17 noviembre 2007

Fue primero Secretario General y luego Presidente del PSUC

Muere Gregori López Raimundo, líder histórico del comunismo en Cataluña y camarada de Santiago Carrillo desde la era stalinista a la Transición democrática

Hechos

El 17 de noviembre de 2007 falleció D. Gregori López Raimundo.

18 Noviembre 2008

Un héroe de nuestro tiempo

Xavier Folch

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Gregorio López Raimundo, histórico dirigente del Partit Socialista Unificat de Catalunya (PSUC)

Gregorio López Raimundo falleció ayer en Barcelona a los 93 años. Por deseo de la familia no habrá funeral público. Nacido en Tauste (Zaragoza), era sastre de profesión. Al estallar la Guerra Civil, se afilió al partido de los comunistas catalanes. En 1947 retornó clandestinamente a Cataluña. Detenido y torturado en 1951, fue expulsado del país tres años más tarde. En 1956 fue designado máximo responsable de la organización del PSUC en el interior y en 1965 secretario general. Apoyó las tesis eurocomunistas. Fue diputado a Cortes en tres legislaturas. En 1985 se retiró de la política activa. Casado con la escritora Teresa Pàmies, uno de sus hijos es el escritor Sergi Pàmies.

López Raimundo ha sido, con Joan Comorera, el dirigente más importante de la historia del PSUC. Luchador y militante de base en la guerra y el primer exilio, fue pieza básica en la reconstrucción clandestina del PSUC del interior. Ha dejado un testimonio magnífico de ese periodo en su libro de memorias Primera clandestinidad. Uno no sabe qué admirar más, si su heroica resistencia a la tortura de la policía cuando es detenido, o la inmensa paciencia de las pequeñas actividades cotidianas que pretenden erosionar a un enemigo mil veces más fuerte: el régimen franquista.

Siempre se ha dicho que llegó a la secretaría general del PSUC porque era el candidato favorito de Santiago Carrillo. Se trataba de que el PSUC fuera controlado desde la dirección del Partido Comunista de España a fin de evitar la repetición del caso Comorera, que acabó con el enfrentamiento entre los dos partidos.

Es probable que Gregorio López Raimundo coincidiera con ese objetivo. Pero, con el paso del tiempo, su sentido de la responsabilidad le llevó a desempeñar su cargo y su función de la mejor manera posible, con la máxima lealtad a su gente. Cuando le detuvieron por última vez, en 1975, después de ser puesto en libertad (recuerdo la emoción del momento en el antiguo Palacio de Justicia), declaró que el PSUC y el PCE eran como dos naranjas, no parte de una misma naranja. La frase parecía inocente, pero levantó ampollas porque afirmaba la personalidad y la independencia del PSUC. Me acordé entonces de Becket o el honor de Dios.

Vino luego la legalización del partido, su crecimiento, sus éxitos electorales, la llegada a las instituciones. Gregorio presidió todo ese proceso. Durante algún tiempo pareció posible construir un partido comunista democrático, o como se decía entonces, un «partido nacional y de clase», un «partido de lucha y de gobierno». El sueño se acabó en 1981. Lo que había costado tantos años construir, se destruyó en pocas semanas. Gregorio sobrellevó la amargura del trance con gran dignidad y reafirmado en sus convicciones.

Mirando hacia atrás, lo veo como un héroe de nuestro tiempo. Pero los héroes no son santos. Son, sí, hijos de su tiempo. Gregorio López Raimundo ha encarnado algunas contradicciones de los revolucionarios del siglo XX. Es el personaje de la canción de Raimon -«t’he conegut sempre igual com ara, els cabells blancs, la bondat a la cara»- y una de las escasas personas que visitó a Ramón Mercader, el asesino de Trotski, en su casa de Moscú. La última vez que le vi, a finales de septiembre, me propuso un libro -que será su último proyecto- donde demuestra el papel tan a menudo decisivo que jugó el PSUC en la lucha por la democracia. Le encontré con la lucidez de siempre, pero con la vitalidad y la movilidad muy disminuidas. Cuando le pregunté cómo se encontraba, me contestó sonriendo: «Tengo 92 años, un mal que no se cura».

22 Noviembre 2007

Hombre de una pieza

Santiago Carrillo Solares

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Hace días falleció en Barcelona, a los 93 años de edad, Gregorio López Raimundo. El óbito tuvo lugar durante una breve estancia mía en Lisboa, lo que me impidió acudir a su despedida.

Por la larga relación que mantuve con él, desde los tiempos lejanos en que los dos militamos en las Juventudes Socialistas Unificadas y más tarde en la colaboración fraternal entre el PSUC y el PCE, gocé del privilegio de su amistad, prácticamente durante toda la vida y pude conocerle a fondo.

López Raimundo fue siempre un ejemplo de dignidad humana, de desinterés personal y de abnegación en la lucha por la democracia. Cosas como éstas suelen decirse de los que habiendo hecho aportaciones singulares a una causa, llegan al término de su vida. Pero en este caso se ciñen exactamente a la realidad y no hay sombra de ditirambo en ellas. López Raimundo era un hombre de una pieza, sin recovecos, sin trampa ni cartón. Un aragonés de firme carácter, trasplantado a Cataluña con cuyo pueblo llegó a identificarse tan plenamente que alcanzó a ser el principal protagonista de la profunda integración política en la nacionalidad catalana, de los amplios sectores de la clase obrera inmigrantes llegados allí de otros territorios españoles durante la dictadura franquista. Bajo su dirección y la del doctor Gutiérrez Díaz -y durante un tiempo también de José Sarra-dell, Román-, el PSUC llegó a ser un gran partido de los trabajadores y los intelectuales catalanes de vanguardia.

Gregorio, como le llamábamos todos sus amigos y camaradas, vivió durante muchos años la vida difícil y peligrosa del dirigente comunista clandestino. En 1952 fue detenido y torturado por la Brigada Político Social, de triste celebridad. Salvó su vida gracias a la gran campaña mundial que los amigos de la República española llevaron a cabo en numerosos países. Pero estuvo encarcelado varios años, tras los cuales, expulsado de España por las autoridades franquistas, regresó al país y continuó dirigiendo el PSUC en la clandestinidad. A él se refiere Raimon en su canción The conegut sempre igual com ara, que es todo un testimonio histórico de la presencia de López Raimundo en la clandestinidad barcelonesa de aquellos tiempos.

Fue sin duda uno de los inspiradores de los movimientos unitarios del antifranquismo catalán, que anticipaba al resto de España, siendo un ejemplo y un estímulo valioso para la resistencia antifranquista. Cuando llegó la libertad, tan caramente pagada, Gregorio fue uno de los diputados del PSUC -junto, entre otros, a Núñez, Solé Tura, Laly Vintró y Solé Barberá- que se integraron en el grupo parlamentario comunista de las Cortes españolas y que jugaron un papel muy activo en los trabajos del órgano de la soberanía popular.

La salud de López Raimundo se había resentido gravemente en los últimos años, durante los que padeció mucho. Pero en su cuerpo, encorvado por la edad, se mantenía enhiesto su carácter que nada había sido capaz de doblegar. Y una modestia nativa que le acompañó siempre. Se había convertido para muchos, incluso no comunistas, en uno de los prototipos del heroísmo desplegado por la resistencia antifranquista a lo largo de 40 años que no tuvieron nada de placenteros.

En los últimos años tuve el placer de coincidir con él de vacaciones en el Ampurdán, donde se juntaron nuestras dos familias. En largas conversaciones amistosas revivimos un pasado común pero sobre todo hablamos del presente y el futuro con la misma pasión que si fuéramos a vivirlo personalmente. Éramos una generación que vivió volcada hacia el futuro, hasta el último momento. No creíamos en el más allá, pero teníamos fe en el futuro libre de los seres humanos.

Con estas líneas quiero hacer llegar mi pésame a su compañera, la escritora Teresa Pàmies, mi amiga también desde la JSU, a sus hijos y a cuantos hoy lloran su desaparición. ¡Descansa en paz, amigo y camarada Gregorio!