5 mayo 1977

Muere Ludwig Erhard, el canciller alemán considerado ‘padre del milagro económico alemán’

Hechos

El 5 de mayo de 1977 murió Ludwig Erhard.

Lecturas

Ludwig Erhard, el ex canciller de la República Federal de Alemania, ha muerto este 5 de mayo de 1977 en Bonn a los 80 años de edad.

De septiembre de 1949 a octubre de 1963 fue ministro de Economía, y desde ese cargo aseguró el resurgimiento de la economía alemana, a través de medidas encuadradas en la más pura ortodoxia liberal.

Considerado el principal responsable del llamado ‘milagro económico’ de la Alemania occidental, asumió el cargo de canciller en octubre de 1963 tras la renuncia de Adenauer asumiendo el mando de la CDU, la Unión Cristiano Demócrata (democristiana).

Dimitió en diciembre de 1966 y abandonó la política.

08 Mayo 1977

El psicólogo Ludwig Erhard

Andrés Travesi

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Un profesor norteamericano, Henry Wallich, escribía hace más de veinte años: «Al final de la guerra, la actividad económica organizaba en Alemania se paralizó casi por completo. La producción y la distribución cesaron en grandes zonas. No había transporte ferroviario. En muchas localizaciones no había energía eléctrica, ni gas, ni agua. No había teléfono, ni correo. Grandes masas de gentes, expulsadas o forzadas al abandono de sus domicilios por los bombardeos, recorrían las carreteras en busca de alimentos y de abrirlo. Se pudo evitar el fallecimiento por hambre gracias a la intervención de los ejércitos de ocupación».

En este ambiente, auténticamente caótico, se inició la reconstrucción del país roto. Una década después, la nación escindida, quebrada en dos, se había convertido en una potencia económica. El milagro lo hizo el esfuerzo de todos, la entrega generosa, sin límites y sin desmayos y la dirección prudente y sabía de Ludwig Erhard, un bávaro orondo, sonriente, bonachón, profesor de Ciencia Política, que nos acaba de abandonar, pero que nos deja su gran lección.

Su actuación respondió a un principio al que siempre supo ser fiel: la escala para juzgar lo bueno y lo malo de la política económica, no con estos o aquellos dogmas, estos o aquellos puntos de vista de grupo, sino teniendo exclusivamente como meta el hombre, el consumidor, el pueblo. Una política económica sólo se podrá tener por buena en la medida en que reporte provecho y prosperidad al hombre.

Orientado hacia esa meta del bienestar para todos, sin distinción de clases ni especies, el Gobierno de la arruinada economía se convirtió en un proceso de creación de la nada y de equitativa distribución de sus frutos. Exigió sacrificios por igual a todos y a todos recompensó en la medida de su participación real en la gigantesca tarea reconstructora. Nadie disfrutó de derechos especiales gratuitos; tan sólo le fueron concedidos aquellos a los que con su trabajo se habían hecho acreedores.

No hubo taumaturgia, sino conciencia, clara de que el Estado nunca, y menos en aquellas circunstancias, podía ser paternalista, intervencionista. El Estado debía quedar fuera, al margen y conceder las mayores dosis de libertad, la mayor parte del fruto del trabajo, de modo que el individuo pudiera organizar por si mismo su existencia, su destino y el de su familia como decía el propio Erchard y recoge con precisión Jesús Prados Arrate.

El profesor de Ciencia Política, el político realista, era un experto psicólogo. En una ocasión señalaba: ‘Se se logra modificar la conducta económica de la población con medios psicológicos, estas influencias psicológicas pasarán a ser una realidad económica y cumplirán la misma finalidad que otras medidas tradicionales de la política de coyunturas’. De este modo, todos se sienten implicados en el proceso, responsables de su éxito o fracaso, copartícipes solidarios de ventajas y perjuicios. Su espíritu era indomable; su ingenio agudo: su natural, optimista.

Tales calidades se contagiaban con apreciable efecto multiplicador. El mismo escribía que las campañas psicológicas constituyen un instrumento utilísimo de la política económica. Y añadía: «Lo que hay que hacer es poner de relieve a los que participan en el mercado de qué modo el seguir la voz del sentido común y de la razón económica repercute en último extremo en su propio beneficio’.

Así de sencillo lo consideraba todo el ministro Ehrard. Su firme convicción y su conocimiento del pueblo alemán fueron la piedra angular sobre la que se alzó el edificio que la prosperidad de una Alemania que a punto estuvo de quedar esterilizada para siempre.