18 febrero 1993

Pacheco, que sigue siendo alcalde de Jerez, anuncia una escisión: el Partido Andaluz de Progreso (PAP) de ideología 'nacionalista andaluza de izquierdas' con él como secretario general

Partido Andalucista expulsa a Pedro Pacheco, su ex Presidente, por sus ataques contra dirigentes del partido

Hechos

El 17.02.1993 el Partido Andalucista anunció la expulsión de D. Pedro Pacheco del partido

Lecturas

rojas_marcos_1991 D. Alejandro Rojas Marcos, Presidente del Partido Andalucista (cargo en el que reemplazó a D. Pedro Pacheco en el pasado congreso del PA de noviembre de 1991) y alcalde de Sevilla estaba considerado el principal enemigo del Sr. Pachecho y, por tanto, principal instigador de su expulsión.

MIGUEL ÁNGEL ARREDONDA: «ENTRE UNA PERSONA POPULAR Y UN PARTIDO, ELEGIMOS EL PARTIDO»

MiguelAngelArredonda D. Miguel Ángel Arredonda, Secretario General del Partido Andalucista y una de las personas más tacadas por D. Pedro Pacheco (que lo calificaba de ‘mediocre’) justificó la expulsión en que ‘tenían que elegir entre una persona muy popular y la estabilidad del partido’. Pero el anuncio del Sr. Pacheco de que crearía su propio partido, el Partido Andaluz de Progreso (PAP) suponía el mayor peligro para el PA que podía poner fin a sus éxitos electorales de 1989, 1990 y 1991.

La expulsión acabará en escisión cuando el Sr. Pacheco funda su propio partido: el Partido Andaluz del Progreso (PAP).

21 Febrero 1993

El andaluz enorme

Pedro de Tena

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Pedro Pacheco es un hombre excesivo. «El enorme» le llaman amigos y enemigos por su afición a autocalificarse de ese modo. En su figura destaca especialmente la voluminosa dimensión de una testa en la que ya la frente continúa por proféticas avenidas escoltadas por un pelo moreno. «El cabeza» le llaman los allegados que pretenden con ese apelativo poner de manifiesto no sólo la generosidad de esta cima de su anatomía sino, sobre todo, su inmensurable inclinación a la testarudez. Pedro Pacheco nació en Jerez, en los pisos que bordean la fábrica de botellas en las que duerme el «sherry» salvaje en las botas que se alinean en las bodegas. Su padre fue portero de esta industria y allí curtió Pacheco las primeras impresiones sobre un mundo abismalmente escindido en clases sociales. En Jerez, en 1948, dicen los sindicalistas con los que mantiene una buena amistad, sólo se podía ser «o señorito o caballo». «Eres de Jerez. O eres señorito o lo quieres ser», es otra de las sentencias populares que han seguido cultivando los descendientes de aquella vieja militancia anarcosindicalista que anidó en Jerez desde el siglo XIX y que ha marcado los diversos movimientos políticos y sociales que allí se han acunado. Su destino no parecía ser la política. Los esfuerzos de su familia consiguieron enviarle a Sevilla a estudiar Derecho. Hace ahora casi 16 años conoció al primitivo grupo andalucista nucleado alrededor de Alejandro Rojas Marcos que iba a condicionar su futuro. Las diferencias de educación y talante entre ambos establecieron desde el principio un muro que terminó por ser infranqueable. Entonces conocía a Beli, una mujer de ojos almendrados, que mantenía un negocio de confitería en los barrios gitanos donde se cata el vino y revientan los cantes, y que terminó por casarse con él y darle dos hijos. El alcalde de Jerez era por entonces un joven abogado con una formación dispersa y poco dotada de profundidad. En sus conversaciones podía confundir al «santo laico» del anarquismo español, Anselmo Lorenzo, con el fundador del socialismo, Pablo Iglesias. Poco habituado al estudio sistemático, su trabajo en la Caja de Ahorros de Jerez, como responsable del área de créditos sociales, le inclinó hacia el pragmatismo político e ideológico que, desde entonces, le ha caracterizado. Puede afirmarse que Pedro Pacheco es alcalde de Jerez por una carambola a tres bandas de la que es posible que, aún hoy, él mismo no conozca más que una. En 1979, el candidato andalucista al Ayuntamiento de Jerez era Sebastián Romero, un empresario vinculado al entonces Partido Socialista de Andalucía, que fue recusado por el poderoso sindicalismo libertario germinado en la Unión Sindical Obrera de Jerez, árbitro indiscutible de la política local. En su lugar, Rojas Marcos ofreció la alcaldía uno tras otro a dos de los miembros del sindicato. Tras el rechazo sindical de esa oferta, sólo quedaba para encabezar la lista Pedro Pacheco, el «número dos» de la lista andalucista. Pronto «El Enorme» adquirió condición de tal. En un gobierno municipal dividido donde no contaba con la mayoría absoluta, describió las órbitas populistas de una intensa política de obras públicas que transformó el Jerez de Miguel Primo de Rivera y de Alvaro Domecq en una ciudad moderna inmersa en una planificación urbanística que rescató el orgullo de las clases medias y trabajadoras del ostracismo secular. No tuvo dificultades para lograr la mayoría absoluta en 1983 y hasta el momento, y salvo cataclismos como el presente, nada parece poner en peligro su bastón de primer edil. Socialmente, Pacheco ha logrado metamorfosearse en un centauro que galopa velozmente con las capas populares de su ciudad mientras copea desde su otra mitad con unos señoritos decadentes, incapaces de hacer frente al torrente desmesurado de su personalidad, y unos empresarios beligerantes y atrevidos, mimados por su frondosa sombra. Durante la primera crisis andalucista, cuando Rojas Marcos decidió en 1981 el pacto con Adolfo Suárez para obtener la autonomía andaluza por la vía del artículo 143 de la Constitución, Pedro Pacheco discutió acremente con el entonces vapuleado Rojas Marcos, que, además de la censura de la mitad de su partido, sufrió en el lomo el punzante dolor producido por las banderillas negras que le clavó Alfonso Guerra en el terreno de Rafael Escuredo. En aquella ocasión, Pacheco dudó si sumarse a los críticos que eligieron el redil del PSOE pero, finalmente, apostó por la travesía de un desierto andalucista, en cuyo éxodo, además del abatimiento de Rojas Marcos, se perdió la «s» de socialista que tildaba al andalucismo regeneracionista en el que ha creído siempre. El posterior exilio interior de Luis Uruñuela, sustituto de Rojas Marcos al timón de una nave naufragada, le convirtió en el único andalucista en un cargo de relevancia. Pronto empuñó la bandera blanquiverde y se lanzó a una predicación de ermitaño desde su estilita posición jerezana. Dotado de una innata musculatura para la polémica, ha suplido las deficiencias de una oratoria torpe y desabrida con la potencia incisiva y, en ocasiones, insultante, de unas frases cortas que han hecho historia. Su combate contra el señoritismo de Bertín Osborne y su apabullante máxima «La Justicia es un cachondeo» le granjearon la simpatía de unos medios de comunicación ávidos de espectáculo ante el grisáceo panorama de unos políticos socialistas herméticos y disciplinados instalados en el poder casi absoluto. Desde su atalaya, Pacheco demostró su capacidad de gestión con métodos más o menos ortodoxos, apoyado en la Caja de Ahorros de Jerez, que le ha salvado de no pocos quebrantos. Pero su soledad de corredor de fondo le condujo a las cavernas del personalismo, a la incapacidad de formar equipos estables de colaboradores políticos, por lo que fue apostando cada vez más por un gobierno de buenos técnicos en el que la única cabeza política fuese él mismo. De ese profundo foso psicológico, han nacido la mayoría de sus defectos, algunos de los cuales han influido notablemente en su actual destino de profeta arrojado a los leones. Cuando Rojas Marcos volvió a la política en 1987, la batalla final estaba diseñada. Por cuna, por sentido misional y por pragmatismo, Rojas Marcos pactó con una derecha que hizo echar chispas a un Pedro Pacheco cada vez más orillado por los hombres del aparato rojasmarquista. Su idea del andalucismo ha estado siempre anclada en un izquierdismo algo infantil y populista, aliñado con una fuerte dosis de amor al poder que ha limitado sus excesos, pero que no ha impedido la confrontación con la moderación formal del bastión andalucista sevillano. Ahora la guerra parece terminada, pero es una impresión superficial. Con su Caja de Ahorros, que ha clavado una pica en Sevilla, con su poder de seducción de las masas y con su extraordinaria fuerza de voluntad, Pacheco no ha dicho su última palabra. Seguramente, por las mañanas mientras entrena en el estadio Chapín sus maratones, o cuando viaja en el cochazo oficial que compró para dar lustre al alcalde de Jerez, o mientras lee escuchando la música de Mozart en la sofisticada cadena musical que tiene en su despacho, Perico Pacheco, «El cabeza», «El enorme», teje y desteje como una Penélope a la espera de su oportunidad. Esta historia no tiene vuelta atrás y su firme decisión de ser un día presidente de la Junta de Andalucía podrán conducirlo a cualquier parte menos al abandono.