31 marzo 1993

Premios Óscar 1993 – Clint Eastwood se alza con la victoria con ‘Sin Perdón’ mientras que Al Pacino logra la estatuilla a ‘mejor actor’

Hechos

Fue noticia en la prensa española el 31 de marzo de 1993.

Lecturas

«Esencia de Mujer» (Scent of a Woman) ha sido la película que ha dado por fin el óscar a ‘mejor actor’ a Al Pacino.

31 Marzo 1993

Hollywood se encuentra a sí mismo

Ángel Fernández-Santos

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Desde que el año pasado mojó su poltrona con el reconocimiento de El silencio de los corderos -una vigorosa película iconoclasta, filmada sobre emulsión de vitriolo, que arrastró a multitudes y descolocó a más de un cinéfilo de pub, de esos que hacen teología del travelling sin tener ni idea de cuándo, cómo y por qué funcionan y crean libertad las sucias tripas del cine-, la Academia de Hollywood abandonó los efectos especiales, los caramelos y los paños calientes del fascismo blando del reaganismo, y sus oscars comenzaron a recuperar la credibilidad perdida.Desde ahora, esa capacidad de convicción crecerá, si olvidamos que la película argentina Un lugar en el mundo -la única en toda la producción mundial de 1992 que sigue de cerca e incluso en algunos aspectos alcanza la potencia moral y estética de Sin perdón- fue expulsada de la competición a causa de un ridículo pretexto burocrático y que, en su ausencia, el premio a la mejor película no hablada en inglés se lo ha llevado un guiso tan tramposo y adocenado como ese alarde francés de gato por liebre titulado Indochina. Con menos desprecio por lo ajeno, Hollywood podría cantar ahora la victoria de haber sancionado como las dos más grandes películas del año a las que incontestablemente lo son.

Por suerte, este ramplón politiqueo gremial -al que hay que imputar otras ausencias imperdonables: The player, por razones autoofensivas, y Drácula, por razones estomacales, pues Hollywood tiene atragantada la independencia industrial y moral de Coppola-, que ha privado a Un lugar en el mundo de una segunda vuelta alrededor del planeta, es compensado por el coraje mostrado por los gremios al conceder dos de los seis premios que cuentan para el futuro -mejor película y mejor dirección- a Sin perdón, y uno más -mejor guión original- a Juego de lágrimas, que lo merece tanto como el gran perdedor Maridos y mujeres. Neil Jordan reinventa la emoción de la libertad y urde un relato elevado y muy sutil, pues juega con evidencias que a primera vista parecen toscas, pero que esconden -sin trucaje: con las cartas boca arriba- un delicado amor a los misterios del comportamiento.

Hace unos años, el barniz ornamental que sostiene la vaciedad de Howards end, hubiera convertido a esta película en vencedora. Han cambiado los tiempos y el culto y solvente cromo británico ha tenido que conformarse con el quinto de los grandes oscars: mejor interpretación femenina, que Emma Thompson se merece tanto como Michelle Pfeiffer por Love field y Judy Davis por Maridos y mujeres, pero no más. De ahí que esta discutible eleccion sea incontestable.

Contestable es, en cambio, el premio a la recreación que Al Pacino hace en Esencia de mujer del personaje creado por Vittorio Gassman en Profumo di donna. Nada que objetar al reconocimiento a un actor que ha superado su tendencia a las muecas prefabricadas y que, desde El padrino III, en un veloz proceso de maduración, destapó el tarro de las esencias. Pero este buen trabajo de Pacino no es ni sombra de las geniales composiciones de Joe Pesci en El ojo público y de Jack Lemmon en Glengarry Glen Ross, que, pese a ser con mucho los mejores intérpretes del año, ni siquiera fueron seleccionados. De ahí que la concesión del sexto gran Oscar estuviera viciada desde la raíz.

Zumo negro

Otro de los premios que (aunque se consideran de segunda fila) quedan en la memoria se lo llevó también Sin perdón, por obra del talento sin medida de Gene Hackman, al que llamar actor secundario parece un chiste: es de los pocos que abarrotan la pantalla en cuanto se meten en ella y que la vacían cuando salen. Gracias a él, Sin perdón redondea un triunfo que hace unos años sería inimaginable.

Inimaginable porque aparte de su perfección formal y del coraje con que vuelve a las fuentes más puras del viejo western- esta fascinante película, que está a la altura de las más grandes del periodo clásico de Hollywood, lleva dentro una visión demoledora e iluminada de las más oscuras interioridades de la vida en Estados Unidos, tal como ocurría en aquellos portentosos y hoy casi desconocidos filmes del Oeste en que se inspira: Incidente en Ox-Bow, Cielo amarillo, Winchester 73, Río Conchos y decenas más de westerns que, como sudan petróleo algunas secas piedras, extraen el zumo negro de un lenguaje que desvela el nacimiento de la patria americana como un mal parto.

Dice Eastwood: «Quise contar que, cuando un hombre mata a otro, ya no puede retroceder; pues la violencia, una vez desatada, le lleva a sus últimos límites. Y pienso que esto tiene que ver con lo que ha ocurrido estos últimos años en este país». Una vez más, como en aquellos westerns doloridos, corrosivos e indignados, el cine retrocede a los orígenes de EE UU en busca de una luz que le permita descifrar el sentido de los movimientos subterráneos de un país que ha convertido a la muerte violenta en una forma de vida.

La brutal dureza de Sin perdón es, por ello, una sacudida contra la violencia: la representación desde dentro de un vendaval destructor o, si se quiere, la representación ritual del mal como forma poética suprema de ahuyentarlo, que es el espíritu de la gran tradición westerniana. Un filme ascético, adulto: cine de siempre, cuyo encumbramiento honra a Hollywood.

31 Marzo 1993

Enmendar un error

David Trueba

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Marlene Dietrich, que consideraba los Oscar como uno de los «grandes fraudes del siglo», mostraba especial desprecio por el Oscar honorario al reconocimiento de toda una carrera en el cine: «Cuando te dan uno de esos ya sabes que sólo te queda morir», llegó a decir con sangrante ironía.En general, este Oscar a toda una carrera suele convertise en la más sutil forma que tiene la Academia de Hollywood de rectificar sus errores. Este tardío Oscar de consolación lo recibieron al final de sus vidas nombres ya elevados a la categoría de clásicos como Charles Chaplin, Alfred Hitchcock, Cary Grant, Buster Keaton, Ernst Lubitsch o Groucho Marx.

No es el caso del premiado este año, el director italiano Federico Fellini, galardonado en dos ocasiones con el Oscar a la mejor película extranjera, Ocho y medio y Armarcord. «Su importancia es tal que ha llegado a dar significado a un nuevo adjetivo: felliniano «, dijo de él su inseparable compañero Marcello Mastroianni, antes de que Sofia Loren entregara el Oscar a Fellini. Bajo la cerrada ovación de todoslos asistentes, Fellini dedicó el premio a su esposa y actriz Giuletta Massini, sin lograr, pese a sus ruegos desde el escenario, que ésta dejara por un momento de llorar.

El Oscar denominado Jean Hersholt, destinado a personas del cine destacadas por sus labores humanitarias, fue compartido en esta ocasión por las actrices Audrey Hepburn. y Elizabeth Taylor. La primera, fallecida recientemente después de pasear durante 63 años una clase y elegancia imposibles de repetir, entregó todo su esfuerzo a la causa del Unicef. «Creía que todos los niños tienen derecho a la salud, la esperanza, la vida y la ternura», dijo su hijo Sean Ferrer al recibir la estatuilla.

Liz Taylor, por su parte, se ha convertido en abanderada de los enfermos de sida. En su nombre agradeció el galardón, en una ceremonia que reafirmó el compromiso de Hollywood con esta enfermedad, presente en algunas de las intervenciones -Susan Sarandon y Tim Robbins-, en una fiesta posterior -presidida por Elton John- y en casi todas las solapas -incluida la del guardaespaldas de Liz- en forma de lacito rojo.

EL MORBO DE LOS AUSENTES

En ninguna entrega de oscars pueden faltar las notas de derrota, desprecio y hasta venganza que vienen a endulzar tanto derroche de éxito y lágrimas de felicidad. Uno acaba por encontrar que las ausencias aportan a la ceremonia tanto morbo o más que las presencias y los modelitos que las envuelven.Los hay que no pisan la alfombra roja por justificado rencor. Como el repetidamente ignorado Spike Lee, que ni siquiera contó en esta ocasión con la reivindicación de su admiradora Kim Bassinger, tampoco presente tras su monumental derrota económica en los tribunales. Su Malcolm X era una película que, de estar pintada con otro color, habría hecho las delicias de los académicos. Tan sólo el espléndido Denzel Washington alcanzó la candidatura, pero éste era el año de Al Pacino, aunque fuera el Al Pacino más facilón y sobreactuado.

Miles de fans se quedaron con las ganas de ver si a Kevin Costner le había crecido de nuevo el pelo tras el trasquilado de El guardaespaldas. Ni él ni Whitney Huston dieron la cara por este éxito de taquilla que se quedó en una raquítica doble candidatura a la mejor canción. Tampoco Tom Cruise ni Demi Moore tuvieron a bien mostrarse -ni ellos ni sus parejas- al no haber sido invitados a ganar o perder. Robert Redford y Francis Ford Coppola decidieron que estaban mejor en casa antes que ver su El río de la vida y Drácula alzarse con uno y tres oscars técnicos, respectivamente. Volverán en tiempos mejores.

Ni el clarinete de Allen

A la creatividad del cine independiente no la habían invitado ni a perder. Los votantes ignoraron cintas como Reservoir dogs, The waterdance, Laws of gravity, por no mencionar Maridos y mujeres, de Woody Allen. En este año, ni la Academia reconoce su genio neoyorquino ni él podrá permitirse el lujo de quedarse a tocar el clarinete.

Para acabar de redondear las ausencias, ni una de las jóvenes estrellas del cine actual paseó su tan querida moda grunge (harapienta) por el Dorothy Chandler. Lo más cercano al dirty chic (moda sucia) fue el traje de pana de Robert Downey Jr., y eso porque estaba propuesto por su imitación de Charlie Chaplin. Ni rastro, para desconsuelo de adolescentes gargantas, de River Phoenix, Juliette Lewis, Gradd Pitt, Gary Oldman, Johnny Depp o Winona Ryder.

Entre unas cosas y otras, los hay que sospechan que a los Oscar ya sólo van los candidatos y los encargados de alguna presentación. Los demás se escabullen como pueden, aunque probablemente no se pierdan la retransmisión televisiva, aprendiendo para cuando les toque ganar.