31 marzo 1994

Muere en España León Degrelle, el líder nazi belga que nunca llegó a ser encarcelado después de la Segunda Guerra Mundial

Hechos

El 31 de marzo de 1994 murió León Degrelle.

03 Abril 1994

El último nazi, el primer traidor

Lluís Bassets

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Muere en Málaga León Degrelle, el caudillo fascista belga recogido en España por Franco

León Degrelle, el último de los caudillos fascistas vivos, murió el jueves a los 87 años en su exilio malagueño, en días cargados de presagios sobre la ascensión de los totalitarismos en Europa. Bélgica, el país que pretendió gobernar en dictadura, se dispone a celebrar, no sin polémica, los 50 años del desembarco de los aliados en Normandía y la liberación del yugo nazi. Una parte importante de la opinión pública flamenca exige la proclamación de algún tipo de medida de gracia o de olvido para quienes colaboraron con los ocupantes alemanes desde 1940 hasta 1944, mientras en la vecina Francia se juzga por crímenes contra la humanidad a Paul Touvier, un oscuro jefecillo de la Milicia, la policía de Vichy que realizó las tareas más sucias de la colaboración con los nazis. ¿Iban a afectar las medidas de olvido o reconciliación que firmará el rey Alberto II a este reo de traición, condenado a muerte en su país? ¿Cómo explicar que Bélgica no haya podido juzgar a Degrelle y Francia en cambio haya conseguido finalmente llevar ante los tribunales y hacer un juicio ejemplar contra un colaboracionista de segunda fila? ¿Es lógico que en la Europa sin fronteras pueda haber todavía delincuentes políticos que hacen vida pública en un país mientras les está todavía vetada la circulación en el suyo propio? Estas y muchas preguntas más se hacen los belgas, con motivo de la desaparición de este viejo y orgulloso fascista, que no ha cesado de proclamar su admiración por Hitler y su desprecio por las democracias.

Las primeras páginas de los periódicos, francófonos y neerlandófonos, lo prueban. ‘Ningún pesar por Degrelle’, titula Le Journal de Mons/L’Echo du Cent re; ‘Ha muerto el último fascista de la primera hora’, dice a toda página Le Soir; ‘La muerte de un traidor’, titula La Derniére Heure. Los periódicos católicos De Standaard y La Libre Belgique titulan con mayor frialdad, pero también dedican abundante espacio y epítetos a quien ha sido el traidor número uno de Bélgica.

La desaparición del fundador del Rex, el movimiento fascista belga, es un acontecimiento de primera fila, que convoca a todos los fantasmas históricos de Bélgica y, en el fondo, de Europa. La ascensión de movimientos populistas como fue Rex en un principio y la aparición de aspirantes a caudillos en numerosos países, desde la Rusia de Zhirinovski hasta la Italia de Franco Fini, proporcionan el decorado que inquieta a los belgas: el abuelo nazi fallece cuando los nietos intentan de nuevo la ascensión hacia el poder.

La carrera de León Degrelle fue corta y fulgurante. Empezó a los 23 años como editor y periodista dentro del movimiento católico belga. Su irrupción estruendosa en la escena de su país se produjo en 1936, cuando su movimiento Rex obtuvo el 12% de votos y 21 diputados en el Parlamento, después de una campaña contra la corrupción política y contra el parlamentarismo. Narcisista y mitómano, el bello León, como le llamaban muchas mujeres en la época, se creía elegido para convertirse en el caudillo de Bélgica.

Tras su única victoria cierta, las elecciones de 1936, todo fueron derrotas y cabalgadas hacia el vacío, presididas por una indeclinable voluntad de poder. En 1941, Dégrelle cree que su oportunidad ha llegado al fin y no cesa de caracolear para suscitar la amistad de los alemanes. Lo prueba todo. Desde resucitar el viejo ducado de Borgoña, englobando territorios ocupados por los alemanes en Francia y en Holanda, hasta la anexión pura y simple por parte del Reich, con la esperanza de que así tendrá un papel a jugar en el futuro reparto de Europa.

Sus formaciones de combate practican, mientras tanto, el pillaje, el asesinato, la delación y el linchamiento. Su periódico El País Real azuza el antisemitismo, se dedica a la denuncia y el periodismo incendiario. A los ojos de casi todos, ciudadanos belgas o autoridades militares alemanas, los jóvenes rexistas son unos gamberros violentos y despreciables que no cuentan para nada. Degrelle se ve obligado a la última fanfarronada: funda la Legión Valona para combatir a los comunistas en el frente del Este, y se apunta como soldado raso. En las estepas luchará, con valor que nadie le discute, casi codo con codo con los españoles de la División Azul que comanda Agustín Muñoz Grandes. Diezmados los voluntarios belgas, se incorpora a las Waffen-SS, el cuerpo de élite nazi, con el que obtiene la Cruz de Hierro, el grado de general y el piropo de Hitler, quien asegura que es como el hijo que no ha tenido.

Esperaba entrar triunfante en Bruselas, pero en 1945 tiene que huir hacia España, donde su avioneta se estrella en la playa de San Sebastián. Sobrevive a las heridas y supera la petición de extradición presentada por el Gobierno belga. El general Franco pide a cambio el re conocimiento diplomático de Bélgica y la retirada de la petición de condena contra España en Naciones Unidas. La negativa es rotunda y abre las puertas de par en par al criminal de guerra, condenado a muerte por traición en su país.

Su muerte ha dado lugar, en pocas horas, a un alud de epitafios. Uno de los más significativos lo publica ayer De Standaard de la pluma de Manu Ruys, un veterano periodista de sensibilidad muy próxima al nacionalismo flamenco: «Fue el prototipo del farsante ambicioso. No era un germánico, sino un puro gallo valón bullanguero».

04 Abril 1994

Penosa impunidad

EL PAÍS (Director: Jesús Ceberio)

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LEÓN DEGRELLE, general belga de las Waffen SS alemanas -unidades de élite para el crimen de guerra- durante la Segunda Guerra Mundial, apologista del genocidio y de Hitler, un nazi impenitente en suma, ha muerto en Málaga a los 87 años. Los últimos 49 los pasó en España, donde gozó primero de la protección activa y eficaz del régimen franquista. Después, gracias a la adopción de la nacionalidad española en 1954, disfrutó de una tranquilidad que sin duda no merecía. Todas las solicitudes de extradición presentadas por Bélgica para intentar hacerle comparecer ante los tribunales de justicia por su entusiasta apoyo a la invasión alemana de su patria y a los crímenes habidos durante la misma fueron rechazadas.Degrelle ha muerto sin castigo y sin arrepentimiento. Aún más, utilizó todas las oportunidades que se le brindaron para la exaltación del régimen criminal de Hitler y para difundir falsificaciones de la historia. Sólo en una ocasión, en 1991, y gracias a una pelea legal en solitario de una superviviente del campo de concentración de Auschwitz, Violeta Friedman, el Tribunal Constitucional le prohibió que repitiera su tesis de que los campos de exterminio no existieron.

Esta intolerable perversión de la verdad histórica es un escarnio para las víctimas. Al margen de éxitos de películas sobre el holocausto como La lista de Schindler, conviene que las nuevas generaciones sean conscientes de lo que es capaz de hacer el hombre con sus semejantes.

La impunidad en que se le permitió vivir a Degrelle durante casi medio siglo es el peor de los mensajes posibles a todos aquellos que por fanatismo, ignorancia o resentimientos antidemocráticos se sienten tentados por la ideología nazi, que es criminal en su esencia. La sociedad democrática debe enfrentarse con energía a aquellos que intentan difundir -sea en estadios de fútbol, entre pandillas de jóvenes o en la escuela- los símbolos y mensajes de ese nazi que nunca debió pasar tanto tiempo entre nosotros.

04 Abril 1994

Un asesino ha muerto

Gabriel Albiac

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Su país lo condenó a muerte en el 45. No faltaban motivos. El joven Léon Degrelle quemó muy deprisa las etapas. Del secretariado de la Acción Católica en 1930, a la dirección del semanario integrista Rex y a la formación en el 34 del «Frente Popular Rex», organización monárquica y hitleriana, que sería el germen de un nazismo belga, nucleado «en torno al Rey y a la Nación».

Hitler supo ver, enseguida, en él a su heredero. Más que eso: un hijo. Así lo proclamó: «Si tuviera un hijo, me gustaría que fuera como Léon Degrelle». No lo tuvo. Y Degrelle asumió la función vicaria de ese ausente.

Arrestado en el 40 y deportado a Francia, la guerra le proporcionará, al fin, su esencial sueño: exterminar a los impuros que contaminan el solar patrio. Judíos, comunistas, gitanos… Gentes inmundas que ningún derecho poseen a contagiar el aire que los arios respiran. Releo el poema de Paul Celan que evoca el exterminio judío de esos años: «…tocad más dulcemente a la muerte, la muerte es un maestro de Alemania / grita tocad más fuerte los violines luego subiréis como humo en el aire / luego tendréis una fosa en las nubes allí no hay estrechez…»

La campaña de Rusia fue la gran ocasión para Degrelle. Legión wallona, primero. Sueño dorado de destripar bolcheviques y dar al rebaño ruso una lección de sangre inolvidable. No estuvo solo. Otras legiones de señoritos fascistas, venidos de toda Europa, quisieron poner sus aristócratas manos en el pedagógico escarmiento. Walones de la Legión, como joseantonianos de la División Azul. Acabaron reventando en la lejana estepa. Previamente, dejaron testimonio de su exquisita voluntad genocida. Sin precedente, en la atroz historia de la especie humana.

Degrelle sobrevivió. Prosiguió el exterminio. Como general de las SS, terminó la guerra. En derrota. El Führer se había suicidado. Otros con él. Pero Léon Degrelle era un superviviente. La muerte que lo deleitaba era la de los otros. Nunca la suya. Huyó. Y acabó, inevitablemente, en el último pudridero fascista de Europa: la España del General Franco. Fue acogido amorosamente. ¿De qué otro modo hubiera podido serlo el hijo moral del malogrado Adolf Hitler? Se le concedió la nacionalidad española. ¿Quién mejor que un general de las SS para enarbolar la gloria de la hispanidad aquella de espadones y curas?

Tanta vergüenza, tanta infamia, acumula la historia de nuestro país en este siglo, que Degrelle se nos ha pasado desapercibido casi. Como un ciudadano más. Respetable. De nada sirvieron órdenes internacionales de captura, demandas de extradición por crímenes contra la humanidad. De nada, la memoria de los millones de inocentes exterminados por las gentes a las que Degrelle mandaba. No se llamaba ya Degrelle, sino Ramírez Reina. Murió el otro día. De viejo y en la cama. Da asco. Asco de todos nosotros.