13 marzo 1990

Más frentes para la URSS: La república soviética de Lituania proclama la secesión para desvincularse de Rusia

Hechos

El 13 de marzo de 1990 la república soviética de Lituania anuncio su propósito de separarse de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas.

14 Marzo 1990

Independencia lituana

EL PAÍS (Director: Joaquín Estefanía)

Leer

LA PROCLAMACIÓN de la independencia de Lituania ha creado una situación compleja en la Unión Soviética, ya que no existe aún el procedimiento legal para poner en práctica el artículo de la Constitución que establece el derecho de las diversas repúblicas a separarse, si así lo desean, de la URS S. Sin duda para evitar que el ejemplo cunda, Gorbachov se ha apresurado a declarar que la decisión del Parlamento lituano es «¡legal»; pero el sentimiento a favor de la independencia es unánime. A diferencia de Estonia o Letonia, la población lituana es nacionalmente homogénea; los rusos no representan un porcentaje apreciable.Existía inquietud sobre la reacción de Moscú ante una demanda de independencia por parte de una república integrada en la URSS. Esa reacción ha sido moderada y carente de dramatismo. Desde el principio, la idea de una solución «militar» ha sido descartada, incluso por un duro como Ligachov. No es pequeña cosa. El Kremlin se encuentra hoy obligado a afrontar nada menos que la liquidación del imperio colonial ruso, el cual se prolongó, con formas distintas, durante la etapa soviética. Que decida hacerlo desde la utilización exclusiva de argumentos políticos demuestra el talante negociador y el cambio conceptual del estilo Gorbachov.

En ausencia ¿le una ley sobre los mecanismos de la secesión, éstos tendrán que ser elaborados y puestos en práctica paralelamente a la discusión de la ley en el Soviet Supremo. En todo caso, la secesión no puede ser considerada como un acto unilateral: afecta al conjunto de la Unión Soviética. Además, no se trata sólo de Lituania. El mismo problema va a plantearse en las otras repúblicas bálticas.

La táctica de Gorbachov consiste en desplazar el centro del debate: aceptada en principio la independencia, pone el acento en la necesidad de concertar sus condiciones económicas, militares y políticas, ámbitos más concretos en los que las opiniones pueden no ser tan unánimes. En lo económico, después de cerca de medio siglo en que ha existido un mercado integrado, la separación radical de Lituania plantea, sin duda, problemas particularmente costosos para una república pequeña, con poca capacidad para desenvolverse en el mercado internacional. Moscú podría intentar imponer condiciones económicas duras en el caso de una separación total de la URSS. Y ofrecer, en cambio, un sistema de relaciones políticas muy flexibles, una «nueva federación» en la que la independencia fuese compatible con la delegación de competencias en ciertas materias, en un Gobierno de carácter federal. En una fase en la que el Kremlin recibirá demandas de independencia de diversas repúblicas, no sólo en el Báltico, Gorbachov necesita demostrar a los rusos -entre los cuales también crece el nacionalismo- que se esfuerza por conservar un Gobierno, central. Y a la vez convencer a las repúblicas periféricas, deseosas de independencia, de que comparte sus anhelos y de que está dispuesto a satisfacerlos en un nuevo marco federal.

En esta compleja coyuntura cobra particular importancia la reforma constitucional, que crea un sistema presidencial con poderes ejecutivos reales. El significado profundo de esta transición hacia el presidencialismo, inspirado en los modelos francés y norteamericano, estriba en un desplazamiento del poder desde el Buró Político del PCUS hasta un presidente elegido por los diputados del pueblo. Ello favorecerá la creación de un centro de estabilidad en un período lleno de amenazas como el que atraviesa la URSS.

17 Mayo 1990

El Consejo del Báltico

EL PAÍS (Director: Joaquín Estefanía)

Leer

LA DECISIÓN de los presidentes de Estonia, Letonia y Lituania de reconstruir, a los 50 años de su desaparición, el Consejo que permitió a esas repúblicas, en la etapa de 1934 a 1940, coordinar su política exterior y reforzar su cooperación cultural y económica puede tener un efecto positivo para encaminar hacia una solución negociada un conflicto cargado de peligros para la perestroika de Gorbachov. En 1934, cuando crecían las amenazas en Europa después de la subida de Hitler al poder, esos pequeños países intentaban, mediante el Consejo, conjuntar sus esfuerzos para pesar más en el panorama internacional y defender mejor sus intereses. Pero el Consejo fue ineficaz cuando el pacto de Hitler y Stalin determinó la anexión a la URSS de las tres repúblicas.Hoy el Consejo del Báltico responde a un objetivo distinto. Se trata, sobre todo, de poner en marcha una negociación común con Moscú. Lituania, Estonia y Letonia han proclamado en los últimos meses su independencia. Pero cada una a su modo: Lituania, con una política extremista; Estonia y Letonia, con relativa moderación, aceptando el hecho de que siguen siendo parte de la URS S y de que hace falta una etapa transitoria previa a la independencia real. Con la creación del Consejo Báltico, Lituania se adapta de hecho a la política más prudente de las otras dos repúblicas. Sin que con ello desaparezcan todos los obstáculos.

En Moscú, Gorbachov está sometido a fuertes presiones -incluso de mandos militares- a favor de la adopción de medidas drásticas contra el independentismo báltico. En cuanto a los grupos democráticos, propugnan una negociación en términos generosos que permita a los pueblos del Báltico alcanzar sus objetivos. La política de Gorbachov se basa en la defensa firme de la legalidad soviética, la cual admite hoy el derecho de las repúblicas a separarse de la URSS, pero a condición de que apliquen la ley aprobada por el Soviet Supremo el mes pasado, es decir, un procedimiento de secesión que supone un plazo de cinco años. Por no ajustarse a esta ley, Moscú ha anulado las tres declaraciones de independencia. Ahora hace falta superar las proclamaciones de principio y entrar en una etapa de negociación.

Pero esa nueva fase no sólo es necesaria. Es urgente. Lo ocurrido en Riga y Tallin, donde se han enfrentado partidarios y enemigos de la independencia, indica que crece el peligro de choques que podrían acarrear secuelas imprevisibles en el caso de que se viesen envueltas tropas soviéticas. Si Gorbachov no es capaz de tomar iniciativas que sitúen el problema, cuanto antes, en un terreno de negociación, pueden estallar acontecimientos que se volverían contra él.

Los Gobiernos europeos, y el de EE UU, han actuado en el tema báltico con prudencia, evitando dar la impresión de que presionaban sobre Moscú en una cuestión que éste aún considera de su exclusiva competencia. Sin embargo, el problema ha tomado ya una dimensión internacional evidente. Con vistas a la cumbre de Washington, sería lamentable que se convirtiese en un obstáculo para avances serios hacia el desarme nuclear. Poderosas razones, tanto de orden interior como internacional, aconsejan al Gobierno soviético tomar medidas imaginativas para dar al conflicto báltico un giro hacia la negociación, un disminuir paulatinamente la tensión.