1 agosto 1988

Primarias EEUU 1988: El vicepresidente George Bush será el candidata republicano, mientras que Michael Dukakis lo será del partido demócrata

Hechos

En el verano de 1988 se celebraron las convenciones para la elección de candidatos a la presidencia de Estados Unidos de América.

Lecturas

EL DERROTADO

La derrota del activista Jesse Jackson por la candidatura del Partido Demócrata acabó con las esperanzas de quienes querían un presidente negro en Estados Unidos.

18 Febrero 1988

La feria americana

EL PAÍS

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LAS PRIMARIAS de New Hampshire han colocado al republicano Bush y al demócrata Dukakis como candidatos probables para la elección, en noviembre próximo, del nuevo presidente de EE UU. Pero no han eliminado a otros dos posibles candidatos: Dole en el campo republicano y Gepliardt en el demócrata.Para Bush, después de haberse quedado en el tercer puesto en Iowa -un fracaso que sorprendió a todo el mundo-, la necesidad de ganar en New Hampshire era un imperativo absoluto. Ha salido de un bache peligrosísimo. Pero Dole ha obtenido un resultado bastante bueno en un Estado en el que lo tenía difícil. Sería precipitado borrarle de la lista de los posibles presidentes.

La victoria de Dukakis estaba cantada en New Hampshire. Su contrincante es Gephardt, ganador en lowa. El primero tendrá ahora un apoyo más resuelto del aparato del Partido Demócrata, y ello puede ser fundamental en el Sur. Pero es notable que el populismo de Gephardt, con su lema patriotero y proteccionista Am¿r¡ca primero, haya impactado no sólo a los agricultores de lowa, sino también en New Hampshire, uno de los Estados más industrializados y prósperos.

A las primarias de New Hampshire se les atribuye un valor simbólico, a partir de una realidad histórica impresionante: todos los presidentes de EE UU, desde 1952, ganaron en su respectivo partido las primarias en dicho Estado. Sin embargo, éste no tiene las características que permitirían considerarle como un microcosmos de EE UU. Es un Estado pequeño, industrial, y su población es blanca, vive en ciudades pequeñas o medianas y vota en su mayoría por los republicanos.

Este año, el proceso electoral va a tener una novedad: el martes 8 de marzo tendrán lugar primarias en 20 Estados, sobre todo del Sur. Será una fecha decisiva. En los resultados de ese supermartes pesarán mucho factores en los que Bush y Dukakis llevan ventaja: la capacidad financiera -algunos candidatos ya han agotado sus fondos- y un respaldo organizativo capaz de cubrir a la vez muchas batallas.

La elección del presidente de EE UU tiene una importancia considerable para el destino del mundo en los próximos años. Sin embargo, el complejo sistema electoral determina que las batallas actuales tengan una relación lejana con lo que será la política del futuro huésped de la Casa Blanca. Los candidatos pelean ahora ante sus afiliados o simpatizantes. No van provistos de un programa que convenza a los electores de que cada uno de ellos es el mejor para EE UU. Disponen de aparatos publicitarios que les preparan, en cada sitio, los discursos más apropiados para ganar los votos.

Por eso cuentan factores personales, de imagen, de gesto: dar la sensación de que se tiene madera de presidente. Más que confrontaciones entre tesis políticas, es una gran feria para ganar votos. O, más bien, muchas ferias. Cada candidato adapta sus posiciones, cambia su estilo cuando pasa de un Estado a otro; incluso según las ciudades o las regiones.

El momento clave lo marcarán las convenciones de los partidos el verano próximo, y luego la confrontación de los dos candidatos que resulten elegidos: cada uno tendrá que exponer entonces ante el país su programa para la presidencia. Los europeos podríamos sentirnos sumamente preocupados hoy ante los extremismos en los que incurren casi todos los candidatos. Pero todo ello es poco indicativo de la futura política norteamericana. Sobre ésta se empezará a discutir en serio sólo dentro de varios meses.

10 Marzo 1988

La ventaja de Bush

EL PAÍS

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LAS ELECCIONES primarias celebradas el pasado martes en 20 Estados norteamericanos han decidido casi definitivamente la carrera hacia la candidatura por el Partido Republicano, mientras que en el campo demócrata han dejado aún abierto el camino hacia la designación, aunque se haya producido, eso sí, una importante selección. El vicepresidente, George Bush, gracias a una victoria aplastante en el Sur y en los otros Estados que votaron el supermartes 8 de marzo, se ha asegurado casi el 60% de los delegados que necesita para ser designado el próximo mes de agosto por la convención de su partido. En cambio, en el Partido Demócrata, Michael Dukakis, Jesse Jackson y Albert Gore cuentan con un número de delegados casi igual para la convención que designará en el próximo mes de julio su candidato a la Casa Blanca. Con estos resultados, la continuidad del reaganismo se presenta ya claramente a la opinión norteamericana. Las acusaciones que Bush ha sufrido desde el inicio de la campaña en el sentido de que carece de ideas propias, de que se ha limitado a permanecer en la sombra de un jefe que ocupaba toda la escena, no le han impedido obtener un éxito notable. Se ha beneficiado del prestigio de Reagan entre el electorado de derecha del Sur, en cuyo seno la revolución conservadora ha tenido siempre fuertes raíces.En cambio, la alternativa al reaganismo, que deberá presentarse ante los electores norteamericanos cuando en noviembre próximo voten para designar al futuro presidente de EE UU, es todavía una nebulosa. Ni se sabe qué persona la encarnará, ni tampoco qué programa y qué soluciones serán propuestas para encaminar a la nación norteamericana por derroteros distintos de los que ha seguido en los últimos años. Esta situación favorece de partida a los republicanos porque les otorga una imagen de mayor cohesión. En el campo opuesto, la dispersión del voto entre diversos candidatos coloca inevitablemente en primer plano la pugna de demócratas contra demócratas, lo que no contribuye a dar la sensación de un partido que se prepara para gobernar.

El gran espectáculo del supermartes no ha aportado prácticamente ningún elemento serio sobre la futura política de EE UU. En ese clima, el hecho de que el futuro presidente deberá medirse con un dirigente como Gorbachov al frente de la URSS -tema que preocupa a todos los analistas de política internacional- parece inexistente. Los candidatos en esta fase se esfuerzan sobre todo por buscar votos diciendo aquello que los electores desean oír en cada sitio. Incluso en el idioma que puede serles más agradable: Dukakis ha ganado en Tejas, en gran parte, porque pudo hablar en español al sector hispano de la población. Después del verano llegará el momento de que cada candidato presente a los electores qué es lo que se propone hacer como futuro presidente de EE UU. Lo que dirá el seguro candidato Bush no es dificil adivinarlo, si se tiene en cuenta su etapa a la sombra de Reagan. En cambio, en el Partido Demócrata coexisten talantes y políticas muy distintas.

En ese orden, un fenómeno que tendrá este año una importancia mayor aún que en 1984 es la fuerza lograda por Jesse Jackson no sólo entre los electores negros, sino entre amplios sectores de población blanca. Sus éxitos del martes pasado demuestran el cambio histórico que ha sufrido el problema de los derechos humanos en Estados que fueron feudos del segregacionismo. La causa por la que Martin Luther King dio su vida ha vencido en gran medida. Pero lo nuevo es que Jackson está creando un polo de política social y exterior progresista que atrae a sectores blancos alineados con una izquierda radical de gran tradición norteamericana que en anteriores elecciones se perdían en medio de una lluvia de candidatos testimoniales. Jackson tendrá un peso serio en la convención demócrata y podrá influir en el candidato y en el programa que se presente como alternativa al reaganismo. Pero esos problemas, decisivos para la futura política de EE UU, no están ahora en el orden del día.

11 Abril 1988

El fenómeno Jesse Jackson

EL PAÍS

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LA CAMPAÑA para las elecciones presidenciales en EE UU está teniendo un inesperado e improbable protagonista: el reverendo Jesse L. Jackson. Era evidente que su larga carrera política, su asociación con el mítico luchador Lutero King, su asombrosa capacidad para la arenga, su identificación con posiciones progresistas y su condición de pastor protestante, muy alejado de los demás predicadores de opereta y televisión, hacían de él una personalidad política poderosa. De antemano se sabía que su influencia en el voto negro que le respalda haría de él el gozne sobre el que giraría la designación del demócrata que haya de enfrentarse finalmente al vicepresidente Bush en noviembre. Lo que nadie esperaba es que, semana a semana, Jackson fuera viendo transformadas radicalmente sus posibilidades. Por un momento pareció, en efecto, que de ser árbitro en la campaña demócrata pasaría a optar a la candidatura misma, en detrimento del gobernador Dukakis. Sin embargo, las elecciones primarias del Estado de Wisconsin han restablecido el equilibrio.Wisconsin, con una población electoral negra del 4%, era el Estado que daría a Jackson los votos de la aplastante mayoría blanca y con ello el que consagraría al pastor de color como candidato de todos los demócratas. No ha sido así. El atractivo de Jesse Jackson se ha mantenido a la altura de las elites y de la intelectualidad, pero a la hora de votar el 47% lo hizo por Dukakis (su primera gran victoria en un Estado industrial del Medio Oeste) y el 29% por Jackson. El primero aventaja en delegados al segundo, aunque por poco (736 a 708). Considerando que un demócrata necesita 2.082 delegados para ser nombrado candidato a la presidencia, se diría que la candidatura de este partido está sin decidir.

No es así, sin embargo. De hecho, ha ocurrido algo muy sutil: a medida que iba mejorando la posición electoral del candidato negro se iba agudizando la alarma del aparato de su partido. Los demócratas piensan que es prematuro siquiera pensar en un presidente negro para la Casa Blanca. En el aparato, además, se es consciente de que si un competidor como Dukakis tal vez podría ganarle la partida al vicepresidente Bush en noviembre, Jackson nunca sería capaz de hacerlo. Por negro y por excesivamente radical. La cuestión era encontrar una fórmula de decirlo sin incurrir en acusaciones de racismo, sin brindar esta suprema e irónica posibilidad al adversario republicano. Y antes de que la primaria de Wisconsin cortara el impulso triunfador del reverendo Jackson (lo que los americanos llaman the electoral momentum), ya estaba funcionando una fórmula bastante sencilla: someter al candidato de color a un análisis despiadado o, lo que es lo mismo, denunciar su radicalismo en política exterior: una carta enviada hace un mes al general Noriega (en la que, por cierto, lejos de apoyarle, se ofrece a facilitar su salida incruenta de Panamá), su amistad con el líder palestino Arafat, su influencia con el sirio Assad. Cosas bastante inocentes, naturalmente, pero escandalosas en una sociedad que pasa por un momento especialmente alérgico en política exterior: las crisis de la contra y de Panamá, de Afganistán y de Oriente Próximo. Antes de que la maquinaria política pudiera resultar eficaz, funcionó la de los votantes: en virtud de ésta, Jesse L. Jackson fue forzado a recuperar esta semana el enorme y atractivo papel que le corresponde, al menos de momento: ser el gozne de la política americana, la conciencia refrescante y apasionada de una sociedad en crisis de líderes.

17 Mayo 1988

El candidato gestor

EL PAÍS

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CUANDO, A mediados de julio, se celebre en Atlanta la convención del Partido Demócrata, Michael Dukakis será, sin duda, designado candidato a la presidencia de EE UU. Este abogado de 54 años, tres veces gobernador de Massachusetts, hijo de un emigrante griego casado con una judía practicante (de la que es el segundo marido), se acercará así al sueño america no de que cualquier individuo, por el mero hecho de haber nacido en EE UU, sea cual sea su origen, su religión, su condición social o su raza, tiene posibilidad de ser presidente. Naturalmente, a la hora de la verdad, la lista de facilidades resulta un poco más restringida. La imagen de Dukakis se ha ido afirmando a lo largo de los últimos meses, de modo que, habiendo empezado la carrera electoral como un candidato poco flexible y bastante aburrido, se ha acabado convirtiendo en un presidencidible sólido y serio.Las elecciones de este año en EE UU deben dar respuesta a una incógnita de la que depende el futuro de Michael Dukakis más que de cualquiera otra circunstancia: la de si, en 1988, con la presidencia de Reagan, se cierra una etapa cuyos últimos años han estado marcados por un mesianismo conservador a ultranza, heredero, a su vez, de las resacas causadas por la guerra de Vietnam. ¿Está el pueblo estadounidense dispuesto a permitir que tome el relevo una nueva generación de políticos e ideólogos?

En una campaña de la que la discusión doctrinal ha estado singularmente ausente, la victoria de Dukakis sobre Bush depende de que sea capaz de lanzar un mensaje que, sin ser radical, tenga perfiles más definidos que los de su oponente. No debe olvidarse, sin embargo, que será el estilo de ambos lo que al final pese sobre todas las cosas, incluso sobre los programas de gobierno que los candidatos empezarán a definir pronto con mayor rigor. Para estereotipar el debate, se tratará de elegir entre el joven manager y el elegante hombre de Estado.

Es posible que Dukakis consiga convertirse en el John Kennedy que: en 1960 ganó la elección a un Nixon excesivamente supeditado al muy popular presidente saliente, el republicano Eisenhower. La historia podría repetirse, pero, en todo caso, la semejanza entre los dos hombres acabaría ahí. Porque Dukakis no tiene la capacidad de convocatoria de un Kennedy y carece de su atractivo intelectual, del diletantismo de Harvard (pese a que también se graduó en esa universidad) o del carisma hereditario de una familia poderosa. Dukakis no es un ideólogo, sino un gestor. Ha dicho pocas cosas sobre el programa que aplicaría si llega a la presidencia. Presumiblemente administraría la cosa pública con el rigor, pragmatismo y seriedad que, como gobernador, ha utilizado en el estado de Massachusetts. Se diría que sus prioridades políticas estarían en las áreas de vivienda, drogas, seguro de enfermedad, educación. En política exterior no ha dicho sino que pretende continuar las negociaciones con la URSS allí donde las deje su predecesor.

Sin embargo, lo que pudiera hacer Dukakis si consigue ser elegido presidente es aún una cuestión lejana. No parece que los vaivenes de los muestreos de opinión (que le favorecen por el momento) le importen demasiado, porque sabe que, antes de angustiarse con las veleidades del sistema, le quedan por delante meses de campaña, de transacciones, de negociaciones y de seguir administrando el Estado del que es gobernador. Y dos cosas fundamentales: impedir, por un lado, que las tenues alianzas que mantienen unido al partido se rompan y que, como en 1980, gran parte del voto demócrata vaya al candidato republicano, y, por otro, elegir a quien vaya a ser candidato a la vicepresidencia, decisión difícil porque esa persona deberá darle los votos conservadores del Sur (esenciales para un hombre que es un refrescante liberal del Norte) o apaciguar a los radicales para que no se le vaya el partido de las manos.