10 junio 1988

El histórico político era un destacado enemigo político de Jordi Pujol (CiU) y de la actual ERC

Muere el ex Presidente de la Generalitat Josep Tarradellas

Hechos

El 10.06.1988 murió el ex Presidente de la Generalitat de Cataluña, D. Josep Tarradellas Joan

Lecturas

D. Josep Tarradellas regresó a España como presidente de la Generalitat provisional en octubre de 1977.

Había quedado aparcado de todo espacio político desde su enfrentamiento con D. Jordi Pujol en abril de 1981.

11 Junio 1988

Un estadista

EL PAÍS (Director: Juan Luis Cebrián)

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Con la muerte de Josep Tarradellas i Joan, Cataluña y España han perdido a un estadista. Con una obra de gestión escasa, Tarradellas ha sido seguramente el hombre público catalán que ha realizado más ingente obra de gobierno en lo que va de siglo. Su contribución a la recuperación autonómica y a la normalización democrática española no se cuantifican en guarismos, sino en el registro de la historia.Tarradellas ha sido un gran estadista porque toda su acción política -aunque sólo fueran visibles partes de ella, las correspondientes al período republicano y a la restauración democrática- estuvo guiada por un especial sentido del Estado, de la historia y de las fugaces oportunidades que a ésta ofrecen las coyunturas cambiantes.

En realidad, si se exceptúa a algún líder comunista, el primer presidente de la Generalitat de Cataluña recuperada ha sido el único político republicano que supo evitar la jubilación, que convirtió el período de exilio en un éxito propio, pero no exclusivo, y que desempeñó un papel significativo -pese a sus inalteradas convicciones sobre la forma del Estado- en la Monarquía constitucional vigente. El espectacular y simbólico regreso de Tarradellas a Barcelona en octubre de 1977 supuso la traducción plástica de dos retos en un país en el que a veces cuenta más el signo que lo designado: el engarce entre la legitimidad histórica y la política, y la imbricación entre el más rotundo autonomismo y la idea de un común proyecto de España.

Estos hechos tan sólo podía protagonizarlos un hombre con un especial sentido de la responsabilidad: Tarradellas fue el único ex conseller del Gobierno de Comparlys que discrepó abiertamente del intento revolucionario del 6 de octubre y también uno de los pocos que en lajornada inmediatamente posterior al inicio de la guerra civil se presentó en su despacho. La paciencia conspirativa en un largo exilio, la orgullosa tozudez en la representación de un cargo sin atributos materiales y el perfeccionista respeto al lenguaje simbólico del poder fueron otras tantas características de un político de escuela antigua que, sin embargo, apenas logró trasladar estas cualidades a una minoría de las nuevas generaciones.

Con estas alforjas intangibles, el muy honorable Josep Tarradellas convirtió su travesía del desierto en una autopista que desembocó en el nuevo Estado democrático y autonómico. Con estas alforjas, uno de los políticos más criticados por la derecha y con menor afecto entre las filas del Ejército de la transición supo granjearse su confianza. Gracias a su pragmatismo, tacto, diálogo y a una exacta radiografía de la situación española, que le llevó al convencimiento de que había llegado la hora de un gran acuerdo nacional que posibilitara la sustitución sin traumas del antiguo régimen.

En la restauración de la Generalitat provisional y en su primera andadura, Josep Tarradellas actuó quizá con un presidencialismo absorbente, pero ello facilitó una fecunda y eficaz etapa de unidad. Al mismo tiempo, su norma de conducta para con el conjunto de la política española consistió más en convencer al adversario que en vencerle. Evitó la tensión permanente, el victimismo y los sistemáticos memoriales de agravios. Soslayó la tentación centrífuga para canalizar el caudal catalanista hacia un proyecto de construcción. Ésa es todavía una lección permanente.

11 Junio 1988

Ha muerto un patriota

Federico Jiménez Losantos

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Antes de empezar la transición pocos recordaban y menos apreciaban, a Josep Tarradellas. A decir verdad, muchos no se acordaban ni del a existencia de la Generalidad de Cataluña, así que difícilmente podrían  considerar las posibilidades políticas de su viejo heredero y guardián. Sin embargo, cuando el viejo patriota dejó definitivamente su cargo, la gran mayoría de los españoles y no sólo los catalanes, le habían cobrado un gran afecto. Entre los hombres que hicieron posible la democracia en España, la Historia tendrá que recordar como uno de los más relevantes al viejo león de Saint-Martin-le-Beau, rincón melancólico en el que, durante años y años, Tarradellas soñó cómo debería ser la vuelta a Cataluña de la democracia y la autonomía.

Ya sé que no faltarán voces airadas que recuerden las actuaciones de Tarradellas a la vera de Companys, primero como conceller de Governació y, después, como conceller en Cap, o jefe del Gobierno autónomo. Sin embargo, en el futuro, Tarradellas no figurará en los libros de la Historia de España por lo que hizo en tiempos de guerra, sino por lo que hizo en tiempos de paz, por lo que fue capaz de hacer para que sus últimos y decisivos tiempos fueran de paz.

Con Tarradellas sucedió como con otras figuras importantes del exilio, que pareció que volvían a España sólo para reparar sus errores pasados. Lo más difícil al volver a la vida pública después de tantos años es la generosidad en el olvido y la firmeza del escarmentado, para no repetir alegrías que luego se tornan penas. El líder catalán actuó durante los años delicadísimos que le tocó vivir al frente de una Cataluña todavía sin definir, preocupado, fundamentalmente, por dos cosas: la restauración institucional y la evitación de conflictos internos. La Generalidad fue aceptada pronto como una buena fórmula, a la vez inequívocamente autonómica y dentro de la tradición española (su origen data de la Corona de Aragón). Lo difícil era, sin embargo, no crear fricciones entre Cataluña y el resto de España, en plena época del agravio regional comparativo, y entre los muy diversos grupos sociales de la Cataluña actual, tan distinta de la que conoció y trató de gobernar Tarradellas cuarenta años atrás.

La medida de la generosidad de Tarradellas se dio en sus tres primeras palabras desde el balcón de la plaza de San Jaime, que no fueron las célebres ‘Ja soc aquí’, sino ‘¡Ciutadans de Catalunya!’. Para un viejo nacionalista cuarenta años exiliado, tuvo que ser muy difícil no emplear la palabra que le pedía el cuerpo: “¡Catalans!” Pero Tarradellas sabía que una parte muy importante de la población de Cataluña, casi la mitad no era catalana de origen y quiso poner la condición de ciudadano, de persona libre, por encima de la geografía. Con ese gesto, Tarradellas se ganó para siempre a la emigración, que, mientras él gobernó, jamás se sintió marginada. Pero también daba así a entender el viejo republicano que la reorganización del Estado bajo la Monarquía no iba a tener en Cataluña un factor de conflicto, sino de estímulo y concordia.

Tarradellas triunfó, y con él Cataluña y España, al menos en aquellos años. Luego no ha existido ni tanta generosidad ni tanta inteligencia, pero su sombra resulta imborrable. De él podemos decir hoy, en catalán y en español: “hay muerto un patriota. Descanse en la paz que supo ganar para los demás”.

Federico Jiménez Losantos

El Análisis

Tarradellas, el presidente que volvió para unir

JF Lamata

La muerte de Josep Tarradellas cierra una de las etapas más singulares y nobles de la política catalana y española del siglo XX. A diferencia de otros líderes del exilio que hicieron de la nostalgia su único discurso, Tarradellas no regresó para reclamar legitimidades pasadas, sino para impedir que los errores del pasado volvieran a repetirse. Cuando volvió a España en 1977, tras casi cuatro décadas en el exilio, no lo hizo con espíritu de revancha, sino de reconciliación. Supo comprender que el país había cambiado, y que su misión era garantizar que la restauración de la Generalitat se hiciera en paz, sin exclusiones y con respeto a la unidad de España. Su célebre “Ciutadans de Catalunya, ja sóc aquí!” fue, más que un grito de identidad, una declaración de convivencia.

Tarradellas no se dejó arrastrar por los excesos nacionalistas ni por la fiebre descentralizadora que acabó configurando el sistema de las 17 autonomías, que él consideraba un error histórico. Fue siempre leal al Estado, buscó una relación fluida con el Ejército en los difíciles años de la Transición y se opuso sin ambages a cualquier deriva independentista. Veía con preocupación el “doble lenguaje” de quienes, como Jordi Pujol, hablaban de España como un socio mientras cultivaban el victimismo nacionalista puertas adentro. Y, en efecto, el pujolismo se encargó luego de borrar su figura de la memoria oficial catalana, porque Tarradellas representaba justo lo contrario: una Cataluña plenamente integrada en España, orgullosa de sí misma, pero sin complejos ni rupturas.

A su muerte, los homenajes cruzaron ideologías y fronteras. Desde Juan Luis Cebrián en El País, que destacó su temple de hombre de Estado, hasta Federico Jiménez Losantos en ABC, que subrayó su patriotismo sin dogmas, todos coincidieron en algo: Tarradellas fue un político ejemplar, prudente, honesto, y de una talla moral escasa en cualquier tiempo. Su vida fue la prueba de que la política puede servir a la concordia, y no al enfrentamiento. En tiempos en que algunos vuelven a jugar con los fuegos del secesionismo, su legado merece ser recordado como lo que fue: una lección de sentido común, moderación y lealtad a la convivencia nacional.

J. F. Lamata