciría en tierra rumana las revoluciones tranquilas que han modificado la vida política de otros países comunistas de la Europa oriental. Había demasiado crimen almacenado en la historia del dictador y demasiada sangre ensuciaba las manos de los verdugos, que estaban obligados a resistir antes de ser exterminados.

Detrás de la dictadura comunista de Ceaucescu queda un pueblo roto al que el mundo entero deberá ayudar con generosidad. Es lo que se merecen esos valientes ciudadanos rumanos que han afrontado la brutalidad del déspota con la misma impávida y lúcida serenidad con que Antígona desafiaba a Creonte.

27 Diciembre 1989

El fin del tirano

EL PAÍS (Director: Joaquín Estefanía)

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El juicio y ejecución sumarios de Nicolae y Elena Ceaucescu han evitado de modo probable que el final de la dictadura rumana, horriblemente sangriento de por sí, se transformara en una guerra civil de incalculables consecuencias. Mientras duró la incertidumbre sobre el paradero del dictador y de su compañera, la policía secreta, la Securitate, mejor pertrechada y entrenada que el Ejército y, naturalmente, que la atemorizada población civil, aprovechó su mayor experiencia en el manejo de los recursos represivos para asesinar de forma indiscriminada y fría a un número pavoroso -60.000 según cifras oficiales- de ciudadanos indefensos. Tal vez no sean absolutamente ciertos todos los relatos que están llegando estos días sobre las brutalidades cometidas -asesinatos de recién nacidos en un hospital infantil., envenenamiento de depósitos de agua potable-, pero, por lo que ya se sabe con certeza, el terror sembrado en el país supera lo que puede imaginarse desde la razón.La caída de los regímenes socialistas de Polonia, Checoslovaquia, Hungría, Alemania del Este y Bulgaria ha sido fruto simultáneo de tres circunstancias: la perestroika, la presión popular y el desánimo de una nomenklatura asustada y carente de la voluntad o de la capacidad política de ahogar la protesta popular en un baño de sangre. Ninguno de los líderes depuestos arriesgaba más que el cambio de una posición de privilegio por un oscuro o insignificante puesto y, en el peor de los casos, responder ante la justicia por eventuales circunstancias de corrupción.

Nada de esto era posible en la Rumanía de los Ceaucescu. Por una parte, la Securitate era mucho más que una policía política. Organizada según el patrón de las SS, disponía de una organización militar mucho más eficaz y mejor dotada que el propio Ejército. Durante un cuarto de siglo ha sido un brutal instrumento para asegurar el ejercicio de la tiranía sobre un pueblo. Ello auguraba poca piedad a la hora del desquite, lo que explica la violencia con que ha actuado la Securitate mientras entendía que su líder estaba con vida y que existía una posibilidad de retomar el poder. Y hace temer por la resistencia que aún ofrecerán muchos de ellos, convencidos de que perderán posiblemente la vida, además de sus privilegios.

Para los Ceaucescu, venales creadores de una dinastía instalada en el culto a la personalidad y en la corrupción (1.000 millones de dólares evadidos a Suiza), no existía jubilación posible en un discreto’ jardín en Transilvania. Antes de que se planteara siquiera un dificil dilema sobre qué hacer con el dictador una vez detenido, el Ejército montó un juicio sumarísimo y lo fusiló. En situaciones como éstas se pone a prueba la repugnancia real que toda pena de muerte provoca, porque, si en algún caso hubieran atenuantes, éste sería el mejor de ellos. La difusión por la televisión de las terribles imágenes previas y posteriores al ajusticiamiento deben disipar, sin embargo, toda duda: la ejecución de un ser humano es siempre odiosa.

La rápida instrucción del proceso y la inmediata ejecución de la sentencia, sin aparente intervención de la autoridad civil emergente, suscitan algunas cuestiones sobre quién controla de hecho el poder en estos momentos en Rumanía y sobre cuál es el margen de autonomía de las nuevas autoridades civiles respecto de los militares. Es aún pronto para adivinar si Ion Iliescu, un comunista ex compañero de estudios de Gorbachov, nombrado nuevo presidente por el Frente de Salvación Nacional, tendrá una vida tan corta como algunos de los dirigentes de transición arrasados por el huracán de la historia en otros países socialistas. Si apacigua a su pueblo, modera la revancha y pone a Rumanía -con la ayuda de las grandes potencias- en el camino de la civilidad, habrá hecho un gran trabajo. Pero, a semejanza de Egon Krenz en Alemania del Este y de Adamec en Checolosvaquia, en tan ardua e ingrata tarea podría ocurrirle lo que ayer describía en estas páginas Hans Magnus Enzensberger como la heroicidad de la retirada: ser un «empresario histórico de derribos… que con su trabajo mina siempre también su propia posición

27 Diciembre 1989

Dos dictaduras menos

Manuel Blanco Tobio

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De una sola tacada dos dictaduras, la rumana de Ceuacescu y la panameña de Noriega, han sido barridas del mapa, dos dictadores han hecho mutis por el foro, el rumano de una manera violenta, ante el pelotón de ejecución y el panameño, refugiándose en la Nunciatura en su país. De forma que, por una vez ha ganado los buenos.

Sobre los acontecimientos de Rumania, quizás los más trágicos desde la Comuna de París, no hay dudas sobre de qué lado estaban las simpatías del mundo, pero el caso de Panamá es más complicado en materia de simpatías y adhesiones. Como la historia y la vida aman las paradojas, el fin de la dictadura de Noriega llegó por la vía rápida y no deseada de una intervención extranjera, la norteamericana, con lo que a cualquier conciencia se le plantea un interrogante: ¿Es lícito acabar con una dictadura mediante una invasión extranjera? La respuesta de la opinión pública mundial, en su inmensa mayoría, aunque con excepciones cualificadas – la de Gran Bretaña y Francia – fue de condenación a los Estados Unidos. Pero salvada esta cuestión de principio, tan delicada como la de si los ángeles tienen sexo, sólo ha habido universal regocijo ante la buena nueva de que Noriega se ha ido a hacer gárgaras. Nadie ha distinguido en esto los medios de los fines, y sólo ahora, cuando ven a Noriega desarmado y en busca de asilo político, la gente parece darse cuenta de que los norteamericanos fueron a Panamá para acabar con la dictadura y el dictador, así que nos halamos ante un caso en el que hay que preguntarse si el fin justifica los medios.

¿En qué forma van a evolucionar ahora políticamente Rumanía y Panamá? Lo de este último páis parece estar bastante claro. Es cierto que las elecciones celebradas todavía bajo la dictadura de Noriega, y a renglón seguido anuladas por él, no pudieron seguir un curso normal: como igualmente es cierto que hubo irregularidades en el hecho de que Guillermo Endara jurase su cargo y tomase posesión de él en circunstancias muy excepcionales, pero ahora mismo la presidencia de Endara parece indiscutible, y lo que seguramente vamos a ver será la puesta en marcha de una democracia tradicional. Los EEUU no transigirían con otra cosa.

En cuanto a Rumanía, es de esperar que seguirá la pattern o configuración que se ha visto virtualmente en todos los países del Este en su camino de vuelta a la democracia. Primer paso: arrebatarle al PC su exclusividad en el uso del poder, compartiéndolo con la oposición. Segundo paso: intento del PC de seguir mandando, para lo cual cambiará de nombre y si es preciso de sexo, pero no engañando a nadie. Tercer paso: desenmascaramiento del PC y defenestración del hombre de paja que haya elegido. Y cuarto paso: anuncio de propósitos democratizadores y de próximas elecciones libres. El año que comienza dentro de unos días estará lleno de esta clase de elecciones.

En lo que se refiere a las relaciones entre Rumanía y la Unión Soviética, el Comité de Salvación Nacional, que ha sustituido a la dictadura, ya anunciado que Rumanía respetará todos los tratados que la vinculan al Pacto de Varsovia. Puesta la vela a la democracia hay que aceptar en el Este de Europa.

Pluralismo y economía de mercado están siempre en los proyectos de reconversión democrática, pero no hay que pensar en que todos los países de la Europa del Este van a evolucionar de la misma manera. El punto de partida es el mismo, pero no el de llegada, porque hay gran divergencia histórica, étnica y cultural entre ellos.

Manuel Blanco Tobío

28 Diciembre 1989

Adiós

Gabriel Albiac

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HE malgastado mi vida. Es lo único que me queda decentemente por escribir, ante las fotos de las fosas comunes de Timisoara. Sé que sería sencillo hacer un quiebro. Decir que nada tiene que ver esa monstruosidad con el sueño de una sociedad libre de hombres iguales, por la que aposté, a todo o nada, hace ya mucho más tiempo del que sería preciso para pretender ser hoy recuperable. Pero no es hora de andar jugando con las palabras y las cosas. Como comunista he sido responsable también de eso. Y basta. Sólo me queda, pues, decir adiós. A todo. La sociedad capitalista está podrida. Me reafirmo en ello, con la fuerza de una certeza absoluta. Que quede claro: rezuma miseria y desolación -material y simbólica- por cada resquicio de sus escaparates deslumbrantes. El socialismo -quede igualmente claro- no ha sido más que un inmenso campo de concentración y tortura. Y quienes, designando con justeza lo primero, hicimos de la lucha comunista nuestra razón de sobrevivir en el sinsentido diario, hemos sido los cómplices -inconscientes, penosos, lamentables, ridículos, todo lo que se quiera, pero cómplices- de lo segundo. Sin nuestro sofisticado aparato discursivo, hecho de distinciones sutiles entre socialismos reales y teóricos, tal vez hubiera sido más fácil designar lo evidente. Aun en el «Infierno» de Dante hay círculos graduales: el nuestro, visto desde el suyo, era casi un paraíso. Me avergüenzo de haber perdido el tiempo, hablando y escribiendo de inteligentes tonterías que ocultaban cómo otros sufrían y morían en silencio. Sé, así, que no soy mejor que ese dirigente del PCE que, hace apenas una semana, se negaba a que pudiera usarse para el camarada Ceaucescu el calificativo, demasiado duro en su opinión, de «déspota». Yo, que he usado siempre calificativos bastante más brutales para él y para los de su ralea, he querido empeñarme, sin embargo, en hacer el elogio de una revolución imposible que no era -por muy paradójico que resulte- sino la coartada de sus matanzas. No soy mejor que Ignacio Gallego, pues. Ni mejor que la disciplinada representante del PCE que, en el último Congreso del PC Rumano, hace un mes, ovacionó al Conducator «por respeto» -dice ahora- «al pueblo de Rumanía». Todos somos tan culpables como ellos. Como los que se beneficiaron de las residencias para miembros de la nomenklatura al borde del Mar Negro, como los que fueron parte del círculo íntimo de los Ceaucescu y ahora callan como tumbas, como los que hoy aún tienen la desvergüenza de seguir haciendo uso institucional de ese adjetivo «comunista» que recibieron de la Komintern primero, ratificaron luego por la Kominform… Tan culpable como ellos. Está claro. Dan ganas de no volver a escribir jamás una sola línea política.

Memorias

Santiago Carrillo

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Se le ha colgado a Ceausescu la fama de ser un hombre sanguinario creo que injustamente. Muy al contrario yo le he visto criticar el período de Gobierno de Gheorghiu Dej, por haber perseguido a Ana Pauker. La verdad es que en los años 49 y 50 Rumanía fue una excepción en las purgas sangrientas de dirigentes comunistas que tuvieron lugar en las ‘democracias populares’. Gheorghiu Dej resistió las presiones de Beria y protegió a los excombatientes de las Brigadas Internacionales. El único reproche que se hacía, según me confesó alguna vez, era no haber tenido fuerza para impedir la ejecución de Imre Nagy por los soviéticos.

Ceausescu había tenido la pretensión de convertir a Rumanía en una potencia industrial. Y en este enorme esfuerzo industrial, desproporcionado para las dimensiones rumanas, había sido realizado a costa de la agricultura y la ganadería, una parte importante de cuya producción se había destinado a pagar la deuda externa.

El resultado fue una situación de extrema penuria para la poblacón, que cuando cayó el muro de Berlín llevaba bastantes años profundamente descontenta contra Ceausescu y su esposa, a causa del grave desabastecimiento que sufría. Mucho antes de su derrocamiento muchos funcionarios del partido, como Gisela Vas y el traductor de Ceausescu, Dan, me decían que ya no podía descartarse el que cualquier día se produjera un golpe de estado apoyado en el descontento popular por la falta de productos de primera necesidad. Mis camaradas de la redacción de Radio España Independiente, a pesar de tener la ventaja de algún economato, se quejaban también del desabastecimiento.

Ceausescu había perdido el contacto con la realidad. Quiso convertir a Rumanía en una potencia industrial autosuficiente, olvidando la existencia de un mercado internacional y de lasm ás elementales reglas de la economía y arruinó a su país. Esto, la corrupción y el nepotismo, mucho más que el carácter «sanguinario» de su Gobierno, fue lo que provocó la animadversión del pueblo rumano contra él.

Estoy convencido de que a partir de cierto momento Ceausescu llegó a perder el juicio, no estaba en sus cabales. Empecé a darme cuenta una vez en los años 70. Me había llamado la atención una vez más lo jóvenes que parecían los dirigentes en las fotos que los manifestantes portaban en el desfile.»¿Por qué razón las fotos en vez de ser las de ahora son las de vuestro ingreso en el partido?» Elena reconoció que la suya era de 17 años antes. Entonces Nicolae, muy serio, afirmó que la suya estaba hecha ahora. Como le hiciera observar que en la foto tenía el pelo negro mientras que en la actualidad ya era gris, contestó con igual seriedad: «Es que cuando yo descanso quince días el pelo se me vuelve a poner negro». Lo peor es que lo decía en serio, se lo creía; éste fue para mí un primer aviso de que algo no iba bien en su cabeza.

Ceausescu llegó a autoconvencerse de que el poder lo había conquistado el Partido Comunista rumano en una revolución victoriosa. Te lo explicaba así con toda naturalidad, como si se tratase de una evidencia.»¿Y el Ejército Rojo? En mi país hay un referán que dice: con ayuda de vecinos, los capones hacen hijos».

Cuando se produjo el movimiento que lo derribó yo estaba convencido de que si no alcanzaba a huir lo ejecutarían. Años de penuria atribuidos a su política habían hecho a la pareja que formaba con Elena terriblemente impopular. Además, el movimiento lo encabezaba el sector de oposición de su propio partido, que no podía afrontar un debate público con él. En Tales cicunstancias el final estaba escrito.

Al ver el siniestro vídeo hecho con la pantomina de proceso que precedió a su ejecución y al a de Elena, el comportamiento de ambos me convenció todavía más de que no comprendían todavía nada de lo que les sucedía, inclos cuando podían percibir la inmediatez de su muerte. Pienso, pese a todo, que en aquel vídeo lo más digno fueron ellos dos.