28 abril 2009

Muere el columnista Javier Ortiz Estévez, que pasó de ser Jefe de Opinión en EL MUNDO de Pedro J. Ramírez a comentarista en el PÚBLICO de Roures

Hechos

El 28 de abril de 2009 fallece D. Javier Ortiz Estevez.

Lecturas

D. Javier Ortiz, antiguo militante comunista, formó parte del periódico EL MUNDO de D. Pedro J. Ramírez Codina desde su fundación en 1989 hasta que, en septiembre de 2007 rompió con este para pasar a ser columnista diario en el periódico PÚBLICO que edita D. Jaume Roures Llop.

28 Abril 2009

OBITUARIO ESCRITO POR ÉL

Javier Ortiz

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Falleció ayer de parada cardio-respiratoria el escritor y periodista Javier Ortiz. Es algo que él mismo, autor de estas líneas, sabía muy bien que sucedería, y que por eso pudo pronosticar, porque no hay nada más inevitable que morir de parada cardio-respiratoria. Si sigues respirando y el corazón te late, no te dan por muerto.

Así que en ésas estamos (bueno, él ya no).

Javier Ortiz fue el sexto hijo de una maestra de Irún, María Estévez Sáez, y de un gestor administrativo madrileño, José María Ortiz Crouselles. Sus abuelos fueron, respectivamente, un señor de Granada con aspecto de policía –lo que tal vez se justifique considerando el hecho de que era policía–, una señora muy agradable y culta con allure y apellido del Rosellón, un honrado y discreto carabinero orensano con habilidades de pendolista y una viuda de Haro casada en segundas nupcias con el recién mencionado, Javier Estévez Cartelle, del que se derivó el nombre de pila de nuestro recién difunto. Si algún interés tienen todos estos antecedentes, cosa que dista de estar clara, es el de demostrar que, en contra de lo que suele pretenderse, el cruce de razas no mejora el producto. (Obsérvese qué gran variedad de procedencias se puso en juego para acabar fabricando a un vasco calvo y bajito.)

La infancia de Javier Ortiz transcurrió en San Sebastián, ciudad que le venía muy a mano, porque nació allí. Se dedicó básicamente a mirar lo que había por sus cercanías, en particular el pecho de las señoras –ahora que ya está muerto podemos descubrir ese inocente secreto suyo–, y a estudiar cosas tan peregrinas como las ciudades costeras del Perú, de las que no logró olvidarse hasta su postrer respiro. Los jesuitas trataron de encauzarlo por el buen camino, pero él descubrió muy pronto que era comunista. Eso malogró del todo su carrera religiosa, ya de por sí poco prometedora, sobre todo desde que notó con desagrado el interés que algunos sacerdotes ponían en sus partes pudendas.

Su primer trabajo como escribidor, aparecido en una página del periódico del colegio, fue, curiosamente, una necrológica, con lo que cabría decir que su carrera como periodista ha resultado capicúa, singular circunstancia de la que muy pocos podrían presumir, aún en el improbable caso de que lo pretendieran.

A los 15 años, hastiado de las injusticias humanas –algunas de las cuales seguían teniendo como referencia obsesiva los pechos femeninos–, decidió hacerse marxista-leninista. Los años siguientes tuvo que emplearlos en averiguar qué era eso que acababa de hacerse, a lo que contribuyeron decisivamente algunos esforzados miembros de la Policía política franquista.

A partir de lo cual, se dedicó con gran entusiasmo a cultivar el noble género del panfleto. Sin parar. A diario. Año tras año. Fue cambiando de punto de residencia, no siempre por voluntad propia –ahí merecen especial mención sus estancias carcelarias y su exilio, primero en Burdeos, luego en París–, pero jamás varió su inquebrantable afán de agitador político, que él pretendía haber adquirido, por absurdo que parezca –y sea, de hecho–, en la lectura de Los documentos póstumos del Club Pickwick, de don Carlos Dickens, y de las Aventuras, inventos y mixtificaciones de Silvestre Padarox, de don Pío Baroja.

Burdeos, París, Barcelona, Madrid, Bilbao, Aigües, Santander… Recorrió incontables sitios y holló innúmeros parajes sin parar de escribir, erre que erre. Zutik!, Servir al Pueblo, Saida, Liberación –Mar, Mediterranean Magazine–  y El Mundo, y una docena de libros, y varias radios, y algunas televisiones… Por escribir, incluso escribió para otros y otras, ejerciendo de negro en momentos de particular penuria. También lo hizo a veces por amistad.

Movido por la lectura del Selecciones de Reader’s Digest y otras publicaciones estadounidenses tan aficionadas a ese género de operaciones, un día decidió calcular cuántos kilómetros cubrirían sus escritos, en el caso de colocarlos todos en una sola larguísima línea de cuerpo 12. El resultado de la estimación fue concluyente: ocuparían la tira.

En materia de amores (de la que sería injusto decir que careciera de alguna experiencia), también fue capicúa. Decía que las mejores mujeres, las más cariñosas y las más nobles con las que compartió sus días (sin desdeñar dogmáticamente a ninguna otra), le resultaron la primera y la última. Aunque la favorita le apareciera por medio: su hija Ane.

Y todo para acabar con algo tan vulgar como la muerte. Por parada cardio-respiratoria, como queda dicho. En fin, otro puesto de trabajo disponible. Algo es algo.

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 Javier Ortiz, escritor y columnista, nació en Donostia-San Sebastián el 24 de enero de 1948 y murió ayer en Aigües (Alicante), tras dejar escrito el presente obituario.

29 Abril 2009

Un periodista a contracorriente

Pedro G. Cuartango

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Hace muchos años, cuando este periódico inició su sección de obituarios, Javier Ortiz me comentó que él dejaría escrito el suyo. Lo entendí como una cortesía, una manera de decirnos que no tendríamos que pasar por el amargo trago de escribir sobre su muerte. En eso se equivocaba.

Francisco Javier Ortiz Estévez, sexto hijo de una maestra, nació el 24 de enero de 1948 en San Sebastián y murió ayer de madrugada en un hospital de Madrid, lejos de su casa de Aigües, en la sierra de Alicante, donde solía pasar largas temporadas y donde había imaginado su final. El corazón le falló horas después de escribir su última columna para Público, el periódico donde trabajaba.

He intentado buscar algún mensaje oculto sobre la proximidad de su muerte en esa columna y sólo he encontrado algo revelador en las últimas tres palabras: «Seguiremos teniendo razón».

Esa frase resume el sentido de su vida: Ortiz fue un luchador contracorriente, un periodista que se empeñó en denunciar los abusos del poder, un hombre que antepuso siempre la verdad a lo políticamente correcto.

Javier Ortiz era de los que creía que la patria del ser humano es la infancia. No hay día en su existencia en el que dejara de rememorar sus primeros años en San Sebastián. Estudió en los jesuitas y tuvo una infancia feliz en el barrio de Gros.

Él mismo relata en tercera persona su evolución política: «A los 15 años, hastiado de las injusticias humanas, decidió hacerse marxista-leninista. Los años siguientes tuvo que emplearlos en averiguar qué era eso de lo que acababa de hacerse, a lo que contribuyeron decisivamente algunos esforzados miembros de la Policía política franquista».

A finales de los años 60, Javier Ortiz entró en ETA. Fue detenido y encarcelado. Estuvo en el exilio en Burdeos y en París, donde descubrió la música francesa de aquellos años. Amaba las canciones de Leo Ferré y de Barbara, que escuchaba mientras escribía los editoriales de este periódico.

Horrorizado por sus crímenes y su intolerancia, Ortiz abandonó ETA y se inscribió en el naciente Movimiento Comunista de España, que forma parte más tarde de la famosa Platajunta o unión de los partidos democráticos para derribar a Franco. Por aquella época, Ortiz fundó una revista llamada Saida, que fue secuestrada con frecuencia por la censura.

Ortiz siempre creyó que la Transición había sido un fiasco y que la izquierda había realizado demasiadas concesiones a la derecha, uno de los temas que eran objeto de nuestras frecuentes y apasionadas discusiones.

Decepcionado con el cariz que tomó la democracia a comienzos de los 80, Ortiz se refugió en una revista del Instituto Social de la Marina, donde sobrevivió en un doloroso silencio. Solía decir que su personaje favorito era Silvestre Paradox, el aventurero creado por don Pío Baroja, y que en su alma seguía siendo un agitador, por lo que debió de sentirse muy frustrado en aquella etapa.

En 1989, Pedro J. Ramírez le ficho como jefe de mesa del periódico que iba a nacer meses después: EL MUNDO. A comienzos de 1990, fue enviado a Bilbao para poner en marcha la edición del diario en el País Vasco. Regresó a Madrid, pasando a sustituir a Manuel Hidalgo como responsable de la sección de opinión. Permaneció en este puesto hasta el verano de 2000, fecha en la que decidió marcharse a trabajar a la editorial Akal aunque siguió siendo columnista de este diario. Yo ocupé su despacho y todavía conservo algunos de los libros que dejó.

La década como jefe de opinión de EL MUNDO fue probablemente la más prolífica de su vida. Escribió miles de artículos y algunos libros como El felipismo de la A a la Z. Fue también el autor de dos excelentes biografías sobre Juan José Ibarretxe y Xabier Arzalluz, a los cuales tenía un gran afecto.

«Recorrió incontables sitios, holló numerosos parajes sin parar de escribir e incluso ejerció de negro en momentos de peculiar penuria»,

dijo de sí mismo tal vez pensando en su epitafio, digno de Silvestre Paradox.

En septiembre de 2007, Ortiz fichó por Público, en el que ha estado escribiendo una columna diaria desde entonces. Podría decirse que murió con las botas puestas, tras poner el punto final a su último trabajo.

Javier Ortiz fue un hombre que disfrutó de la vida. Le gustaban la música francesa, el fútbol y la Real Sociedad, la comida vasca y, sobre todo, las mujeres. Tenía en su despacho un retrato de Emmylou Harris, la musa que siempre le inspiró y a la que una vez entrevistó. Era un voraz lector y una persona de curiosidad infinita.

Ayer llamaron decenas de personas al periódico para recordar su talento y su bondad. Este obituario ha sido escrito en nombre de todos los compañeros que le querían en esta casa, que son muchos.

Finalizo con las palabras que él mismo nos legó con un rasgo de humor negro en su insólito obituario: «Y todo para acabar con algo tan vulgar como la muerte. Por parada cardio-respitaroria, como queda dicho. En fin, otro puesto de trabajo disponible.Algo es algo».

Le sobreviven su mujer Charo y su hija Ane, los dos seres que más amaba y que fueron testigos de que apuró su tiempo hasta el último suspiro.

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Javier Ortiz, periodista, nació el 24 de enero de 1948 en San Sebastián y murió el 27 de abril de 2009 en Ma