16 julio 1918
Se cumple la maldición de monje asesinado Rasputín
Los comunistas rusos asesinan al ex zar Nicolás II, a toda su familia y a sus empleados de confianza

Hechos
El 17 de julio de 1918 fue ejecutado Nicolás II, su esposa Alejandra, sus cuatro hijos y tres empleados.
Lecturas
La revolución de febrero de 1917 supuso la caída del Gobireno del Zar Nicolás II. La revolución de octubre de 1917 con la llegada de los comunistas al poder, el inicio de la cuenta atrás para su muerte.
La guardia roja comunista ha pasado por las armas al ex zar de todas las Rusias, Nicolás II, y a toda su familia, que se encontraban confinados en Ekaterimburgo.
Los guardias tomaron la trágica determinación ante la previsible cercanía de las tropas blancas, que avanzaban hacia el sitio donde el zar estaba prisionero, con el propósito de liberarlo y propiciar así un levantamiento general de signo monárquico. Nicolás II había nacido el 18 de mayo de 1865 en Tsarkoie Seló y fue emperador de Rusia entre 1894 y 1917. Aunque al comienzo se esforzó por mantener el régimen autocrático de sus predecesores tras la derrota en la guerra con Japón y la primera revolución de San Petesburgo de 1905 (el ‘Domingo Rojo’ / ‘Domingo Sangriento), prometió conceder derechos políticos e instituir un parlamento, la Duma, la vigencia de las libertades democráticas fufe en realidad escasa, y los poderes de la duma estuvieron siempre severamente limitados. Nicolás II abdicó en marzo de 1917 y pensó en exiliarse, pero los británicos le negaron el derecho de asilo.
Desterrado a Siberia, cayó poco después en manos de los bolcheviques. Junto al ex zar, han sido fusilados su esposa Alejandra – célebre entre otras cosas por sus presuntas relaciones con el polémico monje Rasputín – y las cuatro hijas del matrimonio imperial, así como el zarévich heredero, Alekséi, y los empleados de la familia.
Los comunistas siempre temieron que Nicolás II o alguno de sus descendientes sirviera como bandera al movimiento monárquico con los efectos consiguientes.
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EL MITO ‘ANASTASIA’.
En torno a una de las cuatro hijas del zar Nicolás II, Anastasia Romanov, existió el rumor de que había logrado escapar y seguía viva bajo otra identidad.
El Análisis
La madrugada del 17 de julio de 1918, en un sótano de la casa Ipátiev en Ekaterimburgo, el último zar de Rusia, Nicolás II, su esposa Alejandra, sus cinco hijos —incluido el pequeño zarevich Alekséi— y varios de sus fieles sirvientes fueron ejecutados a tiros y bayoneta por órdenes del régimen bolchevique. El que durante años había ostentado el poder absoluto sobre un inmenso imperio murió sin juicio ni ceremonia, arrastrado como un criminal junto a su familia por los verdugos de un nuevo orden. La brutalidad de la masacre no sólo buscó acabar con una dinastía, sino con la posibilidad misma de su retorno, borrando del mapa toda huella física de los Romanov.
Nicolás II fue, sin duda, un monarca débil y superado por su tiempo. Bajo su mandato, Rusia desperdició su oportunidad de reformarse, se hundió en guerras desastrosas y se ganó el odio de su pueblo por su represión y ceguera política. Pero el crimen de su ejecución y la de sus hijos —incluidas jóvenes inocentes y un niño enfermo— fue una mancha indeleble para el nuevo régimen soviético. Lenin y Trotsky quisieron con ello mostrar su determinación y cerrar el paso a la contrarrevolución, pero el precio fue el paso irreversible de la justicia política al terror como método de poder.
La muerte de los Romanov dio paso a una era sin monarquía, pero no con más libertad. Y dejó también un hueco en el imaginario colectivo que los años no han borrado. El mito de que una de las hijas, Anastasia, pudo haber sobrevivido alimentó leyendas durante décadas, reflejo de una necesidad humana de hallar consuelo en la fantasía ante tanta crueldad. La matanza de Ekaterimburgo no fue sólo un fin dinástico, sino el símbolo trágico del derrumbe de un mundo y el nacimiento, a sangre y fuego, de otro aún más implacable.
J. F. Lamata